Disclaimer: Los personajes de World of Warcraft no me pertenecen (por desgracia -.-). Este fanfic se ha creado sin ánimo de lucro, sólo para la diversión de los lectores.
Sin más, espero que disfruten de la lectura.
Lo tuyo es mío
La habitación estaba bastante oscura, sólo una débil luz iluminaba el pequeño espacio, el cual sus paredes estaban hechas de lo que parecía hielo negro.
De dos de las dos paredes, salían unas cadenas que terminaban en medio del lugar, sosteniendo a una joven herida, con sus ropas azul marino desgarradas, ensangrentadas y hechas trizas, su piel, antes casi blanca como la nieve, ahora estaba llena de barro y sangre, su propia sangre.
Su cabello rubio claro también estaba manchado de barro, del cual salían dos orejas acabadas en punta. Su rostro, antes con el ceño fruncido y serio, ahora se encontraba lleno de tristeza y desconcierto.
Los ojos de la elfa se abrieron de golpe, y, mirando frenéticamente hacia todos los lados, se vio obligada a gritar cuando las cadenas apretaban sus muñecas, haciéndolas sangrar. Intentó recordar lo que le había ocurrido, pero en aquellos momentos, su mente parecía bloqueada.
De repente, el sonido de unos pies chocando contra el frío suelo la alertaron de que algo se acercaba, emitiendo un sonido extraño, la abominación se acercó a ella, seguido de otro igual: un cuerpo hecho con varios cuerpos. La mujer encadenada intentó retirarse, pero las cadenas se lo impidieron, haciendo que sus muñecas se desangraran. Las abominaciones arrancaron las cadenas de un solo golpe, y la obligaron a levantarse.
La elfa se preguntaba a dónde la habían llevado, y de cómo iba a salir de allí. A medida que iba avanzando, las paredes se tornaban más blancas, pero no dejaban de ser hielo. El frío se le calaba en los huesos, la condujeron a través de unos pasillos en los que no reparó en mirar los símbolos en la pared. Los minutos que pasó la prisionera caminando se le hicieron eternos, hasta que llegó a una puerta.
Cuando la puerta de lo que parecía una sala gigante se abrió, la condujeron delante de aquel sujeto de armadura oscura y cabello blanco, y la obligaron a arrodillarse. Cuando ella alzó la mirada, sus ojos se tornaron sorpresa.
La única persona a la que más odiaba en estos momentos se encontraba delante de ella.
Arthas.
El mismo humano traidor en persona.
— ¿Qué hago aquí, Arthas? ¿Es que no me vas a dejar morir en paz?
— Con todo lo que me has hecho pasar, la muerte es lo menos que te mereces, mujer. — Le dijo con desprecio y odio.
— ¡No te saldrás con la tuya, Arthas! — Pero una bofetada la alertó de que debía callarse, pero no era esa su intención. — Al menos yo no maté a mi padre descaradamente y sin remordimientos...
Sylvanas había hecho enfurecer a Arthas. Y eso era algo que a él no le gustaba. De nuevo, la golpeó lo más fuerte que pudo, y la mujer chilló de dolor.
Arthas estaba sonriendo.
Ella se dijo a si misma que no iba a darle el gusto de escucharla chillar de nuevo. El humano la agarró por el pelo y levantó su cabeza, obligándola a mirarle a los ojos. La sonrisa que ese hombre le dedicó, la asustó. Y Sylvanas no se asustaba tan fácilmente.
— Tranquila, Sylvanas, no voy a matarte... aún. Tengo otro destino reservado para ti. — Arthas, sacó un vial de color azul, y se lo bebió.
— No, no te atreverás a... — pero su voz no podía sentirse más.
Los labios de ese hombre habían sellado los suyos. Sylvanas notó cómo un líquido recorría su garganta.
Lágrimas de impotencia salían de sus ojos, pero su cuerpo ya no dolía. Tampoco sangraba, sus heridas se habían curado.
— ¿Por qué, Arthas? ¿Para volverme a torturar? — Preguntó con una voz llena de rencor.
— No, mujer. Vas a saber lo que es estar con un hombre de verdad.
El hombre ordenó que las abominaciones soltaran las cadenas.
Sylvanas se había quedado inmóvil.
Esto no le estaba pasando a ella. ¡Eso era más humillante que matarla! Arthas sonrió al ver la mirada de miedo y terror con la que esa mujer le miraba.
