¿Y mis tacones?
Sinopsis:
Rin Preston tiene en mente una sola cosa al llegar a la ciudad, y esa es que debe conseguir un buen departamento, un trabajo cómodo y terminar la carrera. No se imagina el lío en que un amor puede meterla, y más cuando tiene que cambiar sus tacones por zapatos cerrados y sus vestidos por pantalones.
Sesshomaru jamás había tenido problemas para coquetear y llevarse a la cama a una mujer. Sus conquistas siempre han sido mujeres bellísimas capaces de detener el tráfico en la ciudad. Pero la llegada del nuevo chico al departamento, le pondrá los pelos de punta, y es que Sesshomaru jamás se había sentido atraído por un hombre, hasta ese momento.
Disclaimer: Los personajes de Inuyasha no me pertenecen, son de la magnífica Rumiko Takahashi. Yo los ocupo sin fines lucrativos y con el único propósito de entretener.
Capítulo Uno
Ciudad de México.
Rin Preston miró horrorizada la habitación sencilla y con escaza iluminación en la que se encontraba. Tenía una sola puerta y una sola ventana, lo que era significado de "huye de aquí" y no es que Rin fuese una persona dada al escándalo y a la paranoia con cualquier cosa, no, Dios la amparara de ser como las cabezas huecas que conocía de clase. El problema era que Rin odiaba el encierro, era para su desgracia y la de los demás claustrofóbica.
El departamento frente a ella, era el peor de los encierros que podía imaginar. Bueno, no el peor, si contaba con la habitación para chicas en la residencia de la universidad.
Se giró frustrada a enfrentar a la casera.
—¿Es lo mejor que tiene?
—Por mil pesos, sí.
—Le juro que, sin el afán de ofender, esto es una porquería.
La mujer elevó la ceja indignada, aunque no descompuso su rostro severo y miró el cuarto. Rin le daría una bofetada si decía lo contrario.
—Como dije, por trescientos pesos sí, es lo que hay. No puedo darte más.
—¿No hay manera de conseguir algo mejorcito?
La mujer negó.
Rin tenía dos opciones, aceptar aquel mugroso departamento y tratar de ponerlo decente y presentable, o volver a la universidad y aceptar a su compañera de habitación que escuchaba aquella música horrible y estridente. Rin no tenía nada en contra del rock metálico, ni nada parecido. El problema era que su compañera de cuarto se creía una gótica que podía mantener la habitación cerrada, las camas vestidas de negro y en resumen, todo para desarrollar su claustrofobia.
Suspiró a punto de echarse a llorar.
—Creo que seguiré buscando.
Rin levantó su maleta del suelo y con los pies más pesados que el plomo, abandonó la habitación y el edificio.
No podía ser la vida tan injusta, ella sólo quería un compañero de cuarto normal, que no le gustase la oscuridad ni el encierro y que fuera amable. ¿Era mucho pedir? Pues al parecer lo era.
Cinco minutos después estaba frente a la habitación de su compañera de cuarto. El ruido de la música del otro lado le enervó los nervios, pero se obligó a permanecer de pie en la puerta. Entonces, la puerta se abrió y el infierno de Rin comenzó.
La habitación estaba como lo esperaba. Echa un lío, oscura y cerrada. Rin solo pudo pensar en los ácaros de la cama, en las manos que le empezaban a sudar y la apoplejía que le iba a dar en cualquier momento.
Así que esa noche, como era de esperarse, no durmió.
—Vaya, pero si tienes mala cara —Rin levantó la mirada del periódico que estaba leyendo. Se había levantado muy temprano para huir de la habitación y además no había dormido bien. Sentía que la cabeza le daba vueltas y que todo era un completo complot contra ella. Ahora el chico guapo de ojos ámbares y coquetos, que atendía la cafetería, le decía que se veía mal. No era necesario que se lo dijeran y menos un hombre. Lo sabía a la perfección, puesto que los ojos le ardían y su ritmo cardiaco estaba alterado por los nervios.
