A ese punto, Yūri sentía que la cabeza le daba vueltas y un pequeño dolor se había acentuado encima de sus cejas.

El suave ronroneo del motor del avión era tan sólo un sonido lejano, mientras que dentro la poca tripulación se mantenía totalmente en silencio. Pero absorbo de su entorno el joven japonés se encontraba con el ruido de sus pensamientos, sintiendo que ya eran hasta molestos.

¡Y es que no podía evitarlo!

Esa mañana se había despertando pensando que lo más relevante que acontecería en su día sería escuchar a Phichit hablar sobre las aventuras de sus hamster durante la hora de historia. En teoría, era un viernes normal, inclusive había comenzado teniendo clases y estaba regresando temprano a su casa.

Pensó que su padre aún estaría en el trabajo, pero cuando ingresó al modesto departamento su mundo cambió.

En el living había personas totalmente desconocidas para él. Un joven asiático y otro occidental, ambos sentados ante su padre. Apenas pudo ver su rostro su corazón se llenó de preocupación. Las alertas se encendieron en su cabeza, pero no pudo moverse.

—Yūri… Ven, tenemos que hablar.—

Esas habían sido sus palabras. El tono de voz que había ocupado marcaba una tristeza palpable, al punto que Yūri sintió su pecho oprimirse Pensó en retroceder, en escapar de lo que fuera que estaba por acontecer, pero no lo hizo. Avanzó lentamente hasta sentarse al lado de su padre.

Fue allí recién que sus ojos se encontraron con los del asiático que antes había notado. Era una mirada pequeña pero llena de intensidad. Aún así, lo que más había capturado su atención era la marca que se notaba en su cuello. Una profunda cicatriz que marcaba la piel trigueña del sujeto, formando una perfecta y dolorosa cruz.

Desde ese punto había sido como sumergirse en un sueño en donde su vida se desmoronaba como un castillo de naipes.

Todo había sido una mentira.

—Yūri, ¿No puedes dormir?—

El suave llamado lo sobresaltó un poco. Había estado con la mirada perdida por la ventanilla, sumergido en sus cavidades al punto que no lo había escuchado llegar.

Se giró, viendo como aquel muchacho de mirada intensa le sonreía con cierta pena.

—Lo siento… ¿Te asusté?— preguntó de nuevo él, tomando asiento a su par.

Por unos segundos Yūri se sintió indeciso. Sus ojos chocolate transmitía aquella inseguridad observándolo a través de sus lentes, pero el mayor no parecía haberse inmutado. Se mantenía con aquel cálido gesto sobre sus labios.

Tal vez todo aún fuera muy reciente, pero en cierta forma confiaba en él, a final de cuentas había decidido seguirlo. Por lo que optó hablar con sinceridad.

—Está bien, Yuzuru, tan sólo… Estaba pensando.— le confesó, animándose a dirigirle una sonrisa llena de vergüenza.

El otro muchacho soltó un suave "oh" entre sus pequeños labios. Se acomodó con la espalda contra el asiento, ladeando apenas su cabeza en su dirección. Parecía estar considerando las palabras que Yūri acababa de decir, y eso lo hizo apenarse aún más. Pero cuando estuvo a punto de retractarse la voz del otro hombre lo interrumpió.

—Sé que esto es muy complicado de digerir. Para mi lo fue… Pero quiero que sepas que si tienes alguna duda estoy aquí para ayudarte, ¿está bien? Tal vez es pedir mucho, pero quiero que confíes en mí. No voy a decepcionarte.—

Yuzuru poseía una forma única de hablar. Su voz marcaba cada palabra con tranquilidad y le transmitía esa misma sensación al menor. Yūri inevitablemente lo sintió sincero, calmando un poco la ansiedad que había empezado a desarrollarse en su pecho. Le sonrió en respuesta, moviendo su cabeza un par de veces en asentimiento.

—Sé que tienes dudas, así que puedes preguntarme ahora.— le informó, capturando la atención de Katsuki.

