Capitulo1

Los personajes son de J. K. Rowling, y Esta novela le pertenece a Adams Audra

Ella era tan hermosa como decía todo el mundo, quizá todavía más.
Harry Potter ajustó el objetivo de su cámara para enfocar la cara de ella. Su ceño estaba fruncido por la preocupación mientras miraba con cautela hacia su izquierda y luego a la derecha. Segura de que contaba con intimidad, con lentitud dejó deslizar el gran abrigo de zorro blanco a lo largo de su cuerpo.
Debajo, ella estaba desnuda.
El aliento de Harry quedó preso en su garganta. Estuvo a punto de dejar caer la cámara. Eso fue suficiente para hacerle recordar por qué estaba allí. Con rapidez tomó una serie de fotografías cuando ella se metía con calma dentro del agua burbujeante de la bañera, que se encontraba en el exterior.
Cerró los ojos y una lenta sonrisa alteró las facciones de ella mientras el calor parecía hacer efecto. El accionaba la cámara con rapidez, sintiéndose un «mirón», pero ése era su trabajo: sorprender a la gente en su estado natural, y Ginevra Weasley era noticia. Sin embargo, algo dentro de él se retorcía de disgusto, sin importar cuánto dinero hubiera de por medio, sin importar lo desesperadamente que lo necesitase.
Ella se movió en el agua. Sus senos surgieron a la vista, con sus rosados pezones erectos. El cuerpo de él respondió a ella como una cerilla a una llama. Sentía una inesperada tensión en sus vaqueros y cambió de posición para aliviar la presión. ¡Era ridículo! Él había visto antes mujeres desnudas en su trabajo y siempre las había contemplado de forma objetiva. ¿Por qué esa mujer era diferente?
El hecho era que él había estado fuera del país la mayor parte de los últimos cinco años, y quizá a eso se debiera su súbita reacción. Las relaciones duraderas eran difíciles de conservar en los oscuros países del Tercer Mundo y a él nunca le habían gustado las relaciones de una noche. Soltó un gruñido de disgusto y, como precaución, consiguió unas cuantas tomas más.
Ella estaba de pie en el agua, en una completa vista frontal que desvaneció todos sus razonamientos. La visión de ella de pie como una diosa en mitad de un antiguo pozo de sacrificio, hizo que sus sienes palpitaran. Eso, y la prueba de que ese cabello salvaje de color rojizo y reflejos como el fuego era absoluta, positiva e innegablemente natural.
Dos tomas más fue todo lo que tuvo tiempo de hacer antes de que ella se envolviera en el abrigo y se calzara unas botas de piel que hacían juego. En un instante había desaparecido a través de la puerta de su villa, encaramada en la ladera de la montaña, detrás de un lujoso centro recreativo para aficionados al esquí, en Vermont.
Harry retiró la cámara de su rostro. Estaba bañado en sudor a pesar del fresco viento de marzo. Afortunadamente ese día había hecho unas buenas tomas. A juzgar por su reacción hacia ella, era mejor que se pusiera en camino antes de que tuvieran la oportunidad de verse frente a frente. Ese tipo de complicaciones era algo que definitivamente no necesitaba en su vida en ese preciso momento.
Llamaría a Ronald y le diría lo que tenía; eso debía de ser suficiente. Las fotografías del desnudo venderían millones de periodicuchos. Podía imaginar la luminosa sonrisa de Ronald y se estremeció. Esa era la mentalidad de los periódicos nacionales y dejaría que le pagaran su dinero para que él pudiera salir como un demonio de allí y dejar de tentar al destino.
En primer lugar, el destino era su razón para estar allí. Su próximo trabajo tendría lugar en África y para contrarrestar el insoportable calor que estaba próximo a soportar, Harry había planeado descansar en un lugar barato para esquiar, pero en el momento en que entró en la camioneta para dirigirse al aeropuerto, afloró su instinto de periodista.
Ella estaba sentada sola en la parte trasera de la camioneta. Por supuesto, él se había fijado en ella desde el principio. Aunque iba completamente cubierta, con sombrero, guantes, bufanda y gafas de sol, tenía la palabra «clase» escrita sobre ella. Él la ignoró durante la mayor parte del trayecto, especulando sobre quién sería o por qué parecía esconderse. Entonces, la vieja mano del destino surgió y lo tocó en la forma de un precoz chiquillo de dos años que no podía mantenerse sentado. El niño se había soltado de su madre para agarrar el sombrero tipo turbante que lucía la elegante dama.
