Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, y la trama está basada en uno de mis libros favoritos, "La Doncella de Piedra" de Susan King. Es una adaptación en la cual, los personajes de King fueron reemplazados por los de Meyer, pero la trama sigue siendo exactamente la misma. A pesar de ser una adaptación, sigue siendo una historia original, por lo cual, queda prohibida su copia parcial o total sin permiso.
Prólogo
Siete jinetes avanzaban por la cresta de la colina cubierta de nieve como guerreros de leyenda, surcando el resplandor del sol, trayendo el crepúsculo tras de sí. En su carrera, el sol poniente arrancaba destellos de plata a sus armaduras y brillos de bronce a sus escudos.
Isabella estaba de pie en la colina, aguardando, mientras ellos se acercaban. El frío viento agitaba su cabellera caoba y levantaba el tartán que descansaba sobre su vestido, pero ella no se movía. Unos instantes más, y terminaría pisoteada a menos que los jinetes frenasen o ella se hiciera a un lado. Pero no sentía peligro alguno.
La luz del sol iba capitulando conforme se aproximaban los jinetes. Isabella notó la sutil pausa en el aliento del mundo que, según se decía, sucedía en el tiempo entre tiempos. Su tío abuelo, el bardo del clan, le había dicho que en los momentos de un cambio efímero —el amanecer, el anochecer, la niebla— el reino místico y el terrenal podían entrar en contacto. Isabella estaba segura de que estaba ocurriendo algo así en aquel preciso momento, mientras observaba, fascinada.
Abajo, en el valle, oyó gritar a los hombres, que participaban en una cacería. No la habían visto en lo alto de la loma. Isabella no volvió la vista hacia ellos, sino que hundió las botas firmemente en la nieve. El cabello le flotaba a la espalda, como una llamarada, sin descanso, con vida propia, empujado por el viento.
El primero de los jinetes llegó hasta ella y tiró de las riendas. Su semental, alto y de color crema, giró sobre sí mismo, bailando sobre sus delgadas patas. Los otros guerreros se detuvieron también y aguardaron a que su jefe se acercara a Isabella.
— ¿Quién sois? —preguntó ella.
El guerrero la miró fijamente, silencioso y cubierto por su yelmo. El escudo que colgaba de su silla llevaba pintado el emblema de una sola flecha en diagonal, blanca sobre un fondo azul. Aquel símbolo de su identidad no tenía significado alguno para Isabella.
El guerrero se quitó el yelmo y se lo guardó bajo el brazo, y a continuación retiró la capucha de la cota de malla que le cubría la cabeza. El último rayo de sol robado se reflejó en el bronce oscuro de su pelo. Las estrellas y la noche parecían formar parte de su capa, de color azul oscuro y ribeteada de plata. Sus ojos parecían nubes, de un color verde intenso y profundo.
—Isabella MacLaren. —Él conocía su nombre, pero ella no conocía el suyo—. Sois la hija del jefe del clan Laren. Ahora que él ya no está, vos habéis ocupado su sitio.
—Así es —respondió ella—. Y vos, ¿quién sois? ¿Un príncipe de los daoine sith, la gente de las hadas? ¿O acaso conducís a los guerreros del Fianna, el grupo de guerra de Fionn MacCumhail, salido de las nieblas del tiempo?
—No somos ésos —repuso el guerrero.
—Aenghus el Eterno Joven, hijo del sol, con vuestra horda de seguidores. Ése sois vos —dijo Isabella. Las historias del apuesto héroe-dios de dorados cabellos, Aenghus mac Og, se encontraban entre sus favoritas, de las que contaba su tío abuelo por las noches. Por algún motivo, no estaba sorprendida de ver aparecer un dios guerrero al atardecer, en aquel momento mágico entre la oscuridad y la luz.
Él sonrió levemente.
— ¿Parecemos venidos de ese reino?
