Buenas, aquí empieza la aventura de un nuevo fanfic Faberry.
Esta historia es un poco cliché, pero las relaciones familiares son muy distintas, y la estructura es bastante diferente a mi otro fanfic. Como iréis comprobando, cada capítulo estará narrado bajo la perspectiva de Quinn o Rachel.
El fic es Faberry, por supuesto, pero desde el principio ya podréis ir viendo pequeños momentos Brittana que irán tomando importancia, y Klaine que se desarrollará poco a poco. No va a faltar HummelBerry, pero aparecerá unos pocos capítulos más adelante.
Para explicar un poco las relaciones familiares debéis saber lo siguiente: Burt, el padre de Kurt y Judy, la madre de Quinn y los demás Fabray, se van a casar, y por eso se mudan juntos, pero aún no se han casado. Sam es hermano de Quinn en este fanfic, además, los hermanos pequeños de los dos, Stevie y Stacey, son los hermanos pequeños de Sam en Glee.
Por otra parte Rachel tiene a Blaine como hermano, pero su relación y situación familiar es un poco compleja y ya la descubriréis en el segundo capítulo, el primero que protagoniza Rachel.
Así pues, espero que disfrutéis este primer capítulo protagonizado por Quinn (al principio está en vista general, luego ya cambia).
Glee no me pertenece.
1. QUINN
Al fin había precintado la última caja. Después de una semana entera recogiendo todas sus cosas para la mudanza, había llegado la hora de irse. Tampoco se quejaba, echaría de menos muchos momentos vividos en su casa, pero gracias al dinero que llegaban a juntar entre su madre Judy, que poseía una de las mayores inmobiliarias de Lima, y su futuro marido, Burt Hummel, dueño el taller donde iban los coches más lujosos de la ciudad, no iban a tener ningún problema económico y podría cambiar cualquier cosa de su nueva habitación si no le gustaba.
La casa a la que se mudaban era enorme. Y no era de extrañar, pues para una familia tan numerosa como la que allí se iba a mudar, hacía falta mucho espacio.
Judy y Burt habían pasado mucho tiempo decidiendo si era mejor buscar una nueva casa o que la familia Fabray se trasladara a donde vivían Burt y Kurt Hummel. Finalmente, habían escogido la primera opción, en casa de los Hummel no había suficiente espacio para todos. Porque no sólo Judy se mudaría con ellos, también lo harían por supuesto sus hijos: la mayor Quinn, de la edad de Kurt, ambos comenzarían su último año en el instituto en un par de días; solamente un año menor que Quinn, estaba Sam Fabray, y a pesar de ser más pequeño que su hermana, estaba tan crecido que le sacaba más de una cabeza; y en último lugar estaban los más pequeños de la casa, los mellizos Stacey y Stevie, tenían siete años y eran unos auténticos angelitos.
Y con la necesidad de tanto espacio que ocupar, Judy y Burt habían encontrado la casa perfecta no muy lejos de sus respectivos hogares y a una distancia aceptable del McKinley, el instituto donde Quinn, Sam y Kurt estudiaban.
Se podría decir que la casa era una mansión, no había criados, pero era enorme.
En la planta baja, estaba la cocina y un enorme salón con sillones donde cupieran todos, en la primera planta habían tres habitaciones: una para Judy y Burt con baño propio, y otra para cada uno de los mellizos, que compartirían el baño que había en ese mismo piso; en la segunda planta, había tres habitaciones cada una con un propio baño, las de Quinn y Kurt estaban una al lado de la otra, mientras que la de Sam estaba abajo con la de los niños; y por si eso no fuera poco, había una tercera planta, más pequeña que las demás, donde había una gran sala con una pantalla de televisión enorme y varias consolas de videojuegos y por supuesto la inmensa colección de películas de Kurt, además de una pequeña cocina con bebidas y algo para comer para que los tres adolescentes pudieran tener más privacidad si llevaran amigos.
Sam tocó a la puerta entreabierta de lo poco que quedaba de la habitación de Quinn.
-¿Estás lista? –preguntó-. El camión está aquí.
Sam se fue sin esperar respuesta, cogiendo un par de las cajas ya preparadas y bajándolas para meterlas en el camión de mudanzas que habían contratado.
Quinn suspiró, recogiendo las demás cosas y llevándolas a abajo.
Sus hermanos pequeños daban vueltas alrededor de la casa con melancolía.
Ahora empezaba una nueva etapa de sus vidas.
