Y aquí el primer capítulo… ¡Que lo disfrutéis!
Capítulo 1: Pascua
«Una fresca brisa que parecía emanar del corazón del Bosque Prohibido le apartó el pelo de la frente a Harry. Sabía que ellos no lo obligarían a seguir adelante, que esa decisión tenía que tomarla él.
— ¿Os quedaréis conmigo?
— Hasta el final —contestó James.
— ¿Y no os verá nadie?
— Somos parte de ti —repuso Sirius—. Los demás no pueden vernos.
Harry miró a su madre. —Quédate a mi lado… »
Unos insistentes golpes en la puerta me interrumpieron de mi lectura. Refunfuñando para mí misma me levanté del sofá tirando la manta al suelo y me dirigí a abrir la puerta mientras me secaba las lágrimas que J. K. Rowling había provocado.
— Erm… —un hombre de unos treinta años y con varias cajas detrás de él y una libreta en las manos—. Traigo tres mil huevos de chocolate para Isabella Swan, en la casa 4 de la Aldea de los Vencedores por parte de Debany Masen. ¿Es aquí?
Tanto el cartero como yo sabíamos que él me había reconocido perfectamente tan solo abrir yo la puerta, pero decidí seguirle el juego y complacerle.
— Sí, soy yo, ¿he de firmar en alguna parte?
— No, simplemente pon tu dedo aquí —señaló un trozo azul en la especie de tablet que llevaba.
Hice lo que me decía y el cartero se fue, dejándome para que me defendiera yo sola de las cinco enormes cajas de madera que contenían los tres mil huevos.
La Semana Santa había caído muy tarde este año, siendo el Domingo de Pascua el veinticuatro de abril, pero eso no me había impedido pedirle a Banny en mi visita al Capitolio para darle al Presidente mi primer CD de todos, 3.000 huevos de chocolate con leche envueltos en papel de aluminio de diferentes colores y patrones, a cambio de una gran suma de dinero y mi participación en la publicidad de todos los productos de su empresa: O Amor.
Veinte minutos después había conseguido meter todas las cajas en el comedor y estaba en la cocina bebiendo un vaso de agua para reponer energías y refrescarme. La pregunta de cómo iba a esconder los 3.000 huevos en todo el Distrito empezó a invadir mi mente.
— ¿Finnick? —sonreí al auricular— Sí, verás, necesito tu ayuda…
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— ¿Me estás diciendo que he de esconder 300 huevos de chocolate en este Distrito porque a la señorita le da la gana? —preguntó Johanna Mason, la vencedora de los Juegos anteriores a los míos.
Finnick le sonrió coquetamente sin sacar su mano de entre las de Annie Cresta, ganadora de los 70 Juegos del Hambre y que se había vuelto loca al ver a su compañero de Distrito ser decapitado delante de ella.
Finncik había acudido a mi llamada de socorro trayendo refuerzos; él, Annie y Lynn Everett (ganador de los 60 Juegos del Hambre) del distrit Johanna, Nash Decker (de los 67 Juegos del Hambre) y a Melia Dalton (vencedora de los 69 Juegos del Hambre) para que me ayudaran a esconder los huevos, aunque al parecer Johanna no parecía estar muy dispuesta a ello.
De forma que estábamos un grupo de diez jóvenes entre veintiocho y quince años todos vestidos de negro y cada uno con un saco con trescientos huevos de chocolate a altas horas de la noche y con una linterna en la puerta de mi casa y listos para empezar a esconder huevos.
— Está bien —dije—, el plan es repartirnos zonas para ir más deprisa. Somos cuatro personas de este Distrito y lo mejor sería formar grupos con al menos una persona que sepa cómo volver.
— Parece un buen plan —asintió Nash.
— He conseguido un mapa del Distrito y lo he dividido en cuatro cuadrantes, utilizando la plaza, que justo está en el centro del Distrito. Así que… Maya; tú ves con Johanna y Melia al sector este. Oliver y Nash os encargaréis del sur mientras que Luke y Lynn os ocuparéis del oeste. Lo que nos deja a Finnick, Annie y a mí con la zona norte.
Todos asintieron y se juntaron entre ellos, entonces Johana, Maya, Melia, Luke, Lynn, Finnick, Annie y yo nos dirigimos a la plaza de la ciudad para empezar a esconder los regalitos, dejando a Oliver y a Nash que empezaran ya con su sector en el cual ya estaban.
