Aquella tarde tenía varias razones para no abrir la puerta. La primera era mi apariencia: tenía el pelo recogido en una coleta que, si no me daba prisa en lavar mi grasienta melena castaña, pronto se fosilizaría. Había perdido la cuenta del número de días desde que llevaba el mismo pijama gris y azul, y me sentía como en una clínica geriátrica: vagando de un lado a otro, hablando sola y vistiendo el mismo pijama día y noche, sin ser demasiado consciente de en qué momento se sucedían esos momentos de cada jornada.

Cada.Dí . .

La segunda razón por la que no abrir la puerta se me antojó como una buena opción era el estado que presentaba mi dormitorio. Hacía semanas desde que el suelo de la habitación había dejado de verse a causa de la ropa y los papeles desperdigados sin orden por él. La habitación en conjunto habría hecho las maravillas de un ejército de polillas y cucarachas. En ella se podía encontrar todo lo que imaginaras, e incluso más. Comida, montañas (literales) de apuntes, ropa sucia y limpia, aún más apuntes, fotografías…y seguramente también estuviera, en alguna parte, mi teléfono móvil, pero no me había molestado en buscarlo.

La tercera razón era simple: no quería abrir la puerta. Llevaba varios días sin establecer contacto humano con nadie excepto el repartidor de pizza a domicilio del Campus, y lo cierto es que no lo echaba de menos.

Así era lo que cariñosamente apodábamos "La semana fantástica de Aretha.", también conocida como la abominable semana de los exámenes trimestrales de la Universidad en la que estudio desde el pasado mes de Septiembre, Aretha College.. La semana fantástica de Aretha se da tres veces por curso, y, aquella, por suerte, era la última. Aunque eso conllevaba que era la más dura: a los habituales exámenes trimestrales se les sumaban las recuperaciones de los anteriores, las clases de apoyo…el buen tiempo que insinuaba con discreción que el verano se acercaba solo empeoraba las cosas.

Cuando llamaron a mi puerta aquella calurosa tarde de casi-junio, el tema catorce de Estrategias de Marketing en el Mercado Internacional y yo estábamos maldiciendo en silencio nuestra desgraciada vida, el tener que estar el uno junto al otro.

Descarté que fuera cualquiera de mis compañeros de clase, ya que supuse que ellos estarían igual de sumergidos en el estudio como yo. Descarté que fuera cualquier conocido, lo que añade una más a esa lista de razones que podrían haber justificado el no abrir la puerta.

Pero lo hice. Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, sorteé el mar de apuntes y suciedad que ya empezaba a adquirir profundidad en el suelo de mi cuarto, y abrí la puerta. Abrí la puerta sin saber por qué. A veces, el querer hacer algo sin tener en absoluto ninguna razón para hacerlo, es la señal definitiva de que tienes que hacerlo.