Un fuerte ruido proveniente de la cama de al lado le despertó en lo que se suponía iba a ser una tranquila mañana de lunes en la Facultad de periodismo donde estudiaba. Después de maldecir a su querido compañero de habitación, se levantó con la intención de peinarse, lo que no fue tarea fácil por culpa de ese maldito rizo que se empeñaba en desafiar a la gravedad y al estante de productos fijadores para el pelo del supermercado más cercano. Bufó y fue a buscar a su hermano Feliciano, que seguía durmiendo aún después de haberse caído de la cama, era un auténtico desastre, a veces hasta se preguntaba cómo podía ser que fueran familia, por no tener en cuenta que su otro hermano, Romeo, tampoco se parecía mucho a él.
-¿En qué piensas, fratello?- le preguntó Feliciano algo adormilado.
-En nada, y ahora prepárate que llegaremos tarde, Dios, eres un maldito problema.
El pequeño de los dos hermanos respondió con un sonoro: ¡Sí, señor! Y fue a vestirse mientras Lovino tomaba tranquilamente un café y repasaba los apuntes del día anterior, hasta que, de repente, estando él tan tranquilo leyendo, un balón salió disparado de la nada y se estampó sonoramente contra su cara, consiguiendo que se tirara todo el café por encima y que manchara los apuntes. Rojo como uno de sus amados tomates, salió a la ventana y gritó:
-¡Gilbert, me cago en tu puta madre, la próxima vez te meto el balón por el culo, y sin lubricante! Ah, y dile a Francis que hoy parece especialmente gay.
-¿Perdona?- dijo el francés haciendo un gesto muy… eh… masculino.
-Perdonado, y ahora iros a dar la brasa a otro lado.
Los dos grandes amigos se fueron murmurando entre dientes, lo que les hizo ganarse un cubo de agua helada que les cayó por encima por cortesía de nuestro amabilísimo Lovino; quien después de cambiarse la ropa y agarrar a su hermano, salió corriendo hacia el edificio de la Facultad para no llegar demasiado tarde. Por el camino, chocaron contra un chico que tendría más o menos su edad y que parecía un poco perdido.
-Esto, perdonad, no veía por donde iba- se disculpó el otro chico.
Lovino lo miró de arriba abajo mientras él le ayudaba a levantarse. Tenía el pelo castaño, los ojos verdes y la piel morena, además se notaba que hacía deporte, menudo cuerpo tenía. Pero lo más impresionante era su sonrisa, amable y resplandeciente. Lovino no pudo evitar sacudir la cabeza ante estos pensamientos y soltar un: ¡Que cursi! En su mente.
-¿Llegáis tarde a clase?- preguntó el moreno de ojos verdes.
-No, corremos para escapar de los zombies, ¿tú qué crees?- al acabar de decir esto, los hermano italianos volvieron a poner rumbo hacia la Facultad a una velocidad que bien podía parecer que estaban entrenando para participar en las olimpiadas, dejando al moreno con una sonrisa divertida en los labios.
