Aún te recuerdo
Capítulo 1
Infancia
Era un día de fiesta en todo el reino de Erdia. Adornos en color dorado y rosegold se podían encontrar desde Sina hasta María.
Todos celebraban con alegría el nacimiento de la hija primogénita del Rey Rod: la Princesa Frieda.
En el castillo, los reyes recibían a los nobles, así como a los más altos mandos del ejército quienes presentaban sus obsequios y respetos a la recién nacida.
Los miembros de la corte presentes se inclinaron cuando Eren Krueger, actual rey del Reino de Mare; caminó por aquella alfombra roja.
Rod y la reina se levantaron de sus tronos para recibir al visitante de honor, dedicándose ambos monarcas una respetuosa inclinación de cabeza al estar frente a frente.
—¡Eren! —exclamó Reiss.
—¡Rod! —dijo de manera amistosa, para entonces darle un fraternal abrazo a su contraparte de Erdia —¡Felicidades!
Se dieron un apretón de manos luego de aquel abrazo —Gracias y... —observó a la pareja, y al pequeño de 2 años que caminaban detrás del rey de Mare —veo que trajiste compañía.
Krueger se hizo a un lado, permitiendo el contacto visual entre su contraparte erdiana y sus familiares.
Grisha hizo la reverencia correspondiente al estar ante un rey, mientras que Dina hizo lo propio añadiendo la flexión de rodilla, llevando su pie derecho detrás del izquierdo.
Junto a la pareja, un pequeño niño de cabello rubio de tan sólo dos años se quedó mirando al rey Rod.
—Zeke, saluda apropiadamente como a tu tío —susurró Dina.
El pequeño asintió con la cabeza, inclinándose ante el monarca del mismo modo en que su padre lo hacía.
Rod se quedó mirando al pequeño —¡Así que tú eres el Príncipe Zeke! —exclamó con entusiasmo.
—S-sí s-su maceta.
—Zeke, te he dicho que se dice majestad, no maceta —corrigió Dina.
—Duquesa, hoy estamos de fiesta, ¡No reprenda al niño! —dijo Rod entre risas, a lo que Dina hizo un asentimiento de cabeza respetuoso.
—Si su majestad lo permite —dijo Grisha —mi hijo ha traído un obsequio para la princesa Frieda.
—¡Oh! ¡Un obsequio! —se quedó mirando fijamente en la caja circular de color rosa pálido que el pequeño tenía entre sus manos, adornada con un listón color blanco —bien, ¡Anda ve! Seguro que a Frieda le encanta —dijo Rod, palmeando el hombro del pequeño y mostrando el moisés de oro con gemas incrustadas donde la recién nacida se encontraba.
El pequeño Zeke tragó saliva, y se aferró a la caja que sostenía. Nervioso al sentir las miradas de sus padres, tío, y reyes erdianos sobre él, caminó por la alfombra hacia el moisés que estaba a un par de metros de él.
A pesar de ser una distancia corta, para el pequeño príncipe parecía interminable, ¡Estuvo a punto de caerse en tres ocasiones!
Finalmente llegó a donde la niña se encontraba, sin embargo, y a pesar de que se paraba sobre las puntas de sus pies, no podía ni siquiera llegar al borde.
Rod chasqueó los dedos e hizo una seña a los guardias que estaban más cercanos a la cuna de su hija; ante eso, uno de ellos acercó un cajón de madera al moisés, tomando al pequeño príncipe por debajo de las axilas para ayudarlo a subir.
Una vez arriba, el pequeño se quedó mirando a la bebé, quien estaba envuelta en cobijas de color perla —¿Frieda? —Sentía curiosidad, pues nunca antes había visto un bebé.
"Zeke, tú y la princesa Frieda deben ser muy buenos amigos; cuando sean grandes como tu papá y yo, también van a estar juntos así como tu padre y yo lo estamos, y gracias a eso, la paz entre su reino y Mare será para siempre"
Casi podía escuchar la voz de su madre diciendo aquel discurso, el cual había repetido en más de tres ocasiones desde que el nacimiento de la pequeña Frieda fue anunciado a los reinos más cercanos a Erdia.