Si el cabello de color rojizo que cayó libre no hubiera sido como una clave, lo habría sido la reacción tan turbadora que a ella le ocasionó aquel incidente. Cualquiera se hubiera reído, pero ella no, y la pregunta quedaba colgando en la mente de Harry. Se pasó de parada y la siguió durante todo el trayecto hasta el final de la línea. Se dijo que ella quizá no fuera nada más que una tímida e introvertida belleza, aunque tal vez…
Una rápida llamada desde la recepción del lujoso centro recreativo a su amigo, el editor del periódico, Ronald Prewett, satisfizo plenamente su curiosidad. Ginevra Weasley, una famosa heredera, había huido ante su inminente boda. Se había informado que ella había sido vista en el Caribe pero Harry y en ese momento Ron, sabían la verdad. Ron no descuidó ningún detalle al instruir a Harry sobre las escapadas románticas de la famosa dama. De acuerdo con él, la señora Weasley era una de esas niñas de «ámalos y déjalos», que había dejado un verdadero sendero de amantes a lo largo de su vida. De pronto el barato lugar de descanso de Harry tomó una nueva dimensión cuando el periódico de Ron le ofreció el financiamiento de su estancia para que se quedara a rastrearla, durante tanto tiempo como fuera necesario, hasta que pudiera fotografiarla. La señora Weasley no se había mostrado muy cooperativa, pues pasó sus primeros días aislada y Harry no pudo fotografiarla.
Así había sido hasta ese momento.
Harry revisó la película y quitó el objetivo de la cámara. Hecho… el trabajo estaba hecho. Recogió su equipo, con la mente concentrada ya en su siguiente proyecto. Un pequeño país de África que acababa de emerger de las sombras de un pasado con un presidente vitalicio. El viejo general había muerto y dejado a su débil hijo como sucesor, en lugar de una tranquila transición, el caos reinaba… y nadie, ni siquiera las más importantes cadenas televisivas, lo cubrían.
Con los recortes de presupuesto de los últimos años, la mayoría de las agencias de noticias se habían visto forzadas a hacer reducciones masivas de personal e incluso a cerrar por completo. Eso dejaba el campo abierto a los periodistas–fotógrafos independientes como él.
Se colgó la cámara al hombro y salió de su escondite. El dolor de su rodilla derecha le recordó la otra razón por la que estaba allí. En su último trabajo, fragmentos de granada habían quedado incrustados en su pierna después de cubrir una pequeña escaramuza al sur de la frontera. Lo que originalmente pensó que era una simple herida molesta, lo había incapacitado hasta el punto de que no podía regresar a su trabajo sin una rehabilitación mayor.
Estaba sin blanca y sin un adelanto que lo ayudara a iniciar su siguiente trabajo, estaba perdido.
Harry hizo un gesto mientras caminaba de regreso hasta el chalet principal. Ginevra Weasley, hija única de Arthur Weasley, el extravagante millonario amante de la publicidad. Wall Street le había puesto el mote de «Despiadado Art», que considerando la fuente, era como añadir el insulto a la injuria. Weasley poseía una buena porción de bienes raíces en tres de las más importantes ciudades… y se aseguraba de que todos lo supieran. Nadie podía abrir algún periódico o revista sin encontrar su fotografía o algún artículo sobre él.
Harry no sentía ningún respeto por él. Había hecho su dinero a base de grandes esfuerzos, y eso tenía que concedérselo, pero la forma en que ese hombre vivía su vida decididamente dejaba un mal sabor de boca a Harry. Aunque no lo conocía personalmente, Harry tenía un conocimiento íntimo de los hombres como él. Su padre era uno de ellos: James Potter, tan hambriento de publicidad como Arthur, pero no tanto por el dinero. Harry vivió toda su juventud bajo la sombra de un ambicioso hombre de negocios, que nunca estaba satisfecho, ni de la cantidad de dinero que tenía, ni de las mujeres de su vida, ni… de su propio hijo.
El chalet estaba a la vista y Harry pasó al lado de las pocas personas que descansaban junto a la alta chimenea de piedra. Ya estaba entrada la temporada y sólo quedaban los esquiadores compulsivos y los que no sabían hacer nada más que subir colinas. Ignoró a una atractiva rubia que hizo de todo menos tropezar con él en sus esfuerzos por llamar su atención. El hecho de haber descubierto a la señora Weasley de forma accidental había cambiado la naturaleza de su viaje de placer, convirtiéndolo en un trabajo más. Él no estaba interesado en ninguna mujer de las que pululaban por el centro recreativo… si lo estuviera, sabía dónde buscar.