Yūri analizó brevemente el rostro de Yuzuru. Su nariz era muy pequeña, sus labios mantenían una particular curva a pesar de ser pequeños y sus ojos eran más rasgados que los suyos. ¿Qué podían tener en común? Dudaba que algo, pero si el mayor le había dicho la verdad en Detroit deseaba saberla por completo.

—¿Por qué…?— fue la primera frase que escapó, siendo dos palabras que englobaban muchos sentimientos. —¿Por qué me buscaste ahora? ¿Por qué viví todos estos años en Detroit pensando que estaba solo?... ¿Qué pasó con nuestros padres?—

Hasta ese momento Yūri intuía que la realidad iba a ser dura, pero no podía evitarlo por mucho tiempo. Había vivido hasta sus diecisiete años pensando que había sido abandonado y no tenía a nadie más en el mundo, hasta que había aparecido Yuzuru. Había aceptado acompañarlo. Pero necesitaba palpar la realidad que se le había sido negada.

Supo que aunque no fuera un tema agradable su hermano mayor había comprendido y le dio unos breves segundos para que le respondiera.

—Eras muy pequeño en ese momento, seguramente por eso no recuerdas… Pero lamentablemente yo sí.— empezó y su tono de voz fue bajando, corriendo sus ojos del perfil del menor. — Éramos una familia feliz, Yūri. Nos criamos en forma tradicional y pertenecimos a una dinastía muy importante. Los Katsuki han tenido un importante legado a través de los años.— aunque hablaba del pasado el tono que empañaba cada una de las palabras del muchacho era de orgullo y cariño.

Se tomó una breve pausa, volviendo a dirigir sus ojos oscuros a los chocolates de Yūri.

—Fue hace doce años, en una noche de invierno. Había nevado y madre nos había hecho acostar temprano. Pasada la medianoche nos atacaron… ¿Los motivos? Aún hay varias teorías, algunas que tal vez te suenen a una película de ficción.— el muchacho se detuvo una vez más y se relamió los labios, intentando encontrar las palabras para expresarse. –Creí que habías muerto, al igual que nuestros padres y nuestro hermano mayor. Por muchos años… Pensé que en ese ataque, había perdido a toda mi familia…—

La idea había presionado fuertemente la garganta de Yūri, casi cortándole la respiración.

Él había vivido cómodamente con su padre adoptivo en Detroit. Por sus ojos rasgados sabía que era imposible ser el hijo biológico de Celestino, pero jamás había indagado, jamás se atrevió a preguntar. Su vida había sido amena, como cualquier otro estudiante. Pero ahora se imaginaba a un pequeño Yuzuru (¿Cuántos años habría tenido en ese momento? ¿Diez?) Afrontando la muerte de todos sus seres queridos.

Se sintió egoísta y en forma automática su mano se dirigió a tomar la de Yuzuru. Este se sorprendió ligeramente por el gesto, pero no lo rechazó, aceptó aquella caricia mientras intentaba sonreír.

—Creí que estaba solo… Al cumplir la mayoría de edad pude recuperar las acciones financieras de nuestra familia. Retomé el rumbo de nuestras empresas y hace una semana me enteré que estabas con vida.— aquello le había hecho ilusión y en reflejo a esos sentimientos sus dedos se presionaron un poco más con los de él. —Tuve que asegurarme que estuvieras bien, investigué y pensé que si habías vivido bien hasta hoy mi presencia tan sólo lo arruinaría todo…—

Yūri se sorprendió de inmediato, negando apenas con su cabeza, pero su hermano siguió hablando.

—Pero… Esa misma gente que una vez me quitó todo aún no desapareció. Y si yo podía encontrarte ellos también lo harían.— Yuzuru mostraba miedo y en la forma en que sostenía su mano notó claramente ese temor. –Sé que no soy la persona más fuerte de todas, pero…Quiero protegerte, Yūri.—

Era cierto que no recordaba nada, ni siquiera el rostro de su madre. Pero la forma en que los ojos de Yuzuru lo miraban y sus dedos se aferraban a él le hacían imposible el dudar de su palabra. El mayor era sincero.

