No soy una chica débil. Tampoco soy transparente y sin ningún tipo de criterio. Se lo que quiero y lo que me conviene. Se defenderme y sé cuando algo está bien o está mal. No soy una inculta y no me dejo dominar. Pero todo no se puede tener. No puedes esperar que algo salga bien, aunque al principio lo parezca. Igual que cuando empiezas una nueva relación. ¿Eres capaz de saber si llegarás a tener un final feliz con esa persona? O si en cambio ¿terminaréis con una gran discusión llena de llanto y rencor? ¿Puede alguien saberlo? No, creo yo que no. En mi corta vida he tenido grandes momentos de felicidad y otros en los que no tanto. Me he relacionado con mucha gente. Desde los chicos y chicas que iban a la misma escuela que yo, vecinos, compañeros de juego en el parque, gente de la que ni siquiera recuerdo el momento en el que los conocí. Así somos las personas, sociables. Necesitamos siempre a alguien que esté a nuestro lado, apoyándonos en los malos momentos y haciéndonos sonreír cuando ni siquiera se lo pides.
He cometido muchos errores pero hay uno que nunca me perdonaré. Mentir a alguien a quien quería, mucho más que a mi propia persona. Alguien que lo dio todo para que yo fuera feliz y ¿cómo se lo pagué? Haciéndole el mayor mal que pude.
Mentí. Mentí. Mentí.
¿Por qué?
Ni siquiera encuentro la respuesta ante esa pregunta. Todo empezó como un juego. Pero el juego terminó mal. Nadie ganó la partida, todos perdimos y el dado quedó quieto, en medio del tablero, esperando que uno de los jugadores lo sujetara entre sus manos y lo dejara caer otra vez. Había dos opciones. Empezar de nuevo o dejarlo todo igual. ¿Ganar o perder?
