~ Piratas (SasuHina)
Genero: Romance/Adventure
Categoría: M
Aviso: Ella era un tesoro por entero. Él, un demonio perseguido por una deuda de sangre. –"Sois un arrogante", "Y vos la dama con la lengua más afilada que he conocido"–. ¿Puede el deber domar al deseo? Encontró parte de su alma, solo que no sabia que la buscaba.
oOoOoOoOoOoOo~ Piratas ~oOoOoOoOoOoOo
- Frágil –
"Fragilidad tiene nombre de mujer"
- William Shakespeare –
Ella nunca había sido como las demás damas de la corte. Odiaba toda esa hipocresía y pomposidad, prefería sentir el aire del mar en el rostro y la sal del agua golpear su piel. Por eso, estaría eternamente agradecía a su tutor y primo Neji.
Tras la muerte de sus padres y su hermana menor en un horrible incendio, el Hyuga se había encargado de cuidarla, protegerla y tratar de que fuese una dama. Al menos lo había intentado, aunque el hecho de no saber como criar a una muchacha, había hecho que Hinata fuese instruida más como un hombre que como una mujer.
Pocas eras las jóvenes en la corte que sabían de política, estrategia y caza. La ojiblanca estaba orgullosa de su impecable destreza con la espada, aunque aquello significase aguantar las reprimendas de su primo mayor por no ser del todo femenina.
A su parecer, ella era femenina, mucho más que algunas mujeres de alta sociedad. Bestia lujosos vestidos de seda, joyas importadas de los más recónditos países… sin embargo, para Neji no era suficiente.
En el fondo, ella lo entendía. No era normal que una chica de casi veinte años deambulase por el bosque con pantalones de montar y se entretuviese trepando por los árboles. En su niñez, el chico se lo había permitido, incluso le había dejado cortarse los cabellos azulados, pareciendo más un pequeño hombrecito que una pequeña damisela, pero eso había cambiado. Ahora debía comportarse como lo que era; una dama, una mujer… una Hyuga.
–¡Querida!– La duquesa la miró con lágrimas en los ojos. - ¿Estáis totalmente segura de querer partir? – Sus ojos de un verde apagado brillaban con vida, recubiertos de una cortina de lágrimas contenidas.
–Completamente, My Lady.
La peliazul la abrazó con fuerza moderada. No era de buen ver que una mujer demostrase su efusividad en público, aun cuando en lo más profundo de su alma, deseara abrazar a esa mujer con fuerza y suplicarle que no la dejase marchar hacia aquel fatal destino que le esperaba. Una muerte en vida junto a un noble aburrido y demasiado ocupado en política.
La duquesa Dorothy la había cuidado durante tres largos años, tratando de enmendar el error que su primo labia cometido con ella. El objetivo había sido corregir su personalidad salvaje e indomable, producto de su crianza en libertad y entre hombres de batallas.
–Rezaré por vos. – Le acarició la pálida mejilla y sollozó.
Hinata giró sobre sus talones, peleando internamente por no trastabillar con los tacones. Aun no se acostumbraba a caminar con ellos. No entendía como las mujeres podían caminar con aquella tortura, sin embargo, sabía que la vida de toda dama era un sufrimiento en silencio.
Miró el imponente barco. Los pocos soldados que su primo había mandado para recogerla junto con los marineros, esperaban ansiosos a que ella subiese para poder zarpar. Levantó las faldas lo suficiente como para ver sus pies y no tropezar con la pequeña rampa de madera a modo de escalera que habían puesto para el embarque. Cuando subió al navio, sus ojos blancos se encontraron con otros. Brillantes, inmaculados, amigos…
–¡Hiroshi! – Hinata se abrazó a él sin poder evitarlo. Lo estrechó con fuerza y aspiró su aroma a mar y tabaco de pipa. – No sabeis cuanto me alegro de verle.
–Lo mismo digo Lady Hinata. – El hombre le sonrió con afecto.
Habían crecido juntos desde pequeños. Él era uno de los primos que más quería. Pertenecía a la segunda rama de la familia Hyuga, sin embargo, siempre había sido su compañero en sus juegos infantiles. Junto a él y a Neji, había aprendido a trepar por los árboles y a buscar aventuras por el bosque, imaginando mis enemigos mientras los batían con palos de madera a modo de enormes espadas o sables.
–Me tomé la libertad de traer sus efectos personales. – Le sonrió con picardía. – Los dejé a buen recaudo en su camarote.
La peliazul sonrió y se mordió el labio con impaciencia. Caminó apresuradamente hacia su aposento, subió la pequeña y estrecha escalera, maldiciendo a las abultadas enaguas y faldas por frenar su paso. Sus pequeñas uñas arañaron la barandilla de madera francesa y abrió la puerta de su camarote.
Un tocador junto a la cama con dosel gris ocupaban uno de los lados de la habitación. Al otro, un escritorio en perfecto orden y un pequeño diván blanco. El enorme ventanal estaba abierto y con las cortinas blancas ondeando al sutil viento.
