Y bueno, después de mucho, pero en verdad mucho tiempo estoy de regreso –parcialmente. Hace algún tiempo ya encontré esta historia en un sitio de fanfics en inglés y me enganché a ella desde el principio por lo que me atreví a pedirle a Hwemsey –su maravillosa autora- que me permitiera traducirla y esto es lo que resultó. Me tomó más tiempo de lo esperado, ya que traducir y tratar de mantener el estilo de otra persona, no es tan fácil como creí por lo que le di todo el tiempo que necesitó hasta quedar como debía. Espero que la disfruten, tanto como yo disfruté leyéndola y tratando de hacerle justicia a las palabras de Sarah.

Y antes de empezar, voy a hacer una única dedicatoria de este trabajo a mi Betalectora y compañera inigualable por los últimos durante este maravilloso viaje al mundo de Harry Potter. Por todo, ¡GRACIAS TOTALES!

Todos los personajes, lugares y hechizos pertenecen a J.K.R, WB y sus editoriales, el resto es producto de la imaginación de Sarah Glover, quien acaba de publicar su primer libro, búsquenlo en Amazon.


Capítulo Uno: Medianoche en Ala de Trauma

Medianoche.

Enterrando las manos en los bolsillos de la túnica, la Jefa de Residentes, Sanadora Ginevra Weasley, abrió las puertas principales de Santa Dymphna y salió al frío aire de la noche. Las puertas se desvanecieron tras ella, siendo reemplazadas por una cartelera que anunciaba una cerveza Muggle. Era la tercera semana seguida que cubría el turno de la noche. Había pasado ya dieciocho horas de pie y agradecía estar en silencio.

Los ecos de los fantasmas que se arrastraban por la oscura calle, corrían desde la naciente luna, esperando los hilos de niebla tras los que desaparecían. Ginny arrojó el caramelo que había estado chupando, hacia un charco aceitoso y extrajo otro de su bolsillo. No se terminaría ese tampoco. Pero eso no la detuvo para quitarle la envoltura. Era un viejo y arraigado hábito que tenía, incluso ahí en la lluvia. La monótona y espantosa lluvia de Edimburgo, que pronto cubriría la calle de forma helada e implacable.

Ginny nunca terminaba nada en esos días.

Encontrando refugio bajo la escalera de incendios de un callejón cercano, cerró los ojos. Una, dos, tres chupadas y lo escupió en la mano. Miró el pequeño dulce amarillo. Cerrando sus dedos sobre él, observó sus uñas. Ahora estaban amarillas también, mordidas hasta la médula. Volteó la otra mano y recordó la época en que esas mismas uñas solían estar brillantemente pulidas; con anillos ovalados adornando sus largos y delgados dedos, llenos del poder de curar. Ahora, mucho tiempo después de la guerra y mucho después que su corazón había sido destrozado y su vida personal expuesta en los tabloides, esos dedos lo único que podían hacer era curar. Y era todo lo que podía aguantar.

Exhaló un profundo suspiro hacia la luz ámbar de la farola. El silencio de la húmeda noche cayó sobre ella, desplomándola contra una grafiteada pared de ladrillos. Estaba cansada hasta los huesos pero aún bien despierta. Apoyó su palma contra la frente, antes de forcejear con su bolsillo por otro dulce.

Sí, es un extraño, muy extraño hábito Ginny. Un raro y extraño hábito, amor. Solía decir él.

Levantó su rostro en dirección a las estrellas. La niebla pronto cubriría la noche avanzando silenciosamente sobre el cielo. Alzó el rostro aún más, el fuerte sabor del aire salado tocó sus labios. Con los ojos cerrados, sintió una solitaria gota helada perforar su mejilla. Luego otra, y otra y otra más. Un repentino trueno la forzó a volver a la pared. Se limpió la cara con el brazo.

Lágrimas.

Al menos estas pertenecían al cielo.

Arrojando el dulce hacia la oscuridad, enrolló sus brazos entorno a ella y suspiró antes de volver al hospital. Su aliento se mezcló con la niebla, que desapareció en el mar.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.

Entrecerrando los ojos por la luz de las antorchas en la entrada principal, Ginny asintió en forma de saludo hacia el mago fornido que dormitaba en el escritorio de la entrada, quien alzó rápidamente la cabeza al verla pasar.