—¿Todos los hombres son así de honestos? —el chico sonrió mientras dejaba la taza de café, que había pedido, sobre la mesa.
—Quiero creer que soy único —Rin sonrió y él se encogió de hombros—. Es la primera vez que te veo por aquí, supongo que eres nueva.
—Supones bien, apenas ayer llegué a la ciudad y me estoy acostumbrando al bullicio y a la gente extraña.
—Genial, aquí puedes encontrar un refugio cuando quieras. Los chilangos no somos tan malos como nos pintan, algunos somos buenas personas —dijo señalándose.
—Gracias.
—Lo digo en serio. No soy el mejor conversador, pero creo que te puedo hacer reír —ella sonrió—, ¿lo ves?
—¿Cuál es tu nombre, señor hazmerreír?
—Hazmerreír, ya lo has dicho.
—No, en verdad.
—Bien, soy Inuyasha y tú tienes cara de Mercedes.
Rin se echó a reír.
—No, que malo eres descifrando nombres, no soy Mercedes, ¿por qué crees que lo es?
Él también sonrió.
—Porque te ves toda seria, pero vale, mejor dímelo, soy muy malo en esas cosas.
—Soy Rin.
—Bonito nombre para una chica tan seria.
—Sí que eres honesto. Gracias de todos modos, Inuyasha.
—Un placer servir a mis clientes.
Inuyasha se giró y regresó a la barra para atender. Antes de hablar con otra clienta se giró y le guiñó un ojo a Rin.
Al menos ahora tenía un amigo. Era mejor que decente y normal, honesto brutalmente, pero buen conversador.
Las primeras semanas que Rin visitó la cafetería donde trabajaba Inuyasha, se dio cuenta de que era un hombre con un buen sentido del humor, bueno, ya lo había notado, pero es que era un excelente amigo y la hacía reír muchísimo. Habían pasado horas platicando después del trabajo y tal como él le había dicho, la cafetería se había vuelto su refugio de la paranoia a su claustrofobia.
Y era ilógico, puesto que la cafetería era un lugar cerrado, con unos enormes ventanales de vidrio, de mesas de madera oscura y sillones de cuero. Cada que Rin entraba, el olor del café recién hecho era como una promesa de paraíso en medio del infierno. Se sentía en paz en ese lugar.
Inuyasha le había contado que tenía un hermano que estudiaba arquitectura. Al contrario de Inuyasha, su hermano tenía un trabajo de medio tiempo en un almacén como vigilante. Ambos rentaban en una pensión cerca de la universidad y se compartían el pago.
—¿Y tú no estás estudiando? —había preguntado una tarde. Inuyasha se había reído y había negado.
—Por ahora me estoy tomando un tiempo. Quiero ser chef y necesito ahorrar dinero para pagarme la carrera. Es un poco cara, sabes.
Rin le había entendido. Cuando las personas dejaban atrás su ciudad para ir en busca de algo mejor, muchas veces debían interrumpir sus sueños para poder, precisamente, lograrlos. Ella esperaba no tener que pasar por eso.
Su llegada a la ciudad había sido un poco estrambótica, pero estaba sobreviviendo a la multitud, al smog, al tráfico horripilante de las avenidas y sobre todo, a su compañera de cuarto.
Aunque no parecía que iba a ser por mucho tiempo. Esa noche, cuando Rin llegó después de pasar la tarde con Inuyasha en la cafetería, encontró la habitación cerrada. Tuvo que tocar más de diez veces hasta que la puerta se abrió y salió un tipo mal vestido del cuarto y su compañera en sábana y mascando de manera vulgar una goma de mascar.
Bien, Rin era capaz de soportar que metiera hombres al cuarto, pero cuando puso un pie dentro, se dio cuenta de que su cama estaba alborotada y un par de condones usados tirados a un lado.