Vio el baúl con sus iniciales grabadas en la tapa. Se arrodilló en el suelo, mandando a freír espárragos a su recién adquiría educación inglesa y lo abrió con rapidez. Extrajo unas botas de montar y un pantalón tostado. Los dejó a un lado en el suelo, mientras seguía buscando la camisa que Roíz se habría encargado de meter para que ella pudiese utilizarla.
La encontró en el fondo, junto a su pequeño diario de abordo, negro con las tapas de terciopelo. Pasó sus dedos con delicadeza por encima y lo abrió. No buscaba nada en particular, solo leer algo de ella misma, de sus pensamientos… algo sobre la personalidad "salvaje" que la duquesa Dorothy se había esforzado en hacer desaparecer por unos días.
"Desearía ser un hombre. No es de mi gusto la vida de una dama de bien. Quisiera tener aventuras, visitar países exóticos y conocer millones de historias fantásticas.
Ojalá pudiese convencer a Neji para que me dejara vivir mi vida como una aventura, pero se a ciencia cierta que ese cabezota de primo y tutor, nunca consentiría que deshonrase el apellido Hyuga. Como él dice; Hiashi se esforzó para daros una vida y una educación, lo menos que podéis hacer es complacer el deseo de un difunto.
Respeto y entiendo su punto de vista… pero a veces, desearía que él entendiese el mío."
Sacudió su cabeza. No era momento para pensar en su libertad enjaulada en barrotes de oro. Se levantó y comenzó a desatar las tiras del vestido, dejándolo caer al suelo y quitando los tacones de una pequeña sacudida con los pies. Suspiró con placer cuando sus pies desnudos tocaron la madera del suelo. Si, deseaba ser un hombre. Al menos, ellos no sufrían la tortura de unos zapatos de tacón.
Hiroshi se apoyó en la barandilla de madera. El capitán del barco estaba junto a él, dirigiendo la embarcación con total destreza. La puerta a sus espaldas se abrió y giró su rostro para inspeccionar a la joven.
Tal y como la recordaba, salvaje e impresionante. Si bien, los vestidos y los hermosos recogidos en su cabello le quedaban como un guante, no era nada comparable con la belleza que desprecia con aquella camisa de hombre y los pantalones ceñidos a la estrecha cintura. Las botas negras le llevaban por la rodilla y su pelo había sido liberado del recogido que había portado hacia unos segundos.
Lacio y algo ondulado, caía a ambos lados de su rostro pálido y por su espalda, como una cascada de agua vista a la luz de la luna. Hinata lidiaba por recoger los mechones en una coleta alta.
–Sois uno de mis primos más queridos, pero eso no os da derecho a reíros de mi torpeza. – La chica gruñó al verlo reír sin disimulo alguno por sus esfuerzos. Realmente, añoraba tener el cabello corto.
–No me río de vuestra torpeza My lady, sino de vuestros intentos frustrados en esa tediosa enmienda. – El hombre se acomodó la casaca azul marino y siguió mirándola, divertido al ver el esfuerzo reflejado en su rostro. Finalmente, consiguió domar la melena y lo miró con una sonrisa. – Veo que habéis ganado.
–Nunca subestiméis el poder de una dama, Hiroshi. Especialmente el de una Hyuga. – Rió ella. - ¿Qué habéis pensado para divertirme?
–¿Qué tal una partida de póquer mientras saboreamos un vino?
–Me parece una idea esplendida. – Hinata alzó la barbilla con arrogancia fingida. – Recordad que la última vez os gané más del doble de vuestro sueldo como soldado.
–Ofrecedme entonces una revancha.
La peliazul asintió con la cabeza y el castaño desapareció bajando las escaleras. Ella se sentó sobre la barandilla de madera, admirando el mar frente a ella. El horizonte lograba hipnotizarla mientras las olas rompían de una forma agresiva contra el barco.
Cerró los ojos y recargó la cabeza en la pared de madera que había a su espalda mientras subía los pies a la barandilla.
Quince hombres sobre el cofre del muerto,
jajaja, la botella de ron,
la bebida y el diablo se llevaron el resto,
jajaja, la botella de ron.
–¡My Lady! – El capitán del barco se sobresaltó por el silencioso cantar de la muchacha. – ¡No debéis entonar canciones piratas en alta mar! ¡Trae muy mala suerte!
–Lo lamento señor. – Agachó la cabeza avergonzada. – Yo no soy supersticiosa, pero no volveré a hacerlo para no alarmaros. – Le sonrió, tratando de calmarlo y que confiara en su palabra.
–Esta agua son peligrosas mi señora. – Hasta ese momento, Hinata no se había dado cuenta del curioso acento que ese hombre tenía al hablar. – Existen muchas historias no muy nobles sobre hombres que habitan en este mar.
–¿Historias? – La emoción asomó por su rostro. - ¿Podríais contármelas, mi señor?
–No son agradables para una señorita de su edad. – Rió el hombre, haciendo notar la falta de varios dientes.
–¡Os lo ruego! – Imploró. - ¡Prometo no volver a cantar ni recitar nada! – La chica colocó sus manos sobre su pecho, haciéndole ver al mayor que hablaba de todo corazón y cumpliría su palabra.
