Capítulo I. La llegada.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Naruto.

Una ráfaga de viento helado hizo ondear su pelo y sus ropas. Se encontraban enfrentados al borde de un risco en el Valle del Fin, bañados por la luz negra de la luna nueva.

—Te capturaré y destruiré Konoha —respondió tranquilamente Sasuke Uchiha.

Madara Uchiha observaba el enfrentamiento sin intervenir desde un promontorio cercano, junto a varios Zetsus que formaban una corona macabra de hojas y sonrisas afiladas.

—¿Capturarme? —El rubio sostuvo la mirada del otro sin flaquear. Se afirmó más sobre los pies y continuó con su pose desafiante—. Creo que no. Y te informo de que ya queda muy poco de Konoha que destruir, Sasuke.

—Si no te capturo vivo, tendré que matarte. —En el tono del Uchiha había un levísimo toque de extrañeza—. ¿Te es indiferente tu vida?

—Me importa más mi libertad que mi vida. Nadie va a utilizarme para obtener venganza o aumentar su poder. Ni tu amigo de la máscara, ni tú.

—¿Sigues queriendo salvarme? —Los ojos rojo sangre que habían pertenecido a Itachi se cerraron y volvieron a abrirse—. ¿O has entrado en razón y al fin descubriste que yo ya no tengo salvación?

—No quieres tenerla: es el motivo por el que deseas acabar conmigo. Menuda ironía, Sasuke… Después de tantos años, eres tú el que me ha venido a buscar a mí.

Naruto observó detenidamente el pétreo rostro de aquél por el que tanto había sufrido, por quien tanto se había humillado, y a quien nunca había dejado de perseguir. Si Sasuke quería llevárselo a la guarida de Madara, tendría que matarlo; y no le cabía duda de que no vacilaría.

Sasuke.

Su primer amigo. Su único hermano. Su verdugo.

—No vais a arrastrarme a ningún sitio como un saco de patatas, sacáoslo de la cabeza. O morimos aquí los dos o te llevo conmigo de vuelta a casa. A tu casa, Sasuke. No permitiré que me mates y tampoco estoy dispuesto a que mueras solo. O los dos o ninguno. Te lo prometí, no lo olvides.

El futuro Hokage puso los brazos en jarras y sonrió en un resplandor de dientes blanquísimos. Sasuke creyó por un instante que la luna había crecido entre las nubes.

—Así que —continuó Naruto Uzumaki—, todo eso me lleva a mi pregunta inicial: ¿y ahora qué hacemos?

88888888888888888888888888888888888888888888888888 88888888888888888888

—Le digo que no. Usted no está en la lista, la he repasado tres veces y en ella no hay ningún Naruto Uzumaki.

El funcionario, un hombre de mediana edad, tez amarillenta y gesto cansado, se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz, antes de mirar de nuevo a su rubísimo y extraño visitante. Era un chico de unos veinte años, con ojos celestes, unas raras líneas felinas en las mejillas y la expresión más decidida que hubiese visto en ser humano alguno. A lo largo de los nueve mil novecientos cuarenta y siete años y dieciséis días que llevaba en su puesto de trabajo, nunca le había sucedido una cosa semejante. Bueno, a su predecesor le había tocado lidiar con un tal Orfeo, pero de eso ya hacía mucho tiempo…

—Ya lo sé. No estoy muerto, no puedo estar en esa estúpida lista —resopló Naruto con fastidio—. Tampoco vengo a quedarme, sino a buscar a alguien. En cuanto me deje pasar y lo encuentre, no le molestaré más.

—Pero, ¿qué se ha creído usted que es este lugar? ¿Un hotel? Ni siquiera entiendo cómo ha conseguido llegar hasta aquí con el cuerpo puesto. Delante de esta puerta sólo se presentan las almas, ¿entiende? Almas. No cuerpos.

—Tengo demasiada prisa como para discutir. —Naruto desechó la afirmación con un ademán brusco—. No me marcharé hasta que me deje entrar ahí.

El Guardián de las Puertas del Infierno se revolvió con incomodidad en su asiento y bajó la vista de nuevo hacia los papeles sobre su mesa.