POV QUINN
Ya me faltaba poco para terminar de colocar todas mis cosas en la habitación. La verdad, me gusta, es más grande y espaciosa que la de nuestra antigua casa y tiene una gran ventana con un reposadero donde te puedes sentar perfectamente y mirar a la calle para dibujar.
Miro el reloj y me doy cuenta de que es muy tarde y necesito dormir para mañana, el primer día de clase de mi último curso.
Este año será complicado, están las animadoras por una parte, yo soy la capitana, lo que me da una gran popularidad y respeto en el McKinley. Parte de mi popularidad también viene de mi belleza, sonará un poco soberbio pero sé el efecto que causo en la gente, el efecto que causa mi belleza y me aprovecho de ello. Me encanta tenerlo todo bajo control. También está Finn, él es mi supuesto novio, el quarterback del equipo de fútbol del instituto, eso nos convierte a los dos en la pareja más popular. En realidad no somos pareja, le propuse a final de curso, cuando el equipo de los Titanes ganó el campeonato de fútbol, que empezáramos una falsa relación para poder tener el control del McKinley, y él aceptó. Sé que para Finn nuestra relación no es tan falsa como en la realidad, pero yo no siento nada por él, a veces es muy estúpido. He notado que siente algo más por mí, en el fondo es un buen chico, no le quiero, pero tal vez pueda aprender a hacerlo.
Abro la última caja que queda por colocar, ahí están todas las fotos que he tomado con diferentes cámaras, la fotografía es otra de mis pasiones. La primera foto que cojo muestra una imagen mía con mis hermanos, todos salimos sonrientes. Creo que la tomé hace un verano, lo recuerdo porque Stacey y Stevie se habían quedado mellados sin sus palas de arriba. Sam y yo nos pasamos todo el verano pinchándolos para que se enfadaran hasta que los dientes les salieron de nuevo y no pudimos reírnos más. Los dos son buenos chicos, son inseparables. Patalearon y montaron berrinches miles de veces hasta que mamá les aseguró que cuando nos mudáramos de casa podrían dormir en la misma habitación. Tienen seis años todavía, por lo que para que mamá y Burt les dejarán dormir juntos, teniendo en cuenta lo extremadamente traviesos que son, los niños tuvieron que convencer a Sam para que su habitación estuviese en el mismo piso que la suya. Nadie les puede decir que no a nada.
La habitación de Burt y mamá está abajo, en el sótano, pero está lejos de ser un sótano. Digamos que ahora que nuestras familias se han juntado, entre el dinero de Burt y el de mamá, podemos pedir casi cualquier cosa.
En la planta baja hay una gran sala de estar y la cocina con un enorme comedor. En el primer piso está la habitación de Sam y la de los gemelos, apuesto a que por la hora que es ya están durmiendo los tres, aunque Sam es sólo un año más pequeño que yo, duerme como una marmota. En el segundo piso, estamos Kurt y yo. Kurt es el hijo de Burt, lo conocía de antes ya que va al mismo curso que yo en el McKinley y estamos juntos en las clases del Glee Club. Nunca había tenido demasiado roce con él antes de que nuestros padres se conocieran en las Regionales del año pasado y empezaran tener una relación, perdimos las Regionales por cierto, pero eso es otra historia.
Kurt es un buen chico, es una diva y vive obsesionado con Broadway. Ahora mismo puedo escuchar la discografía completa de Barbra Streisand desde mi habitación, no hemos pasado ni un día en esta casa y creo que ya me la sé mejor que él. Cada uno tenemos un baño en nuestra habitación, es uno de los pocos privilegios de ser los adolescentes mayores que necesitan intimidad.
Justo cuando acabo de colocar todas mis cosas en la nueva habitación, la música que venía del cuarto de Kurt deja de sonar, supongo que ya va a dormir.
Dormir, algo que no me gusta hacer, algo que no puedo hacer. ¿Por qué? Una palabra: pesadillas. Me persiguen a todas partes, son estúpidas y muchas veces no tienen nada de terrorífico, aun así siempre me despierto igual, empapada en sudor frío y temblando, hasta que consigo calmarme y me doy una necesitada ducha, a veces fría, a veces ardiente. Las pesadillas me siguen a todas partes desde hace un par de años, me daba mucha vergüenza contárselo a mi madre, ya soy bastante mayorcita como para ir llorando a brazos de mami por unos malos sueños. Hasta que un día empeoraron mucho y no tuve más remedio que buscar ayuda. Mi madre me llevó a algunos expertos y la máxima solución que encontraron son unas pastillas que me ayudan a calmarme hasta que me duermo, porque luego las pesadillas vuelven y despierto en las mismas condiciones de siempre.
