→ disclaimer: todo le pertenece a J. K. Rowling, yo sólo uso sus personajes sin fines de lucro.
→ sirius / severus
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→ tom / severus
→ remus / severus
La familia Prince, tan antigua como la Black e igual de poderosa. Se remontaba a cientos de años, en las épocas de Merlín. Una familia honorable y llena de secretos. Un tío que escondía su fortuna bajo el mar por allí, una prima incestuosa por allá. Llena de maleficios, criaturas oscuras, homicidios, maldiciones de años y mucho, mucho dinero.
El matrimonio principal era entre Domitius Prince y su prima lejana, Agrippa. Tuvieron una única hija, Eileen. El hermano de Agrippa, Appius, tuvo un hijo llamado Brutus. Ambos jóvenes fueron a Hogwarts y calificaron en Slytherin. Brutus era un joven serio y de carácter recto y refinado, algo lujurioso con sus amantes. Eileen, por otro lado, era una muchacha tímida y hasta sumisa, pero feroz en el interior.
Ella, una vez, tuvo un altercado con un chico llamado Tom Riddle. Discutieron por algo, quizás una diferencia de opiniones respecto a los muggles; honestamente Eileen no lo recuerda. El slytherin mestizo se ofuscó y exclamó, en una voz siseante y aterradora: — ¡A partir de ahora y por el resto de tu vida, los hijos que tú tengas, serán odiados y maltratados por todo aquel que los vea! ¡No habrá persona en la Tierra que los ame, ni siquiera tú misma podrás!
Eileen, en su momento, no le tomó importancia. A diferencia de Brutus, quien creyó cada palabra del supuesto maleficio, ella las tomó como parloteo vacío. No fue hasta más adelante en su vida que comprendió, que Tom Riddle jamás dice cosas a la ligera.
Cuando ella cumplió 17, su padre quiso casarla con Brutus. Eileen se negó, asqueada. Brutus para ella era un hermano, jamás lo vería como un esposo por más apuesto que fuere.
Así que, una noche, se escapó a un bar muggle. Era extraño, había hombres robustos bebiendo cerveza sobre butacas, con jóvenes mujeres de pocas ropas a sus alrededores. De pronto Eileen se sintió fuera de lugar, llevando un vestido negro tan largo. Pero a los ojos de un apuesto sujeto, ella se veía elegante y misteriosa. Este hombre de complexión grande y cabello castaño le invitó una copa. Se presentó como alguien de gran racha en los juegos de azar. La llevó a un casino, no muy grande o impresionante, pero para Eileen era el cielo en la Tierra.
Al parecer la joven Prince era un amuleto de buena suerte para el hombre, pues esa noche ganó un cheque. Le comentó emocionado a Eileen la cantidad, pero ella no entendió muy bien cuánto valía. No importaba, esa misma noche la llevó a un hotel y mantuvieron relaciones hasta el amanecer. Eileen sintió su corazón latir aventurero y mariposas en el estómago. Este sería un nuevo comienzo de una vida de ensueño, sin presiones sangrepura ni matrimonios arreglados. Viviría junto a este muggle rico (no sabía cuán rico era, pero dinero era dinero al final) y se casaría con él. Tendría una bella casa y muchos hijos hermosos. Ni su padre, ni Tom Riddle podrían interferir.
Oh, cuán equivocada estaba.
A la semana, joven e ingenua, Eileen se casó con Tobias Snape. El hombre aceptó pues, ella era una jovencita hermosa y bien dotada, inteligente y encantadora. ¿Qué más podía pedir? Tampoco era como si creyera que el matrimonio fuese a durar más de un par de meses, quizá un año a lo mucho. Sería una aventura, más que nada. Apenas la conocía y era su clave para seguir ganando en sus apuestas.
Su boda fue privada, pero gastaron mucho dinero. Ninguno tenía amigos o familiares que fueran a presentar felicitaciones; la familia Snape veía esto como un capricho de su hijo menor, así que no le tomaba importancia. Compraron una casa bellísima junto a un lago, donde pasaban sus días en organizando fiestas con gente que no conocían y bebiendo, bebiendo y bebiendo todo el alcohol posible. Todo era perfecto, dinero, sexo y fiesta.
Pero, al mes de recién casados, Eileen acabó embarazada. La noticia al principio no le cayó muy bien a Tobias, pero al final lo terminó aceptando. Se creía muy joven para tener hijos tan pronto; pensó en dejar a Eileen, pero por alguna razón no encontró el coraje de hacerlo.