Yūri asintió, sintiendo como el corazón golpeaba fuertemente contra su pecho.

—Desde hoy no estás solo… ¿Si? No tendrás toda la responsabilidad sobre tus hombros, yo cuidaré de ti también, Yuzuru…— no sabía de donde había sacado la determinación para expresar aquellas palabras, pero estaba seguro en lo que estaba diciendo.

Los pequeños ojos del mayor de los hermanos se llenaron de lágrimas. Estas no fueron derramadas, pero sí tembló la suave unión que mantenían.

—Seremos los hermanos Katsuki contra el mundo, ¿No suena eso bien?— preguntó Yuzuru sonriendo divertido, arrugando su pequeña nariz en ese gesto.

Yūri le correspondió la sonrisa, asintiendo con su cabeza antes de extender su mano a limpiar una lágrima rebelde que había caído por la mejilla ajena.

—No estás más solo…—

El mayor tuvo que respirar profundamente porque esas palabras significaban mucho para él. Se dio un momento en esa posición tan sólo para romperlo cuando sacó de su chaqueta una pequeña fotografía. Con cuidado se la extendió a Yūri.

—Es… El único recuerdo que tengo de ellos.—

Los ojos de Yūri se abrieron grandes y con urgencia miró aquel pedazo de papel. Tembló su mano cuando la extendió, sintiendo un hueco en su estómago.

Los bordes estaban quemados y se notaba la antigüedad del retrato. Pero aunque fuera un objeto viejo y las manchas del tiempo hubieran comido sus tonalidades, aún se podía apreciar la belleza de la imagen.

Se veía un jardín cubierto de nieve y una familia sonriendo en el centro. Una mujer de blanca piel y gesto elegante portaba un kimono tradicional, su delicada figura abrazaba a un niño pequeño que dormía contra su pecho. Yūri se reconoció allí, refugiado en su seno. Al lado izquierdo estaba un hombre, este tenía una sonrisa amplia que achicaba sus ojos y arrugaba su nariz, una mueca muy similar a la que había visto a su hermano. Ese era sin duda el padre de ambos, quien sostenía de una mano a un pequeño Yuzuru y en la otra, a quien había sido el mayor de los primogénitos Katsuki.

Era la postal de una familia perfecta que había sido consumida por las llamas.

Todo eso le había sido arrebatado sin darle siquiera el beneficio de recordarlos. Pequeños murmullos vinieron a su mente, pero no eran más que frases fantasmas.

De repente sus ojos se habían empapado y las lágrimas caían pesadamente por sus mejillas. Un sollozo se escapó de sus labios y Yuzuru lo había abrazado reconfortándolo contra su pecho.

Si no podía recordar, ¿por qué dolía tanto?

Rise As God

El vuelo seguía su rumbo mientras que dentro del avión predominaba el silencio. Ninguno de sus ocupantes tenía palabras que expresar y Yūri había caído rendido al sueño luego llorar durante varios minutos. Yuzuru lo tenía resguardado entre sus brazos, como si fuera tan sólo un niño pequeño. Porque aunque recién se reencontraban compartían el mismo dolor y un lazo que ninguno sabía explicar.

Durante todo ese tiempo, el acompañante del mayor de los Katsuki se había mantenido al margen. Pero cuando notó que la situación había apaciguado se incorporó de su asiento para caminar en dirección a ellos.

Yuzuru notó su presencia cuando pasó a su lado, sentándose en el lugar libre del otro lado del pasillo. Se miraron en silencio hasta que el nipón formó una pequeña sonrisa.

—Son diferentes físicamente, pero hay algo que los hace muy parecidos.— las palabras del joven occidental fueron expresadas en un torpe japonés.

—Eso que dices no tiene mucho sentido Javi…— por primera vez la voz de Yuzuru salía con un toque de gracia, emitiendo una pequeña risa.

—¡Pero es cierto! Es más pequeño que tú… Y tienen facciones algo distintas. Pero poseen el mismo impacto de aura.— intentó excusarse el español de inmediato, cruzándose de brazos.