Subo al piso de arriba en busca de mis pastillas. Oh, cierto, me había olvidado de mencionar el último piso. Lo cierto es que al principio iba a ser el cuarto donde se lavara la ropa y se guardaran los trastos viejos pero, al ver que sobraba espacio, mucho espacio, Burt subió sillones, una televisión bastante grande y otros muebles que ya no necesitaban y montó un improvisado piso de estudiantes para que Sam, Kurt y yo pudiésemos traer a nuestros amigos y estar más cómodos estudiando. Incluso hay una nevera con refrescos y armarios con comida. La consola que hay enchufada a la televisión me dice que los pequeños van a pasar mucho tiempo aquí arriba.
Cuando me he tomado las dos pastillas que me receta el médico, vuelvo a mi habitación y cierro los ojos buscando el sueño, rogando por escapar de las pesadillas por una sola noche, y como siempre, ahí están.
Despierto con dolor de cabeza, los shorts del pijama se pegan a mis piernas por culpa del frío sudor que me recorre el cuerpo, es por eso por lo que prefiero dormir con nada más que una camiseta ancha y la ropa interior, pero con la mudanza tenía el pijama a mano y me lo puse.
Me siento en la cama agarrándome la cabeza entre las manos hasta que el dolor se hace menos intenso, espero no haber gritado como otras veces. Me meto directa a una ducha fría.
Cuando salgo de la ducha, mi uniforme animadora está extendido sobre la cama, seguramente ha sido obra de mamá. Los entrenamientos de las animadoras no empiezan hasta dos semanas después de haber comenzado el curso, al igual que el Glee Club y las demás clases extracurriculares, pero la entrenadora Sylvester me obliga a llevarlo desde el primer día hasta el último por ser la capitana, a mí y a Santana y Brittany.
Santana y Brittany son mis dos mejores amigas, ellas dos tienen una relación especial, aunque se supone que yo no debería saber eso, pero lo sé. No lo ocultan muy bien, la verdad. No me importa, de hecho me alegro mucho por ellas, Britt es algo especial y necesita a alguien como Santana para que la cuiden, y Santana necesita a alguien como Britt para que saque lo mejor de ella, Santana a veces es Satanás. Pero no quiero presionarlas para que me lo cuenten, lo harán cuando estén preparadas.
Me pongo el uniforme y bajo a la cocina a desayunar. Por lo visto soy la última en llegar, todos están ya abajo en la mesa.
Me sirvo un poco de leche y cereales sin mucho apetito.
Stevie y Stacey han montado una especie de fuerte con las cajas de los cereales en la mesa, utilizan la leche como río y la comida a modo de barcos. Kurt los mira con una mueca rara en su rostro y Sam parece querer unirse a ellos, Sam es un poco especial, es disléxico, pero sabe mucho de las personas y siempre se le ocurren buenas ideas para seguir adelante.
Burt aparece en la cocina con las llaves de un coche nuevo, es un coche deportivo muy grande, fue el regalo que nos hicieron a Kurt, Sam y a mí hace unas semanas. Sí, lo compartimos porque es sólo para emergencias, para hacer la compra o para ir al instituto. Los tres tenemos carné para conducir pero a mamá no le hacía demasiada gracia que nos paseáramos por Lima con semejante coche.
Hablando de mamá, acaba de entrar en la cocina y por la cara que trae, no el va a gustar demasiado lo que los niños están haciendo en la mesa. Se pone a pegar gritos fuera de sí y Sam, Kurt y yo nos miramos entre nosotros, ha llegado la hora de salir de casa.
Acordamos que dejaríamos conducir a Sam el primer día como recompensa por haber accedido a dormir en la misma planta que los pequeños, no son muy fáciles de aguantar, pero son unos críos adorables.
Cuando llegamos al McKinley, veo a Finn con otros chicos del equipo de fútbol a lo lejos, el primer día y ya llevan la chaqueta marcando territorio, no muy diferente de lo que hacen las animadoras. Están tirando a otro chico a la basura, lo veo de lejos y no estoy muy segura pero creo que es nuevo. Menos mal que está ocupado y no tengo que fingir que somos la pareja perfecta, aunque tendré que reunirme con él en cualquier momento del día.
