Present
Estornudó con el ceño fruncido, luego miró molesto al que tenía en frente. Sebastian le dirigía una mirada con la sonrisa torcida característica de él. Con este, ya eran tres estornudos en menos de media hora. Era un resfriado y no iba a estar nada feliz.
El joven de ojos azules, se levantó de su escritorio y sin mirar si quiera a su mayordomo de nuevo siguió su camino hasta su habitación. Notó como Maylene caminaba con una pila de platos… los destrozaría y eran de porcelana fina con borde de oro, no le importó. Luego miró hacia afuera y notó como Finny cortaba los arboles sin ninguna gracia. Después de detenerse llegó hasta su habitación y sin mucho escrudiño se abalanzó contra su cama. Se sentía mal, seguramente tenía fiebre.
Cuando eso pasaba, su madre le hacia un té caliente, su padre lo cargaba hasta su cama. Ellos estaban con él conde hasta que, se sintiera mejor. Desde aquello había pasado mucho. Ahora no tenía ganas de sentir lástima de sí mismo. Cerró los ojos y sintió una completa oscuridad, estaba quedándose dormido cuando sintió que algo en su cama se movía.
-¡Ciel!- abrió los ojos cuando la voz aguda era casi tan molesta como el movimiento estrepitoso que lo mantenía preso.
- Lizzy- dijo levemente, se dio la vuelta- déjame descansar- finalizó, pero la chica no se dio por vencida.
- Pero… ya casi es la cena- Ciel Phantomhive, se removió y recordó un pequeño detalle. Era víspera de navidad, había prometido ir; era un asunto social realmente. Ahora entendía por qué todos estaban tan animados arreglando la casa. Se puso de pie y le dijo a su prometida que lo esperara afuera que. Pronto aquel demonio, aun sabiendo y notando que su joven amo estaba enfermo obedeció sus órdenes de llevarlo a aquella reunión donde paso una pequeña velada con su rubia prometida, y a pesar de su estado anímico fingía muy bien.
Sebastian realmente, disfrutaba ver a su amo. Era magnifico como ese pequeño cuerpecillo, se mantenía de pie entre platicas de adultos, complaciendo a su prometida mientras, su cuerpo debía estar en colapso por aquella fiebre mal cuidada.
Después de cumplir y pasada la media noche el joven amo llegó a su casa, sintió unos brazos acorralarlo. Sabía quién era, pero en ese momento no tenía ganas de discutir con su mayordomo.
Yo sé de un hechizo para curar la fiebre- dijo al oído mientras lo llevaba a la habitación- tómelo como, mi regalo de navidad-
Haz lo que quieras- dijo sin interés cuando sintió que estaba en su cama, el dolor de cabeza le rebasaba. Cerró los ojos lentamente. Los abrió de nuevo cuando sintió una extraña suavidad húmeda en su frente.
Se sonrojó, eso había sido un beso. Fingió desinterés. Después de todo no iba a negar que, numeró uno ya se sentía mejor, y número dos… había sido el mejor regalo de navidad; recibir algo de afecto… falso pero afecto.
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