—¿Se puede saber qué coño has hecho en mi cama?
—Nada que tú no harías.
Rin miró indignada a la chica.
—Te voy a pedir de favor que mantengas tus límites donde son, no te quieras pasar de lista porque no lo voy a tolerar.
—Anda, no seas tiquismiquis, este cuarto lo ocupé primero y mira, si no te gusta puedes buscarte otra cosa. Nadie te obliga a vivir aquí.
Rin se le acercó irascible. Se sentía colérica y furiosa. Había cosas que toleraba hasta cierto punto, pero eso era un abuso y de abusos Rin estaba harta.
—Mira, mamarracho suicida, tú vuelves a revolcarte en mi cama y yo te enseño lo que es tener el ojo negro y no de maquillaje.
—Ya veremos de cómo nos toca, princesita.
Inuyasha dejó escapar un silbido después de que Rin le contó lo que había pasado la noche anterior con su compañera de habitación. Él se había mostrado muy atento mientras ella hablaba y al final estaba casi igual de sorprendido que ella. Esa mañana había tenido que salir temprano de la habitación para no topársela cuando despertara. Lo peor era que estaba perdiendo horas de sueño por su culpa y las bolsas debajo de los ojos se lo confirmaban cada que se veía al espejo, ni el corrector ni el maquillaje estaban sirviendo mucho para taparlas.
Inuyasha la miró sin saber qué decir.
—No la soporto.
—Ya veo —dijo él rascándose el mentón.
—¿No veías? —bromeó ella aún sobre la tragedia que sentía. Él sonrió.
—Muy chistosa, señorita, muy chistosa.
—Vale, pero es que la tipa me saca de quicio.
—Deberías dejar esa habitación —ella asintió muy de acuerdo con lo que decía. Aunque a él se le pasaba el punto de que sus ingresos no eran suficientes para solventar sus gastos—, deberías venir a vivir conmigo.
—No estarás hablando en serio. —Inuyasha se levantó de la silla en la que estaba sentado y la levantó a ella también.
—Sí, Rin, es una buena idea. Te vienes conmigo. En ese departamento hay espacio para otra persona.
—Pero…
—Es buena idea, nos ayudarás a bajar los gastos y… —él detuvo su discurso.
—¿Qué sucede? —Inuyasha volvió a sentarse en su silla mientras se rascaba el mentón.
—No podrá ser, no aceptan mujeres en la pensión.
—Creo que debía escuchar a mi madre cuando dijo que me hacía falta una limpia.
Rin se sentó en su silla. Miró a Inuyasha de nuevo, estaba rascándose de nuevo el mentón. Lo había visto hacerlo cada que pensaba algo tan meticuloso, que le daba pánico imaginarse lo que estaba elucubrando en ese momento. Y entonces, él la miró y dijo:
—Lo tengo.
—¿Qué?
—Bueno, te va a parecer un poco descabellada la idea, pero seguro funciona.
—Escúpelo.
—No irá una mujer a vivir a casa, irá un hombre.
—¿Qué?
—Sí, piénsalo, la señora de la renta es muy religiosa y cree que tener a un hombre y una mujer que no están casados bajo el mismo techo es como dejar que el pecado de la lujuria entre en su hogar. Y bueno, si tú llegas como un hombre ella no se dará cuenta… —dijo—, ni mi hermano —eso último lo farfulló que Rin apenas fue capaz de escucharlo.
—Me estás tratando de decir que me tengo que vestir de hombre.
—Eso, ¿no es fantástico?
—¡No! —exclamó. Inuyasha estaba demente. Ella no iba a vestirse de hombre para vivir en una casa con otros hombres.
—Rin, no es mala idea. Mi hermano tampoco va a dejar que vivas con nosotros siendo mujer, es muy machista para eso, y tú no soportas a tu compañera, no tienes de otra.
—Sí que lo tengo, el sótano de la señora Méndez.
