He vivido muchas veces la ilusión de juntar a estos dos. Porqué? Porque soy fan de la pareja Draco y Hermione hasta la muerte, pero siempre me he preguntado qué pasaba con Pansy y con Ron, una vez hechas las elecciones de los amores/obsesiones de su vida. Espero sea un experimento agradable, porque he descubierto que ambos son el uno para el otro, o por lo menos en mi retorcida mente xD.

Capítulo 1: Introducción.

Lo admito, reía como maniática. Era algo natural, después de pasar tantas horas en sopor, sin nada en concreto que hacer. Un miércoles en la noche no es lo más divertido que puedes tener, mucho menos si resulta que quieren hacer una inspección de varitas para asegurar que no queda ningún mago oscuro en algún puto rincón del mundo. Me sigo riendo, al tiempo que muevo frenéticamente las piernas al ritmo de una canción muggle realmente buena. Idiota debo ser, para acostumbrarme a utilizar esa terminología tan despectiva. ¡Pero hombre! ¡No es fácil!

Una pelinegra estaba sentada frente a un computador, y sus piernas, ubicadas en posición de indio, se movían al ritmo de una canción muy, muy movida. Miraba lo que recién había escrito, y permaneció riendo. Haber sabido que terminaría como fotógrafa del profeta y no pierde tantos años en Hogwarts. Claro, todo tiene su recompensa. Sus carcajadas salían de la habitación en la que estaba, y estallaban en las paredes de la sala en la que solía pasear en las noches, debido a su insomnio. Con una mueca de maldad, tiró una galleta frente a la pantalla brillante, y siguió riendo. Quizá era porque esa canción le recordaba lo que era él, lo que fue él en su vida. Ya no había tiempo para llorar, eran innecesario. Él se lo había aclarado así, y gracias a sus palabras sinceras, en ese momento podía ser feliz. ¿Sin él? Sí. Él era feliz, muy feliz, y la quería. No como ella deseaba, pero la quería. Y era completamente feliz, al saber que siquiera un trozo de su corazón le pertenecía. Su madre debía estar revolcándose en la tumba que bien se merecía, por escuchar a su hija pensar tales cosas, si es que un muerto puede oír, y más aún pensamientos. Se puso en pie, quitando los auriculares, y mirando las torres de papel de fotografía que tenía. Algunos los mandó a volar, literalmente, buscando una que le interesaba en particular. Perfecto. Una marca tenebrosa encima de su casa. El recordar todo lo que había hecho para conseguir tal foto, y todo lo que había pasado para que fuera así, frontal y al punto, le revolvía el estómago, completamente discordante con la felicidad que le traía el recordarlo como lo había dejado hacía ya cinco años: Sonriente, comprometido y con la felicidad de segundo nombre.

Dejó esos recuerdos tristes para después, y se dispuso a trabajar. No es que adoraba el estar metida en un lugar lleno de instantes hechos recuerdos en marcos, pero encerraban en ellos la pasión que sentía por ellos. Era un tanto contradictorio, pero ella se entendía. Se dirigió hasta la pequeña salita, repleta de papeles y prendas por todos lados y bajó el volumen al reproductor que, causalmente, él le había regalado, porque se escapaba el ruido de los pequeños "algodones" que se colocaba en las orejas. Siempre había tenido una cajita sellada mugglemente, y como no le había dado la gana de decirle qué tenía, ella la había dejado así, mientras él se dignaba a decirle qué demonios tenía. Una canción rápida sonó, y ella se puso a bailar, sola. El estar libre de las cadenas que le oprimían invisiblemente en su niñez y en su adolescencia le hacía disfrutar la cúspide de estar de lo mejor. Sus padres estaban muertos, no era millonaria, era cierto, pero podía vivir bien, entre lo que ganaba en el profeta, uno que otro caso de investigación mágica simple que hacía y el dinero que le habían dejado sus abuelos en sospecha de que sus padres quisieran llevarse a la tumba todo lo que les pertenecía sin dejarle un solo céntimo, cosa que había pasado tal cual.

