Capítulo 1: Hallarte.

Desde el espacio donde se encuentran mis ojos, desde detrás de estas gafas plastificadas de lentes naranjas, todos los barrios de la descomunal ciudad donde me alojo se ven iguales. Éste es el principal motivo por el que llevo gafas. No es que me conviertan en miope, sigo siendo plenamente consciente de que hay barrios exuberantes de ensueño justo al lado de agrupaciones de barracas caóticas y malolientes. Es increíble el efecto que por primera vez experimenta uno al trasladarse en menos de dos minutos del "paraíso" al "infierno". Es algo parecido a lo que se siente cuando llevas la moto a plena velocidad y, de repente, te chocas contra un poste telefónico. Debió de pasarme alguna vez o lo soñé, lo que importa es que recuerdo que la sensación es desagradable.

Ya estoy divagando. ¿Por dónde había empezado? Ah, sí, por mis gafas naranjas. La verdad es que no tienen nada especial, como todas las demás gafas sirven para una cosa: para proteger la vista de su portador. Cumplen muy bien con su función, protegen mis ojos del brillo cegador de las mansiones y la podredumbre infecta de las chabolas. No veo nada de eso. Sólo un mundo de color naranja. Mi mundo.

Presiento que hoy, después de unos cuantos años de búsqueda exhaustiva, voy a encontrarlo. El lugar al que me han dirigido todas las pistas es una zona que podría llamarse de clase media. Un rincón tranquilo en esta caótica ciudad. Subo hasta el final de la calle, giro a la derecha y voy siguiendo los números hasta encontrarme delante de la placa con el número 27.

He llegado a mi destino: una casita de dos pisos con jardín que en nada se diferencia de todas las demás que la secundan en la calle. Es extraño que la persona a la que he estado buscando por todo el planeta y con los medios más variados se encuentre en un lugar tan trivial. Pero, sin duda, es aquí.

La zona verde que rodea la casa está cerrada por una valla, pero la puerta que da al jardín está abierta. Entro y echo un vistazo y, al no notar nada preocupante, me dirijo a la entrada principal de la casa. Aprieto el botón del timbre y cuarenta y siete segundos después me abre un hombre alto y barbudo.

- Hola. ¿Qué deseas? - me saluda y da una calada al cigarrillo que lleva en la mano.

El solo hecho de verlo fumar hace que no pueda resistirme. Saco un cigarrillo del paquete que llevo en el bolsillo trasero del pantalón y empiezo a buscar dónde he puesto mi mechero. El anfitrión resulta ser más rápido que yo, entra en la casa y reaparece portando un mechero de plástico azul y transparente. Me ofrece fuego y yo enciendo el cigarrillo y empiezo a aspirar el aroma que siempre ronda por mi cabeza.

- ¿Y bien? - insiste el americano.

- Gracias. Vengo a visitar a Mello.

Ahora es el hombre quien se hace el distraído. Se limita a callar y a fumar, como si no le hubiese respondido. Supongo que es preciso que le dé más detalles.

- El chico que ha llegado hace dos días y al que cuida, doctor. Por favor, déjeme verlo. Si cree que soy de la mafia, le juro que no...

- Entiendo - me interrumpe con voz dura. - No sé cómo te habrás enterado de esto. La verdad es que no me importa de donde hayas venido. Yo no soy el guardaespaldas de este chaval, soy su médico. Esos gorilas marcharon después de traerlo y no he vuelto a saber de ellos. Pero has de entender que ésta es mi casa y soy yo quien decide si entra alguien o no.

- Sí, señor - le digo espontáneamente y me arrepiento al instante. Esa frase parecía de las que dice un alumno de primaria a su profesor.

- OK. Voy a dejarte entrar, pero es posible que él todavía no haya despertado. Puedes quedarte y dependiendo del tiempo ya veré si darte las llaves.

- Gracias. Ah, si quiere que le pague por el tratamiento y las medicinas, no tengo ningún inconveniente.