-Siento molestarla Sanadora, pero por las nuevas normas, hay que hacer una impresión de su varita, al entrar o salir. Órdenes de Londres. -Se echó el cabello hacia atrás y se enderezó sobre su asiento, mientras sus ojos viajaban por la delgada figura de Ginny.

Ginny puso los ojos en blanco y colocó la punta de su varita sobre una tableta. La varita brilló con una luz azul, haciendo vibrar momentáneamente la gran mano del guardia de seguridad. -Gracias Sanadora, y disculpe por esto y todo lo demás.

Ginny asintió de nuevo, demasiado cansada para entablar alguna conversación, especialmente con este guardia rompecorazones que había intentado invitarla a salir en varias ocasiones. Y para rematar la impresión de varita. Con la falta de personal y el exceso de trabajo, esa era una razón más para saltar en contra del Ministerio. Bueno, aunque si esto los mantenía alejados, dejando a los sanadores hacer su trabajo, le parecía bien. Todo bien. Malditamente bien. Dios, estaba batida. Todo lo que quería era un catre, ni siquiera necesitaba una almohada, sólo algo horizontal.

De pie frente al ascensor, golpeó el botón y esperó. La edad de este hospital excedía incluso la de San Mungo. Probablemente lo construyeron los Druidas, pensó irónicamente, y quizá eran ellos mismos, quienes ahora tiraban de los cables con sus propias manos murmurando "un piso más, un piso más", ya sin aliento.

Una extraña luz roja en el panel del ascensor, empezó a parpadear. Ginny exhaló y puso los ojos en el techo. Oh Merlín. Las escaleras otra vez. Sintiendo la varita vibrar sobre su pierna, la atrajo a sus labios, -Aquí Weasley.

Otra voz brotó de la varita: -Todos los sanadores disponibles, favor de reportarse a la Sala de Trauma de inmediato. Todos los sanadores disponibles, favor de reportarse a la Sala de Trauma de inmediato.-La varita brilló con una luz roja momentáneamente antes de que la vibración cesara. Ginny la metió a su túnica y caminó hacia las escaleras. Maldición. Trauma. Octavo piso.

En el momento en que abrió la puerta de la escalera del octavo piso, estaba jadeando. Sus pies se apresuraron hacia el pasillo poco iluminado. Las habitaciones a su alrededor, estaban en silencio, las sombras tenues de los cuerpos que dormían dentro de ellas, apenas eran visibles. Echando un vistazo a su reflejo en un panel de cristal, buscó una liga dentro de su túnica y la enroscó en su cabello, capturando su incontrolable melena en un nudo improvisado.

Necesitaba tenerlo lejos de su rostro por una buena razón. Un caso de trauma a esa hora de la noche, significaba una sola cosa: un montón de arrogantes magos jóvenes provenientes de Grunions, tratando de hechizarse unos a otros y haciendo mal el encantamiento. Nunca fallaba. Tendría que prepararlos, verificar si había daño permanente (otro aparte de la estupidez nata) y enviarlos al área de Reversión de Hechizos. Idiotas. La noche anterior, habían sido cinco borrachos recién graduados de Hogwarts, que habían llegado con la varita metida en la nariz. Le había tomado casi una hora reestructurar tan sólo sus fosas nasales, tiempo durante el cual, ellos jugaron con su rojo cabello, describiendo con lujo de detalle los sentimientos que la anatomía de ella les provocaba. Bien, quizá no debió haberlos inmovilizado al final, pero sus pechos eran algo que le importaba sólo a ella, muchas gracias.

Al llegar a la esquina, Ginny se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron al ver hacia el otro extremo de la sala.

Era una pesadilla.

Podía oír los gritos ahogados desde la corta distancia. Apresuró un poco el paso, desesperada por acercarse. Tres camillas estaban siendo ocupadas por cuerpos cubiertos de sangre. Al ver la carnicería, Ginny se colocó en la esquina del escritorio de la entrada. La recepcionista la miró con un aspecto fantasmal.

-Lo sé, no he visto cuerpos así desde… desde la guerra.

-Ginny, por aquí, necesitamos tu ayuda- gritó un mago canoso que ella reconoció como el Sanador de Guardia, Graham Virden, Jefe de Trauma.

Tragó saliva y agradeció la presencia del sanador.

Un momento después, los tres cuerpos fueron llevados hacia la Sala de Revisión y colocados cerca de bandejas cargadas con instrumentos de metal y pequeños calderos, algunos de los cuales, Ginny recordó haber usado esa mañana. ¿Esa mañana? No, la mañana del día anterior. ¡Cómo iba a tener energía siquiera para hacer frente a esto!