Un retrato estaba encima de una cómoda que se hallaba en el medio de la estancia por quién sabe qué motivo le hizo sonreír con cierto rencor. Allí, abrazado a ella, estaba el que había sido su esposo por dos escasos meses. Su esposo… su esposo por interés, por intentar ganar la gloria que de por sí ya tenía por ser un asesino, pero su esposo al fin. Con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho de haber convencido a los Parkinson de que era un partido mucho más fiable que el ya comprometido Draco Malfoy, estaba Blaise Zabinni, con su cabello negro hasta los hombros y los ojos verdes pálido que le brillaban, ocultos bajo aquellas gafas de motorizado muggle, cerniéndola a él por la pequeña cintura. Ella, aparentemente feliz, también sonreía, más con resignación que con cualquier otro sentimiento en mente.

Tomó el objeto entre sus manos, y le quitó el polvillo que se había acumulado por el tiempo. Habían pasado años… exactamente tres, o bueno, casi cuatro. Se habían casado al salir de Hogwarts, él sabía que ella había quedado destrozada luego que se le confesara que su amor se casaría, y se había ofrecido a hacerla feliz. Sus padres, aún dolidos por la traición, y reticentes a caer una vez más, se habían negado con fervor, pero, luego de que él les asegurara que su hija estaría en buenas manos, y que la gloria del señor oscuro se cernería sobre ella una vez derrotado el niño que sobrevivió, aceptaron gustosos, y habían permitido que se casaran. La estirpe sangre limpia se mantendría, y ellos no mantendrían más a aquella desgraciada chiquilla que se habían atravesado en su camino en un día de primavera como cualquier otro.

Con cierta parsimonia dejó que sus ojos rodasen por el marco, hecho por ella, y lo terminó posando en el mismo sitio. No la había hecho feliz… pero no había permitido que se vida se hundiera en la más absoluta de las depresiones. Le había enseñado el temple slytherin del que tanto hacía alarde, y que las cosas siempre ocurren por algo. Solía bromear con el que "si no era para ti, era para una sangre sucia, eso se ganó por estar hablando de más", sacando sonrisas de ella. Por otro lado, le mostró el lado humano más oscuro de un hombre, con cada golpe que le asestaba cuando las cosas no funcionaban bien con el Lord. Jamás olvidaría todo lo que le hizo cuando su señor cayó, y por lo tanto, su gloria también. Todos sus bienes le habían sido retirados, y al no poder aguantarlo más, la destrozó psicológicamente, y acabó con su vida con una simple maldición. Ella se había quedado allí, pálida como la misma muerte, temblorosa ante las perspectivas "nunca te quiso" "le estorbabas" "cuando estaba con ella eras invisible, y cuando no estaba con ella también lo eras" "me dijo en más de una ocasión que le dabas asco" "siempre me decía que tenía ganas de decirte 'piérdete Parkinson'" "te hablaba porque no tenía otra chica a la cual preguntar cosas de chicas" "te veía más como a un saco de distracción que como cualquier otra cosa" "te usó como le dio la gana" "todas las veces que te abrazó lo hizo por lástima", pero había actuado. Había llevado su cuerpo a San Mungo, a la famosa medimaga que estaba comprometida con aquel se supone había dicho todas esas cosas de ella. Cosas que eran ciertas. Él mismo lo había confesado, pero de eso hacía tres años y medio. Recordaba vívidamente el rostro de ella: Se había quedado perpleja, al ver llegar a su antigua compañera de año de Hogwarts, con otro de los que le hacía la vida imposible en brazos, con la varita, muerto. Le había acusado de asesina y demás cosas, y casi había logrado que la metiesen en Azkaban. No la culpaba de ello.

El rozar con el dedo la marca que tenía en su antebrazo izquierdo y el traer al presente la única maldición imperdonable que había dicho en su vida, antes de acobardarse y decidir que no quería una vida así, había sido más que suficiente para marcarla. Ella misma, la que la acusó, fue la que le ayudó a salir, al comprobarse que él se había suicidado. La había defendido con uñas y garras de su propio futuro esposo: Draco Malfoy. Un aguerrido auror que no toleraba la idea de haber perdido a su amigo de la infancia en las manos de una arpía como ella. Y le había gritado que esa a la que llamaba arpía fue la que lo quiso más que su propia familia. Y le había recordado que de no haber sido por sus tantas ayudas, ellos, Hermione Granger y Draco Malfoy, no estarían casi casados en ese momento. Y le había asegurado que de seguir con esa actitud tan friolenta lo odiaría, y se habían reconciliado cuando ella partía, destrozada, nuevamente, hacia Sídney, en búsqueda de algo que no sabía especificar, pero que necesitaba con toda urgencia.