El hombre suspiró derrotado. Ciertamente, deseaba negarse, pero no podía hacerlo cuando Hinata le miraba de aquel modo esperanzado y soñador. Con la inocencia de una niña de diez años asomando por sus ojos. Ciertamente, compadecía al hombre que se casara con ella, pues se vería incapaz de negar cualquier capricho.
–Hay un pirata en especial que suele navegar por estas aguas. – Comenzó a narrar. – Puedo aseguraros que es un demonio. Dicen que lo han expulsado del mismísimo infierno.
–Eso no es posible. – Intervino la chica. – Cuando una persona muere, no resucita.
–¿Queréis que os cuente la historia? – Preguntó enfadado. Hasta el momento, no había existido dama alguna que se atreviera a interrumpirle. Hinata enrojeció de la vergüenza y asintió con la cabeza, rogándole silenciosamente que continuase. – Su navío tiene el nombre de "Sharingan", pero todo el mundo lo llama "El Temido". Nadie sabe el nombre del capitán que lo dirige, pero dicen que su nombre era sinónimo de maldad y corrupción, crueldad, sed de sangre y destrucción. Su simple imagen provoca terror. Se apodera de barcos y de riquezas como si se tratara de una diversión para él. Dicen que secuestra mujeres y las engatusa de tal manera, que estas acaban con el corazón y el alma destrozados cuando él se cansa de ellas.
Hinata abrió la boca con fascinación. Realmente, ese pirata debía de ser valiente y muy peligroso. Estuvo tentada a preguntar algo más sobre el pirata cuando Hiroshi apareció junto al hombre y lo golpeó en la nuca.
–No me gusta que mi prima escuche ese tipo de historias, capitán.
–Fui yo la que insistí. Por favor, no regañéis al hombre. – Suplicó. – En tal caso, enojaron con mi persona.
–Neji no querría que escucharas cosas como estas, no son digna de los oídos de una dama.
–Neji tiene en muy alta estima lo que es digno de una dama y lo que no.
La ojiblanca se cruzó de brazos enfadada y arrugó los labios. Hiroshi no pudo hacer otra cosa que reír de su infantilismo. Había recibido la educación correcta durante años, y seguía siendo la misma niña de antes.
Le acercó una copa de vino y la chica la tomo, zarandeando el líquido en la copa y olfateando el aroma. "Frambuesa"… El olor llegó hasta lo más hondo de su cabeza y la atolondró. Dio un pequeño sorbo y paladeó con gusto el sabor amargo y el sutil dulzor de la fruta.
El sol había comenzado a ocultarse y la noche cubría con su manto de estrellas el cielo.
Abrió los ojos por el fuerte golpe. Los gritos y cañonazos la hicieron temblar. Se aovilló en el lecho, abrazando las rodillas con sus brazos y conteniendo las lágrimas que querían salir por el miedo. Rogó que aquello fuese una pesadilla, pero el altísimo estaba escuchando otros asuntos divinos, ya que no atendió a su suplica.
Los poderosos golpes en la puerta de su camarote la hicieron soltar un pequeño grito y tapar su cabeza con las sabanas. La puerta se abrió de golpe y Hinata buscó con la mirada al intruso, temerosa por todo el alboroto que se escuchaba fuera de la habitación.
–¡My Lady! – El hombre iba cubierto de pólvora. Su camisa blanca estaba cubierta con manchas de sangre y su casaca de soldado estaba completamente rasgada. – Perdonad mi atrevimiento, pero debéis vestiros inmediatamente.
–¿Q-que sucede? – Se atrevió a preguntar.
–Piratas. Nos atacan…
Aquellas palabras lograron hacerla temblar. Se escuchó un grito desgarrador y Hinata comprobó con horror como en cuerpo inerte de un soldado caía frente a su dormitorio. Gritó y se llevó las manos a la boca, conteniendo su miedo y sus temblores.
Hiroshi la agarró del brazo y la sacó de la cama de un tren. La chica quedó frente a él con la camisola que había estado gastando por el barco. Por suerte, le venia por debajo de los muslos y casi le servia de camisón.
El soldado le lanzó a la cara los pantalones y le ordenó que se vistiese. Hinata lo obedeció torpemente. Sus manos temblaban y le imposibilitaban la tarea. Finalmente, pudo colocárselos y enfundó sus pies en las botas. Hiroshi sacó del baúl una capa negra con capucha y se la colocó, anudándola al fino y delgado cuello y tapando su rostro y cabellos.
Le cogió la menuda mano con fuerza y salió con ella de la habitación. Un robusto hombre se cruzó en el camino de ambos. Cabellos blancos, ojos negros y piel oscurecía, demasiado bronceada. Hiroshi levantó su espada, blandiéndola con fuerza y descargó el filo sobre la yugular del hombre. Un alarido tronó en los oídos de Hinata, que sintió deseos de echar a correr y arrojarse por la borda.
El hombre calló al suelo, creando un charco de sangre demasiado grande. El castaño obligó a la muchacha a caminar, cruzando la proa en mitad del enfrentamiento. La Hyuga comprobó con horror la sangre y los cuerpos inertes en el suelo. Los hombres se daban golpes entre sí y descargaban sus sables contra el cuerpo del enemigo con furia.