- No me hables de eso ahora. Cobrar antes de haber acabado el trabajo es de imbéciles. Antes de pasar apaga el cigarrillo. La nicotina no es buena para los enfermos.

- Pero, ¿y usted? - protesto al ver que él sigue fumando a pesar de encontrarse dentro de la casa. Resignado, tiro el cigarrillo al suelo y lo piso hasta que ya no sale humo.

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Ya dentro del inmueble, el doctor me acompañó al cuarto de Mello. Mientras subíamos las escaleras hacia el primer piso, él me iba hablando.

- Cuando llegó hace dos días era de noche. Yo aún no me había ido a dormir, por eso pude oír como picaban a la puerta. Abrí y entró un grupo de hombres y mujeres que, apartándome hacia un lado e ignorando mis protestas, se esparcieron por el recibidor. Lo primero que pensé era que se trataba de ladrones, pero me fijé en sus ropas y en que bastantes de ellos estaban heridos y llegué a la conclusión de que debían de ser miembros de algún grupo mafioso. Como que tú antes mencionaste a la mafia, parece ser que yo no iba tan desencaminado.
Uno de los hombres dejó en el centro de la estancia algo blanco que no pude identificar en aquel momento. Otro se me acercó y me alargó un billete de cien dólares y dijo que me encargase de aquello que habían traído con la máxima discreción posible. Y se fueron en dos coches negros y abollados. Sin más. No acababa de asimilar lo que había pasado, pero me acerqué a ver qué habían traído. Como ya imaginas, se trataba de la persona a la que dices estar buscando.

- Tuvo que ser... insólito encontrarse en una situación así.

- Bueno, a veces tengo que tratar con inmigrantes sin papeles y con personas sin alojamiento establecido, pero era la primera vez que me pasaba algo así. Cuando vi que entre las sábanas había una persona inmóvil y ensangrentada pensé que me habían endilgado un fiambre. Luego comprobé que no, que todavía estaba vivo. Lo operé como pude. Tuve que ponerle mucha anestesia, ya que no paraba de moverse, a pesar de no estar consciente. Estaba destrozado. ¿Sabes qué le ha pasado para que acabara así?

- Una explosión... creo.

- Eso mismo había pensado yo. Bueno, no me enrollo más. Pasa y espera, a ver si se despierta, que ya le toca. Por cierto, no te extrañes por su aspecto, lo até para que, sin querer, no se hiciera daño con algún movimiento brusco mientras dormía.

- Hizo bien en tomar esa precaución. Es que él tiene la particularidad de moverse mucho, tanto dormido como despierto. Es muy enérgico.

- Ya lo comprobaré cuando sea el momento. Ah, se me olvidaba, me llamo Jack Benson. ¿Y tú?

- Matt. El apellido no importa.

- Como quieras - me dijo mostrándose indiferente.

Abrí la puerta e ingresé en la habitación en silencio, cerrando a mis espaldas. Mi vista se dirigió rápidamente hacia donde estaba la cama. Lo que yacía allí dentro más que una persona parecía un muñeco o una momia. Estaba tumbado, cubierto por unas sábanas blancas y atado con cintas elásticas, cosa que, además, lo hacía parecer una marioneta. Lo peor era que ni siquiera se le veía el rostro. Estaba vendado, dejando solamente un pequeño agujero para la boca y la nariz. Me acerqué para verlo mejor. Cuando estaba a un par de pasos de la cama, la boca que se entreveía entre las vendas se movió.

- ¿Quién eres? - dijo con una voz entrecortada, pero a la vez decidida.

- Vaya, así que ya estás consciente - la hablé distraído, deseando volver a escuchar aquella voz a la que tanto había extrañado.

- ¿Dónde estoy? Quiero que me desates inmediatamente.

Esta vez habló subiendo el volumen, con su típica actitud autoritaria. Parecía molesto, era normal que lo estuviera estando atado de ese modo.

- No puedo hacer eso. Primero tendría que ir a preguntarlo abajo. Supongo que si te portas bien no habrá ningún problema.