—Aunque yo quisiese dejarle pasar (que no quiero), las puertas son automáticas. Sólo se abrirán si usted está en mi lista. En caso contrario, no podrá atravesarlas y esta conversación surrealista continuará indefinidamente.

El funcionario sonrió maléfico. Esperaba que con aquella acertada observación, el joven rubio desistiera de sus planes aberrantes y se largase por el misterioso lugar por donde había venido.

Pero, obviamente, en el Infierno todavía no conocían la determinación de Naruto Uzumaki:

—¿Y no hay más maneras de entrar? Por ejemplo, rellenando esos formularios que te dan cuando vas a hacer un trámite oficial. Para ser jounin creí que con derrotar a las fuerzas del Mal era suficiente, pero no. Me entregaron este uniforme y dos papelitos azules, y me señalaron un edificio de oficinas. "Planta tercera, pasillo de la izquierda, sección de nombramientos, ventanilla G4", dijeron. Le juro que fue más costoso encontrar esa puñetera ventanilla que derrotar a Madara Uchiha.

—¿Se está usted burlando de mí? —El hombre estaba indignado—. ¿Qué se ha creído, joven? El Infierno es un sitio serio.

—¿No hay otra puerta? Ya sabe, de esas de emergencia… —La cara del guardián era ahora un poema—. Digo, por si hay un incendio ahí dentro, con tanto fuego y todo eso… Imagino que habrá alguna manera de salir rápido, ¿no?

El funcionario parpadeó.

—No.

—Entonces, dado que sólo hay una puerta, no tengo más remedio que entrar por ella.

Naruto respiró hondo, separó las piernas para afirmarse y echó los brazos hacia atrás con la intención de lanzar un rollizo Rasengan contra aquella puerta maligna que entorpecía sus planes de rescatar a Sasuke. La gran bola de chakra azul comenzó a girar entre las palmas de sus manos y el guardián horrorizado se levantó, rodeó la mesa y corrió para ponerse, brazos abiertos, delante del energético Uzumaki.

—¡No!¡No! ¡¿Pero qué hace?! ¡Está loco!

—Encontrar a Sasuke, y ni usted ni nadie me lo van a impedir. Siempre mantengo mi palabra y le prometí que no moriría solo. Le mataron por mi causa y gracias a su sacrificio, yo sobreviví. No estoy dispuesto a dejar que su jefe se lo quede tan fácilmente.

—¿Mi… mi… jefe…?

Esquivando al buen hombre que le escuchaba estupefacto y cercano al colapso, Naruto dio un salto. Iba a abalanzarse sobre las altísimas puertas de bronce con la esfera azul en la mano, preparado para destruirlas. Pero en ese instante, una voz cavernosa y profunda se oyó desde el interior:

—Ya basta, permite que entre. Nos divierte.

88888888888888888888888888888888888888888888888888 88888888888888888888

Las inmensas hojas de bronce se abrieron ante Naruto.

Frente a él, una sucesión de largueros de madera ennegrecida y sin edad se unían con gruesas sogas, formando una pasarela que se dirigía hacia un punto en la lejanía. Sobre una montaña escarpada se alzaba La Ciudad Oscura, sus torres altísimas bajo un cielo plomizo. Rodeando el alto pico hasta donde se extendía la vista, burbujeaba un mar de fuego amarillo líquido sobre el que se balanceaba la extraña pasarela. Tan impresionante visión, no obstante, no hizo a Naruto apartar los ojos de la figura que caminaba hacia él.

El vengador se detuvo. Vestía la ropa con la que había perdido la vida en aquel sangriento campo de batalla, ahora limpia y perfecta para siempre. La mirada en sus ojos, negros nuevamente, aunque penetrante era indescifrable.

—Hola Sasuke.

El mencionado no respondió al alegre saludo. Se limitó a murmurar con su voz grave e inexpresiva, casi como si hablara para sí mismo:

—Ahora no podrás salir nunca de aquí.

—Hum… Ya veremos… —respondió el rubio, nariz en alto, y con su característico tono insolente de "no hay nada que yo no logre hacer si me lo propongo, en Este Mundo y en el otro".

