Todos los personajes pertenecen a Hidekazu Himaruya, sin ánimos de lucro
Capítulo I
No podía contener la felicidad que sentía en ése momento. Finalmente, el día que tanto había esperado, había llegado. Había fantaseado con lo que podría suceder en ese día, pero sabía que con esa persona tan particular como lo era él, podía ocurrir cualquier cosa. Ya no podía contener la ansiedad de volverlo a ver, luego de los meses que habían transcurrido desde la última vez que había escuchado de él.
Habían sido unos meses del infierno, para decirlo de alguna forma. Todos los días, lo primero que hacía era levantarse de la cama y comprobar su correo, por si tuviera alguna noticia de él. No obstante, nunca recibía algo significativo, lo que realmente le preocupaba. También buscaba alguna llamada o mensaje de voz que pudo haberle dejado, pero siempre era lo mismo.
Nunca había creído que Lovino sería capaz de cumplir su palabra, tal y cual como le había mencionado. Es más, después de un par de semanas, Antonio tenía la esperanza de que el italiano regresaría cuanto antes le fuera posible. Sin embargo, no había sido así. El muchacho continuó desaparecido, sin más señales de vida que las que comentaba el abuelo por teléfono a Feliciano.
Por alguna extraña razón, cuando el menor de los hermanos Vargas trataba de entablar una conversación con su hermano, éste declinaba definitivamente. El único motivo por el cual el español estaba seguro de que sí se iba a aparecer en este momento, era porque la invitación destinada a Lovino, había regresado con el sí marcado. Tal vez, había llegado el instante que necesitaban para aclarar de una buena vez por toda cuál era la situación de ambos.
Antonio trató de lucir lo mejor que le era posible. Estaba demasiado emocionado por la posibilidad de retomar la relación con Lovino. Sin embargo, Francis estaba preocupado por el extremo optimismo de su mejor amigo. Ciertamente estaba preocupado por su bienestar y no quería que el hispano tuviese otra vez el corazón roto, por una tonta esperanza a la cual se sostenía aún.
—¿Qué te parece, Francis? ¿Crees que luzco bien? —preguntó el muchacho de los brillantes ojos verdes, mientras que se arreglaba la corbata.
—Supongo… —El francés no podía esconder la repentina preocupación que le había venido. Como amigo, no podía dejar que el hispano hiciera el ridículo, por lo que se levantó y fue hasta él —. Antonio, ¿qué se supone qué estás esperando que suceda?
El hispano se dio la vuelta y miró directamente a los ojos azules del rubio.
—Pasar un buen rato —contestó con una gran sonrisa en su rostro, aunque ambos sabían que estaba mintiendo descaradamente.
—Antonio —le llamó la atención para que sea sincero con él.
—Quiero hablar con él y… —Lanzó un suspiro al aire, pues no estaba seguro como continuar —. Bueno, ver si aún quiere estar conmigo.
El francés dio un par de palmadas en el hombro a su amigo. Él había estado a su lado todo ese tiempo que había pasado y francamente, aunque le gustaría pensar de la misma forma en que lo hacía el hispano, no quería verlo lastimado otra vez. No quería ser el malo de la historia o algo por el estilo, pero alguien debía decirle la verdad de frente. O por lo menos, intentar que pise tierra.
—¿Qué harás si no quiere hablar contigo? Ha pasado tiempo, tal vez ha seguido con su vida —comentó con seriedad el hombre, tratando de ser lo más delicado posible con el asunto en cuestión.
—Quizás tengas razón —Miró hacia la ventana —. Pero debo intentarlo, ¿no crees? —Esbozó una sonrisa.
—Ay, Antonio… —El rubio se secó el sudor de la frente y volvió a sentarse donde había estado anteriormente —. No sé si eres un terco que está completamente ciego o simplemente enamorado. Tal vez, seas ambos.