No se dio cuenta de que su primo la llevaba a un bote hasta que la cogió por la cintura y la subió a la pequeña balsa.
–¡Debéis marcharos! – Le urgió. – En la noche no os verán. Guiaos por las estrellas y volved a Inglaterra, no tardareis más de un día.
El hombre tiró de una cuerda y el bote se elevó en el aire. Lo empujó con el pie y lo sacó fuera, quedando en vilo a unos metros sobre el mar. Comenzó a bajarlo con rapidez pero con cuidado. Hinata temblaba mientras miraba al hombre. Se dio cuenta de que un pirata venia directo a él, con una daga en alto.
Gritó de una forma desgarradora, advirtiendo al soldado del peligro a sus espaldas. El hombre se giró y consiguió reducir al pirata, soltando la cuerda del bote. Uno de los extremos de la cuerda se atascó en la polea y Hinata trató de coger el que se deslizaba, tratando de que el bote no volcara. Fue una muy mala idea.
El bote calló al agua y ella se elevó. Incapaz de soltar la cuerda, quedó suspendida en el aire sobre la proa, viendo como los hombres se mataban unos a otros. Bajo ella, Hiroshi combatía contra tres piratas. Trató de perennizarse y actuar con calma. Se decidió trepar por la cuerda, con un poco de suerte, llegaría hasta la torre del vigía y se escondería hasta que el peligro pasara.
Cuando logró alcanzar aquella estrecha superficie con barandilla, sus manos estaban ensangrentadas por las hebras de la cuerda.
–¡Mujer del diablo! – Para su sorpresa, no estaba sola. El capitán que antes le había contado la historia de piratas estaba escondido también, temblando como un cachorro y mirándola con odio. – Nunca se puede llevar a una mujer en un barco ¡Trae mala suerte! – Vociferó. – Y para colmo vos los atrajisteis al cantar esa horrible canción…
–Yo…
–¡Callaos! – Rugió. - ¡No os atreváis a abrir esa boca de arpía!
Hinata tembló y se acurrucó en el suelo, rodeando su cuerpo con la capa. Estaba helada, pero no tenia nada que ver con el clima, sino con el miedo y los nervios.
Se atrevió a echar un vistazo hacia abajo. Los soldados ya habían sido reducidos y estaban todos maniatados. Los piratas reían y algunos descansaban, resoplando mientras se sentaban en el suelo o se recargaban en la barandilla de madera.
El silencio le resultó mucho peor que el sonido de los gritos de dolor. Escuchó unas botas chocar contra el suelo con fuerza y la figura de un hombre se impuso ante los prisioneros.
Un gemido doloroso escapó de los labios del capitán que estaba a su lado.
–… El Temido. – Se mordió los labios con fuerza. – Que Dios nos asista.
La ojiblanca clavó los ojos en el hombre. ¿Ese era "El Temido"? Ciertamente, parecía un hombre común, un poco pequeño desde la distancia a la que se encontraba y solo podía distinguir el color de sus ropas. Pantalones negros y blusa blanca. Supuso que llevaría botas por el sonido que había hecho al caminar.
–¿Qué os parece, miei compagni (mis camaradas)? – Hablaba un perfecto ingles, pero el dulce acento italiano asomaba por sus labios. – Tenemos a unos soldati (soldados).
Los hombres rieron con burla y comenzaron a registrar el barco. Hinata vio con impotencia como varios de esos hombres entraban en su dormitorio y comenzaban a escucharse como se rasgaban las telas y se rompían los muebles.
Uno de los hombres salió corriendo de su camarote y acarró el brazo del pirata. Parecía que intercambiaban unas palabras en italiano y luego, "El Temido" salió apresurado hasta colarse en el aposento de Hinata.
Dos de sus hombres agarraban un vestido y tiraban de él como si la vida les fuese en ello. El pirata los observó divertido y lo cogió de un manotazo, notando la fina tela ente sus ásperos dedos.
–Si tanto os gusta, podéis compartirlo. – Los demás delincuentes rieron a carcajadas. – Primo (primero) se lo pone uno, e poi (y después) el otro.
El hombre también rió, pero se detuvo de inmediato. Volvió a palpar el vestido en la zona del pecho y notó la tibieza. Enarcó una ceja y miró el dormitorio. Se abalanzó sobre la cama y metió la mano entre las sabanas. Aun estaban calientes y olían a mujer.
Volvió a salir a la proa, donde los prisioneros miraban la escena.
–¿Y la donna (mujer)? – Preguntó. Su voz sonó potente. Como la de un guepardo que ruge para imponerse sobre otros.
–Aquí no hay mujer alguna. – Hiroshi levantó su cabeza con orgullo. Sabia perfectamente donde estaba su prima pero no iba a delatarla bajo ningún concepto. En verdad, el escondite que había encontrado era bueno y alejado del peligro. Así no se preocuparía por buscarla en alta mar antes de que muriese deshidratada.
–¿No hay donna (mujer)? – Una sonrisa adornó los labios del hombre. – Allora (entonces)… ¿Porqué la cama huele a hembra y el vestido está tibio?