El Uchiha bajó la vista y se giró para retroceder sobre sus pasos. Naruto se mordió los labios para ahogar una risita y se apresuró a ir tras él en un ligero trote.

Las puertas doradas retumbaron al cerrarse detrás de ellos.

88888888888888888888888888888888888888888888888888 88888888888888888888

—¿Vives allí? —El Uzumaki se refería a la aquella ciudad enorme y siniestra en la cima de la montaña.

—¿Vivir? —Sasuke sonrió sardónicamente y contestó sin volverse—: Sí, Naruto, "vivo" allí.

Llevaban horas caminando por la larga pasarela, no obstante, a Naruto no le daba la sensación de avanzar demasiado. A su parecer, la distancia con la ciudad no menguaba.

—¿Cuánto se tarda en llegar?

Ahora Sasuke se giró hacia el rubio.

—¿Y qué importancia tiene eso? Tiempo es lo único que nos sobra.

Aquella frase, encaminada a provocar el desánimo en Naruto, no hizo sino crearle un cosquilleo interior muy placentero. Pero había otro órgano de su cuerpo insatisfecho con aquella contestación.

—Es que… es que… empiezo a tener un poquito de hambre, ¿sabes?

—¿Hambre?

—Sí. ¿Las almas comen?

Sasuke alzó las cejas, a su pesar, en un gesto de asombro ya olvidado. Inspiró hondo y reanudó la caminata.

—Comerás cuando hayamos llegado.

Pero el recién llegado continuó como si nada con sus apreciaciones gastronómicas:

—No creo que aquí la comida esté rica —supuso, frotándose la barriga que llevaba un buen rato lloriqueando para que alguien llenara su rugiente vacío—. Pero después de haber probado los platos de la montaña de los sapos, soy capaz de comer cualquier cosa… Comestible, por supuesto —acotó enumerando con los dedos de una mano—. No como… eh… a ver… —El rubio arrugó el entrecejo para hacer un intenso ejercicio mental, tratando de imaginar de qué se alimentarían los habitantes de aquel tenebroso lugar—. No como —miró a su alrededor para buscar inspiración— fuego… mmm… ni personas… ni reptiles… ni piedras… ni… azufre… Los gusanos tampoco me gustan. Y eso que un día se ofrecieron a prepararme un guiso de ramen con orugas. No me lo comí, no creas, pero… pero por un momento… me pregunté…

—¡Esto te pasa por querer seguirme a todas partes, dobe! ¡Ahora asume las consecuencias de tus actos idiotas!

Sasuke resopló con irritación, mientras Naruto lo escuchaba atónito. Con aquel involuntario estallido, con aquel insulto pronunciado de manera inconsciente, ambos habían viajado de regreso por arte de magia a la época en la que compartían la más ácida rivalidad y la amistad más inquebrantable. Sus lazos.

Sasuke Uchiha continuó caminando hacia La Ciudad Oscura por aquella larga pasarela colgante tendida sobre un abismo de llamas eternas. Naruto le siguió con la cabeza gacha; sin embargo, una sonrisa resplandeciente iluminaba su boca y su corazón.

El antiguo Sasuke seguía allí, oculto, agazapado, hundido en lo más profundo, cubierto por capas y capas polvorientas de odio, venganza, resentimiento y culpa. Pero seguía ahí.

Sasuke seguía allí.

Estaban atrapados, pero lo había encontrado. Después de tantos años se lo habían devuelto.

Y nada más le importaba.

88888888888888888888888888888888888888888888888888 88888888888888888888

El trayecto se prolongó hasta hacerse interminable. El hambre de Naruto crecía por momentos, pero pronto dejó de protestar. Por el contrario, se dedicó a hablar de cualquier otra cosa, por peregrina que pudiera resultar. Inicialmente se trató de cuestiones de índole práctica. ¿Orinar por el borde de la pasarela estaba permitido? El futuro Hokage no quería que una lengua de fuego rencorosa ascendiese súbitamente y se llevase por delante sus posibilidades de ser padre de los hijos de Sakura-chan algún día. Al no recibir respuesta, Naruto tuvo que correr el riesgo y aliviar su vejiga antes de estallar. Eso sí, echando ojeadas ansiosas, por si acaso, a la ardiente y sagrada lava que envolvía el Mundo de Ultratumba; no fuera a ser que quisiese rebelarse sin previo aviso contra aquella ofensa inusitada. Por cierto, después de vaciar los depósitos, lo normal era volver a llenarlos. Estaría bien encontrar por el camino alguna fuente de agua potable (y fría). El hambre Naruto podía soportarla, pero la sed…