Mientras que se dirigían en automóvil hasta donde iba a ser llevada a cabo la ceremonia, el español no dejó de mirar su teléfono. En ningún momento dejó de pensar en que quizás, sólo quizás Lovino le avisaría cuando estaba por allí. Cualquiera que estuviera en su situación, ya hubiera continuado con su vida, hasta incluso olvidado del italiano. Sin embargo, Antonio se había mantenido firme y pese a todo, aún seguía vigilando la llegada del muchacho.
Meses de soledad ahora estaban a punto de irse con el viento. El día estaba radiante, especialmente para una boda como la de Feliciano y Ludwig. Claro que estaba feliz porque finalmente esos dos iban a oficializar su relación, mas el español estaba más atento al hermano mayor del primero. Era absurdo, pues aun habiendo pasado por tantas cosas que debió haberlo dejado por el piso, el hispano mantenía su alegría.
La celebración iba a tener lugar en un enorme campo. Al pelirrojo se le había antojado ese sitio en particular, ya que le recordaba momentos felices y pensó que sería bueno añadir uno más, uno tan especial como el que iba a acontecer en unas horas. Desde lejos ya se podía ver donde iba a ser, dado que toda esa estancia había sido alquilada por su abuelo, quien gustosamente había aceptado pagar todos los gastos, con tal de ver a su nieto feliz.
Tras dejar al encargado estacionar el auto del francés, ambos se dirigieron hacia la parte central del campo. Todo estaba sencillamente decorado, ya que en eso Feliciano tuvo que ceder de manera casi obligada. Al alemán no le atraía la idea de que fuera demasiado pomposa y con tanto brillo por todas partes. Por lo que la decoración se limitó a jazmines y varias rosas blancas.
—Pensé que iba a ser peor —opinó el francés mientras que se aproximaba a una de las flores para sentir su aroma —. Pero ha quedado bastante bien.
—¡Lo sé! —respondió el español, quien estaba un poco apurado por tomar su lugar de una vez —. Luego, podrás contemplarlas todas.
Antonio jaló a Francis para poder seguir con el "paseo" que estaban dando. En realidad, el lugar era bastante grande por lo que tenían que recorrer un buen trecho hasta hallar la recepción de la ceremonia. Cada paso que daba, le acercaba un poco más a su objetivo. El francés notaba el nerviosismo de su acompañante, pero esta vez decidió quedarse callado.
No había muchas sillas en la recepción, era evidente que la ceremonia iba a ser con los amigos más íntimos y nada más. Antonio miró por todas partes en busca de Lovino, éste no podía faltar a la boda de su propio hermano, aun cuando odiara a su futuro cuñado. Sin embargo, por más que recorría varias veces con la vista el paisaje en cuestión, no había ninguna señal del muchacho.
Francis estuvo a punto de abofetear al español por el comportamiento que estaba demostrando en ese preciso instante. Sinceramente, después de la forma en que le había dejado el muchacho, no entendía cómo podía estar dispuesto a olvidar todo eso en un santiamén. Ni siquiera intentaba hacerse el difícil, no disimulaba en lo absoluto sus ganas de encontrarse con Lovino.
—¿No tienes un poco de amor propio? —preguntó repentinamente Gilbert, quien venía caminando justo detrás de ellos y se asomó por el hombro del francés.
—¿Eh? —indagó el muchacho de ojos verdes —. Supongo que ya no importa lo que ha pasado.
—No te entiendo —contestó el alemán con un movimiento de hombros.
Luego, se acomodó en la silla al lado del francés. Éste le miró de manera sospechosa, recordando lo que había sucedido en la casa del español hacía unos meses atrás. Desde ese entonces, no se habían hablado para no tener esa conversación incómoda de lo que había ocurrido bajo los efectos del alcohol.
—No hablaremos de eso —replicó enseguida el francés, pues conociendo al otro, éste iba a vanagloriarse de lo acontecido.