- Que me porte bien... ¿¡que me porte bien, dices!? ¡Y una mierda! ¿¡Quién mierda te has creído que eres!? - ahora yo sí que no entendía nada. ¿Por qué le había dado por chillar de esa manera? - ¡Yo no me voy a doblegar nunca ante unos cabrones que me tienen atado! Ni siquiera me has dicho quiénes sois. ¿¡La policía japonesa con el falso L!? ¿¡El FBI!? ¿¡El mismo Kira tal vez!? Ahora no puedo concentrarme, pero la probabilidad de que seáis la policía japonesa ronda el 70. ¡Hijos de puta incompetentes! ¡Bastardos! ¡Desatadme ahora mismo! ¡En cuanto salga de aquí, vais a ver lo que es sufrir, pendejos! ¡Sucios mamones! ¡Os van a encarcelar a todos!

Y siguió con ese torrente de insultos inmundos y gritos furibundos, a la par que se movía como si su intención fuese volcar la cama. Yo no sabía qué hacer. Estaba claro que tenía que detenerlo antes de que se hiciese daño, pero la cuestión era: ¿cómo hacerlo? Primero le dije que, por favor, parase, pero no se me oía con el griterío que estaba armando. Entonces comencé a gritar yo también para que se callara, mas mis pulmones no eran nada comparados con los suyos. Pensé en darle una sacudida para hacerlo entrar en la razón, pero no podía hacer eso porque podía lastimarlo y porque me lo impedían las cintas de la cama. Así que me quedé escuchando los insultos ("¡hijos de Lucifer! ¡Soplapollas! ¡Escoria! ¡Gentuza miserable!") mientras maldecía por mis adentros mi propia estupidez e impotencia. De repente, me vino a la cabeza el método que había usado en un par de ocasiones para calmar a mi exaltado amigo y que siempre había dado resultado. Me senté en la cama (que parecía que estuviese bailando breakdance), agarré la cabeza de Mello con firmeza, me incliné encima de él y le dije al oído:

- Michael, haz el favor de comportarte.

En cuanto su mente hubo procesado la información se calló y yo aproveché su descuido para plantarle un beso monumental. Lo besé como besan los actores en las películas, verdaderamente fue un beso de película, hasta me quedé sin aire. Tal vez fue por esa falta de aire por lo que, una vez me incorporé, sólo se me ocurrió decir:

- ¿Qué?

Y él, ni corto ni perezoso, me respondió:

- ¿Qué de qué? ¿Me vas a decir quién eres de una maldita vez?

- Como si no lo supieras. En fin, si insistes en hacerte el sueco... Soy Matt, del "Wammy's House", estudiamos y vivimos juntos la mayor parte de nuestras vidas... Es que ya no sé ni qué más te puedo decir. Si no me recuerdas ni así...

- ¡¿Matt?! ¿De verdad eres tú?

[NdA: ¡Noooo! ¿Tú crees? xD Gomen, tenía que decirlo. ¡Mero guapo!

- Sí UU No puedes verme, pero soy yo.

- Lo había imaginado por esa manía de decir "a la inglesa" mi verdadero nombre y por esa increíble forma de besar, pero demonios, no pareces tú. ¿Qué te ha pasado en la voz? No me digas que te ha cambiado de esa forma sólo por fumar. ¿Y desde cuando fumas, eh? Y lo más interesante: ¿qué haces en Los Ángeles? ¿Cómo me has encontrado?

- Demasiadas preguntas

- Bien, vayamos por partes. Aunque ya te he dicho que primero quiero que me desates. Es un asco tener que estar así.

- Ya lo sé. Ni siquiera pareces tú.

- Jaja, ¡qué gracioso! - dijo con sarcasmo.

Lo cierto es que Michael tiene mucho sentido del humor y optimismo. Mira que poder hablar así estando inmovilizado y recién operado. Seguro que le dolía, pero yo no podía mostrarle mi compasión porque volvería a enfurecerlo, y esta vez sería por mis propios méritos y no por una confusión.