Miró por la ventana, sacudiéndose todas aquellas cosas que la hacían decaer, y se alegró. Podría, fácilmente, llegar hasta el barquillo más cercano y terminar de fotografiar a los nuevos especimenes de hipogrifo acuático que se habían desarrollado, según corresponsales del profeta, por aquella zona. El vivir en aquella ciudad le había enseñado a ser precavida, agradecida y feliz. Sí, feliz. A pesar de saberlo lejos, y saber que, la amistad que habían entablado aquel día en la cárcel de azkaban había quedado allá, por más que él le escribiese de vez en cuando, interesado por su salud, su vida y por cómo le iba, estando completamente sola en un lugar perdido en el mapa.

Era un exagerado, no estaba perdido en el mapa. Se le encontraba en un rincón, ahora, que el fuese miope era otra cosa. Le había colocado ese mismo pensamiento en una de las cartas, y una lechuza parda y negra había llegado al día siguiente, con una bomba fétida dentro. Una forma muy macabra, hacer volar a aquel animal para que estallase. Luego se dio cuenta de que era irreal, un encantamiento de confusión, y le maldijo por hacerle despotricar en vano. Parecía tonta recordando tales cosas, y lo sabía, pero tenía que distraerse en algo, por lo menos mientras las fotos tomadas hacía tres horas estaban listas para entregar. "Oh! Este es tu talento innato" "qué buena eres con esa cosita muggle!" "¿no puedes trabajar para nosotros?" y demás sandeces le habían dicho por ellas, pero… gozaba plasmando recuerdos. Y si lo gozaba, y podía vivir de ello… ¿por qué no hacerlo?

Flash Back

Una bofetada cruzó su cachete, de largo a largo. Y otra más le hizo sentir que sus mejillas se hinchaban a la velocidad del rayo. Cuando una tercera se avecinaba, la detuvo. Clavó sus uñas en aquella mano que en tantas ocasiones le había hecho daño.

No tienes ya control sobre mí, estoy casada, y haré con mi vida lo que se me plazca. – aseguró, fulminando con el océano revuelto que llevaba por ojos a la mujer que la había traído al mundo. Estaba petrificada, nunca se esperó una reacción de ese tipo.

Tu esposo está muerto, no tienes a donde ir, y no estás acostumbrada a una vida de miseria, así que si quieres conservar tu apellido, tu alcurnia y tu dinero, te aconsejo que me sueltes inmediatamente – amenazó, observando fijamente la garra que tenía en el brazo. Pansy apretó más, logrando que la sangre estallase - ¿Cómo te atre…?

Me iré a Sídney a trabajar en el profeta, quieran o no. Tengo veintiún años y hago lo que se me plazca. Estoy viuda, recién salida de azkaban, y es lo que me merezco, luego de una infancia miserable y una adolescencia…

No te hagas la mártir conmigo, que eres una cizaña tan parida como…

No me compares contigo, y menos con mi padre – aclaró, con el rostro lleno de asco. Torció el brazo de su madre, bajándoselo con fuerza – Ya sabrás. Y no te atrevas a tocarme de nuevo. – Con una última advertencia, subió las escaleras de vidrio hasta su habitación, amplia como el mismísimo gran comedor, y recogió todo lo que sabía necesitaría. Acto seguido, bajó, y allí, frente a la puerta, estaban sus padres. Sonrió con cinismo – Qué lindo se ve. Hasta podría decir que me siento halagada viéndolos darme la despedida de familia. – Su padre hizo la misma mueca que ella, y besó a su madre. Mirándola, le dijo:

No tendrás acceso a nuestro dinero. Tendrás que viajar desde aquí caminando, no puedes pisar más nunca esta casa, y hasta que estemos vivos, puedes olvidarte de nuestro apellido – terminó de besar a su esposa, y se dio media vuelta. Antes de salir de la casa, y tratando de ocultar sus debilidades, le dijo con firmeza:

No me esperaba nada mejor. Ha sido una verdadera pesadilla ser vuestra hija. – Concluyó ella, aún con las mejillas ardiendo. Sin darse cuenta, y molesta consigo misma por ser tan sentimental, había empezado a llorar.