Al verla tan pequeña y frágil, y ver sus ojos azules mirando hacia todas partes; el pequeño abrió la caja que tenía en sus manos, sacando de su interior un pequeño simio de peluche —toma, Frieda —dijo, colocando el juguete a un costado de la princesa, quien se quedó observando el regalo que le habían hecho.
—Te gustan los monos, ¿Huh? —sonrió.
El cielo estaba nublado aquel día y sin embargo, ni una sola gota de agua había caído. Era como si el mismo cielo acompañara el dolor de cierto niño que a sus siete años de edad, acababa de perder a la mujer que le dio la vida.
En el cementerio del ducado de Liberio se reunió la aristocracia de Mare, así como el rey de dicha nación para dar el último adiós a Dina Fritz, duquesa de Liberio.
También estaban presentes los reyes de Erdia junto a su hija de cinco años, quien además de la tristeza por la partida de Dina, la cual siempre fue amable con la princesa; se sentía aún más triste por su mejor amigo.
Lo miraba, y sólo podía ver vacío en sus ojos. No lo entendía, pues hasta ahora no había tenido que pasar por algo así; pero imaginar su vida sin sus padres era aterrador así que, se sentía tremendamente mal por lo que podría estar sufriendo en silencio el pequeño Zeke.
Era extraño, como si en realidad no estuviera ahí, y sin embargo estaba totalmente consciente de que lo estaba, que había sucedido: Su madre había fallecido, y en ese momento la estaban sepultando.
¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué de una enfermedad que ni siquiera su padre podía curar?
Era como una pesadilla, todo se sentía tan irreal, como si él solo pudiera ser espectador de alguna especie de espectáculo que había delante de sus ojos, pero de algún modo sentía como si no fuera parte de todo eso.
Quería llorar, pero no podía; quería gritar, pero no tenía voz o fuerzas para hacerlo; sólo podía estar ahí, de pie y observando el ataúd de su madre descendiendo a aquel agujero en la tierra.
Pero en medio de su dolor y esa sensación de sentirse como espectador, una pequeña manita que tomaba la suya lo tomó de sorpresa, regresándolo en ese instante a la realidad, pero a la vez haciéndolo sentir que no se encontraba solo en medio de todo eso.
Una vez que estuvieron de regreso en la gran mansión de los Fritz, el pequeño se encerró en su habitación, y a la única persona a quien le había abierto la puerta fue a su abuela paterna cuando le llevó leche y unos panecillos para que comiera algo, aunque en realidad el niño no tenía apetito.
Escuchó que tocaban la puerta, y sólo volteó a mirarla, pero decidió aguardar a que, quien sea que fuera el visitante se marchara, creyendo que había quedado dormido.
—¡Zeke! ¡Soy Frieda! ¡Ábreme!
Al escuchar la voz de la princesa, el pequeño se levantó de su cama para abrirle —Frieda.
La niña aún lucía el vestido negro de terciopelo con un listón blanco en la cintura, atuendo que había llevado al funeral de la duquesa.
Observó cómo ella estaba con la mirada baja y las manos detrás de su espalda —pensé que habías vuelto a Erdia.
Ella negó con la cabeza —fui a buscar esto —de su espalda sacó un simio de peluche —es para ti.
Tomó el juguete, y comenzó a mirarlo con curiosidad, ya que era muy parecido al que él le había obsequiado cinco años atrás cuando la pequeña era tan sólo una bebé.
—No es el tú que me diste, a ese lo quiero mucho y está en mi habitación; pero le dije a mi mamá que quería darte un regalo, los regalos hacen feliz a la gente.
No es como si de repente el dolor por la pérdida de su madre se hubiera borrado mágicamente, pero el gesto de su amiga había logrado hacerlo sonreír en ese triste día —gracias, Frieda.
—¡Zeke! —gritó la princesa de seis años quien, tan pronto llegó a la mansión Fritz acompañada de su madre, rápido se dirigió al jardín, donde el pequeño príncipe jugaba sobre un árbol en compañía de otros dos niños.
—Zeke ¿Quién es esa niña que te está hablando?
El príncipe volteó, encontrándose con la imagen de la pequeña princesa corriendo hacia él con su vestido rosa pálido —¡Es Frieda! —sonrió. Hacía ya casi un mes desde que su padre y abuelos paternos lo habían llevado a Erdia, y desde entonces no veía a la princesa.