La conversación entre los tres se vio interrumpida de manera bastante brusca, ya que se oyó un grito desde la entrada. Todos, incluidos los empleados que estaba organizando lo poco que faltaba, se voltearon para saber de quién provenía ese chillido. Obviamente se trataba de alguien bastante ruidoso y al que no le importaba ser el centro de atención.
—¡Maldición! ¡¿Por qué carajo hay porquería de conejo en este maldito lugar? —resonó desde la entrada, con evidente furia de quien profería dichas palabras.
Una corazonada hizo que Antonio se levantara de su asiento. Se quedó allí, parado, aguardando por aquel personaje. Estaba completamente seguro de que no podía ser otro que él. Estaba a unos instantes de volver al muchacho que había desaparecido por tanto tiempo de su vida. Mientras que esos agobiantes minutos transcurrían, el español pensaba qué exactamente le diría.
Como siempre, Lovino vestía con un traje que lucía bastante costoso y muy elegante. Se había puesto unos lentes de sol, ya que no quería que el sol le fastidiara durante la ceremonia.
—¡Maldición! ¿Cómo es posible que todavía no se sirva el jodido vino? —se quejó de entrada, ya que los mozos se rehusaban a darle una copa hasta que comenzara la recepción.
—Oye, no te pongas nervioso —Alguien con una altura bastante respetable había colocado su mano encima del hombro del italiano.
El hispano se quedó allí donde estaba parado, sin moverse. Apenas había aparecido esa segunda figura detrás de Lovino, sus piernas se le paralizaron y no le respondían. Nunca había visto a esa persona antes en su vida y no entendía por qué estaba tan próximo al muchacho, ya que a éste siempre le disgustaba que otras personas se le acercaran sin su permiso.
Francis jaló del brazo a su amigo, pues se dio cuenta de inmediato lo que había ocurrido. Hasta a él le dolía la escena en cuestión y era por ello, que quiso que el hombre apartara su mirada rápidamente. No era mucho lo que podía hacer al respecto, pero por lo menos le podría sacar de ese embrujo al que estaba sometido.
—¿Por qué…? —dijo repentinamente Antonio, quién intentaba descubrir la razón de lo que acababa de suceder.
—Mejor no pienses en eso —le recomendó el francés, quien buscaba alguna frase para hacerle sentir algo mejor, aunque sabía bien que no había mucho que decir para consolar a un corazón roto —. Concéntrate en la boda.
Se sentó pero no dejaba de observar al hombre desconocido. Por su tono de piel, podía deducir que no era europeo. Aparentaba ser un hombre de negocios, al que le iba bastante bien. Se mantenía muy cerca del italiano, como si tratara de advertir que nadie debería acercarse a lo que le pertenecía. Lo cuidaba con cierto recelo, lo que empeoró el humor del español.
—¿Por qué ése te está mirando? —preguntó el hombre quien de manera disimulada señalaba al hispano.
—Qué se yo, como si me importara… —Lovino no quería hablar de ese asunto, así que decidió dar una respuesta rápida para que su acompañante no le volviera a hacer otra pregunta.
Observó al hispano, la verdad era que el italiano no se sentía preparado para mantener una conversación con él. Se había imaginado que algo así iba a suceder, pero su decisión había sido ignorarle hasta que finalmente tuviese la valentía de platicar con él. Aunque había venido con alguien más, tenía vergüenza de hablar con él después de los meses que los habían distanciado.
Sin darse cuenta, contempló al español por unos cinco minutos. Obviamente, era su culpa de que estuviese así pero lo único que se le vino a la cabeza para no entristecerse él también fue darle la espalda. El turco no estaba muy convencido de la respuesta que le había dado antes, así que volvió a insistir.
—¿Estás seguro qué no es alguien importante? —Le parecía bastante sospechoso el asunto, Lovino nunca le había hablado acerca de ese hombre.
—¡No! —exclamó sumamente enojado.
—No te pongas así —comentó el hombre mientras que zarandeaba y desordenaba un poco el cabello castaño del italiano.