Su locuaz perorata era recibida por un silencio gélido. Sasuke no respondía a ninguno de sus intentos estrafalarios de entablar conversación. Teniendo en cuenta las últimas palabras que habían intercambiado antes de su muerte, era de esperar. Pero el rubio necesitaba descargar sus emociones de algún modo, aunque fuese unilateral. Albergaba un nudo en su interior, apretado, endurecido por el paso de los años hasta doler. A medida que seguía mirando la nuca de pelo puntiagudo y hacía preguntas estúpidas o le contaba al otro cosas triviales sobre lo sucedido en el mundo ninja desde su fallecimiento, sentía que se iba aflojando el nudo, aunque Sasuke no reaccionase más que con algún gruñido ocasional. Se aflojaba un poco. Otro poco…

De repente, el moreno se paró en seco. Naruto oteó en todas direcciones con curiosidad. No había ningún cambio visible en el paisaje, el burbujeante calor amarillo que los rodeaba, kilómetros de pasarela bamboleándose delante de ellos y la Ciudad Negra recortada en el horizonte.

—Vamos a descansar aquí.

—No estoy cansado, Sasuke. Sólo agradecería un poquito de agua fresca y algo de comer.

—Tenemos que esperar a que vengan.

—¿Quiénes?

Sasuke ignoró la pregunta y se sentó con las piernas recogidas. Estiró los brazos, reposó las palmas sobre la tela de su pantalón y cerró los ojos.

Naruto se quedó de pie. Pero sus ojos azulísimos no se posaron en la figura sentada, sino en el cielo gris oscuro que no cambiaba de color con el transcurso de las horas. Concluyó que, tal y como el Uchiha le había dicho, el tiempo no era algo que contase para nada en aquel sitio.

Se encogió de hombros, se sentó y después se tumbó junto a su amigo con las rodillas alzadas.

Volvió a mirar al cielo. Antes tan distante, ahora se veía espeso y envolvente; le daba la sensación de que si alargaba la mano, podría arrancar de él algunos jirones. Pero su mano permaneció pegada a las ásperas maderas de la pasarela.

No más experimentos por ahora, dejaría que las cosas siguiesen su curso.

Esperaría a que llegasen.

Quienesquiera que fueran.

88888888888888888888888888888888888888888888888888 88888888888888888888

Eran dos.

Se materializaron a un par de metros de ellos, igual que un espejismo borroso. Sasuke se levantó con parsimonia y se cruzó de brazos. Sus únicos movimientos a partir de entonces fueron los de sus pupilas afiladas al contemplar la escena.

Naruto, más sobresaltado por la aparición, se había erguido con rapidez y emitió una exclamación con esa voz que aún conservaba algo del timbre estridente de su infancia y adolescencia:

—¡Vaya! Son clavaditos al de la entrada.

El parecido era evidente. Rasgos idénticos en sus caras, gafas metálicas e inicios de calvicie, disimulada con un reparto estratégico del cabello restante. Vestían pantalones oscuros, camisa blanca y corbata negra. La única diferencia entre aquellos dos en concreto, era que uno portaba una libreta y un bolígrafo y el otro un pequeño maletín. Al aproximarse más, hicieron una ligera inclinación de cortesía.

—Uzumaki-san, me llamo 7942549752074 y este es 89028549029504. Nos han encomendado que organicemos su estancia. Antes que Uchiha-san y usted lleguen a su destino, es preciso que conozca las reglas que regirán su permanencia en la Ciudad.

—Reglas… ¡Uy! —Naruto torció la boca—. Aquí mi amigo Sasuke les puede informar de que las reglas no son lo mío. Haré lo que pueda, pero no les prometo nada.