El hombre arrojó el vestido al suelo y soltó una carcajada, levantando su cabeza y haciendo que sus cabellos negros se moviesen con gracia y soltura. Los hombres se amontonaron tras él, formando una especie de escuadrón. Giró sobre sus talones y gritó.
–¡Miei compagni (mis camaradas)! – Señaló el vestido y sonrió. – En este barco, hay una donna (mujer) sin su vestido. Esperemos que ande desnuda. – Los hombres rieron.
Entendiendo lo que aquello significaba, los hombres comenzaron a rebuscar por todos los rincones. Hinata miraba todos los gestos detenidamente. Si alguno de aquellos hombres hacia el menor indicio de querer subir a la torre del vigía, ella misma se lanzaría al mar abierto de un salto.
–Es a vos a quien quieren.
La joven se giró. Sus ojos casi se salieron de la sorpresa. El capitán estaba encorvado, pero lo suficiente erguido como para que ella viese la daga que sostenía en una de sus manos. Se apegó a la barandilla mientras el hombre se acercaba a ella silenciosamente.
–Si vos bajáis, nos dejaran en paz.
La amenazó con el cuchillo para que bajase, pero Hinata no estaba dispuesta a aquello. Trató de agarrarlo de las muñecas para que el arma no la alcanzase, pero ese hombre era más fuerte que ella.
El capitán se abalanzó sobre el cuerpo femenino como una león salvaje, tratando de empujarla para que cayese al vacío. Hinata por su parte, trató de apartarse, pero no tubo suerte.
El hombre la agarró de los cabellos, tirando de ella hacia el borde de la pequeña barandilla. Hinata clavó sus ojos en el vacío, tan lejano y cercano a la vez. El corazón le latió con fuerza y la adrenalina se apoderó de su cuerpo. Sin saber como, se agarró a la madera y le dio una fuerte patada al hombre en el vientre.
Escuchó el grito y el golpe seco. No quiso mirar hacia abajo, sabiendo que se encontraría con una imagen horrorosa. Una muerte por su culpa…
No tubo mucho tiempo que pensar, cuando volvió a recuperar la calma, varios hombres subían para comprobar que no quedase nadie más. Armándose de valor, cogió la daga que el capitán havia intentado clavarle y la metió dentro de su bota, con cuidado de no cortarse.
Respiró hondo y hecho a correr, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Sus pequeños pasos eran apresurados y los gritos se escucharon con más fuerza. Pudo reconocer la vos de Hiroshi gritándole que saltara al mar y se marchara. La voz de los soldados rogando que no cayese al vacío. Los gritos y silbidos de los piratas. Aquello la aturdió.
Un paso en falso la izo trastabillar. Notó como perdía el equilibrio y su cuerpo se doblaba hacia un lado. De un rápido movimiento, metió los dedos en su bota y clavó la daga en la tela de la vela. Hinata caía lentamente hasta que el filo se dobló y su cuerpo paró en seco. Una mano se aferró a su rodilla y miró con susto como un pirata castaño, con marcas en sus mejillas sonreía orgulloso por haberla capturado.
Sin pensarlo, le propinó una patada en la cara u el joven calló varios metros al suelo. Supo que estaba bien por los quejidos de dolor. Hecho un fugaz vistazo al suelo, viendo como se retorcía y como otros hombres trataban de conseguir la hazaña que él no había logrado.
La Hyuga se sujetó con fuerza a la tela y sujetó la daga con sus dientes. Fue ascendiendo lentamente, ayudándose de sus piernas, enrollándolas en la rota tela. Por un momento, no escuchó nada, tan solo el golpeteo de su corazón contra sus oídos. Consiguió llegar a lo más alto de la vela, sujetándose a la madera y volviendo a subirse en ella.
Para su mala suerte, descubrió a un pelirrojo esperándola, con una espada en alto. Sus ojos verdes brillaban por la luz de la luna y una sonrisa malévola dibujaba sus labios. Hinata empujó la daga con fuerza y la levantó, preparada para defenderse en cualquier momento.
El hombre se rió en su cara, murmurando algunas frases en italiano que parecían divertirle aun más. Los hombres que estaban cerca rieron con él.
La ojiblanca se sintió perdida. Aun cuando consiguiese no caer al vacío y librarse de aquel hombre, no podría con los otros tres que había tres él. ¡Piensa Hinata! Se dijo a si misma. Neji le había enseñado todo sobre el combate y la estrategia, Hiroshi había hecho lo mismo, instruyéndola como un soldado más, y ahora que podía ponerlo en práctica y librarse de aquellos malhechores, no era capaz.
Una idea cruzó su mente cuando vio la cuerda por la que había trepado. Tal vez funcionase, los hombres aun estaban lejos de ella y tal vez con suerte, podría lograrlo. La cogió y se la enrolló a la cintura. Dio vueltas sobre si misma para acelerar su acción y acabar cuanto antes. Apretó los dientes y se preparó para el dolor. Justo cuando escuchó un rugido a sus espaldas, saltó al vacío.