—Sí. ¿Por qué, si no, ibais a encontraros en nuestras tierras al ponerse el sol?
— ¿Por qué? —respondió él—. Por vos.
— ¿Por mí? —Isabella se lo quedó mirando.
—Nos habéis mandado llamar. Me habéis llamado a mí —añadió en voz baja.
Isabella sintió que se le aceleraba el corazón y que la respiración se le detenía. La esperanza, rauda y luminosa, la recorrió por dentro. Ella y su clan estaban desesperadamente necesitados de ayuda. Sin embargo, ella, como jefe de los suyos, no había mandado buscar a nadie. ¿Cómo había oído aquel guerrero su súplica, susurrada tan sólo en sus oraciones, y guardada como un silencioso anhelo en su corazón? ¿Cómo pudo ser, sino por arte de magia?
— ¿Quién sois? —Su voz fue un susurro.
Él la contempló fijamente.
—Os ayudaré si deseáis salvar a vuestro clan —murmuró—. Pero tendréis que darme lo que os es más querido.
—Daría cualquier cosa por salvar a mi clan —replicó Isabella con vehemencia, devolviéndole la misma mirada fija—. Lo juro.
Él extendió una mano.
—Entonces, que así sea.
Isabella observó su bello rostro, escudriñó sus ojos como la esmeralda. Aquel hombre no era de este mundo, estaba segura. Debía de ser un príncipe, incluso un rey, del mundo de las hadas, capaz de obrar magia, capaz de ayudar a su gente.
— ¿Qué queréis de mí?—le preguntó.
—Venid conmigo —respondió él.
Dejó escapar un suspiro.
—Si lo hago, ¿todo irá bien para ellos?
—Sí. —El guerrero la miraba fijamente, con la mano extendida.
Una sensación surgió en su interior como un torrente; no era miedo, sino una súbita punzada de anhelo. Deseaba irse con él. Conforme aquel deseo se iba haciendo más fuerte, cerró los ojos para contenerlo.
—Isabella —dijo él con voz melosa como el más grave acorde de un arpa—. Ven conmigo.
Ella volvió la vista hacia el valle, donde cazaban los hombres de su clan. Amaba profundamente a su clan y a su gente, y no podía soportar la idea de abandonarlos. Pero tenía que hacer por ellos lo que estuviera en su mano, sin importar el coste que le supusiera. Había hecho esa promesa a su padre moribundo.
Si lograse encontrar el valor necesario para pasar al otro mundo y no regresar jamás, su clan prosperaría y estaría a salvo. Su orgulloso y antiguo legado duraría para siempre.
Exhaló un largo suspiro y miró otra vez al reluciente y silencioso guerrero.
—Necesito que me prometáis que mi clan sobrevivirá —le dijo.
—Te lo prometo. —De algún modo Isabella supo que podía confiar en él.
Alzó un brazo en señal de aceptación. El guerrero acercó un poco más su caballo, le tendió la mano y se inclinó hacia ella. Sintió sus dedos calientes junto a los suyos, y el corazón le saltó en el pecho como un ave que echa a volar del nido.
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Isabella despertó con el corazón desbocado y se irguió en la oscuridad. Una pesadilla, se dijo a sí misma. Ha sido sólo una pesadilla. Reprimió un sollozo y hundió el rostro entre las manos. Ojalá aquel sueño hubiera sido real. Su clan necesitaba un guerrero así de audaz, un milagro que los ayudara. Por mucho que lo intentase, Isabella no podía salvar ella sola a su reducido y amenazado clan. Podía garantizarle alimento y refugio, y podía hacer todo lo posible para preservar su orgulloso y antiguo legado, pero no podía combatir a sus enemigos en la batalla, y esa ayuda era lo que necesitaba con más desesperación.