Otros Sanadores estaban cerca de las camillas, moviéndose alrededor, hablando nerviosamente entre ellos. Ginny asintió hacia dos de los Sanadores Residentes, Peter Webster y David Allay, quienes eran estudiantes de rotación de tercer año en la Sala de Trauma. Habían empezado a estudiar Sanación después de la guerra y por la expresión en sus rostros, se dio cuenta que jamás habían visto una carnicería así, ya que estaban petrificados sin saber cómo proceder. El corazón de Ginny siempre se estremecía un poco a ver sus expresiones ansiosas, dispuestos siempre a todo, sin embargo, ahora parecían inseguros hasta de cómo sostener sus varitas. La otra Sanadora, compañera de departamento de Ginny, Susan Rains, que parecía menos sobresaltada, aunque terriblemente pálida, miró a Ginny consiguiendo sonreír débilmente. Ella le devolvió la sonrisa antes de tomar su lugar junto a Virden. Como Jefa de Residentes, Ginny sabía que debía supervisar a todos, aunque en ese momento, le preocupó más que todos fueran más un estorbo que una ayuda.

-Esto es lo que tenemos-declaró Virden. -Una familia, la madre y el padre están en sus treinta y tantos, y un hijo, mujer. Todos fueron atacados brutalmente. No estamos seguros de qué maldiciones utilizaron contra ellos. Necesitamos hacer un examen completo. No los toquen hasta que tengamos los resultados del reporte de Hechizografía. A ninguno de ellos, ¿me entendieron?

Los Sanadores asintieron al observar la dura expresión en el rostro del anciano Sanador.

-Allay, tú atenderás a la madre conmigo, Webster y Weasley al padre, Rains tú cubrirás a la niña.

Ginny estuvo a punto de preguntar cómo es que sabía que eran familia, pero se contuvo. No había mucho tiempo, preguntaría después.

Cuando todos se acercaron a sus respectivas camillas, Ginny se tomó un momento para evaluar el daño. Los retorcidos y mutilados cuerpos, parecían muñecos abandonados más que seres humanos. Y su corazón dio un ligero salto cuando vio la última camilla, donde una mano pequeñita colgaba hacia uno de los lados, todos los dedos parecían estar rotos.

-¿Quién hizo semejante cosa?-Susurró para ella misma, sacando la varita de su túnica.

-Esos monstruos-contestó Virden apuntando a la esquina más lejana de la Sala de Revisión. Ginny se giró y vio otros dos cuerpos. Evidentemente bajo el hechizo Impedimenta, yacían inmóviles sobre las camillas, donde un enfermero de sanación apretaba sus ataduras. -No tienen ni un rasguño. Unos adolescentes borrachos los encontraron en el Callejón Dreidour atrás de Grunions.

-¿A los cinco?

-Sí. Esos dos estaban tiesos contra el muro, los otros tres estaban colapsados en el piso.

-Sanador Virden, Sanadora Weasley, vengan aquí por favor- gritó Webster, quien estaba de pie junto al padre. -Vengan a ver esto.

Ginny se colocó junto al padre. Era un mago alto y de cabello castaño, sus manos temblaban. Dios, parecía tan joven. Miró el rostro del hombre; sus labios estaban volteados como si hubiera tomado leche agria. Los ojos de Ginny se entrecerraron cuando comenzó a examinar el cuerpo, usando su varita para levitar sus miembros. Cortes y contusiones, desgarraban la piel del mago; su respiración gorgoteaba en los pulmones y empeoró más, cuando Ginny levantó su brazo izquierdo.

-Mire, mire su piel-Webster hizo una mueca hacia la parte interior del brazo del hombre, la piel estaba desgarrada y sangraba.

Grandes pedazos de piel habían sido arrancados desde el codo hasta el hombro. Pero la carne no había sido desgarrada, sino cortada sistemáticamente, con lo que Ginny sabía que los Sanadores Muggles llamaban bisturí. Su varita trazó la línea que formaba algo parecido a un octágono.