Una imagen del rostro de Ginevra fulgurante por el éxtasis cuando se sentó en la bañera de agua caliente surgió en su pensamiento. Se preguntaba si ofrecería el mismo aspecto cuando hacía el amor y luego desechó tal pensamiento. Probablemente ella había tenido más amantes de los que podía contar. Conocía a las mujeres como ella tanto como conocía a los hombres como Arthur Weasley. Su madre fue una de ellas. Ella fue revoloteando de un hombre a otro hasta el día que murió, siempre en busca de una relación desconocida y única que decididamente nunca encontró.
Se dijo que había reunido suficientes pensamientos para un día. Levantó el teléfono y marcó el número del periódico.
— ¿Ron? Soy Harry. Tengo las fotografías. Estaré en casa…
— ¿Cuántas?
— ¿Cuántas qué?
— ¿Cuántas fotografías tienes? —le preguntó Ron.
—No lo sé. Quizá medio carrete.
—Consigue algunas más.
— ¿Ron, he terminado ¿entiendes? Te gustará lo que tengo. Es suficiente, créeme.
— ¿Sí? —Dijo Ron—. ¿Es un cotilleo impactante?
—Lo suficiente.
— ¿Cómo de impactante?
—Desnuda —susurró Harry.
— ¡Maldición! ¿Dónde? ¿En su cuarto?
—No, en una bañera caliente.
— ¿Sola?
—Toda ella…
—Qué malo —dijo Ron—. ¿Lo suficientemente cerca?
—Estarás satisfecho con las tomas. Te lo prometo.
— ¿Qué has dicho?
Harry se volvió para mirar a su alrededor, a los que se encontraban en el salón principal. La rubia le sonreía.
—No voy a gritar. Te hablaré después.
—Está bien, amigo, tú siempre haces un buen trabajo. Aceptaré tu palabra. Aunque prefiero que termines el carrete con fotos de acción.
—Ron, me voy. Ya he estado aquí demasiado tiempo y ya estoy harto, y además, necesito regresar. Ten el dinero preparado, porque mi avión sale mañana por la mañana.
—Todavía no te has recuperado lo suficiente para viajar a alguna jungla dejada de la mano de Dios. ¿Qué sucedería si necesitaras asistencia médica? ¿Te va a atender algún brujo vudú?
—Cállate ya, que voy de regreso —Harry iba a colgar el teléfono.
—Mil dólares extra si terminas el carrete.
Harry acercó el auricular a su oreja. Con mil dólares más pagaría muchas de sus facturas… pero ¿y si su Alteza Real no salía de nuevo en veinticuatro horas? Perdería el avión y estaría entrampado allí hasta que pudiera hacer otros planes.
—No… —le dijo a Ron—. Me voy de aquí.
Harry colgó el teléfono y se dirigió hacia el restaurante para comer rápidamente, aunque ya era tarde. Caminó hasta recepción y buscó en el bolsillo de su pantalón la llave de su cuarto. Cuanto antes hiciera las maletas, más pronto saldría de allí. Cuando se volvió para tomar su cámara, se encontró frente a frente con la mujer que había ocupado sus pensamientos durante la semana anterior.
—Disculpe —dijo Ginevra rodeando a Harry y dirigiéndose hacia el mostrador.
Harry la observó caminar con sus fáciles y gráciles movimientos. Tenía unas hermosas y largas piernas y un redondeado trasero. Vestía pantalones de esquiar, botas y una parka roja de piel con una capucha que ocultaba su singular cabello. Llevaba unos guantes rojos en la mano.
¿Qué diablos se proponía en ese momento? Harry decidió averiguarlo. Fue hacia el mostrador y pretendió hojear un panfleto mientras escuchaba cómo ella le hacía preguntas al empleado acerca de alquilar un trineo con motor para la nieve. Sonrió al hombre antes de dirigirse hacia la puerta trasera del chalet, a la caseta de alquiler.
Harry la siguió a discreta distancia. La observó cuando conversaba con el empleado y observaba los trineos para escoger uno de ellos. Al cabo de unos minutos se había ido hacia las veredas del norte.
Harry revisó su reloj; eran las tres. Era un poco tarde para seguirla pero mil dólares eran mil dólares y él todavía tenía medio carrete en la cámara. Unas cuantas fotos cándidas en el trineo serían las adecuadas para que Ron se pusiera contento.
Caminó hacia el mostrador, firmó y alquiló su propio trineo.