—Puede ser~— respondió el otro con un suave tono cantado.

Aunque expresara su duda en palabras, Yuzuru pensaba de la misma forma que Javier. Por ello se giró a observar cómo el más pequeño dormía con los labios entreabiertos y su mano aferrada a la camisa que él portaba. Lo apreció durante algunos segundos, para luego deslizar sus dedos por las hebras azabaches.

—Tiene los ojos grandes como nuestro padre… aunque la blancura de piel de nuestra madre. Yo no soy tan blanco— bromeó al final, entrecerrando su mirada con cariño.

—¡Eso es un detalle!— respondió el otro de inmediato, llevando una de sus manos a tocar la punta de la nariz de Yuzuru. –Me pregunto si él también arrugara esto cuando ríe, o si sus ojos se harán como dos líneas cuando está faliz.—

El japonés sintió aquel gesto con vergüenza a medida que su rostro enrojecía torpemente.

—¡Javi…!— soltó su nombre con un reproche, mirándolo de reojo. –Yo no hago tal cosa…—

El mayor expresó una mueca divertida, sonriendo de tal forma que sus dientes eran visibles. Le gustaba alterar de esa forma a su compañero.

—Yah, no grites o lo despertarás.— le advirtió, aunque tan sólo buscaba impedir que le refutara. —¿Están notificados en Estados Unidos que estamos yendo?—

Yuzuru Katsuki odiaba que le evadieran el tema, sin embargo, lo que mencionaba ahora Javier era de importancia. Asintió con su cabeza recuperando su postura, aunque una de sus manos quedó apoyada sobre la espalda de su hermano.

—Lo están, Leroy me confirmó que está todo en orden para nuestra llegada. Aunque ya sabes, me cuestionó el por qué decidimos ir allí antes que a Japón.— soltó esa última frase con disgusto.

Javier sonrió divertido, porque en ese momento Yuzuru arrugaba su nariz.

—Creo que él es el único que se atreve a cuestionarte de esa forma, oh gran Ceo Katsuki.— le respondió torciendo una sonrisa y ocupando un tono lleno de jocosidad.

—Lo es. Aunque no lo hace por irreverencia, sino por curiosidad en las decisiones.— emitió un pequeño suspiro al final. —Aún así debo admitir cumple perfectamente con su papel.—

Javier se acomodó en su asiento, apoyando la espalda pero sin dejar de mirarlo. —Tienes un grupo bastante particular, Yuzu…—

—Créeme que lo sé. Empezando por ese tal Javier Fernández.— le respondió en forma desafiante, logrando que su compañero soltara una risa divertida.

—Oye, estás abusando de tu felicidad.—

Yuzuru optó por responderle con una sonrisa amplia, esa que achicaba aún más sus ojos pequeños y que Javier había mencionado.

Sin embargo la charla se vio interrumpida por el altavoz, anunciando que en unos minutos más comenzaría el descenso. La tripulación a cargo empezó a prepararse y Javier regresó a su asiento inicial.

Mientras que a tan sólo unos kilómetros de ellos dos hombres controlaban el procedimiento de aterrizaje. Uno era un canadiense de gran estatura que se mantenía hablando por un intercomunicador. A su lado, una figura elegante con un alargado tapado negro observaba al cielo oscuro.

—Comienza el aterrizaje. Cambio y fuera.—

Jean Jacques Leroy cortó la comunicación sin perder la sonrisa que se mantenía en sus labios. Desde su posición, estaba observando todo a través de unos lentes oscuros que ocultaban sus vivaces ojos verdes.

—La primera fase fue completada. Katsuki debe de estar frenético.— comentó, ladeando apenas su cabeza para observar a su compañero.

El ruso a su lado hizo una mueca divertida, llevando a despejar sus ojos color tormenta al sacarse los lentes negros.

—Yuzuru mayormente es una fuente de energía. Espero que su hermano sea parecido. Nos serviría de ayuda ahora.— la respuesta fue brindada mientras el ruido intenso de las turbinas cortaba el ambiente, haciendo que el viento se revolviera y azotara la ropa de ambos hombres.