- Perdona. Como dije antes de que te pusieras histérico-perdido - al decir eso hice una pequeña pausa y adiviné como se ponía rojo bajo las vendas. - tengo que ir abajo a preguntarle al médico. ¿Quieres que baje?

- ¿Y por qué no me desatas tú? Si, de todas formas, el resultado es el mismo.

- Sigues teniendo tu mítica obsesión por romper las normas. ¿No crees que ya eres mayorcito para eso?

- Anda y vete, fumeta.

Tras esa amabilísima petición bajé a la planta baja. Allí, después abrir un par de puertas, encontré el despacho del doctor y a él mismo. Mientras volvía a subir las escaleras acompañado de Jack, le comenté que atar a Mello fue una idea utilísima. Y él me dijo que en toda su vida profesional no había tenido jamás un paciente con un carácter tan explosivo. Es posible que los gritos de Mello no sólo fuesen oídos por él, sino que por todo el barrio.

Al encontrarnos en la habitación, Jack se presentó, a lo que Mello respondió manifestando su deseo de ser liberado. El doctor quiso hablarle de su estado de salud, pero el paciente sólo tenía una cosa en mente: ser desatado.

- Se ve que no le gusta estar atado - por alguna extraña razón, Jack hablaba con él de forma muy respetuosa. Probablemente se había asustado al oír sus gritos o tal vez incluso pensaba que Mello era un pez gordo de la mafia.

- ¿Crees que existe alguna persona mentalmente equilibrada a la que le guste estarlo? - respondió Mello con una pregunta.

- Si se hace bien no tiene por que ser desagradable. ¿O es que acaso tiene algún recuerdo doloroso relacionado con...? - estas últimas palabras Jack las articuló arrastrando los sonidos y con un tono bastante ambiguo.

- ¡Viejo verde! ¿Vas a desatarme o romperé yo mismo la cama?

Después de este concurso de preguntas encadenadas, Jack quitó las cintas elásticas con la condición de que su paciente se portase bien. Dijo algo de que no le gustaría que se rompiese algo que tanto trabajo había costado arreglar. Mas Mello no quedó satisfecho.

- ¿Y las vendas de la cabeza? - inquirió.

- De momento es mejor no tocarlas. He tenido que ponerle unos cuantos puntos en la cara porque tenía usted cortes muy profundos. Ahora hay que dejar que las heridas se cierren y cicatricen.

- Quiero ver a Matt, así que haz el favor de quitármelas. De esta manera podrás aprovechar para echar un vistazo a la herida y para limpiarla.

Discutieron un rato más, pero Jack Benson ya sabía de antemano que se trataba de una batalla perdida. Era sencillo darse cuenta de que Mello era un obstinado: si requería alguna cosa y no se la querían conceder, intentaba conseguirla por sus propios medios. Lo mejor era que la mayoría de veces sus esfuerzos daban sus frutos. Aunque esos frutos fuesen producto de acciones maquiavélicas, él quedaba por unas horas en paz consigo mismo. Y después volvía a buscarse otro objetivo.

En su carrera de triunfador hay tan sólo dos cosas que Mello no ha conseguido hasta la fecha. Más bien a dos personas: a Near y a Kira. Todavía recuerdo los ataques de rabia que tenía mi rubio amigo en "Wammy's house" cada vez que no conseguía que Near le hiciese caso. Eran muchas, muchas veces. Sin proponérselo, Near amargaba la existencia de Mello. Probablemente él ya lo sabía, pero parecía no preocuparlo. Yo siempre lo había visto como una persona de otro mundo, no sólo por su piel y su pelo albinos, también porque sus pensamientos volaban lejos del lugar donde se encontraba.

En cuanto a Kira... la carrera ya había comenzado pero, viendo como se encontraba Mello en esos momentos, no parecía irle demasiado bien. El doctor iba desenrollando con cuidado las vendas y descubriendo su rostro y yo no quería que lo hiciese. Pero ya estaba hecho. Delante de mí, sentado en la cama, se encontraba Mello, con su pelo rubio algo desordenado y sus ojos verdes desafiantes. Su cara estaba partida por una gran cicatriz, que todavía estaba roja y que tenía un aspecto horrible. ¡Pero qué tonto había sido! ¿¡Por qué tenía que arriesgarse tanto por un estúpido asesino de delincuentes?!