Mientras caía, comenzó a dar vueltas por los aires, desenrollando la cuerda conforme iba aproximándose al suelo. Cuando ya quedaba poco para que la cuerda soltara su cintura, se agarró con fuerza a las hebras y ocurrió lo que esperaba. Por inercia, la cuerda actuó como un látigo, balanceándola y sacándola de la proa del barco. El mar tranquilo quedó bajo ella y se soltó. Se tiró al agua de cabeza y la oscuridad del agua la envolvió. Dejó de escuchar gritos, en silencio lo agradeció.
Salió a la superficie para tomar aire y volverse a sumergir. Volvería a Inglaterra nadando aunque la vida le fuese en ello. Alertaría a los soldados y Neji iría tras aquel pirata hasta que pagase por todo lo que había hecho aquella noche. Cuando el agua dejó de rodear su rostro, aspiró una enorme bocanada de aire. Pude ver como los piratas se asomaban para ver donde estaba y trataban de encontrarla.
Volvió a sumergirse y se preparó para impulsarse cuando algo calló sobre ella. Se enredó en sus brazos y piernas, hundiéndola con lentitud. Observó con pavor la red que la rodeaba. ¡Le habían lanzado una red! ¡Moriría ahogada!
Trató de liberarse, pero era inútil. Cuanto más se movía, mas se enredaba. Buscó la daga sin éxito, suponiendo que la habría perdido en el salto. Empezó a entrarle agua en los pulmones y cada vez le costaba más no perder la nitidez de las cosas. Sin embargo no pudo. Calló en la oscuridad, abandonándose a aquel fatídico final.
Moriré feliz… pensó. Como un hombre que ha vivido su última aventura.
Abrió los ojos con pesadez. Sentía dolor en su pecho, como si alguien le hubiese clavado un cuchillo y hubiese retorcido la hoja. Se fijó en el lujo que la rodeaba. Levemente iluminado, el camarote lucia en todo su esplendor. Se podía apreciar la decoración italiana en los muebles. No era lo que esperaba de un salvaje pirata.
Las paredes negras con detalles dorados eran típicas de artistas venecianos. Había dos elegantes sillones de un rojo sangre brillante a modo de sala de estar. Un escritorio de madera de roble tras el cual, se veía un balcón que daba a la parte trasera del barco.
La cama estaba a un lado. Hinata palpó las sabanas oscuras sobre las que reposaba. Seda.
La puerta se abrió de un golpe, azotando el marco con violencia. La chica trató de ocultarse con la capa negra, sin embargo, ya no la llevaba. Comprobó con vergüenza su ropa mojada y pegada a su cuerpo. Lo único que la cubría de tal vergüenza eran las sabanas de seda de aquella enorme cama.
Una figura se impuso frente a ella. Lo primero que vio fueron las piernas, largas y fibrosas enfundadas en unas botas de cuero negro brillante. Alto, de hombros anchos y estrechas caderas. Llevaba una camisa blanca abierta en la zona del pecho, dejando ver los trabajados músculos del vientre. Se sintió pequeña, como una diminuta pulga.
Tenia los cabellos negros, de un azabache intenso. Su piel era algo más oscura que la de ella, producto de las jornadas bajo el sol abrasador del mar.
Su rostro era perfecto. Con las líneas de la mandíbula bien definidas, la nariz recta y fina. Los labios delgados, apetecibles con solo mirarlo, sin embargo sus ojos eran lo peor.
Negros, brillantes y penetrantes. Eran como una capa que cubría cualquier emoción e impedía que quedara al descubierto.
–Buonasera… piccola donna. (Buenas noches… pequeña mujer) – La voz era más ronca de lo que recordaba. Hinata trató de incorporarse, pero en fuerte dolor en el pecho y el vientre se lo impidieron. – Habéis despertado mi curiosidad. Os aseguro que estoy molto intrigado.
Él sonrió de manera burlona y ella se removió en el lecho incomoda. Escondía temerosa el rostro para que él no pudiese verla del todo. Por alguna razón, sentía que no debía mostrar su rostro, era como una especie de presentimiento.
El calido aliento golpeo su coronilla. Supuso que estaría inclinado para poder verla mejor.
–Comprendo que os mostréis reacia a daros a conocer, pero hablarle a unos cabellos es difficile. — La ojiblanca pudo ver las largas piernas separadas y firmes, hasta que de repente, sin previo aviso, Le agarró los cabellos y tiró de ellos, echando hacia atrás su cabeza de un tirón.
Quedó boquiabierta. Se sacudió con fuerza, olvidando el dolor por un momento y concentrando en liberar sus cabellos del agarre. Él la soltó con rapidez, temiendo que ella misma se hiciese daño. Los ojos negros chocaron contra los blancos. El asombro y la confusión estaba desbordando en sus miradas.
Los ojos del pirata se entornaron con aire pensativo, brillantes, llenos de vida y emoción. Un perfecto contraste con el terror y la admiración que destilaba la mirada de ella en aquel momento. Rara vez, Hinata prestaba atención a los hombres, pero aquel italiano de físico impresionante consiguió captar su atención. La Hyuga estaba segura de que una sola mirada de él, era capaz de hacerle reconsiderar los votos hasta a una monja.
—Un piacere (placer).