Una vez allí nos separamos, aunque dejamos en la plaza unos dos huevos cada uno. Finnick, muy metido en su papel, lideraba nuestro grupo de puntillas y escondiéndose todo el rato en las sombras de las casas o cualquier cosa que encontrara. Annie y yo le seguíamos escondiendo los máximos huevos posibles mientras hablábamos en susurros (en realidad Annie era una chica muy simpática, cuando no se quedaba mirando fijamente el suelo con los ojos desorbitados y Finnick tenía que acudir al rescate).
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— ¡He dicho que me subas, Finnick! —susurré con violencia.
— ¿A qué niño se le ocurrirá mirar en el tejado? —preguntó Finnick incrédulo.
— No es el tejado donde pienso esconder el huevo —dije con exasperación—. Si me subes lo verás.
Aún sin confiar del todo Finnick me cogió de la cintura y me lanzó hacia arriba, de manera que yo pude agarrarme al alféizar sin problemas. Una vez allí conseguí, con ciertas dificultades, ponerme de cuclillas en el alféizar para, acto seguido, abrir la ventana (la seguridad de nuestro Distrito es horrible) y colarme dentro.
Me sentía un poco como un ladrón mientras caminaba lentamente para no tropezarme e iba escondiendo los huevos en cajones, lámparas, rincones, floreros, debajo de las camas, armarios, estanterías… en cualquier sitio posible.
— Te has tomado tu tiempo —dijo Finnick cuando volví a salir por la ventana.
Me dejé caer y terminé en los musculosos brazos del vencedor— Gracias —dije saltando al suelo—. Conozco a la familia que vive aquí, uno de los hijos iba a mi clase. Son algo así como… siete niños o más, el mayor siendo de mi edad, y son muy pobres, de manera que he decidido darles una visita.
Comprensión se estableció en los ojos de Finnick— Oh…
— Este es el barrio más pobre de todo nuestro Distrito —dije señalando a nuestro alrededor.
— Por eso has escogido este sector y por eso somos tantos, ¿verdad? —entendió Finnick.
Asentí con la cabeza— Ven, Annie ¿quieres ayudarme en la siguiente casa? Es bastante divertido —la animé.
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Observé la plaza con atención, esperando a que apareciera el primer niño. Justo acabábamos de terminar de poner los huevos y el sol empezaba a salir. Sabía que el pequeño Henry Black sería el primero en aparecer en pocos minutos, pues vivía en las afueras y siempre aparecía al amanecer al pueblo para ayudar a sus abuelos a abrir la tienda y luego ir con sus amigos al colegio o, si era sábado o domingo, pasar el día jugando. Yo siempre le veía en mis paseos matutinos con Hesperis y había hecho costumbre de darle un bocadillo para que desayunara.
Y sin defraudarme allí estaba, corriendo y jadeando con la gorra calada hasta las orejas. Era el momento de actuar, de manera que le guiñé un ojo a Finnick para que esperara a mi señal y cogí un brillante huevo rojo mientras lo sostenía en alto y bien visible.
— ¡Ajá! —grité— ¡He encontrado uno!
Henry apareció en la plaza y me miró con curiosidad.
— ¿Qué has encontrado? —preguntó acercándose a mí.
— Un huevo de chocolate —le enseñé el huevo y, bajo su mirada escéptica, lo desenvolví y le di un gran mordisco para darle el resto a él.
— Está muy rico —dijo con los ojos muy abiertos para luego entrecerrarlos con desconfianza— ¿Cómo has encontrado un huevo de chocolate aquí?
Me incliné como si fuera a contarle un secreto— Cada domingo de Pascua —susurré—, el Conejo de Pascua esconde miles de huevos de chocolate alrededor del mun-Panem, alrededor de Panem, para que nosotros los encontremos.
Henry me miró sin creerse la historia, era muy perspicaz para tener solo seis años— ¿Y cómo es que no he visto ninguno antes?
— Porque nunca verás los huevos si no crees en el Conejo de Pascua. Has de creer para verlos, yo creo y ya he encontrado cinco —mentí.
— ¿Si creo en el Conejo de Pascua… encontraré huevos de chocolate?
— Has de creer que de verdad existe, y, bueno, luego buscar los huevos —expliqué.
Henry asintió convencido y cerró los ojos, luego hizo una graciosa mueca de concentración y se mantuvo así durante unos segundos (segundos en los que yo aproveché para hacerle la señal a Finnick, que era enseñarle la palma y luego hacer un puño) y luego los abrió lentamente.