Lo miraba y no sabía cómo actuar: ¿reír? ¿llorar? ¿darme con la cabeza contra la pared? No iba a hacer nada de eso, pero me sentía como si lo hiciese. En ese momento odié la ambición irracional de Michael, que había convertido su faz en la de una monstruo parecido al hijo de Frankenstein. Nos mirábamos en silencio, él a mí y yo a él. Me empezaron a temblar los hombros, pero procuré aguantarme el llanto, sería estúpido llorar. Con eso no solucionaría lo que estaba hecho, no le devolvería su cara.

El doctor pareció notar que allí ya no tenía nada más que hacer y se marchó del cuarto. Michael me observaba con la curiosidad pintada en las pupilas. No tengo ni idea de cómo debía de verme. ¿Qué aspecto tiene una persona que está paralizada por dentro?

- Has crecido mucho, Matt - me dijo, sonriendo sutilmente con las comisuras de la boca. - Ahora no hay duda de que eres tú. Sigues siendo igual de... no, eres aún más guapo que antes. Jaja, mira que te estoy piropeando. Lo que no acaba de gustarme son tus gafas. Son demasiado grandes y te tapan toda la cara.

Todo lo que decía me pareció tan banal, tan fuera de lugar que, de la indignación, conseguí deshacerme de mi parálisis momentánea. Me abalancé sobre él, lo sujeté por los hombros, lo acosté y enterré mi cara en su hombro derecho. Susurré:

- ¿Por qué eres tan estúpido?

- Pero bueno, ¿qué me dices? Encima que te halago...

- No es eso, idiota. Mira tu cara. Y por el cuerpo tienes más vendas...

- No te preocupes por eso. Estoy vivo, ¿no? - dice despreocupadamente. Mas, al ver lo afectado que estoy yo, se pone serio. - Es el precio que he tenido que pagar por ser libre y hacer lo que me dé la gana. Si quieres volar has de correr el riesgo de caerte.

- Pero yo no soporto ver como te caes. Sé que te vas a enfadar por lo que voy a decirte, pero prefiero que te quedes en tierra. Quiero protegerte. Quiero que no te duela. Quiero que sonrías... Esto es patético, esta situación es patética...

- Ya no sabes ni qué es lo que quieres decir. Mírame, si ya estoy sonriendo - intenta levantarme, pero yo me aferro fuerte para esconder mi cara. - Sólo acepta que las cosas son así. No puedes encerrarme para que yo no me eleve nunca más. No eres nadie para hacerlo. Pero, si quieres, puedes acompañarme y venir a volar conmigo.

Una corriente de toda clase de pensamientos cruzó por mi cerebro. Imágenes del orfanato, las caras de los tecnócratas enmarcadas por gafas rectangulares, la oscuridad antes de nacer, los compañeros de "Wammy's house", la ciudad de Los Ángeles, el gran detective L... Pensé en mis años de parsimonia, de desinterés, cuando no deseaba hacer nada en absoluto y me dejaba llevar por lo que me decían. Recordé los programas hackeados, las motocicletas rotas, las montañas de cigarrillos gastados.

Ser libre. Sonaba tan bonito. ¿Pero realmente lo sería? No era algo que pudiese creerme tan fácilmente. ¿Acaso importaba? Nunca me había planteado si era libre o no era libre. Era algo que me traía sin cuidado. Lo que deseaba era irme con Michael. Desde que me marché del orfanato no cesé de pensar en él como en la única persona capaz de comprenderme. O, aún si no fuera capaz de comprenderme, sí que haría que dejara de estar solo. Y entendí también otra cosa y, tal y como lo entendí, se lo dije.

- Michael...

- ¿Qué? ¿Te quieres venir?