Fin Flash Back

Sí, ese había sido el último momento en el que los había visto. Por lo menos antes de verlos en senda tumba, por la egocentricidad de querer ser enterrados juntos. Ese mismo día había llorado, tanto o más que en mucho tiempo, sin saber muy bien porqué, quizá como advertencia, presentimiento de que esa misma noche serían asesinados por el Lord por no cumplir con una misión asignada: torturar muggles cercanos a su hogar, porque apestaban a s mierda. Quizá se debiera a que, a pesar de todo, ellos la habían criado. De la forma más triste que podía imaginarse, sí, pero la habían criado. Y también había conocido a la mitad de la familia que desconocía. Y había escuchado despotricar a muchos de ellos contra Potter. El Potter. Potter… sí, a ese que no guardaba rencor ni mucho menos. A ese que le había pedido disculpas y agradecido por no meter en azkaban, con Granger a la cabeza.

Con algo de pereza caminó hasta la puerta, cogiendo unas gafas y un suéter de seda que utilizaba más por monería que por cualquier otro motivo. Se apresuró a cerrar la puerta mágicamente y a acercarse hasta la cera más cercana. No tenía muchos amigos que digamos, principalmente por no ir a las millones de fiestas que había a cada segundo. Fiestas a las que era invitada. Y que rechazaba, más que todo por no tener con quién ir. No es que no hubiese tenido relaciones. Sí. Había tenido doce relaciones en esos cuatro años. Ninguna de ellas había durado más de un mes. Quizá porque era muy liberal. Quizá porque nadie tenía lo que ella buscaba. O sencillamente porque ninguno era él. Revisó los bolsillos de la túnica púrpura que llevaba ese día, junto con un vestido casual blanco que le daba hasta las rodillas, y el cabello recogido, y notó que su arma de trabajo se le había quedado. Con un golpe al aire se devolvió, y chocó de bruces con la persona que menos esperaba ver. Venía quejándose. Qué raro. Una mueca de desagrado se hizo en su cara.

¿Parkinson? – preguntó él, con todas las pecas que recordaba que tenía.

Sí, Weasley, Parkinson. Ahora, si me disculpas… - respondió ella, a toda respuesta. Notó que había arqueado las cejas de la sorpresa, pero no se detuvo a preguntarle porqué estaba tan sorprendido.

& p &

Siguió su camino como si nada hubiese ocurrido. Después de todo, tan solo era Parkinson, la molesta slytherin que tanto molestaba a su Herms. El pensarla le dio en el estómago, así que optó por releer lo que le había tocado hacer allí, en un lugar que no aparecía en ningún rincón del puto mapa, y al que lo habían mandado por crueldad, quizá. "Hipogrifos acuáticos". ¿A quién se le ocurría esa aberración? Solamente a ellos, por supuesto. Una mísera foto tomada por un principiante, y ya lo echaban de cabeza, como si fuese poco lo que hacía. Bueno, realmente ellos no lo conocían como inefable… pero de todos modos le hartaba.

Tener que dejar las investigaciones en Rusia de mortífagos renegados que estaban causando verdadero revuelo en Moscú, por ir a escribir sobre caballos con alas e injertos en azul de aletas marinas en vez de alas de águila. Claro, eso es a lo que debería llamarse mala suerte. Si creyese en la suerte, quizá la habría tildado de esa manera.

Con velocidad cruzó la calle, hasta encontrarse en la sucursal del profeta que lo había mandado hasta allí. Maldijo el día en el que lo escogieron como inefable, porque de haberle preguntado qué carrera taparía su verdadera pasión, habría escogido todas, cualquiera, menos periodismo mágico.

Flash Back

Veamos, señor Weasley – dijo McGonagall, con el rostro agotado. Pensó que tal vez lo citaría otro día, pero al invitarlo a sentar esa probabilidad murió. Mucho más cuando un mago de túnica negra, alto, y de aspecto asesina apareció tras la silla de ella. Su expresión de "¿qué?" debió ser tan notoria…

No se preocupe. El señor Wallen está aquí porque asegura que en el departamento de redactores del profeta necesitan un trabajador innato, y que usted, en los últimos dos años, ha mejorado su forma de escribir en una forma notoria. Claro, eso no debió haberse mostrado en mi materia, porque sigue escribiendo pésimo – afirmó ella, aún sin estar muy segura de lo que el hombre parecía afirmarle. Por su parte, Ron estaba confundido.