—Ahora lo descubriremos…—

La respuesta del canadiense no fue escuchada por el otro, pero eso era un detalle menor. En unos minutos el aterrizaje había culminado en forma exitosa, siendo asistido por el staff del aeropuerto que colocó la escalera al borde de la puerta.

Ambos hombres estaban al pendiente del deceso de los pasajeros, siendo el primero en salir Javier. El español les sonrió de inmediato, con una forma jovial mientras sacudía su mano en el aire.

—JJ, Viktor, diría que me sorprende verlos aquí, pero en realidad sería una mentira.— comentó riendo, acercándose hasta ellos hasta estrechar sus manos en forma amistosa.

—Ya se habían tardado.— contestó Jean Jacques luego de haber golpeado brevemente su hombro.

Pero antes de que pudieran desarrollar cualquier conversación, la atención fue capturada por los hermanos que habían salido y bajaban por los escalones.

Yuzuru se había negado a soltar a su única familia, entrelazando sus dedos para guiarlo. Por su lado, Yūri no se había negado y en cierta forma defensiva se mantenía a la par del mayor, como si así pudiera enfrentar a los desconocidos que ahora lo analizaban.

El muchacho de cabello negro y sonrisa extrovertida lo recorrió con su mirada sin disimulo alguna, emitiendo un pequeño silbido al finalizar. Un gesto que hizo que las mejillas pálidas del japonés se tiñeran de rojizo. Pero a diferencia de él, Viktor le había dirigido sus ojos a él apenas unos breves segundos, antes de enfocarse por completo en el mayor de los Katsuki haciendo una breve referencia.

—Bienvenido, está todo lo que ordenaste.— le anunció Viktor una vez se hubiera encontrado directamente con sus ojos oscuros. –Hay dos automóviles esperando afuera.— movió su cabeza en un pequeño movimiento para luego volver a deslizar sus lentes de sol a tapar las orbes claras. –Pero hay algunos detalles que requieren tu especial atención.—

Yūri no sabía su nombre, pero el inglés que manejaba aquel hombre de cabello blanco lo delató como ruso. Su apariencia elegante, casi como el de un artista le afirmaba esa sospecha. Mientras que el hombre que estaba atrás y poseía una gran sonreía parecía ser de América, aunque sin precisar bien el sitio.

Pero lo que más había capturado su atención no era la apariencia de estas dos personas, sino la cicatriz que portaban en su cuello. La misma que poseía su hermano.

Por otro lado, Yuzuru había asentido a lo que Nikiforov le había dicho, girándose para dirigirise a Javier.

—Te confió a Yūri, Javi. Vayan ustedes con Leroy—san en el segundo automóvil. Yo iré en el primero para reforzar el frente.—

El español no cuestionó las indicaciones, es más, a los ojos inexpertos de Yūri, consideró que en realidad nadie le cuestionaba nada. Ni "peros", ni objeciones, parecía que todos estaban siempre de acuerdo con lo que él ordenaba. A pesar de que Yuzuru era el más joven (o eso parecía) de los de allí presente, era el líder.

—Ven por aquí, muñeco.— el sujeto extrovertido lo llamó, consiguiendo que Yūri volteara a él. –Nos esperan.— finalizó aquella frase con un pequeño guiño de su ojo luego de sacarse los lentes de sol.

Javier le había palmeado suavemente el hombro, indicándole que lo siguiera y así lo hizo. Pero antes de girarse por completo dirigió una última mirada a su hermano, pero este se encontraba concentrado hablando en otro idioma con el hombre de cabello platinado.

Sin poder evitarlo la preocupación se instaló en su pecho, pero no sabía si le correspondía él cuestionar. Por ello, cuando subió al vehículo que los dos occidentales le habían indicado arrugó apenas su ceño.

—¿Sucede algo, pequeño?— Javier había sido directo y había notado de inmediato su cambio de humor, haciendo enrojecer al japonés.

—Si, tan sólo… ¿Está todo bien con esa persona…?— supuso que en ese punto no valía fingir, así que estableció sus preocupaciones en voz alta.