— ¡Allí! —gritó señalando la carnicería— ¡Junto a las cajas! ¡Hay un huevo azul! —corrió hacia el huevo y lo cogió casi sin creérselo— ¡El Conejo de Pascua existe! —exclamó emocionado abrazándose a su huevo.
— ¿Pero qué dices, Henry? —preguntó su abuela saliendo de la carnicería.
— ¡El Conejo de Pascua! ¡Existe! ¡Mira, he encontrado un huevo! —se lo enseñó orgullosamente.
— ¿Por qué no vas a enseñarles a tus amigos el huevo y vais a buscar más, Henry? —propuse—. Yo ayudaré a tus abuelos a abrir la tienda.
Henry miró a su abuela esperanzado y soltó un gritó de emoción antes de perderse entre las calles cuando esta asintió con la cabeza.
Finnick salió de detrás de la carnicería aguantando las carcajadas acompañado por Annie que lucía una sonrisa enternecida y yo le expliqué la situación a los abuelos de Henry mientras les ayudábamos a abrir la tienda, pidiéndoles que no le contaran la verdad a su nieto.
— Y ahora he de volver a casa lo más rápido posible a por mí cámara —les dije una vez hubimos terminado.
— Es algo muy bonito lo que estás haciendo por nuestros niños, Isabella —dijo la mujer—. Que tus cosechas siempre den frutos —dijo con la típica bendición de nuestro Distrito.
— Y que tu hoz esté siempre afilada —terminé yo—. Venga, vamos —apresuré a mis dos acompañantes—. Quiero hacerles fotos a las caras de los niños y vosotros me las vais a hacer perder.
— Ya vamos, ya vamos —resopló Finnick.
— ¡Deprisa! —les grité ya corriendo.
Había conseguido avanzar veinte gloriosos metros cuando tropecé y caí de cara, lo que me hizo suspirar: Allí iba mi racha de suerte. Oí una risa detrás de mí y vi a Finnick mordiéndose el labio para no estallar en carcajadas mientras Annie, montada a caballito en su espalda, tenía la cabeza hacia atrás y reía con ganas, libremente. Finnick captó mi mirada y pude ver en sus ojos todo el amor que sentía en esa chica de pelo castaño y el sufrimiento que sentía cada vez que Annie se ponía las manos en las orejas y sacudía la cabeza con los ojos cerrados para bloquear las memorias de sus Juegos, que no hacían más que herirla incluso entonces.
Me incorporé y eché a correr de nuevo con Finnick a mi lado, que mantenía mi paso a propósito, pues él podría ir aún más rápido aunque tuviera unos sesenta quilos añadidos.
Cuando ya estaba en casa y con mi cámara Luke se montó detrás de mí en Hesperis y ambos partimos al galope dejando que nuestros compañeros descansaran desplomados en el sofá.
No tuvimos ni que recorrer un cuarto del camino cuando ya vimos al primer niño. Un niño pelirrojo de unos ocho años con un huevo amarillo y azul en su mano y tres más en la gorra que llevaba de la otra mano. El niño reía de alegría y les gritaba a sus compañeros que había encontrado otro, aun sin parar de reír. Le fotografié varias veces oculta en las sombras.
— ¡Bobby! —gritó una niña pelirroja con trenzas más joven que su amigo, o hermano diría yo—. Yo también he encontrado otro. ¡Ponlo! ¡Ponlo en la gorra! —dijo saltando emocionada.
— ¿Cuántos crees que quedan, Jen?
Jen puso cara de concentración— Henry dijo que el Conejito de Pascua había escondido miles de huevos, ¡aun pueden quedar muchos! ¡Venga, vamos a buscarlos o mamá nos hará volver a limpiar el comedor!
Volvimos a encontrar una escena parecida unos metros más adelante y pronto estábamos rodeados de gritos y risas de niños en busca de los huevos. Mi sonrisa no podía ser más grande y no podía dejar de hacer fotos a todo mi alrededor.
— Son unos simples huevos de chocolate —dijo Luke mirando asombrado como un grupo de cinco niños salían gritando alegremente de entre un montón de arbustos con dos llamativos huevos en las pequeñas manos de dos de ellos.