De repente, el gorgoteo en los pulmones del hombre se hizo más fuerte. Un extraño sonido comenzó a emanar de su cuerpo como una melodía. Ginny dio un paso atrás sorprendida y apuntó su varita hacia la boca del hombre. Los ojos de éste se cerraron herméticamente. Con visible dolor, su boca formó un ovalo mientras las vibraciones que emanaban de él, asemejaban al canto de un fénix. Todos los sanadores dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se giraron hacia el hombre. Paralizados de pie, cerraron los ojos, perdidos en la belleza de aquella extraña música.

La misma Ginny se sintió mareada, como si sus pies lentamente abandonaran el piso; sólo su cansancio la hacía permanecer en la tierra. No Ginny, pelea contra esto. Su cansada mente gritó. Pelea contra esto. Pero la melodía siguió ascendiendo en espirales, arremolinándose en el aire como un ser viviente, llenándola de luz y calor. Entonces, sin previo aviso, el cuerpo del hombre comenzó a sacudirse y temblar, sus ojos vacíos se desencajaron mientras un hilo de sangre comenzó a fluir de sus labios.

Y la misteriosa canción, murió con él.

-Allay, ayuda a Weasley-gritó Virden finalmente rompiendo el hechizo.

Ginny parpadeó con fuerza. La habitación giró alrededor de ella. Estabilizándose, gritó sobre su hombro, -Virden, ¿puede con lo suyo?

-Sí, por supuesto. Maldición, controla esa hemorragia.

Ginny se puso la túnica de curación rápidamente y colocó a los dos sanadores a cada lado del hombre. Allay, quien era la viva imagen de su hermano Charlie, se veía tan pálido como ella creía estarlo. Ginny colocó la punta de su varita en la maltratada sien del hombre. Después de que la varita comenzó a irradiar una suave y luminiscente luz azul, la apuntó contra uno de los altos paneles alineados contra el muro. En cuestión de segundos, la superficie negra de uno de los paneles comenzó a brillar mostrando una descripción.

-Está libre de maldiciones-gritó. Sus ojos encontraron a Virden, quién asintió terminantemente, sabiendo bien lo que significaban esos resultados. Esta familia había sido brutalizada sin el uso de la magia, literalmente golpeados hasta la muerte.

Sosteniendo fuertemente su varita, Ginny comenzó el encantamiento. Moviéndola en intrincadas formas, dirigió a los dos Sanadores Residentes con voz calmada. - Tomen sus varitas y colóquenlas en el cuadrante superior de su pulmón, repitan el encantamiento Estigia exactamente cuatro veces. Pero no…-su voz se afiló-… no toquen nada de sangre, ¿entendieron?- Los Sanadores asintieron observándola atentamente, mientras ella repetía el encantamiento con una entonación casi dolorosa. Ginny observó todo el tiempo la cara del hombre, esperando con terror, escuchar la lúgubre melodía de nuevo.

Minutos más tarde los espasmos del hombre disminuyeron, pero la hemorragia continuó. La corriente de sangre perdía más y más plasma, y había empezado a hacer un charco a su lado.

Finalmente, veinte minutos después, Ginny jadeó y dio un paso atrás, pálida y temblorosa. Había logrado controlar la hemorragia. Sus brazos temblaban rígidos y agotados completamente.

-Sanadora Weasley, necesito su ayuda aquí- pidió Virden al otro lado de la habitación.

Ginny miró a Webster y Allay. -¿Pueden controlarlo? -les preguntó, limpiando su frente con el brazo.

-Sí, vaya, vaya.

-¿Qué demonios le pasó a esta gente, Virden?-gritó Ginny, ayudándolo a colocar a la madre de lado para examinar los moretones púrpuras que ablandaban la carne a lo largo de su espalda.

Él no respondió de inmediato, los ojos de Ginny observaron sus cinceladas facciones como si esperara encontrar la respuesta escondida entre ellas. -Hasta donde entendemos, esos dos son los responsables. -Apuntó su cabeza con disgusto hacia los cuerpos rígidos de los agresores. -Los Aurores aún están en la escena interrogando a los testigos.

-¿Aurores? -La varita de Ginny se escapó de entre sus dedos, pero el sanador continuó, sin notar siquiera el tono de pánico en su voz.

-Quieren hablar con nosotros una vez que logremos tener todo bajo control aquí. Pero lo que sea que haya pasado a estas personas, dudo que haya sido al azar. Estos magos sabían lo que hacían. Es como si se tratara de un ritual, especialmente por la forma en que cortaron la piel del padre.-Su tono estaba lleno de asco, pero al encontrar los ojos de Ginny, su voz se suavizó. -¿Recuerdas el Encantamiento Vascular? Bien. Esta mujer tiene una enorme hemorragia interna, tenemos que mantener el encantamiento en 30 particiones. No podemos perder el contacto visual o perderemos tiempo valioso y ella no lo tiene, ¿entendiste? Bien. Cuando yo te diga.