— No intentes moverte, te he paralizado el cuerpo.
La elfa gritó el nombre de ese individuo con odio.
— No te atrevas a tocarme...
— ¿Por qué no? No puedes hacerme nada. Estás bajo mi total control. Tu cuerpo va a ser mío.
Arthas le besó el cuello, pero de la boca de ella no salió ni siquiera un sonido leve.
Cuando Arthas era pequeño, había leído que uno de los puntos débiles de los elfos, eran sus orejas.
Cuando Sylvanas supo las intenciones de su captor, comenzó a temblar levemente. En el momento que el humano mordió su oreja, la chica gritó de dolor, satisfaciendo lo que Arthas quería. Sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo de la alta elfa, suavemente, pero sólo al principio.
Sus caricias se tornaron más desesperadas, sus gestos, carentes de delicadeza, hacían que Sylvanas deseara otro destino para ella. ¿Por qué yo? Se preguntaba ella misma. Si ya tenía poca ropa, ese maldito bastardo terminó de quitársela. El susodicho, la admiró unos instantes, luego, una sonrisa torcida cargada de malicia se formó en su rostro. Arthas, comenzó a quitarse su armadura; sus intenciones, reflejadas en sus ojos, advirtieron a la joven elfa que esto no se había terminado.
Con un gesto rápido, la hizo suya a la fuerza.
Sus gemidos, altamente audibles, no eran de placer, sino de horror. Lo que le estaba haciendo ese hombre no tenía nombre. Arthas se deleitó con su cuerpo durante un rato, mientras que Sylvanas no podía sentirse peor de lo que estaba. Sus ojos azules, llenos de un infinito odio, comenzaron a soltar débiles líneas de agua, sus gritos, ahora se habían transformado en sollozos, en plegarias que nunca lograrían su cometido. Maldijo su destino, a Arthas por todo lo que le estaba haciendo pasar, y a ella misma por ser débil.
La mujer sabía que no sería la primera, ni la última vez que él la trataría así. Lo que la elfa no sabía, es que Arthas tenía otro objetivos para ella.
Cuando el caballero de la muerte terminó con ella, la elfa tenía la mirada perdida, sin brillo. Como si le hubieran arrebatado el brillo, y la esencia misma. El hombre se levantó y la miró con superioridad. Se vistió y recogió su espada: la Frostmourne.
Sylvanas sabía lo que iba a hacerle ahora.
— No te atrevas... Arthas... — Dijo en un tono débil, pero aún cargado con resentimiento.
Pero él la ignoró por completo. Su captor, abrió un portal delante de él, agarró a Sylvanas y la cargó, llevándola a través del agujero para viajar de un lugar a otro instantáneamente.
La joven elfa no reconocía el lugar, notó cómo una superficie sólida y fría tocaba su cuerpo. Escuchó cómo Arthas conjuraba un hechizo, y ella no pudo anda más que sentir dolor. Un grito desgarrador salió de su garganta, agonía era lo que su cuerpo notaba, hasta que su transformación se había completado.
No recordaba quien era, sólo su nombre. Entonces se dio cuenta de que se había convertido en una banshee, pero Arthas se las ingenió para conservar su cuerpo elfo, transformándola en una elfa no-muerta.
— Ahora, Sylvanas. ¿Quién es tu maestro?
— Tú eres mi maestro, Arthas.
El susodicho sonrió con malicia, se acercó a ella y la besó de nuevo, con la única diferencia de que, esta vez, el beso fue correspondido.
Sylvanas sabía que esto era erróneo, algo se lo decía, pero no tenía voluntad suficiente para negarse. Si la voluntad de su maestro era servirle de esa forma, con gusto lo haría.
No conservaba ningún recuerdo, se lo habían borrado, ya no era Sylvanas Windrunner, alta elfa, Generala de Silvermoon, ni la mediana de las tres hermanas del clan Windrunner, era simplemente una banshee sin voluntad, a merced de un ser el cual su maldad no tenía infinito. Era la sirviente de Arthas, y eso, en esos momentos, la hacía feliz.
Si lo continuaba, corría el riesgo de meter relleno en la historia, así que... esto no será un oneshoot, no señor. Esto se merece algo más que eso.
Espero que lo disfruten tanto como yo lo he hecho escribiéndolo