—¿Tu novia? —dijo uno de los niños en plan de burla.
—¡Frieda no es mi novia, es mi amiga! —replicó Zeke, furioso por las burlas de sus amigos.
—¿En serio? —dijo el otro niño —¿Entonces por qué todos dicen que se van a casar?
Ambos niños se agarraron de las manos —Oh, Frieda, ¡Casémonos! —dijo uno.
—¡Bésame Zeke! —dijo el otro, fingiendo una voz más aguda.
—¡Ya cállense!
En eso, la princesa ya había llegado a la base del árbol —¡Zeke! —exclamó entusiasmada.
El pequeño de ocho años se debatía entre bajar con la princesa, saludarla y jugar con ella como hacían cada vez que uno visitaba al otro; o hacer que los otros niños se callaran.
—Frieda, ¡No molestes! ¿No ves que estoy con mis amigos? —dijo, con un enorme remordimiento en su corazón, pero también con la ira de ser el objeto de burla de los otros niños.
Se quedó sorprendida —Zeke... ¿Por qué? —no entendía por qué era así con ella, si siempre que se veían se divertían mucho jugando o paseando en el pony que el Rey Rod le había obsequiado a la princesa.
Tragó saliva, en verdad no quería ser así con ella —¿No me oíste? ¡Ahora estoy ocupado!
Los ojos azules de la pequeña comenzaron a llenarse de lágrimas, pero aún así, apretó sus manos —¡Te odio! ¡No quiero verte nunca más! —gritó con todas sus fuerzas, alejándose de ahí tan rápido como sus pequeñas piernas le permitían correr.
—¡Zeke se enojó con su novia! ¡Zeke se enojó con su novia! —decían a coro los otros niños, aunque el golpe en la cabeza por parte de una rama que sostenía el príncipe terminó con las burlas.
—¡Ya cállense! ¡No vuelvan nunca! —exclamó con furia, apresurándose en bajar del árbol.
Corrió por el jardín de su casa, hasta que el sonido de unos sollozos provenientes del kiosko llamaron su atención, por lo que se dirigió a dicho lugar.
Al entrar, se encontró con la imagen de la princesa, sentada en la banca del kiosco abrazando sus piernas, llorando.
—Frieda... —su corazón se estremeció al verla así, pues en verdad no quiso herirla, ¡Sólo quería que los otros niños dejaran de burlarse!
—Déjame sola —dijo entre sollozos.
Zeke se sentó junto a ella —perdón, no quise...
—¡Vete con tus amigos! ¡A ellos si los quieres y a mi no!
—¡Ya no son mis amigos! —gritó desesperado —Frieda, ¡Lo siento! ¡Tú si eres mi amiga!
Dirigió hacia él sus ojos azules, irritados por estar llorando —¿De verdad?
El pequeño asintió con la cabeza —¿Me perdonas?
Dudó, pero al ver la sinceridad y arrepentimiento de parte del niño —está bien.
Ambos pequeños se abrazaron como reconciliación —¿Tienes hambre? ¡Mi abuela hizo galletas! ¿Si te acuerdas de sus galletas?
—¿Son las que llevaste la última vez que fuiste a Erdia? —sus ojos brillaron cuando él asintió en respuesta —¡Sí! ¡Vamos!
Zeke tomó a Frieda de la mano, y ambos se dirigieron corriendo de regreso hacia la mansión, donde una bandeja llena de galletas de chocolate hechas por la madre de Grisha aguardaba por ellos.
CONTINUARÁ
Sí, lo sé, acabo de terminar "La Reina y el Titán" y sigo con esto jajaja. Como pueden ver, esto viene siendo una precuela de ese fanfic, contando la historia de Frieda y Zeke. Mi alma atormentada necesita escribir esto.
Por ahora les dejo los momentos más relevantes de la infancia de esta parejita, y cómo es que sus familias procuraban que los niños se frecuentaran.
Dedico especialmente este fanfic a la admin de la página Frieda Reiss, que puso el ZekexFrieda en mi cabeza y bueno, han salido varias cosillas por eso xD
Espero les guste esta idea. Los leo en el siguiente capítulo.
Beso! ¿Reviews?