Compró ropa, biberones e incluso decoró la habitación de su hijo con avioncitos azules. Compró centenares de peluches y juguetes. Uno en especial, un osito de peluche blanco con patas largas y un moñito negro en el cuello.
Pasaron meses, Eileen ya no se iba de fiesta a los casinos con su marido y prefería quedarse en su casa junto al lago. A veces, en días oscuros de neblina y rocío, extrañaba a su familia. A su madre Agrippa y a su primo Brutus. Le gustaría visitarlos, pero estaba segura de que ya la habían repudiado. En especial por su padre, Domitius era un hombre demasiado severo y cruel, chapado a la antigua con la cabeza cerrada y odio en sus ojos. Agrippa, por otro lado, era una mujer mucho más comprensiva, si bien recta y reacia a dar su brazo a torcer, mucho más cariñosa.
Y Brutus, oh Brutus. Se preguntaba qué estaría haciendo. ¿Se habría casado con Druella Rosier al final o Cygnus Black III se la ganó? Esos dos se pasaban persiguiendo a la rubia a donde quiera que ella fuese. La chica se hacía la difícil con todo el mundo, pero con su primo y Cygnus había mostrado cierto interés travieso. Oh, ella había sido una buena amiga, aunque jamás hubiese aceptado su escapada.
La verdad es que todo sangrepura que Eileen conocía la hubiesen lanzado un crucio directo a la cara de saber lo que ella hizo, literalmente. Todos odiaban a los muggle, sin excepción. Eileen creía que era puro miedo e ignorancia, temían que la caza de brujas comenzara de nuevo; más letal que antes con todos los avances muggle hasta el momento. Para ella era incluso más peligroso subestimar a los muggles, no porque no tuvieran magia significaba que ellos no fuesen un reto. Ella misma sabía que era ignorante de un millón de cosas que podrían matarla justo donde está. Hace poco, Tobias compró algo llamado "escopeta" y le dijo que se mantuviera alejada de ella. Eileen no chistó, esa cosa se veía peligrosa y su marido le dijo que era para defender la casa de ladrones.
Tembló al recordarlo, la tenía colgada sobre su cama y le daba mucho miedo. Pero no decía nada, la verdad no quería molestar a Tobias. El hombre cada vez se veía más ofuscado. Su racha en los juegos iba empeorando. Eileen no entendía mucho, pero sabía que era malo y el dinero de aquel cheque no sería para siempre.
Los meses pasaron, y a medida que su vientre crecía, Tobias pasaba menos en su casa. Eileen honestamente se sentía sola, cada noche se despertaba y su esposo no estaba en la cama. Nunca le dijo cómo le dolía, y Tobias jamás preguntó nada. Ya no tenían relaciones, él siempre ponía excusas y la evitaba. No quería tocarla, y Eileen creía que era por su cuerpo.
— ¿Acaso ya no soy atractiva para ti? — Le preguntó y Tobias no la miró a la cara. — ¿Es por este bebé? ¿O... o es porque estoy g-gorda? — Su voz se quebró y ella sollozó, tapando sus ojos con sus palmas y lágrimas arruinando su maquillaje. Su vestido rojo se abultó en su panza, ya no le quedaba como antes. Sus muslos estaban más carnosos y su cintura ya no era tan fina. Un grito lastimero salió de su garganta y, con dificultad, se arrodilló en el suelo e intentó hacerse bolita.
Tobias se sentía incómodo, miró a los lados y rascó su barbilla con barba de días sin rasurar. Balanceó su peso de un pie a otro, escuchando a su mujer llorar en agonía. — Leen, escucha. — Pausó, sin saber muy bien qué hacer para consolarla. De repente se le ocurrió algo para callarla, ya le estaba dando jaqueca. — ¡Leen, cállate ya! — Demandó, y la mujer paró su llanto descontrolado, retrocedió algo asustada y levantó la cabeza entre hipeos. Manchas negras de lágrimas y delineador recorrían sus mejillas. — Leen, no es que me des asco ni nada... es que no quiero lastimarte.
— ¿... Las... Lastimarme? — Murmuró la bruja, hipeando sin gracia.
— Sí, estás muy delicada y no puedo tocarte. Además, he tenido una mala racha últimamente y no consigo dinero. — La ayudó a levantarse y Eileen borró sus lágrimas negras con sus manos. Siguió manchada y con los ojos rojos, pero ya no sollozaba. — Ahora no seas ridícula, vete a la cama. Yo iré a ganar unos billetes.
— O-Ok... — Le dio una sonrisa y giró sobre sus talones. Esa noche no durmió muy bien.
