Nota: Fullmetal Alchemist no me pertenece a mi. Pero ya lo saben :)
Número Uno
Apenas dos años después de unirse con su coronel, la teniente Riza Hawkeye esperaba frente al pelotón de fusilamiento de algún caserío sin importancia de Creta. Mientras pensaba en su vida con todo lo que había hecho y las personas que le eran más importantes, se dio cuenta por fin del momento preciso en que se enamoró de Roy Mustang. Hasta ese momento no sabía nada de su propio afecto profundo, puesto que siempre tenía algún deber que le llamaba la atención, pero al ver las bocas de doce rifles dirigidos hacia ella sólo podía pensar, y ya no logró negarlo.
Todavía le quedaban algunos minutos y por eso se cerró los ojos y regresó a otra aldea pequeñita e insignificante. Esta era tranquila y rodeada por sembradíos de maíz y otros productos que después de la cosecha se vendían en el mercado de otro pueblo cercano y un poco más grande. En esa época, su padre quedaba ausente pero ya no vivo y se preparaba para irse el aprendiz joven que le traía a ella la primera amabilidad desde que se murió su madre muchos años antes.
A ella le gustaba perderse en los sueños y ojos oscuros del guapo y todavía atada al poste frente al pelotón acabó de darse cuenta de que esas dos semanas con Roy eran las más felices de su juventud. Eran unos catorce días llenos de tardes soleados que dirigían a madrugadas de besos y acaricias tímidos en las que tomaban cerveza y contaban todos sus pensamientos y esperanzas.
Sin embargo, no se necesita la quincena entera para enamorarse de alguien y Riza Hawkeye creía que el momento en cuestión le pasó justamente dos noches antes que Roy salió. Estaban en el estudio con vasos de vino, un fuego que ardía junto con los deseos y un gramófono que tocaba música de violín cuando Roy le pidió bailar. Él tenía los ojos profundos clavados en los de ella y le colocó la mano en la cintura para acercarse.
El corazón palpitaba y el cuerpo calentaba y en ese momento decidió que siempre le seguiría a Roy incluso al infierno. No entendía que era el amor lo que la alumbraba y que le hacía olvidar por completo del padre cruel en la casa que le era cárcel antes de la llegada de Roy. No había música ni llamas ni tatuajes grotescos y hermosos a la vez. Sólo había ese hombre de ojos de color obsidiana con las manos cariñosas en la cinturita.
De repente le llamó un grito a la realidad y oyó que doce soldados prepararon los rifles para arrancarla del mundo. Con los ojos bien abiertos supo que tenía que escapar más que nunca porque si ella no podría vivir sin Roy, él tampoco sería capaz de seguir vivo sin ella. Como un milagro, apareció una muralla de llamas entre Riza y los enemigos y escuchó los disparos protectores del grupo Mustang.
Alguien detrás de ella le soltó las manos y se oyó una voz bien conocida: ¿Me echaste de menos, teniente?
Sin respuesta verbal, lo agarró de la chaqueta y lo besó sin pensar más: ya había reflexionado mucho. Los brazos del hombre la abrazaban y los dos se sumergieron tanto que Roy se distrajo y se desvaneció la gran llama. Mientras se escapaban al canto de tiros Riza consideró que todo se había transformado y el hecho le hizo sonreír.
Nota: ¡Hola! Lo anterior es una idea que me ocurrió que no me dejó en paz. Debo avisarles que el español no es mi lengua nativa y que la mayoría de mis trabajos en español son académicos. Sólo les pido que lo tengan en cuenta si comentan. ¡Gracias!