—¿Y con miles de ratas paseándose por tus pies en la noche, sin mencionar lo oscuro y húmedo que estará, sin ventanas y con una sola puerta? —le pinchó con voz maliciosa.
—¡Basta! —a Rin se le erizó la piel de solo pensarlo. Inuyasha tenía razón, y no era tan mala idea, bueno, si le veía los beneficios.
—¿Entonces sí?
Rin lo miró. Y pensó en sus deudas, en su compañera de cuarto, en el sótano de la señora Méndez y en vivir con Inuyasha, su mejor amigo, tratando de aparentar ser hombre. ¡Por Dios! Era una completa locura. Y ella estaba a punto de hacerla.
—Creo que me estoy volviendo loca.
—Es mejor que nada.
—Vale, pero tú me ayudarás a vestirme como hombre.
—Sabía que aceptarías, eres de las que corren riesgos.
Ella sonrió irguiéndose valiente.
—La vida es un riesgo.
—Exacto, nena, y ya sé quién puede ayudarnos.
Rin estaba entrando al día siguiente con Inuyasha en una pensión a dos cuadras de la universidad. El edificio estaba rodeado por una cerca blanca lleno de enredaderas que le daba un aspecto descuidado, aunque una vez dentro, el aspecto mejoraba bastante.
—¿Qué hacemos aquí?
—Cambiándote el look. —Inuyasha tocó el botón de uno de los pisos. Enseguida una voz femenina les habló por la bocina.
—Si eres un vendedor o un testigo, no hay nadie disponible en este momento, regresa otro día.
—Soy yo, Inuyasha, necesito un favor.
—Ah, eres tú canalla, si vienes a burlarte de mí, es mejor que te vayas ahora mismo.
—Hey, Kagome, tranquila, de verdad es un favor, vengo con una amiga.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque te traje panecillos recién hechos y cappuccino como te gusta.
Casi al instante la puerta se abrió e Inuyasha le susurró a Rin: —Siempre funciona.
—Primero los panecillos y el cappuccino y luego entras.
Una mujer bellísima apareció frente a ellos. Tenía el cabello negro alborotado y las mejillas angulosas y sonrojadas. Lo primero que le pasó por la cabeza a Rin es que a esa chica le brillaban los ojos al ver a Inuyasha y para menos, ella debía admitir que su amigo era guapísimo.
—Hola, preciosura, adelante.
—Gracias, siempre he sabido que me ves precioso.
—No te decía a ti —le refutó ella y sonrió a Rin—, no sé en qué puedo ayudarte.
—Necesito un cambio de look —dijo Rin.
—Pero si tienes un cabello precioso y Dios mío, mira esa piel tan tersa.
La chica se acercó a ella y le levantó la cara con un dedo en el mentón mientras la observaba.
—No, no te hace falta nada, aunque si me dejas agregar tal vez un cambio de ropa te vendría excelente, no quiere decir que no sea preciosa, pero, ¿has intentando usar jeans? Tienes un bonito cuerpo y…
—Basta, Kagome, tómalo con calma, no estamos aquí para que le des tus consejos de belleza, sino para que se los quites.
—¿Qué? —inquirió ella sin comprender absolutamente nada. Rin sonrió.
—Primero pasamos y luego nos explicas —dijo él. Kagome lo miró con fingida indignación y se hizo a un lado para dejarlos pasar.
—¿Y cuál es tu nombre belleza?
—Rin y tú eres Kagome.
—Seguro, ya este te habrá puesto al corriente.
—Pues este, como me has llamado, no ha contado absolutamente nada de ti. Aun no le he dicho como caíste sobre el charco de lodo ayer.
Inuyasha se echó a reír y Kagome lo fulminó con la mirada.
—No le tengas en cuenta lo que dice, creo que se le cayó a su madre de la cama cuando nació.
Rin se rio.
—¿Y bien, en qué puedo ayudarles?