¿Yo? Pero si a duras penas sé escribir mi nombre… profesora, esto no es para orientarse en lo que será nuestra carrera al salir de Hogwarts?

Así es, Weasley. Y según mi memoria, usted quiere ser auror – inquirió ella, y los ojos de aquel hombre parecieron brillar.

Sí, así es.

Y por lo que tengo anotado, sus notas han mejorado considerablemente, dando lugar a esa pretensión…

Pues… Hermione ha sido de gran ayuda.

Ah! Recuerde a la señorita Granger que…

Minerva, disculpe que la interrumpa de esa forma tan deliberada – la voz del señor era gruesa, potente, y su seguridad al hablar aplastante – pero me gustaría hablar con el señor weasley a solas, y mostrarle que…

Disculpe, pero eso no lo creo posible del todo…

No se preocupe, si quiere puede llevarse mi varita – afincó él, revisando a Ron de arriba abajo. Esta actitud no gustó al pelirrojo, quien optó por cambiar la ruta de su mirada.

Si insiste… - al tener presente la opción de llevarse la varita de aquel hombre, que parecía un matón a sueldo, los puntos de vista de aquella mujer cambiaron ligeramente – aunque aceptaré su oferta de llevarme su varita.

Como guste – respondió él, entregándola con una sonrisa – después de todo, solo haré una oferta al señor Weasley. Una oferta que de seguro ha de interesarle y ha de aceptar.

No lo creo… - susurró ella más para sí misma que para los otros dos presentes. Ron la oyó y frunció el ceño. "Está bien, no soy la madre escribiendo… pero tampoco es que no sé nada de nada… hermione hace mucho ahínco antes de que entregue mis redacciones… antes de b y p va m de morsa, eso me dice…" – ¿entraré en cinco minutos, es eso suficiente para usted? – preguntó al hombre, quien asintió. Acto seguido, Minerva salió, cerrando la puerta con mucho silencio.

Aja… ahora explíqueme cómo es eso de que sé escribir, o redactar, o como usted quiera, porque no me como ese cuento. Tiene pinta de asesino en serie, no de sencillo redactor del profeta, y con esa pinta no creo que sea su director – Ron fue al grano. No le gustaba para nada que lo estuviesen revisando, menos de una forma tan cínica como aquella.

La explicación acabas de dártela tu mismo, con esa frase – inquirió él, sonriendo.

¿Qué? No sé quién sea usted, pero sea quien sea, puedo asegurarle que se equivocó de persona. Si anda buscando mortífagos, en Slytherin hay un par de candidatos que podrían sentarle de maravilla…

Qué al punto que vas muchacho… pero tus flechas son erradas. No he venido aquí en búsqueda de nada de eso. He venido aquí porque el cuerpo de Inefables del ministerio ha decidido que tú serías una excelente adquisición dentro de nosotros – Eso sonó tan repugnante que a Ron le dieron ganas de vomitar

Yo no quiero estar dentro del cuerpo de nadie, y no tengo la más remota idea de lo que hace un inefable – dijo él por toda respuesta – Y si me disculpa… tengo que afirmar a McGonagall que quiero ser auror.

Solo necesito que me digas que te interesa el puesto, y es todo tuyo. Si hemos pensado en ti es porque eres un excelente estratega, más allá de un aguerrido luchador como lo son Potter y Granger. Ellos dos tienen diferentes virtudes, y por desgracia, en ninguno de ellos está tan presente la estratagema como en ti. Como comprenderás, tus ideas serían claves para el desarrollo de planes que ayudarían a…

Momento, momento, momento. Yo soy bueno jugando ajedrez, planeando ataques contra los otros grupos de quidditch, pero de allí no paso. Así que no venga a maquillarme cosas que…

No seas tan desconfiado weasley. Piénsatelo. Por cierto… necesito que me digas si te interesa o no, porque, como comprenderás, de no ser así tendré que borrarte la memoria.

¿Se ha vuelto loco? – Ron sacó la varita, apuntándole, y el hombre se echó a reír.

