Sangrando amor
¿Recuerdas cuando éramos niños y no me hablabas porque tenías miedo de que tus amigos pensaran que eras maricón como yo? Pasé varios meses desde que nos conocimos, sentado en las gradas del campo de fútbol, mirándote, fingiendo que sólo escuchaba mi mp3 con la vista vuelta al vacío entre las piernas que se pasaban la pelota. Nadie podía saber que te miraba justamente a ti, porque mis gafas impedían ver la dirección de mis ojos. Siempre he sido así de precavido. Sabía que no querías ser rechazado por tus gustos, por eso me dejabas de lado. Hablaba trivialidades con Linda, acerca de artistas plásticos que conocíamos de páginas recónditas en internet y de los cuales nunca habías oído. Si escuchabas nuestras conversaciones, me contemplabas con dolor y a ella con odio puro. No quise preguntarme por qué. Me rehusaba a guardar esperanzas.
Cenábamos ligero, entonces (o eso me parece ahora, que me he acostumbrado a atascarme de pizza y cerveza hasta que mis ojos no dan más frente al televisor de plasma que he robado con ayuda de unos muchachos conocidos recientemente) y nos íbamos a dormir temprano, en planteles distintos. Yo sentía algo dentro de mí. Pensaba que era una hemorragia interna. Resultó ser amor. Puedes reírte ahora, pendejo drogadicto. ¡Amor! Por ti. Por nosotros, que en mis fantasías nos tocábamos como si nos supiéramos de memoria (yo te sabia a ti de memoria, pero en ese entonces, ignoraba que también me vigilabas, como has confesado entre narcóticos, en éstas noches que parecen no terminar nunca). Nada me dolió tanto después como la incertidumbre de saber si realmente posabas tus ojos en mí o si era el sol calentando mi cabeza lo que me obligaba a sentirlo. Nada, ni cuando te fuiste porque sabía que regresarías a mí un día. Estaba loco y la sangre se agolpaba en mis venas cada noche cuando me pajeaba simulando tus labios en mi polla. Luego de sobrevivir eso, el mundo real era blanco y negro, completa indiferencia. Hasta que te encontré. Si lo que burbujeaba dentro mío al mirarte era amor, desde temprano, eso que sale de mi pecho y mancha mi abrigo después de la séptima bala también lo es. Tan cálido, como doloroso y mortal. Lo peor es que no me arrepiento de nada.