De nuevo, ella se sintió acosada por su inquisidora mirada. Se fijó en el pendiente que perforaba el lóbulo izquierdo: un diamante. Su aroma llegó a su nariz, pura esencia masculina. De pronto, se sintió desfallecer. La cabeza le daba vueltas y comenzaba a sentirse sofocada. Sonriendo, el hombre enrolló un dedo en uno de los mechones oscuros de los cabellos de ella.
—¿Allora (bueno)? ¿Os comió la lengua el gato? – Hinata echó la cabeza hacia atrás, arrebatándole el mechón de cabello.
—¿Qué es lo que intentáis hacer con mi tripulación? Si lastimáis a alguien… - Amenazó. Un brillo burlón asomó por los ojos del moreno.
—¿No estáis ansiosa por saber qué intenciones tengo con vos? – Una sonrisa ladina surcó los labios. El hombre irguió su barbilla, orgulloso.
—No me importa lo que hagáis conmigo mientras mi gente salga ilesa.
Debió de pensar antes sus palabras. Cuando se dio cuenta de lo que había dicho, se llevó las manos a los labios y ahogó un grito. Lo miró con miedo, observando como la sonrisa altiva de él se agrandaba.
—¿Entonces puedo hacer con vos lo que me plazca? — Le preguntó él con una ceja levantada.
—¡Por supuesto que no!
Se sintió salvada por los golpes en la puerta. Entraron tres hombres. Reconoció a dos de ellos. Uno era el castaño con tatuajes en sus mejillas, al cual, le había propinado una patada en el rostro para que la soltara del tobillo. El segundo era el pelirrojo que se había burlado de ella. Observó que este también tenía un tatuaje en la frente, un símbolo japonés que no llegó a ver del todo. El tercer hombre era rubio, con unas extrañas marcas en sus mejillas y unos brillantes ojos azules.
Los tres hablaron un momento en italiano y dejaron un baúl junto a los pies del ojinegro mientras la miraron a ella fijamente. El castaño con algo de rencor por el fuerte golpe recibido. Salieron del cuarto y cerraron la puerta tras de si.
—Creía que los piratas ya no atacaban barcos pequeños. ¿Sobrevinieron tiempos difíciles? – Preguntó mordaz. Él soltó una carcajada.
—Afortunadamente no. Pero vos, sois sin duda el premio más valioso que jamás haya adquirido.
Lo recorrió con la mirada de arriba abajo mientras él se dirigía hacia el mueble de las bebidas. Los ceñidos pantalones de color negro destacaban cada músculo tenso de sus piernas. Llevaba una daga curva con mango plateado amarrada a la cintura, sobre una faja de seda color rojo sangre. Era una daga oriental. Neji tenia una parecía adornando la pared de la biblioteca. El cristal tintineó cuando él llenó una copa con un líquido de color ámbar claro.
—¿Puedo ofreceros algo?
—¡Brindad solo! – Le espetó. Los ojos oscuros recorrieron su figura, haciéndola sentir cohibida.
—Tenéis una lengua demasiado afilada para ser una donna. – Alzó una ceja con aspecto divertido. – Temo que habrá que desafilarla.
—¿Tenéis intención de mantenerme cautiva por un rescate? – Su mente hacia horas que trabajaba en esa posibilidad.
—¿Tan pronto queréis alejaros de mi compañía? Qué crudele (cruel). — Aonrió burlonamente. — La verdad, es que tengo intención de devolveros a cambio de cierto precio.
—Hyuga Neji pagará a "El Temido". Soy su única familia. – Alegó. – Aceptará cualquier precio.
El hombre dio un rápido sorbo a su whisky, apurándolo y suspirando mientras el alcohol le quemaba la garganta. Se acercó a la cama, inclinándose para quedar a la altura de Hinata.
—No hemos sido presentados apropiadamente. Permitidme — Le tomó la mano de manera galante. Hinata se la arrebató de un tirón, dirigiéndole una mirada llena de veneno.
—Ya sé quién sois vos. – La irritación ardió en los ojos de él, pero la reprimió. Bajó la cabeza hasta acercarla a la de ella y le susurró.
—Mi nombre no es "El Temido". Es Sasuke.
—¿Cuál es el precio? — Preguntó ella. ¿Qué podía querer aquel hombre para capturar a una mujer como ella?
— Sólo tengo intención de reclamar lo que es mío, algo que no tiene precio. — Su expresión volvió a mostrarse fría y divertida a la vez, como si disfrutara aquella pequeña pantomima. — ¿Vos tenéis precio?
Ella lo miró airadamente con aquellos ojos rasgados de color blanco que le daban un aspecto felino. Sintió deseos de golpearle, sin embargo se controló, haciendo acopio de su educación inglesa. Se conformó con insultarlo.
—Bestia. — Siseó. El pelinegro tuvo el descaro de echar la cabeza atrás y lanzar una carcajada.
—Estoy seguro de que esperáis que no lo sea, aunque... — Le tocó el rostro sobresaltándola. Aunque lo único que hizo fue sostener la barbilla femenina para obligarla a que le encarase. — Estaría más que contento de cumplir con vuestras expectativas. — Echó un vistazo en dirección a la cama y luego volvió a mirarla a ella. El sentido del humor y el desafío brillaron en aquellos ojos oscuros. — ¿Qué es exactamente lo que teníais en mente? ¿Violento y encantador, o placer prolongado? Estoy dispuesto a complaceros en ambos roles.