—Si quiere continuar —intervino el otro funcionario, cortante—, tendrá que aceptar las limitaciones que le impongamos. Sin rechistar.

—De acuerdo. Dígame… eh… Número-san. ¿Cuáles son esas reglas?

Hubo un fruncimiento de ceño de los funcionarios al unísono, tras escuchar la desvergüenza con la que el rubio se dirigía a ellos.

—Se lo advierto. Abandone desde ya esa infame costumbre suya de preguntarlo todo. Nosotros haremos las preguntas a partir de ahora.

—No les voy a explicar cómo llegué aquí. En cuanto a lo demás, pueden interrogarme sobre lo que quieran.

Naruto sonrió ampliamente, en un gesto amistoso que ellos no interpretaron del mismo modo, y se volvieron a mirar. Su repertorio de expresiones faciales era bastante limitado. Sin embargo, aquel chico les estaba obligando a utilizar variantes que no sabían que poseían.

—Menudo tormento… —se oyó un murmullo—. Me gustaría saber a qué mente brillante se le ocurrió la idea de permitir…

—89028549029504, céntrate, por favor. —El otro funcionario volvió a dirigirse a Naruto, ojeando su libreta—. Uzumaki-san, puesto que al estar vivo ha traído consigo un equipaje inesperado, le proporcionaremos cuanto necesite para su subsistencia física. Todo está listo para su llegada a la Ciudad. Si precisa cualquier otra cosa, pídala. Uchiha-san nos hará llegar sus requerimientos.

—Servicio de habitaciones, qué bien… Pues su trillizo de la entrada trinaba que esto no era un hotel —canturreó Naruto.

Nueva expresión para el catálogo.

—993428943 no es nuestro hermano en el sentido biológico al que se refiere —aclaró 89028549029504 carraspeando—. En realidad, nosotros…

Se calló al ver una mirada destinada a él que nunca esperó ver en los ojos de su compañero.

—Las condiciones que deberá cumplir son muy sencillas —continuó el otro, recuperada la serenidad—: La primera es no perturbar a otras almas con las que pueda encontrarse. Si no puede resistir sin molestar a alguien, lo que parece ser el caso, incordie a Uchiha-san. ¿Acaso su intención no es reconciliarse con él antes de regresar al mundo de los vivos?

Sasuke emitió un pequeño siseo desde su apartado rincón en la conversación. Naruto no le miró, pero el sonido del aire al salir entre los labios entreabiertos del Uchiha le agradó.

Reacciones, sentimientos, emociones.

Sasuke.

Sasuke, no aquella estatua helada, muda e insensible que tenía a su lado. Su primer objetivo era encontrar al auténtico Sasuke. El segundo, como aquellos tipos pensaban, era restablecer sus vínculos.

El tercero…

—Tampoco podrá usar ninguna de sus "habilidades especiales". Nada de bolas de energía giratoria destructiva, clones femeninos indecorosos, o alteraciones del azul de sus ojos sin nuestro consentimiento. El nombre de Naruto Uzumaki es muy conocido en La Ciudad Oscura, debido a que numerosos huéspedes que albergan nuestras instalaciones se hallan aquí como consecuencia directa o indirecta de sus acciones. Por tanto, es posible que se tope con algunas pequeñas o medianas… complicaciones.

—¿Qué complicaciones? —El tono del funcionario no gustó mucho a Naruto. Hasta ese instante, no había pensado en el Infierno como en un lugar eventualmente peligroso, pero debía admitir que no sabía qué, ni a quién, se iba a encontrar en aquella ciudad lejana. Quizá debería comenzar a inquietarse un poco.

—Olvide eso y escuche con atención la tercera regla. Es la más importante. En caso de que la vulnere, sea cual sea la forma, el castigo no recaerá sobre usted sino sobre Uchiha-san. Uzumaki-san, bajo ningún concepto debe animar, apoyar o ayudar a Uchiha-san a encontrar a su hermano. Si rompe su promesa, el alma de Sasuke Uchiha se evaporará y no volverán a encontrarse jamás…