No le dio más importancia a la actitud del muchacho, el hombre pensó que tal vez estaba así por haber regresado a su pueblo. No estaba preocupado en lo más mínimo, se limitó a sonreír y luego tomó de la mano a Lovino. Éste no dijo nada al respecto, de cierta manera, se sentía más seguro con el turco a su lado. Quizás era porque no le cuestionaba demasiado sus acciones o porque era una buena excusa para que el español no se le acercara.
No hacía demasiado tiempo que se habían conocido, tal vez un par de meses como mucho. Sin embargo, Sadiq había logrado imponerse en su vida, a pesar de que había tratado de disuadirlo por todos los medios posibles. No había cedido por lo que había decidido que tal vez le convenía tenerlo cerca de él. Además, le daba todos sus caprichos y no podía quejarse de su compañía.
Ésa era una de las razones por las cuales le había traído con él. Mientras que Lovino y Sadiq exploraban el terreno, Feliciano apareció corriendo desde alguna de las habitaciones. Había escuchado que su hermano estaba por allí y aunque su abuelo quiso que esperara hasta después de que terminara la ceremonia, no le hizo caso. El pelirrojo se fue lo más rápido que le fue posible, tratando de no empapar su ropa con sudor.
—¡Hermano, hermano! ¡Has venido! —exclamó el muchacho quien no se limitó a las palabras y decidió darle un fuerte abrazo a Lovino.
—Bueno, bueno… Ya entendí que me has extrañado, bobo —respondió éste, queriendo zafarse de las garras del otro.
—¡No puedo creer que hayas venido! ¡Pensé que no lo harías!
—Vine porque… Ya sabes, estúpido —Lovino no quiso darle demasiada importancia al asunto. A duras penas había accedido a asistir a dicha ceremonia —. Por cierto, él es Sadiq.
—¿Eh? No veo a nadie —El muchacho miró por todas partes sin notar al hombre que estaba parado justo enfrente a él.
—El macho patatas te pone más idiota que de costumbre —opinó el ofuscado el italiano —. ¡Está enfrente de ti!
Feliciano hizo caso a su hermano y levantó la mirada. Allí estaba Sadiq y el muchacho no pudo evitar dar unos pasos hacia atrás. Ciertamente tenía una apariencia que daba miedo, no se lo podía culpar, esa máscara que usaba era la responsable de dicha sensación. El turco no entendía muy bien cuál era el problema del pelirrojo, así que sonrió.
—Mucho gusto —saludó el hombre mientras que le pasaba la mano al novio.
—Sí, mucho gusto… —contestó con cierta dificultad para pronunciar dichas palabras —¡Nos vemos luego!
—¿Hice algo mal? —indagó Sadiq al ver la salida veloz que había emprendido el hermano de Lovino.
—Es un jodido tonto. No le prestes atención.
Dicho esto, fueron a tomar sus asientos. Le tocaba al lado opuesto donde se hallaba sentado Antonio. Lovino tragó saliva, pues tenía miedo de que el español fuera a decirle algo. No quería hablarle en lo absoluto, quería evitar la conversación en lo que le fuera posible. Menos mal que al turco se le ocurrió agarrarle la mano y de esa forma, evadía al hispano.
Sin embargo, la celebración recién estaba comenzando. Y aún faltaba un largo trecho por recorrer.
He decidido eliminar el fic original y resubirlo. ¿Por qué? Porque no me gustó como se estaba yendo la historia. Es decir, no me convencía. Y la verdad es que si no me gusta, no puedo continuar escribiéndolo. Por lo que he tomado la determinación de escribirlo todo nuevamente desde el segundo capítulo.
Sé que les he hecho perder el tiempo y por ello, le pido disculpas. Pero desde hace un mes que tenía esta horrible sensación de que estaba escribiendo sin pensar demasiado. Además, me pareció que le faltaba algo. Reitero, les pido disculpas y espero que sepan entenderme.
Ojalá que le quieran dar una nueva oportunidad.
¡Gracias por leer!