No es necesaria mi varita para asesinarte aquí mismo – con un chasquido de dedos uno de los adornos de plata de McGonagall fue a parar a sus manos, luego, sin pasar mucho tiempo, ésta dio un pequeño estallido, convirtiéndose en polvo. Ron dejó caer su mandíbula – si quieres aprender a trabajar tu magia sin la varita, llámanos. Ah! Otra cosa. Dile a tu profesora que te interesa ser redactor del profeta, porque esa será tu coartada durante los entrenamientos y los primeros cinco años de tu carrera – Sin decir más, desapareció. Ron hubiese aceptado gustoso un batazo, que le trajese a la realidad, pero lo que recibió fue un portazo por parte de la subdirectora, quien entró a su despacho violentamente.

¡Weasley! ¿estás bien? – preguntó, mirando a todos lados – ¡ese hombre! Su varita ha desaparecido de mis manos… ¿dónde está? – Ron se alzó de hombros, y miró a la profesora - ¿qué le dijo?

Que les interesaba contratarme como periodista, o algo así – contestó. Lo asumía, el gusanillo de la curiosidad había hecho meollo en él.

Fin Flash Back

Ron… vamos hombre quita esa cara. Lo que tenemos que finiquitar es el asesinato de la familia de los Mazzini, eso es todo – especificaba un prototipo de hombre físicamente perfecto a su compañero. Él, chasqueando la lengua, le dio la espalda, luego de soltarle sus respectivas malas palabras – Joder… solo te lo digo para que dejes el amargue que traes.

Eso no es de tu incumbencia, Robert. No estoy de ánimos como para tu "todo es perfecto, viva la vida el alcohol y las mujeres", por lo menos no hoy – le soltó, lanzando unos papeles en su escritorio. Casi tumba un vaso de capuchino caliente, pero se fijó justo a tiempo, y lo levantó con la varita – con los mil demonios… le he dicho a Rita que…

No la pagues con la pobre mujer, que mucho hace con aguantar a un tipo como tu – le detuvo aquel hombre castaño de cabello oscuro rulo y ojos grises. Se llevó una buena asesinada visual – Ya, ya, ya! Qué te trae de tan buen humor…

Que resulta que tengo que acompañar a yo no sé quien a ver hipogrifos del color del mismísimo diablo a quién sabe qué parido lugar del mundo. – le soltó, y abrió su agenda. Biblioteca. Muchas preguntas. Cambio de apariencia. Una lucha. Biblioteca. Su casa. Genial. Tenía que recorrer la mitad del jodido Sídney en un día. ¿Algo mejor? ¡Ah! Tenía que sacar un tiempo para avisar a su hermana menor que estaba bien.

Cuando se te pase la arrechera que cargas, hablamos, que no estoy para soportar tus idioteces – le reprochó el joven, y salió, dando un portazo.

¡La bomba! Que mi jefe directo se moleste conmigo… tripón que no merece estar en ese puesto, a decir verdad – Abrió de un tirón la tapa, y se dispuso a revisar con parsimonia todo lo que tenía que hacer, después de todo, solo eran las ocho de la mañana, le quedaba media hora antes de ir a pescar criaturas marinas mutadas. A los cinco minutos el café que había salvado estalló, sacándole una maldición de los labios.

Intentando calmarse, y por demás con mucha flojera, se dispuso a cambiar la cara de "qué me ves" a la cara de "wow qué interesante me parecen estos animales, vaya a usted a saber cómo se llaman", y a conducir, nuevamente, hasta el lugar en el que se había conseguido con aquella serpiente. Sí, no podía negarlo, le había impactado. Empezando por no tener el uniforme con el que la había visto durante siete años, y a Draco Malfoy delante de ella. Luego de andar desde la oficina, saludar al vendedor del profeta de la esquina y llegar hasta su auto clásico, de color negro, se detuvo. Pensó. Pensó en que estaba realmente distinta. No tenía ese aire de arrogancia que tanto detestaba, y ya no era una niña que solo patalea al no tener algo. O por lo menos, esa fue la impresión que tuvo. Sabía que estaba tomando conclusiones a la ligera, y que quizá seguía siendo la misma persona insoportable, pero… siempre hacía lo mismo. Llegar a una conclusión antes de saber exactamente qué pasaba, y era algo que, en muchas ocasiones, le había ayudado en su profesión.

& p &

Bueno, ya está. Si alguien lee esto, por fis, comente, tire tomates, déjeme un vociferador, o lo que quiera ;), que será bien recibido!