—Quiero ser hombre.
Kagome abrió la boca como si le hubiesen abofeteado la cara, y cinco minutos después la cerró cuando la pusieron al día con las noticias. Lo del departamento que compartía, sobre la oferta de Inuyasha y las restricciones del edificio.
—Pero no creo que sea necesario que tengas que vestirte de hombre, vaya, hay muchos lugares con quien puedas compartir habitación.
—No lo creo, he buscado y casi la mayoría tiene costumbres que me dan grima.
—Bueno, cielito, yo te ayudaría con mucho gusto.
—No le creas, en su habitación ya viven tres y su cuarto no es más grande que un metro cuadrado —intervino Inuyasha mofándose de Kagome. Ella le ignoró.
—Hay demasiada gente conmigo, y será imposible.
—Entiendo, pero me conformo con que me ayudes a vestirme.
Kagome se levantó del mueble en el que se había acomodado hacia cinco minutos y levantó a Rin de donde estaba. Le pasó la mano por el cabello mientras hablaba.
—Como mujer, me niego rotundamente a cortarte el cabello.
—Tampoco es que quiera cortarlo. —Kagome asintió satisfecha.
—Y necesitaremos usar vendas para cubrir esos bonitos pechos que tienes.
Rin miró a Inuyasha, pero parecía divertido con la escena. Como si ver a una mujer tocando y alabando a otra fuese normal. O tal vez él era un pervertido y apenas empezaba a darse cuenta.
—Ya, a pesar de estar en contra de esta locura, encontré la solución a esto.
Rin entró con paso decidido al bonito edificio elegante en el que vivía Inuyasha. Casi sintió que no era una locura. El vecindario era tranquilo y el ambiente cómodo y reconfortante. Se sintió maravillada cuando puso un pie dentro del piso de Inuyasha. Era un espacio muy masculino, pero lleno de vida como a ella le gustaba. Las cortinas blancas, el piso de madera, las paredes color crema y todo tan lleno de luz. Las manos le empezaron a picar de felicidad, era el lugar perfecto y bien valía la pena aquel horrible atuendo que llevaba encima. Sus pechos iban presos bajo la venda e iba con ropa masculina. Sus tacones, sus preciados y amados tacones habían quedado en el interior de la maleta para ponerse esos converse que, aunque quisiese negarlos, eran cómodos, pero muy masculinos para ella.
El ruido proveniente del mueble que estaba de espalda a ellos, la hizo volver a la realidad.
—Tranquila, será intimidante al principio, pero es mi hermano y es buena persona.
—Eso espero —dijo ella, más nerviosa de lo que hubiese esperado.
Entonces, un hombre alto, y musculoso, vestido con unos simples pantalones deportivos y sin camisa, se levantó del mueble y los miró a ambos. Casi al instante, Rin se vio atraída por esos hermosos ojos ámbar que la miraban con detenimiento y que le estaban licuando las piernas. Le temblaba todo. Y cuando miró más abajo, un pecho totalmente marcado por el ejercicio la hizo terminar de babear.
Ahora, llevar esa venda ya no era tan buena idea porque le faltaba el aire. Era el hombre más bello que Rin hubiese visto nunca. Y creía que ella era un hombre. Que el infierno se llevara su alma y de paso que la volviera a escupir en otro lado lejos de ahí, de ser posible.
Continuará…
Qué felicidad, ya tiene un par de meses que comencé a escribir esto. Es un regalo de cumpleaños que le hice a mi querida Sheila. Y luego de pensarlo mucho, decidí compartirlo.
Espero les haya gustado este capítulo, y ya saben que pueden unirse a los grupos de facebook. Girls Danperjaz donde estaré anunciando las publicaciones, así como en el grupo Elixir Plateado. Exclusivo del SesshRin, donde podrán interactuar con otras escritoras, así como encontrar fics interesantes.
Como siempre,no se les olvide que... ¡Leer y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo!
