Prefacio

Quizás si hubiese ocurrido desde un principio todo habría sido diferente. Quizás entonces no habría estado corriendo desesperada por salvar mi vida o algo así. Nunca supe bien lo que ocurría de todos modos.

Quizás si todo hubiese seguido su curso normal mis sentimientos habrían sido totalmente distintos. La sensación de que mi corazón siguiera saltando desesperado cómo si quisiera escapar de mi cuerpo -a una velocidad de pulsaciones por minuto imposible de definir- no habría tenido ese ligero gusto a fresas.

Sabía que correr no serviría de mucho, si todo era verdad, él podía oírme y verme a lo largo de la espesa nieve. ¡Maldita sea! Nunca me ha importado el frío, pero en esa ocasión si que no era un buen aliado. ¿Cuánto tiempo podría seguir huyendo? ¿Se cansaría alguna vez? Oh, por Dios, qué pensamiento más estúpido. ¿Cómo iba a cansarse alguna vez con esa velocidad descomunal que tenía? Ya era momento de aceptar de una buena vez que sólo estaba haciendo tiempo, entreteniéndose, jugando con la comida. Mi estómago se revolvió y convulsionó ante la idea ¡Qué asco! La sangre abandonó mi rostro –lo sentí- y mis manos cayeron a mis costados en el momento en que tomé una decisión.

-¿Quieres ya dejar de jugar con la comida?- le ordené sabiendo que me escuchaba, intentando sonar lo más valiente posible.

No supe si dio buen resultado, sólo escuché su acaramelada y dulce risa –a la que ya había llegado a acostumbrarme- a través de la densa nevada.

Sabía que no tenía escapatoria, eso ya no era la cuestión. Lo que más me aterraba y a la vez me llenaba de entusiasmo era mi maldito sentir. Era estúpido, lo sé, debería haber estado aterrada y seguir corriendo por mi vida. ¡Pero no! Siempre he tenido que ser tan tonta, tan efusiva, tan…

Por encima de todo se encontraba ese maldito sentimiento de flor de rosas, que hacía que todo me confundiera aún más. Nunca creí que todo se cumpliría y sin embargo ahí estaba, encantada del más increíble hecho que me acontecía: él estaba vivo.