— ¿Sabe cómo funcionan estas cosas? —le preguntó el empleado.
—Sí… —afirmó Harry sacando la cámara del estuche y colocando un objetivo. Se subió la cremallera de la chaqueta y guardó el estuche en el trineo—. ¿Conoce a la dama? —le preguntó con un leve movimiento de cabeza señalando en la dirección que Ginevra había tomado.
El empleado se encogió de hombros.
—Nunca la vi antes.
— ¿Pagó al contado? —preguntó Harry.
— ¿Quién quiere saberlo?
Harry sacó un billete de veinte dólares de su bolsillo y lo sacudió frente al empleado, que miró en torno suyo y luego tomó el billete. Revisó su tarjeta de registro y sacó un cheque de viajero.
—El nombre es Jane Martin —le dijo y le tendió el cheque para que lo inspeccionara. El hecho de que ella usara un nombre falso no desconcertó a Harry.
— ¿Hacia dónde iba? —le preguntó.
—Directo hacia las veredas que rodean las cimas. Le dije que se quedara en los senderos ya establecidos, porque en esta época del año la nieve es chistosa.
— ¿Chistosa?
—Ya sabe, suave, tramposa. El hielo de debajo empieza a derretirse durante el día, luego se congela de nuevo durante la noche. Eso hace que la nieve nueva haga cosas chistosas.
— ¿Cómo qué?
—Como deslizarse. Esperamos otra tormenta… dicen que será grande, quizá la última del año.
Harry miró el cielo. Estaba claro y azul.
—No parece…
—No deje que eso lo engañe. Mañana, cuando haya más de un palmo de nieve sobre el suelo, recordará las palabras de Tony.
— ¿Usted es Tony?
—Sí… —sonrió—. Siga mi consejo y no se salga de los senderos. Regrese antes de oscurecer y estará bien.
—Gracias.
Harry encendió el motor y partió, siguiendo la vereda por la cual había visto desaparecer a Ginevra. Al cabo de unos minutos la descubrió cuando ella, de forma experta, avanzaba con virajes rápidos a izquierda y derecha por la vereda.
La luz era buena. Los rayos del sol se derramaban a través de los altos pinos y daban un brillo amarillento al sendero. Con cuidado, Harry levantó su cámara e intentó enfocar y conducir al mismo tiempo. Sus años de fotografiar en algunas de las posiciones más extrañas que eran posibles imaginar, rindieron su fruto, ya que pudo disparar alguna toma. Sin embargo, estaba demasiado lejos. Necesitaba acercarse y aceleró el motor para aumentar su velocidad.
Ginevra estaba bastante por delante de él, desplegando su inconsciente habilidad. Él tuvo que echar mano de toda su concentración para seguirla y además tomar algunas fotos. Después de media hora, comprendió que ella había atajado a través del bosque y se encaminaba al norte, hacia la montaña. Se había salido de los senderos marcados… y él la seguía.
Soltó una imprecación y aceleró para acercarse a ella tanto como pudiera. Ella debió de oírlo aproximarse porque se volvió; en ese momento Harry supo que lo había descubierto. Ella aumentó la velocidad y cambió de dirección hacia la derecha.
Ginevra Weasley miraba sobre su hombro. Al principio pensó que eran imaginaciones suyas pero no, aquel hombre definitivamente la estaba siguiendo. Bajo circunstancias normales ella lo habría ignorado. Debido al hecho de haber nacido y crecido en la ciudad de Nueva York, lo era todo menos asustadiza, pero ésas no eran circunstancias normales. Ella se estaba ocultando y no quería que la encontraran. Por experiencia sabía que su perseguidor podría ser un periodista, pero era más posible que hubiera sido enviado por su padre, para encontrarla.
En ese momento su padre debía de encontrarse en la tercera etapa de su ataque de histeria. Necesitaba al menos otra semana para enfriarse antes de siquiera contactar con él. Habían tenido algunas escenas antes de que ella lo desafiara, aunque en esa ocasión Ginny sabía que esa había sido la «gota que colmó el vaso», en lo que a Arthur Weasley concernía.
Él había planeado esa boda hasta el último detalle. Ella ni siquiera quería pensar sobre la gran cantidad de dinero que había gastado en el lujoso vestido de boda de diseño italiano. Su huida, dos días antes del acontecimiento publicitario más grande de la carrera de su padre, era suficiente para que él explotase de furor.
Ginny aspiró profundamente y decidió tratar de eludir a su misterioso perseguidor. Veloz como el viento, maniobró en dirección norte aunque sus pensamientos regresaron hacia los planes de su abortada boda.