El encantamiento, de por sí difícil para un sanador bien descansado, estaba drenando cualquier rastro de energía que Ginny poseía. Las nauseas estaban creciendo en su interior, ya que su propio cuerpo actuaba como conducto para sellar los vasos que se desangraban, mientras un vapor emergía de sus manos.

Desde el otro lado de la habitación una voz gritó presa de pánico. -¡Rápido, la estoy perdiendo!-la mirada de Ginny estaba atada a la de Virden, el sudor escurría por sus cejas.

-¿Qué demonios hago, Virden?

-Webster, ven aquí y releva a Weasley.

Cambiando de posición, Ginny corrió al lado de su amiga. -Susan, ¿qué sucede?

-No puedo con ella. La estoy perdiendo.

-¿Qué encantamientos, Susan, dime qué encantamientos utilizaste?-exigió Ginny, examinando el pequeño cuerpo de la niña, mientras Susan se hacía para atrás cerrando los ojos en concentración.

La joven bruja recitó la lista de encantamientos. -¡Ginny funcionan, siempre funcionan! ¿Por qué ahora no, qué pasa?

Ginny miró a su amiga con cautela. Rígida y con la frente en alto, el cabello oscuro de Susan, enmarcaba su pálido rostro y ojos azules. En los cuatro años de estudiar Sanación y los tres de práctica, la mitad de los cuales los pasaron en guerra, Ginny nunca la había visto vacilar. Nunca.

-Dímelo despacio, dímelo poco a poco. -Ginny alzó el cráneo de la niña. Éste se tambaleó enfermizamente, como una muñeca rota arrojada sobre una cama. Cerró los ojos, dejando que la magia fluyera a través de sus dedos, mientras frotaba los músculos y huesos. Comenzó a entonar unos sonidos etéreos, que se impregnaron en la piel, los tendones y la médula de la niña. Podía ver los huesos rotos entretejerse en su mente, unirse, sellar. La sangre azul y negra, circulaba alrededor de ellos. La pequeña se retorció en sus brazos, Ginny soltó sus manos y se echó hacia atrás, luchando por mantenerse de pie. La habitación volvió a girar terriblemente a su alrededor.

-¿Cuánto tiempo lleva de pie, Weasley?-el sanador Virden murmuró en su oído, atrapándola del brazo y depositándola en un banco vacío.

-No mucho-balbuceó con la cabeza entre sus piernas, tragando la bilis que sentía subir por su garganta.

-¿Cuánto?-exigió saber su superior, agachándose para mirar su desencajada expresión.

-Sólo veinte horas.

El sanador maldijo. -Weasley, eso es irresponsable. Podría ponerse en peligro a usted misma y ni se diga a sus pacientes al conjurar este tipo de magia bajo sus condiciones. Ahora váyase, váyase de aquí ahora.

De pronto, Susan gritó. La cabeza de Ginny casi voló. Uno de los agresores, la había tomado por el cuello, presionando la filosa punta un cuchillo dentado contra su garganta. Desde su otra mano, otra hoja de acero atravesó el aire perforando la garganta del Sanador Virden, quien gritó en agonía, desplomándose sobre el piso. Uno de los enfermeros de sanación se abalanzó hacia él, pero un destello rojo que estalló desde la palma del maniático mago, catapultó su cuerpo contra la pared, dejándolo inconsciente.

-Ahora, nadie se mueva o la rebanaré. La rebanaré completamente, ¿me oyeron? -Sus enloquecidos ojos atravesaron la habitación, mientras sostenía el cuchillo con fuerza. Un terror animal cubría su rostro.

Temblando, Ginny se movió hacia adelante. El hombre atrajo a Susan hacia él y el cuchillo se enterró en su piel, haciéndola gritar de dolor. -Si das un paso más la destriparé. Lo haré.

