¡Hola! Soy Lalaith Quetzalli, con una nueva historia, y si bien usualmente no escribo notas cuando todavía ni siquiera inicio, decidí que aquí sería necesario. Éste fanfic es un trabajo colaborativo entre dos autoras, Natalie y yo. Los detalles respecto a quien escribió que se darán hasta el final para no arruinar sorpresas. No habrá notas durante el transcurso del fic para hacer más fácil la lectura, si tienen dudas díganlo en su review y trataré de contestar.
Ah, sí, ni Natalie ni yo somos dueñas del Señor de los Anillos, ese honor le corresponde a Tolkien (quien Natalie diría ha de estar revolcándose en su tumba de tanta loquera que hacemos con su trabajo...pero en fin).
Disfruten ésto:
Selene y Gothmog
Autora: Lalaith Quetzalli
Coautora: Natalie
Prólogo.
-¡Isil! ¡Isil!
-¡Princesa Isil! ¡¿Dónde estáis?!
Varios hombres a caballo pasaban lentamente gritando, llamando a alguien que parecía no poder escucharlos, o no querer escucharlos.
-¿Ya la encontraron? –preguntó un hombre.
Él era alto, de ojos verde oscuro, cabello negro hasta los hombros, piel morena, llevaba un traje oscuro y una cota de malla hecha de bronce y oro, además de que una corona de oro blanco y piedras azules ceñía su frente. Era obvio que era alguien importante, un rey.
-No, su majestad. –respondió un soldado.
-Seguid buscando, -indicó el Rey,
-Pero ya estamos muy cerca de Mordor, su majestad. –replicó otro soldado.
-Exactamente, -dijo el Rey. –Es peligroso que Isil ande sola por éstos rumbos, aunque el Señor de la Torre Oscura ya haya sido derrotado, el peligro aún no ha pasado por completo.
-Lo sabemos su majestad. –dijo el primer soldado, se giró a sus compañeros. –Daos prisa, vamos, debemos encontrar a la Princesa.
Todos los demás soldados asintieron y se separaron para seguir buscando.
-Majestad, -un hombre, de baja estatura, se acercó al rey, -¿No creéis que os estáis preocupando demasiado? Quiero decir, la Reina no hubiera dejado venir a la Princesa si no pensara que es seguro.
-Vos sabéis tan bien como yo que la Princesa Isil acostumbra salir a todos los lugares posibles, sea seguro o no. –dijo el Rey.
-Sí, -dijo el otro hombre, -Y eso sólo hace las cosas más peligrosas.
El Rey asintió, sonriendo.
-¡Su Majestad! –llamó un soldado. –La hemos encontrado.
El Rey asintió, él y su amigo arrearon sus caballos para ir hacia donde se encontraba el soldado que los llamara.
-¡Isil! –llamó el Rey acercándose.
-¡Padre! –exclamó la princesa sonriendo.
La princesa Isil era una niña de unos ocho años, muy hermosa, de ojos azules profundos, y cabello negro muy largo, piel blanca medio morena, llevaba un vestido azul turquesa hasta debajo de las rodillas, algo roto. En su rostro se veía una sonrisa suave e inocente; y ella se encontraba de rodillas en el suelo.
-¿Por qué desaparecisteis así hija? –preguntó el Rey.
-Es que encontré a un niño, -dijo Isil, -Y está herido.
La princesa se hizo a un lado lo suficiente para que su padre viera al niño que yacía en el suelo a su lado. De cabello rubio oscuro corto, piel medio morena, llevaba un pantalón, camisa y botas rotos, y en su brazo se encontraba lo que parecía ser la parte faltante del vestido de Isil, amarrado alrededor de una herida.
El Rey desmontó del caballo, y fue junto a su hija.
-¿Quién es él? –preguntó el Rey a los soldados que lo rodeaban.
-No lo sabemos Majestad, -dijo uno de ellos. –Pero por las ropas que viste casi puedo apostar que pertenece a algún grupo de montañeses.
-Quizá tengan razón, -dijo el Rey.
-Padre, -dijo Isil poniéndose en pie, -No lo podemos dejar aquí, está herido, necesita ayuda. Vos o Mamá podrían curarlo.
-No lo sé Isil, ese niño es un completo desconocido. –meditó el Rey.
-Pero está indefenso, -insistió Isil. –Y necesita ayuda.
-Está bien, -dijo el Rey, volteó a ver al amigo con quien estuviera conversando poco antes, -Decidles que lo traigan.
-Sí Majestad, -dijo el joven.
El hombre, de cabellos rubios y ojos azul-verde, vestía un traje café claro; hizo señas a uno de los soldados más altos para que levantara al pequeño.
Una vez echo esto, todos montaron en los caballos, el Rey hizo que su hija montara con él; y todos enfilaron de vuelta a su hogar.
-No os preocupéis, -murmuró la pequeña Isil sonriendo, mientras volteaba a ver al niño que había encontrado, siendo llevado por un soldado a la izquierda de su padre. –Todo estará bien.
El pequeño esbozó una sonrisa, como si de alguna forma hubiese escuchado a Isil.