Cuando la fecha de la boda se fue aproximando, cada día se sentía más llena de pánico. Sus amigos le decían que eso era normal, pero ella sabía la verdadera razón: no había forma de que ella se imaginara a sí misma desnuda en la cama, haciendo el amor con Draco Malfoy.
El temor no tenía nada que ver con eso. Ella ansiaba en su vida a un hombre que encendiera su oculta pasión, y el señor Malfoy no era el hombre indicado. Cuando accedió a casarse con él, pensó que era una buena decisión. Sin embargo, su padre la había atrapado en un momento muy vulnerable de su vida, justo después del fracaso de la escuela de enfermería. Después de haber tenido que renunciar a uno de sus sueños, que significaba todo para ella, se había rendido y tomado la dirección dada por su padre porque eso fue lo más fácil. Pero una vez que surgió la realidad, comprendió que tenía que recuperar el control. Necesitó tiempo para reajustarse y formar un nuevo plan.
Y lo tenía. Los últimos meses antes de la boda había limpiado las telarañas de su mente. La idea de una fundación le había llegado de repente, casi como una inspiración, y una vez que la idea arraigó, comprendió que eso era exactamente lo que había buscado durante toda su vida.
A diferencia de su padre, Ginny no estaba interesada en el negocio de hacer dinero. Tenía un fuerte deseo de ayudar a los demás y sus débiles intentos en la enfermería fueron sólo un escalón en esa dirección. Quizá no pudiera ayudar a la gente individualmente, de uno en uno, pero estaba segura de que podría hacerlo a mayor escala.
En realidad era tan sencillo que se preguntaba porqué nunca antes lo había pensado. Había un activo que tenía en abundancia y era dinero, mucho dinero. Había recibido un fideicomiso de sus abuelos para no hablar de las varias tías abuelas y tíos sin hijos que la habían convertido en su única beneficiaría.
Sí, una fundación que distribuyera concesiones a organizaciones y grupos valiosos que ayudaran a la gente menos afortunada que ellos, era exactamente la respuesta que había estado buscando. Y ella la administraría. Si había algo en lo que todos estaban de acuerdo, era en que ella era una buena organizadora. Había ganado gran experiencia a través de sus trabajos de caridad, así que en ese momento, finalmente podía dar un buen uso a ese conocimiento.
Había tratado de hablar con su padre sobre ello pero, como de costumbre, él había preferido ignorarla. Después de repetidos esfuerzos para convencerlo de que hablaba en serio, se rindió. Una vez tomada su decisión había estado ansiosa por llevarla a cabo, pero Arthur estaba tan obsesionado con la boda que ella no consiguió que le hiciera el menor caso.
El desaparecer era la mejor forma de atraer la atención de su padre y lo había hecho. Estaba lista para regresar, pero no para enfrentarse a él. Huir de Arthur Weasley no era algo que pudiera hacer con facilidad.
Ella miró sobre su hombro. ¡Maldito! Estaba acercándose. Ella era una campeona de esquí así como de trineo. La molestaba no poder eludir a ese hombre, quienquiera que fuese. Con renovada energía, impulsada por la ira, aceleró tanto como pudo y se salió del sendero para adentrarse en el bosque y subir a la montaña.
« ¿A dónde va esta estúpida mujer?» se preguntaba Harry mientras la seguía dentro de la espesura de los pinos. ¿No había recibido del empleado las mismas instrucciones que él? Harry miró sobre su hombro. Se estaba alejando bastante de los principales senderos, iban más arriba y más arriba hacia la montaña. Vaciló pensando que debía dejarla ir. Era obvio que lo había visto y sospecharía si él se acercaba demasiado. Él quería buenas fotografías, pero no quería asustarla tanto como para incitarla a hacer alguna tontería.
En ese momento no podía verla porque el bosque era más espeso. Harry siguió las huellas que ella dejaba sobre la prístina nieve y notó de inmediato que ella hacía un arco, un lento y casi imperceptible retorno hacia la vereda principal. Sonrió. La joven era astuta y lo había conducido hacia la montaña con la esperanza de perderlo una vez que ella ya no estuviera a la vista.