Obligando a sus temblorosas manos a quedarse quietas, Ginny las puso detrás ella y miró al enloquecido hombre directamente a los ojos. Le habló con voz suave, como si estuviera recitando uno de sus tan practicados encantamientos. -Nadie va a hacerte daño aquí. Sólo baja el cuchillo.-Se puso rígida al ver una gota de sangre corriendo a través del cuchillo. Los forzados tosidos del Sanador Virden, se escucharon tras ella. Tragando saliva, continuó, -tan sólo bájalo, yo puedo ayudarte.

-Nadie puede ayudarme-gritó el hombre descontrolado. Susan gritó de dolor, con los ojos cerrados por el terror. -Nadie puede ayudarme ya. ¿Lo ves? ¡Él lo quiere, él lo quiere todavía!-Alzó su antebrazo y Ginny jadeó. Ahí, grabado en su piel, como seguramente se grabaría en la memoria de ella por el resto de su vida, un cráneo y una serpiente pulsaban negros y hambrientos.

-¿Cómo… cómo…?-Ginny murmuró débilmente. Su cabeza palpitaba y sus piernas estaban a segundos de sucumbir.

Antes de que él pudiera responder, un terrible gorgoteo emergió de su boca. El cuchillo cayó al piso y el metal resonó contra las baldosas. Susan se derrumbó a unos centímetros del filoso metal llevándose las manos al cuello. El hombre se tomó la cabeza, los ojos se le pusieron en blanco y comenzó proferir espeluznantes gritos, jalándose el cabello, transformando su rostro en una especie de máscara de la muerte.

Antes de que alguien lograra inmovilizarlo, el hombre tomó la daga y la hundió en su corazón desplomándose a los pies de Ginny. Aferrándose a sus piernas, el cuerpo del Mortífago se retorció como una serpiente en agonía y mirándola con una estremecedora sonrisa en los labios, se tambaleó y jaló a Ginny de la túnica. -Él viene por ti.

Ginny lo miró con horror, esos labios sin vida casi tocaban los suyos. -¿Qué? ¿Qué dijiste?

Los ojos del hombre encontraron los suyos, una desagradable mirada de deseo los llenó. -Él viene por ti, Ginevra. -Escupió sangre por la boca, salpicándole la cara. -Él va a llevarte…-Entonces, como si algo de metal aplastara su cuello, sus ojos se pusieron en blanco con horror, y quedó sin vida. Ginny trastabilló hacia atrás. El cadáver, la miraba con los ojos abiertos, como un macabro amante. Pálida y en estado de shock, vio como todos se sostenían a los lados de las camillas con terror, viendo desesperadamente hacia ella.

Ginny no recordaba cómo había luchado por mantener sus pies sobre el frío suelo. Sonidos e imágenes se volvieron borrosas a su alrededor. Obligándose a mantenerse en pie, se volvió ligeramente alrededor de la habitación.

-¿Están bien todos?-preguntó aturdida, lamiéndose los labios mientras se cruzaba de brazos para intentar esconder sus temblorosas manos. Pretendiendo evaluar la situación, murmuró dirigiéndose a todos, -Webster, atiende al Sanador Virden; Susan, mantén un encantamiento regenerativo en la niña.

Sus ojos se encontraron con los de Allay. No.

-¿La madre, el padre…? ¿Ambos? - Él simplemente negó con la cabeza, tenía los ojos húmedos.

-¿Qué quiere que haga con éste?-gimió el enfermero de sanación, levantándose del piso. Su dedo apuntó hacia el agresor que permanecía aún inmóvil en la camilla.

Tragándose la repulsión, Ginny miró el mar de sangre corriendo hacia el desagüe a través del suelo.

De repente, las puertas de la Sala de Revisión se abrieron de golpe. Tres Aurores irrumpieron en la habitación, con las varitas levantadas. Frenéticamente, los ojos de Ginny se arrastraron hacia ellos, distinguiendo destellos de cabello rosa, rojo y rubio, sobre túnicas oficiales.

Gracias a Dios, ninguno negro. Gracias Dios ninguno negro. Gracias a Dios ninguno…

Negro. Y un segundo después, Ginny se derrumbó sobre el piso bajo un agotamiento total.


¿Y qué les pareció? La historia es PRE-DH, por lo que verán aparecer personajes que en la historia original ya no están. Si les gustó háganmelo saber a través de sus reviews, que yo le pasaré todos sus comentarios a la autora. La historia ya está terminada, por lo que intentaré actualizar uno o dos capítulos por semana. GRACIAS POR LEER

And once again a huge thanks to Sarah for let me borrow this wonderful and amazing story to share with you people.