—No, Luke —rebatí—, no son solo eso. Son esperanza, son alegría, son inocencia, son ilusión. Son todo lo que cada niño debería tener pero que estos no han llegado a conocer. Y esto es lo que les estoy dando, la niñez que les han quitado.
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Esa misma tarde, cuando todos los huevos habían sido encontrados (con algunos había sido necesaria la ayuda de aquellos que los habían escondido para que se encontraran todos) y después de haber descansado, imprimí los miles de fotos que había hecho y con ayuda de los demás las pegamos todas en tres álbumes (uno para cada Distrito). Hasta dedicamos y comentamos los álbumes de los demás.
Al final acabamos cenando todos juntos entre risas y bromas. Una gran amistad se había formando entre todos mientras hacíamos esta buena acción y durante la semana siguiente nadie logró bajarnos los espíritus.
— ¿Cuándo dices que es el Domingo de Pascua? —había preguntado Nash durante la cena.
— El primer domingo después de la primera luna llena que haya sido después del equinoccio de primavera —contesté.
— ¡Caray! —resopló Melia— ¿No podías haber cogido una fecha más fácil como el primer domingo de abril o algo así?
— O el primer domingo después de una luna llena que haya sucedido después de un eclipse tras el equinoccio de verano pero en el que haya llovido por la mañana y en el que el día anterior haya hecho sol —propuso Johanna sarcásticamente.
Eso devolvió las risas a la mesa una vez más. A partir de allí la conversación derivó en quien lograba inventarse la fecha más rebuscada y complicada. Al final ganó Lynn con "el domingo en la luna nueva después de la luna llena tras la conjunción planetaria de Venus y Saturno de aquel año bisiesto en el que Haymitch y Chaff no se hubieran emborrachado durante unos juegos en los que no hubiera ganado un tributo profesional".
— Supongo que haremos esto cada año, ¿no? —dijo Annie cuando todos estaban por marcharse—. Quiero decir —añadió con una sonrisa—, una vez que hayamos descubierto la fecha.
— Por supuesto —saltó Finnick—. Izzy aquí presente nos llamará a todos cuando sea el día y la expedición huevil empezará de nuevo.
— Que así sea —reí.
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Durante esa tarde me quedé hasta altas horas de la noche mirando el nuevo álbum y sonriendo ante las caras de felicidad de esos niños que hasta podrían iluminar el más negro de los corazones.
Y entonces me acordé de mis anteriores Pascuas y no pude evitar que una sonrisa aun más ancha de oreja a oreja se apoderara de mis labios.
Estaba esa Pascua cuando tenía nueve años y que Renée decidió esconder huevos por toda la casa y resultó que se había equivocado de fecha una semana y encima se había olvidado de que los había escondido. Imaginaos mi sorpresa cuando me encontré a la mañana siguiente un huevo de chocolate en mi calcetín. De forma que, como mi madre hasta se había olvidado de donde los había escondido celebramos el domingo de Pascua una semana antes y hasta me seguí encontrando huevos tiempo después en los lugares más insospechados.
Luego hay esa vez cuando tenía seis años que pasé mi primera Pascua con Charlie. Al parecer había una "caza del huevo" para padres e hijos en Forks y Renée nos obligó a ir (a pesar de estar ella en Arizona y nosotros en Washington). Cabe decir que no sé cómo pero acabé perdida en los inmensos bosques de Forks y la "caza del huevo" pasó a ser "caza de Bella". Decidimos entonces mis padres y yo que, por mi propia seguridad, sería mejor si no volvía a pasar la Semana Santa con mi padre.
También tenía que recordar la última que pasé en Forks, pues la manada de la Push había decidido esconder huevos para los más pequeños, pero luego eran ellos los que se dedicaron a buscarlos y a pelearse entre ellos, compitiendo para ver quien había conseguido más huevos que todos los demás. Las madres, abuelas y familiares en general de la manada les riñeron por dejar a los pobres niños de la Push sin ninguno, y los licántropos tuvieron que repartirlos todos sin haber quedado un ganador claro (aunque yo estoy segura de que ganó Embry).
Me quedé dormida abrazando el libro y con una pequeña sonrisa en los labios.
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Y bueno, ¿qué os ha parecido? Sé que no tiene mucha acción, pero lo he hecho en poco tiempo y llevaba rondando por mi cabeza desde Semana Santa, así que al final he decidido escribirlo, y ya de paso os doy un vistazo de la relación entre Finnik y Bella y los demás tributos.
Espero que os haya gustado
Besos, CF98