—¿Con Yuzuru y Viktor?— cuestionó el español, sorprendido apenas antes de recuperar su sonrisa. –Claro que sí. No te preocupes… Él es Viktor Nikiforov, es de las personas de mayor confianza de tu hermano.—

Leroy miró a través del retrovisor, dirigiéndole una sonrisa que marcaba sus dientes blanquecinos.

—No debes preocuparte, mini Yuzu.— le dijo volviendo su mirada al frente para indicarle al conductor que arrancara. –Tu hermano puede parecer una persona frágil, pero él solo podría derribarnos a todos nosotros. Además, aquí no estamos para atacarlos, sino protegerlos.—

Aunque parecía siempre hablar con un ligero tono de burla, en ese instante sus palabras se tiñeron de sinceridad. Eso lo hizo sonreír.

—Yūri… Así me llamo.— le dijo mientras lo miraba apenas.

—¡Un gusto! Soy Jean Jacques Leroy, al servicio de los Katsuki.—

Yūri se repitió su nombre mentalmente para memorizarlo, pero el hombre parecía ser de gran habla y luego de aquella frase de cortesía había empezado a soltar palabra tras otra. Todo manejado con un inglés que lo hizo descartar como estadounidense, pero que era suficientemente entendible para que el japonés pudiera comprenderle.

Desde ese punto la charla había sido más amena, entre pequeñas preguntas sobre su vida en Detroit y él aprendiendo un poco sobre los amigos de Yuzuru. Si bien Yūri llevaba poco tiempo conociendo a su hermano (¿se podía decir que lo conocía?) sabía que podía confiar en las personas que este mantenía a su alrededor.

Mientras que en el otro vehículo, el ambiente que se producía era muy diferente. El tan mencionado mayor de los Katsuki estaba revisando unos archivos en su tableta electrónica, moviendo su dedo cada tanto en la pantalla. El ruso se mantenía a su lado, mirándolo de reojo mientras que la charla era constante.

—Hemos perdido el ala sur de Tailandia, por lo que pensábamos hacer expedición hacia allí la segunda semana del mes que viene.— mencionó Nikiforov, volteando la hoja que leía.

—Ya veo. ¿Hubo alguna novedad de las bases japonesas?—

El hombre de elegante porte se cruzó de piernas, apoyando uno de sus dedos sobre sus pequeños labios. Un gesto que acostumbraba a hacer.

—Lamentablemente lo hay. Han atacado una de las fortalezas de Osaka. Pero no han logrado penetrar el segundo campo, se han retirado antes de una batalla más frontal.— sus ojos amatistas se volvieron hacía el menor, mostrando seriedad en todo momento.

Yuzuru Katsuki arrugó sus labios a esa respuesta, inconforme pero sin mencionar palabra alguna. Se tomó unos segundos para teclear sobre la pantalla táctil antes de volver a observar al otro hombre.

—No van a retroceder.— dijo en forma lenta, cauteloso.

—Exacto, no lo hacen. Por lo que estipulamos que se dieron cuenta de tu ausencia. Los rumores del nuevo Katsuki está recorriendo los subsuelos.—

El japonés soltó un bufido entre sus labios y arrugó el puente de su nariz. Viktor sabía que estaba desconforme con la situación, sin embargo no pudo evitar sonreír, aquella mueca lo hacía ver más adorable que amenazante.

Yuzuru estaba consumido por sus pensamientos al punto que no notó el gesto del otro, tan sólo tomó su teléfono móvil presionando un botón.

Esperó dos pitidos antes de ser atendido. —Soy yo.— mencionó con aquel tono autoritario que promulgaba en su lengua natal. —Aumenten la seguridad de la residencia cuarenta y cinco al nivel siete…—

Viktor hizo un pequeño silbido entre sus labios para después acentuar su sonrisa al escucharlo. Los ojos del nipón no se voltearon a verlo aunque fue consciente de su gesto.

—Las cosas van a ponerse emocionantes.—

CONTINUARÁ…