- Te quiero decir una cosa - articulé y me aferré con más fuerza a sus hombros huesudos, sintiendo como enrojecía.

- Dime.

- Te quiero - conseguí pronunciar.

- ¿Por eso te escondes ahora? Vamos, no seas vergonzoso. Esto ya lo sabíamos hace tiempo. Si hasta en "Wammy's" siempre íbamos juntos y nos besábamos en público.

- No lo digas así //// Sólo lo hicimos un par de veces y fue únicamente por tu afán de romper las normas.

- No me digas que no era romántico - con esas palabras consiguió despegarme de encima suyo y que nos sentáramos frente a frente.

- Sí, especialmente la vez que me diste un beso de tornillo estando a un metro y medio del director. Yo no podía respirar de los nervios y no sabía qué hacía mi lengua y tú ibas a saco, me estrujabas la cabeza y daba la impresión de que realmente te querías entornillar a mí.

- Pero bien que te gustó.

- Gustarme... tal vez, pero no delante del director - dije. Verdaderamente, Michael no tenía vergüenza. Era demasiado libertino. - Pero no nos desviemos del tema. Te quería decir que te quiero...

- Ya, eso ya lo has dicho.

- No me interrumpas òó Te quiero, pero no te quiero como crees que te quiero. ¿Cómo decirlo? No te quiero como se quiere a un amigo, ni como se quiere a alguien a quien admiras, ni para besarte ni para tener sexo. No se trata de ninguna de estas cosas porque mi amor va más allá. Te quiero como persona. Quiero todo lo que eres tú - ya estaba dicho. Sin embargo, me sentía como si las palabras no fuesen suficientes para contener lo que había en mi interior. - No sé si me entiendes. Esta forma de querer supera a las demás porque es una suma de todas ellas. Es algo de lo que no puedo escapar, quiero pasar todo el tiempo contigo. Es por eso que he venido a Los Ángeles.

Habiendo acabado mi discurso miré a Michael, que estaba tan cerca de mí que no parecía real. Él tenía toda la pinta de estar procesando la información y pensando en cómo reaccionar. La única cosa en él que podía recordar de alguna manera la declaración era el rubor de sus mejillas, que él intentaba ocultar sin éxito.

- Si he entendido bien - dijo al fin. - te quieres quedar a vivir conmigo. Bien, puedes hacerlo, no hay nada que lo impida. Es más, es algo que me gustaría. Así me ayudarás a capturar a Kira y superar de una vez a Near.

- Está bien, pero... ¿y lo otro? - me impacienté. - ¿Me correspondes o me rechazas? ¿Qué es lo que piensas de mí?

- ¡Pero qué desconsiderado! - se indignó, agitando su rubia melena. - Me sueltas todo esto de sopetón, me obligas a responder sin dejarme tiempo para pensar...

- Lo siento, no te enfades.

- ... ¡Era broma! ¿Quién puede estar enfadado después de una declaración tan apasionada? - me soltó riendo. - ¿Si te correspondo o no? Hombre, no propondría vivir conmigo a alguien a quien no aceptase. ¿Y qué es lo que pienso de ti? Digamos que no me dejas indiferente. No tengo claro si es un amor tan profundo como el tuyo, no estoy acostumbrado a hablar sobre el amor. Pero me alegro de, por fin, poder decir sin engañarme que no estoy solo en el mundo.

- Nunca lo has estado.

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Las dos semanas siguientes que vivimos en esa casita de un barrio como cualquier otro transcurrieron como si de un sueño se tratase. Puede sonar aburrido eso de estar tanto tiempo en un mismo lugar, pero la verdad es que no fue nada aburrido. Yo y Michael nos pasábamos el día hablando. Hablábamos de cualquier cosa, recordábamos nuestra infancia, explicábamos lo que nos pasaba por la cabeza, comentábamos lo que sucedía en el mundo, lo que se escribía en los periódicos. Cada tarde bajábamos al pequeño jardín (si es que se podía llamar así) que rodeaba la casa del doctor y nos tumbábamos en la hierba. Buscábamos un sitio con sombra, que cada vez era diferente, porque yo tengo la mala suerte de quemarme a la mínima que me toca el sol. Y él tampoco podía ponerse moreno con tantas vendas encima. Allí en la hierba, acostados boca arriba, mirábamos el cielo, unas veces más azul que otras, y veíamos las nubes pasar. El mundo no dejaba de moverse, pero nosotros habíamos salido por un tiempo de esa corriente. Escuchábamos a los pájaros cantar al ponerse el sol y yo terminaba acompañándolos, canturreando a media voz.