-Os veo en Glee –les digo a Kurt y Sam como despedida.
Lo cierto es que tengo una clase en el laboratorio con Kurt antes de la comida, pero allí es como si no nos conociéramos.
Mucha gente se mete con Kurt por ser gay, otra lo hace por pertenecer al Glee Club.
Todos los del Glee Club reciben granizados a menudo, son como lo más bajo del McKinley, excepto yo, Santana, Brittany, Finn y Puck. Yo y las chicas nos libramos por ser las tres animadoras favoritas de Sue, y las tres chicas más deseadas del McKinley; Finn se libra por ser el quarterback del equipo de fútbol, aunque a él tampoco le importa mucho, como ya dije antes, es un poco estúpido; y Puck… Puck se libra porque es Puck.
La razón por la que estoy en el Glee Club… Bueno, ya habrá tiempo para eso más adelante.
El resto del día transcurre sin que pase nada especial. A la hora de la comida me siento con Britt y Santana en la mesa de las animadoras. Puedo ver a lo lejos a Finn sentado con el resto del equipo de fútbol, y más allá, el Glee Club. Lo que más deseo es coger la bandeja y correr a sentarme con ellos, escapar de las estúpidas descerebradas que no paran de hablar de los chicos del McKinley de un par de estudiantes nuevos de último curso que al parecer visten como unos auténticos nerds y ya se han ganado dos granizados cada uno en lo que va de día. No presto ni pizca de atención, no me interesan sus conversaciones. Y sé por la cara de Santana y Brittany que ellas desean correr con los chicos del Glee Club tanto como yo. Sin embargo, ninguna de las tres mueve un dedo de donde estamos. Remuevo la comida sin mucho interés. Este curso va a ir más lento de lo que me gustaría.
Cuando por fin soy libre de marcharme a casa, unos brazos aparecen sobre mis hombros mientras camino hacia la salida.
Es Finn.
Un escalofrío me recorre, no quiero que haga eso, no me gusta. Me agobia el peso de sus brazos.
Pero en vez de apartarlo, fuerzo una sonrisa mirándole.
-No te he visto en todo el día –me dice con un beso que quiero esquivar pero no lo hago.
-He estado ocupada con las clases, ya sabes –es tan estúpido-. Tengo que ir a casa, aún faltan algunas cosas de la mudanza.
-¿Quieres que vaya y te ayude? –me dedica una sonrisa.
Me siento un poco mal. A veces, Finn puede ser muy dulce, pero yo no siento lo mismo por él y no parece darse cuenta.
-No es necesario, gracias –replico intentando quitarle importancia, lo cierto es que no falta nada que hacer de la mudanza-. Te veré mañana.
Va a despedirse de mí con un beso que, gracias a Dios, una voz interrumpe.
-¡Eh! –los dos nos giramos para ver a una chica bajita vestida con ropa muy ridícula acercarse con paso rápido hasta nosotros-. ¿¡Quién te crees que eres para ir tirando a los demás al cubo de basura!?
Observo a la chica. A pesar de su pinta ridícula que parece una extraña mezcla entre una niña de cinco años y una abuela de ochenta, sus ojos marrones brillan llenos de vida. Tiene el ceño fruncido, clara muestra de enfado. Coloca las manos en las caderas y mira a Finn tan enfadada que puedo sentir cómo tiembla a mi lado. Incluso yo tengo miedo de su enfado.
-¡Rachel! –otro chico vestido con ropa extraña y el pelo más engominado que he visto en toda mi vida corre detrás de ella-. Déjalo, no tiene importancia.
-¿¡Cómo que no tiene importancia!? –exclama la chica que se llama Rachel-. ¡Te ha tirado al cubo de basura!
Juro que no he visto a nadie tan enfadado en toda mi vida.
-Eso es para que entendáis cómo funcionan las cosas aquí –intervengo con frialdad cuando soy consciente de que la mitad del instituto está pendiente de nuestra pelea.
-¡Tú no te metas, Barbie! -¿pero quién se ha creído que es la chica esta?
-Rach –dice el chico cuyo nombre nadie ha mencionado-, Rach déjalo, vamos.
La chica parece desistir y hace lo que él dice.
-Esto no quedará así –se vuelve a mitad de camino para mirarnos y levanto una ceja como respuesta.
El engominado tira de ella para sacarla de allí y por alguna extraña razón, no me gusta la cercanía con la que toma su brazo y rodea su cintura. Creo que las pesadillas están empezando a afectarme seriamente.