El clan Laren consistía ahora en un puñado de hombres y mujeres de avanzada edad al frente de los cuales se encontraba Isabella. El clan rival que llevaba generaciones en guerra con ellos pronto triunfaría, a menos que lograran impedírselo. Una vez que llegase la primavera, el antiguo hechizo que había ayudado tanto tiempo a su clan llegaría a su fin, y aumentaría el poder de sus enemigos sobre ellos. Su gente la instaba a que se desposara con un guerrero de las Highlands, un paladín que contara con camaradas que lo apoyaran, dispuestos a luchar. El clan Laren necesitaba un hombre así, pero nadie quería asumir el riesgo que suponía un clan débil y un enemigo fuerte.
Ojalá aquel sueño hubiese sido real, pensó, y suspiró profundamente. El guerrero dorado no existía, y el tiempo se estaba acabando.
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El acero destelló a la luz del amanecer cuando Edward giró en redondo y hundió la punta de su espada con maestría. La hoja silbó al describir un rápido arco hacia abajo y alzarse de nuevo. Con los músculos en tensión, sosteniendo la espada de empuñadura envuelta en cuero con la mano derecha, giró sobre sus pies descalzos. La hoja, bien equilibrada, rasgó y surcó el aire fresco de la mañana.
Las almenas que lo rodeaban estaban bordeadas de escarcha, y un frío viento agitaba los bucles bronce oscuro de sus cabellos. Tenía la espalda fresca y cubierta de sudor bajo la floja camisa de lino, pero el ejercicio lo mantenía caliente por dentro.
Se concentró en el movimiento de los pies, en el tiempo, el equilibrio, la fuerza. Cada paso y cada mandoble eran vigorosos, teñidos de desesperación, sazonados con un poco de furia, pero se sentía sin fuerzas. Su espada no cortaba más que aire, carecía de un enemigo contra el que luchar, alguna manera de proteger su bien más preciado.
El viento arreciaba con fuerza en el tejado de la torre real. Hizo una pausa, con la respiración agitada, mientras lo azotaba la brisa. Su mirada recorrió las copas de los árboles del bosque, las brillantes torres de la abadía, las vastas montañas azules que se divisaban a lo lejos. Escocia era una tierra hermosa, llena de promesas para los caballeros normandos que buscasen favor y propiedades. Con ese propósito había venido él. Ahora debía marcharse tan pronto como le fuera posible. Apretó la mandíbula con fuerza, frustrado. Llevaba tres años en aquel frío lugar del norte. Si se quedaba más tiempo, podría recoger la recompensa que el rey le ofrecería sin ninguna duda... pero no le quedaba tiempo para esperar.
Volvió a blandir la espada con renovados bríos. Lanzar, golpear, retroceder, girar. Sus prácticas con las armas le procuraban acción y soledad, dos cosas que ansiaba. Siempre que el rey residía en su torre real de Dunfermline, los guardias del tejado terminaban acostumbrándose al entrenamiento de aquel peculiar guardia de honor bretón. Con frecuencia dejaban a Edward a solas en las almenas mientras se iban a buscar una ración extra de desayuno.
Antes del amanecer, había salido de las dependencias de la guarnición para subir al tejado. Le gustaba aquella hora del día porque anunciaba algo místico, le gustaba el inmenso panorama que se disfrutaba desde el tejado, y secretamente atesoraba la alegría que aquello le producía en el corazón.
Un nuevo mandoble de la espada hizo que el acero arañase la piedra y levantase algunas chispas azules. Incluso aquel golpe le produjo satisfacción, aunque sabía que luego tendría que reparar el borde. Quería conflicto, ansiaba enfrentarse. La frustración le roía las entrañas, pidiendo liberarse.
El día anterior había llegado una carta para él, traída por un mensajero bretón cuyo barco había sufrido un gran retraso. Las noticias que Edward recibió, varios meses tarde, lo habían dejado completamente aturdido. Su hijo, que estaba acogido en un monasterio bretón, había estado en peligro seis meses antes, y Edward no estaba allí para protegerle. Ni siquiera estaba seguro de cómo se encontraba ahora el niño. A medio mundo de distancia, y medio año de retraso para enterarse de la noticia. Maldijo la fuerte ambición que lo había llevado a Escocia cuando podía haberse quedado en Bretaña con su hijo de cinco años. En lugar de eso, había dejado a Conan a cargo de los monjes y aceptado otro período de servicio como caballero.