Lo malo era que ella no sabía quién la estaba siguiendo. El había recibido entrenamiento por expertos guerrilleros en sus propias junglas sobre cómo seguir la pista a las personas más escurridizas. A pesar de lo astuta que era, no era rival para él. Harry dio la vuelta a la izquierda y atajó a través del bosque, acelerando a una velocidad que ya de por sí era peligrosa en las mejores circunstancias, pero que en ese momento, pendiente abajo y con el camino obstaculizado por enormes pinos, era algo de locura. Pero dio resultado. Patinó hasta detenerse a unos doscientos metros por debajo de ella, refugiado bajo un grupo de pinos que la ocultaban de su vista. Teniendo el aparente lujo de disponer de todo el tiempo del mundo, Harry sacó su cámara y ajustó el objetivo. La sorprendió descendiendo a toda velocidad, justo cuando pasaba junto a él. En unos segundos terminó el carrete de película; se sentía orgulloso y más que satisfecho del trabajo de ese día.
Sacó el carrete de la cámara y se lo guardó en un bolsillo. Luego se inclinó para guardar su equipo dentro del estuche. No estaba preparado para el temblor de advertencia que sintió debajo de él o para el estruendo que lo acompañaba. Al principio, Harry creyó que lo habría causado la máquina de Ginevra, pero después de echar un vistazo a la montaña, comprendió que no era así.
Lo que parecía una pared de nieve era una cascada que descendía directamente sobre él.
Con el instinto aguzado durante los años de entrenamiento de supervivencia, Harry dejó el estuche de su cámara y encendió el motor del trineo. De forma desesperada trató de dejar atrás la avalancha y se deslizó por la montaña hacia Ginny. Tardó unos preciosos segundos en alcanzarla, se estiró y con su brazo derecho la atrajo hacia su propio trineo manteniendo al mismo tiempo su máquina en equilibrio.
Ginevra había sido sorprendida fuera de guardia. Pensaba que lo había perdido, pero allí estaba de nuevo. En ese momento parecía que el loco que la había seguido estaba intentando secuestrarla. Probablemente era un enemigo de su padre, un fanático que la retendría a cambio de un rescate o algo peor. Luchó contra él, le dio patadas y gritó con todas sus fuerzas. Cuando la mano de él sujetó su muñeca, ella se inclinó y lo mordió hasta que la dejó ir. La mirada furiosa de ella se encontró con la asustada de él. Él de nuevo intentó sacarla de su máquina, pero ella no estaba dispuesta a permitírselo. Con fuerza de acero ella se afianzó al volante del trineo cuando las dos máquinas corrían paralelas de forma peligrosa.
— ¿No puedes ver lo que sucede? —Gritó Harry con toda la fuerza de sus pulmones tratando de que su voz se oyera por encima del rugido de los dos motores y de los gritos histéricos de ella—. ¡Suéltate, tonta!
De nuevo la sujetó y esa vez la asió rápidamente de la manga. Ginny se liberó de su presión y viró hacia la derecha. Oyó que él le gritaba algo, pero no se atrevió a mirar hacia atrás o a bajar la velocidad. Él la seguía por una razón desconocida para ella, pero no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.
Harry no podía creer en la idiotez de la mujer. ¿Dónde tenía el cerebro? ¿Acaso no podía ver? ¿No podía oír? Él llegó a su lado justo cuando la avalancha los alcanzó. No había más tiempo para ser agradable. En unos segundos ambos serían enterrados si él no actuaba. Tenía que tomar una decisión en unas décimas de segundo y la tomó. Con una mirada de despedida a su equipo, se lanzó de cabeza hacia Ginny, por la parte trasera de su trineo.
Ginny vio la pared de nieve exactamente en el momento del impacto de Harry. Su trineo se volcó hacia un lado, lanzando a sus tripulantes en dirección opuesta mientras rodaban fuera de control antes de que fueran completamente engullidos.
Harry retuvo a Ginny sujeta por la cintura en un intento de que fuera él quién amortiguase la caída. El declive era inclinado y traicioneramente profundo. Los cuerpos enlazados rodaron por la colina una y otra vez sobre lo que parecía una interminable caída libre hacia un frío abismo.
Finalmente se detuvieron.
Todo estaba tranquilo… mortalmente silencioso.
Harry fue el primero en abrir los ojos. Estaba aturdido, sin aliento. Intentó buscar con la mirada alguno de los trineos pero estaban perdidos, así como todo lo demás. Se encontraban en un nuevo mundo, un mundo blanco e inmaculado carente de señales de vida. No había árboles, arbustos o animales. Nada… excepto nieve.
Harry jadeó en busca de aire. No sabía en dónde estaban ni cómo iban a salir de allí. Sólo había una cosa de la que estaba absolutamente seguro.
No había forma de regresar.