Michael acabó acostumbrándose a mi voz, dijo que le gustaba así. Su voz sí que era increíble, en ocasiones me quedaba embelesado escuchándola y me olvidaba del contenido de sus palabras. Él se daba cuenta, me llamaba, hasta se enfadaba. Se lo intenté explicar, pero era algo complicado. De todos modos, era imposible que pasare un día sin que Michael se enojase. Así fue cuando Jack comentó que yo, al menos, debería tomar parte en alguna de las tareas de la casa. Dicho más simple: quería que cada día fuese a hacer la compra. Michael se opuso definitivamente, no le daba la gana de quedarse solo en la casa mientras yo salía. Pero aquella vez Jack no quiso ceder e insistió. Cuanto más insistía, más se enfadaba Mello. Cuando vi que estaba a punto de explotar di con la solución: pedir comida a domicilio.

Vivimos dos semanas en nuestro pequeño mundo rodeado por una valla bajita, era una galaxia aparte. Cosas sencillas que muchas veces no percibíamos cobraban importancia. Resultaban interesantes, hasta enigmáticas. Fue la época más feliz de mi vida, una época breve, pero maravillosa. Me sentía como si hubiese llegado al nirvana.

Pedí a Michael que no hablase de Kira, pero no sirvió de mucho. La gustaba planear sus estrategias en voz alta, buscar miles de posibilidades de dar con el asesino. Kira me sacaba de quicio, era como si su presencia maligna quisiera arrancarme de mi pequeña utopía. Por eso, cuando Michael se convertía en Mello y hablaba de Kira, yo desconectaba y me concentraba en el sonido de su voz. Y, cuando me cansaba de estar quieto, me arrimaba a él y lo besaba. Eran besos cálidos y cariñosos, sin la intención de ir más allá. Lo mimaba y cubría de besos, sorprendiéndome de mi propia ternura. Él tampoco estaba acostumbrado a esa clase de cosas y se avergonzaba y me decía que le dejase en paz, que era un besucón. Mas, después de decirlo, sonreía con una sonrisa tan abierta que me maravillaba.

Dos semanas no son una eternidad. Llegaron a su fin, como llegan a su fin todas las cosas en este mundo. Un lunes por la tarde yo dormitaba en el jardín, vencido por el calor. De repente, la voz de Michael me sacó de mi sopor.

- ¡Matt! ¡Ey, Matt, despierta!

No era una manera muy delicada de despertar, pero él era así. Entreabrí los ojos y me sorprendí al verlo libre de vendas y vestido de cuero negro.

- ¿Qué...? - protesté al no entender qué demonios pasaba.

Él se inclinó sobre mí y la cruz que llevaba colgada en el cuello se posó sobre mi pecho. Me habló casi con un susurro.

- El periodo de recuperación ha finalizado, Mail.

Me sobresalté al escucharlo pronunciar mi verdadero nombre. Eso no era una buena señal. En cada ocasión en que mi nombre era dicho en voz alta, algo grave acababa ocurriendo. Entonces no fue una excepción.

- Ahora me voy a hacerle una visita a Near - dijo.

Se dio la vuelta y partió con los pasos apresurados. En ese instante el aire se hizo más frío. Sin pararse, Mello se puso la chaqueta. Entre sus ropas brilló el destello del metal de una pistola.

Quedé solo en el jardín.

La carrera había comenzado.

••••••••••••••••••••••••FIN DEL CAPÍTULO 1••••••••••••••••••••••••