La carta había sido enviada por el abad del monasterio en el que había dejado a Conan, y en el que él mismo había crecido de niño. Un incendio había reducido a ruinas el complejo de los monjes benedictinos, hiriendo a muchos de sus inquilinos y asesinado a algunos, entre ellos monjes a los que Edward conocía bien. Su hijo, junto con los demás chiquillos, salió ileso, pero todos ellos se encontraban en la urgente necesidad de buscar un hogar. Los monjes buscaban desesperadamente un benefactor que les proporcionase alojamiento y víveres hasta que se pudiera reconstruir el monasterio. Sin esa ayuda, tendrían que dispersarse entre distintas casas religiosas, y los jóvenes que estaban a su cuidado serían enviados también a otra parte, y algunos acabarían abandonados en las calles.
El abad preguntaba a Edward adonde debía enviar a Conan. Le hacía la insinuación de que el caballero, favorito del duque de Bretaña y del rey de Escocia, podría ayudarlos a todos si les cedía el uso de una de sus propiedades bretonas.
Habían transcurrido meses desde que el abad enviara su súplica. Edward, desconocedor de aquel problema, no había contestado.
Rugió con desesperación y asestó un fuerte golpe al viento. Después bajó la espada y miró cara a cara el sol naciente, con el cabello y la camisa ondeando al viento, el cuerpo y el espíritu fuertes y serenos. Había permitido que su ansia de poseer tierras y renombre como caballero lo gobernara, y a consecuencia de ello su hijo ya no estaba a salvo. Desde la muerte de su noble esposa francesa, había seguido persiguiendo sus ambiciones en nombre del niño al que adoraba.
Conan heredaría algún día las propiedades que correspondían a su madre, que aún se encontraban en posesión de la familia de ella, la cual sólo sentía desdén hacia el esposo viudo. Edward había conquistado el amor de su dulce y difunta esposa, pero la familia de ésta lo consideraba indigno. La valía que él poseía había sido conjurada de la nada; Edward le Bret, famoso por su destreza y su valor en las justas y en la batalla, caballero al servicio de duques y reyes, carecía de linaje, de herencia y de un apellido que fuera orgulloso y antiguo. Abandonado como huérfano en el monasterio de Saint-Sebastien de Bretaña, sólo poseía el nombre que le habían dado los monjes; el resto se lo había ganado por sí mismo. Estaba cansado de luchar, pero continuaría por su hijo.
Ahora debía dejar a un lado sus sueños y sus metas y regresar a Bretaña lo antes posible. Levantó la espada por encima de su cabeza y la lanzó hacia abajo en un golpe final, describiendo otro arco, girando a la vez. Se detuvo y permaneció de pie en medio del viento.
El sol coronaba las montañas semejando una luminosa oblea. La mañana traía obligaciones que requerían su presencia como guardia de honor del rey de los escoceses. Edward dio media vuelta, recogió su túnica y su cinturón, y echó a andar en dirección a las escaleras.
daoine sith - gente de paz
*Está historia, al ser una novela histórica de Escocia, contiene palabras en Gaélico antiguo (700 – 1100), y medio (1100 – 1550). Al final de cada capítulo, pondré el significado de las palabras mencionadas en este.
Esta es mi primer adaptación, por lo cual, espero que sean buenos conmigo... :P Ojalá esta nueva historia la disfruten mucho. Yo he leído este libro unas veinte veces y aún me sigue fascinando. Espero que les termine gustado tanto como a mi...
Un beso y un abrazo,
Dani.
P.D: ¿Merezco un Review?