Hinata le dio un manotazo en la muñeca, logrando que le soltara la barbilla y retrocedió. Él se pavoneaba de manera arrogante, como un leopardo negro, elegante y letal. Cuando la enjauló entre sus poderosos brazos y el colchón de la cama, ella apenas logró murmurar.
—Hyuga Neji os matará si me ponéis un dedo encima.
—Un daño grave.
Con el corazón martillándole el pecho, la ojiblanca clavó la mirada en aquellos fascinantes ojos. Todo lo demás se desvaneció en la oscuridad. Ese rostro apuesto y el ancho de sus hombros musculosos le colmaron la visión. La tensión se oyó crujir entre ambos y por un breve instante ella casi olvidó quién era él.
Él le examinaba el rostro detalladamente, admirando esos ojos naturalmente rasgados incoloros, la graciosa nariz respingona, la suave redondez de sus mejillas. Su mirada se detuvo en los labios: carnosos, rosados, levemente temblorosos. La lujuria se le grabó en el iris.
—Creo que la furia de Hyuga Neji es un castigo nimio por pasar una noche con vos. – El olor a alcohol golpeó el rostro de la chica cuando él la rozó con su aliento.
Él sonrió pecaminosamente al notarla turbada. Los dientes blancos resplandecieron en un malvado contraste con la piel morena y la peliazul sintió profunda compasión por las mujeres que habrían caído en las redes de aquel hombre. Ese desgraciado era absolutamente consciente del poder de su atractivo masculino. Ella tragó con dificultad.
—¿De veras no tenéis intención de hacerme daño?
—¿Haceros daño? — Un aire extraño se reflejó en sus ojos. En un acto atrevido, le acarició los labios carnosos con la yema de los dedos. La leve aspereza de su piel le resultó alarmantemente seductora. — Una criatura hermosa como vos fue hecha para recibir placer, no dolor.
Aturdida, ella simplemente atinó a mirarlo mientras él se levantaba del lecho, liberándola y abandonando el camarote para dejarla encerrada.
Sasuke salió de su camarote y apoyó la cabeza en la fría pared. Respiró agitado, tratando de recuperar la compostura. Aquella pequeña mujer era lo más hermoso que había visto nunca. Sus ojos felinos, el salvajismo que destilaba todo su cuerpo, puro fuego a la vista. Temía acabar quemándose si seguía con aquel juego que había incitado.
Pero había sido superior a él. Cuando la había divisado en lo alto del mástil, lo primero que pensó era en la valentía de esa muchacha. No todas las mujeres subirían a un lugar tan alto. Pero aquello no había sido nada comparado con verla descender mientras su cuerpo daba vueltas por el aire, para finalmente, caer al mar con una elegancia angelical.
Por su torpeza, había estado apunto de ahogarla. Él le había echado la red encima para que no escapase, y por culpa de eso, casi acaba con aquélla frágil mujercita.
—¿Te has fijado en sus ojos? – Reconoció la voz de Gaara. Él, Naruto y Kiba estaban bebiendo una copa de ron mientras miraban el mar.
—¡Claro amigo! ¡Tiene dos! – Se burló el rubio. – Aunque creo que uno era de cristal.
—Naruto… - Lo llamó el pelirrojo. - ¿Quieres que todos se enteren de lo de Singapur?
—¡Stupid! – Gritó el rubio en su lengua inglesa. - ¡Era una mujer!
—Una mujer con bigote. – Por primera vez, el castaño intervino en la conversación, divertido por poder fastidiar al ojiazul.
—Yo diría que tenía algo más que un bigote.
Los tres se giraron, viendo con una sonrisa a Sasuke. Todos excepto Naruto, que insultaba a su amigo en ingles y lo maldecía internamente. Encontraría una forma de vengarse de aquellos estúpidos, les devolvería la jugada costase lo que costase.
—¿Crees que dará resultado tu plan? – Gaara miró al ojinegro.
—Eso espero. – Murmuró. – Se nos acaba el tiempo y las ideas.
Miró la luna llena y el horizonte en calma. Ahora solo quedaba que Neji Hyuga no fuese tan estricto como decían y se sintiese capacitado para negociar con un pirata. Miró por última vez su camarote, advirtiendo como la luz de la habitación se había apagado. Esta noche, él dormiría bajo las estrellas.
NA: ¡No me maten onegai! Se que tendría que estar subiendo contis y esas cosas, pero estoy enferma y me puse a ver "piratas del Caribe", y teniendo en cuenta que estoy leyendo libros de piratas…, compréndanme. Una película, un libro, palomitas y un refresco y… ¡Pum! La idea surgió sola. Así que corrí a mi ordenador y la escribí sin perder tiempo. No pensaba colgarla pero pensé; "¿Qué demonios? Ya la escribí ¿no?"
Espero que les guste. No se cuando subiré la conti pero… la subiré. Ahora mismo estoy tratando de hacer las contis de "10 razones para odiarte" y "Del amor al odio hay un paso" (Agradezcan a la gripe cuando las suba xD)
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