Disclaimer: Todos los personajes, así como el mundo potteriano, pertenecen a J.K. Rowling.
Advertencias:
1. Es una parodia capítulo por capítulo y escena por escena del séptimo libro de Harry Potter. Sigo el mismo orden, y a menudo utilizo palabras textuales. Habrá capítulos más propensos a la parodia que otros; es lo que tiene seguir estrictamente el esquema del original.
2. Como es una parodia que caricaturiza a los personajes; no esperéis encontrarlos con la misma personalidad que en los libros. Son caricaturas de sus virtudes y defectos; algunos más que otros, y en muchas ocasiones, bastante exagerados o absurdos.
3. Cuando leáis esto tendréis la misma información que si leéis las reliquias de la muerte; porque no omitiré nada de la trama. Así que si no habéis leído el séptimo, os invito a que no lo hagáis y leáis esto. XDDDDDDDD
4. El punto tres es irrelevante.
5. El punto cuatro no era necesario.
6. Espero que os guste y sobre todo, ¡qué dejéis reviews por el amor de la madre de Harry!
En un estrecho sendero bañado por la luna, dos hombres aparecieron de la nada a escasos metros de distancia. Ambos se apuntaron con las varitas, manteniendo una posición de combate, dando algunos pasos sin dejar de mirar al otro, como si trazaran un círculo invisible.
—Tú primero —chilló la voz de Yaxley.
—Imbécil, baja la varita —sentenció Snape.
Yaxley entrecerró sus pequeños ojos y distinguió la piel cetrina y nariz ganchuda del que era, sin duda, el ojito derecho del Señor Tenebroso.
—¿Traes buenas noticias?
—Excelentes —contestó Severus.
"Siempre excelentes… sarnoso pelo grasiento chupa nabo tenebroso" murmuró para su adentro Yaxley, emprendiendo el paso hasta colocarse a la altura de su homólogo. Las túnicas, negras, ondeaban alrededor de sus tobillos.
—Temía llegar tarde —empezó diciendo Yaxley—. Al final las cosas se me complicaron, aunque espero que se excite con mis noticias. Nada me produciría mayor deleite que el deleite de nuestro señor. Y tú, ¿qué? Pareces convencido de que te recibirá bien.
Snape asintió, sin decir ninguna palabra más. Yaxley cerró con fuerza sus puños, odiaba a ese pelo grasiento. Siempre ocupando el lugar predilecto del Señor de las Tinieblas. Lo siguió tomando un ancho camino que salía del sendero principal hasta llegar a una impresionante verja de hierro forjada que les impedía el paso.
—¿Empiezas tú? —le preguntó Yaxley levantando una ceja.
Snape volvió a asentir. Se subió las mangas de la túnica, se abrió de piernas y comenzó un baile. Apenas duró veinte segundos, finalmente acabó con un salto de la muerte y levantando el brazo izquierdo. Su grasiento pelo seguía en la misma posición gracias a la grasa que lo amoldaba. Se estiró la túnica con elegancia y miró a Yaxley, que había comenzado el mismo ceremonioso baile. Entonces atravesaron las verjas como si de humo se tratara.
—Se ve que has estado ensayando —le dijo Yaxley, sin ocultar la envidia que le comía las entrañas.
—Recibí clases de él, ya sabes que es el mejor.
Yaxley apretó los dientes. No sabía qué hacer para resaltar ante el maravilloso Severus Snape; Satanás bien sabía que lo había usado todo. Miró con odio la espalda fuerte y varonil de Snape mientras pasaban sorteando setos; inmediatamente escucharon un ruido a la derecha. Alzaron las varitas y alumbraron el lugar. Solo era un cochino revolcándose en el barro.
—Lucius siempre ha sido un engreído. Toda la mansión llena de cochinos, animal simbólico de la riqueza… ¡Ese Lucius! Qué hedor más insoportable…
Snape se rodeó y clavó en él sus ojos negros, por lo que dejó sus quejas a un lado. Rebuscó en su bolso de viaje… Había trazado un plan. Si con eso no conseguía llamar la atención del señor Tenebroso bien podría lanzarse un avada kedavra allí mismo. Vio a lo lejos como la ostentosa mansión de los Malfoy comenzaba a vislumbrarse pese a la oscura oscuridad maligna que inundaba el lugar. ¡Ya, por fin lo encontró! Ambos hombres se apresuraron a la puerta de la entrada, la cual, por arte del viento, se abrió sin que nadie la empujara.
—¿Qué haces? —le apremió Snape al ver que se detenía. Una mueca de desdén se dibujó en su cetrino rostro—. ¿Acaso piensas ponerte eso?
Yaxley se colocó el tutú de color rosa y se puso la diadema blanca, llena de purpurina, en su oscuro pelo; observándose en uno de los espejos que había en el vestíbulo. Snape rodó los ojos.
—No lo apruebas porque sabes que él ni te mirará a ti —le dijo Yaxley en tono burlón, acicalándose el cabello.
—Entremos.
En el salón había una gran mesa rodeada de mortífagos que no pudieron esconder la expresión de horror que les cruzó la cara al ver a Yaxley… Algunos se dieron codazos entre ellos y los murmullos comenzaron. Pese a la estelar entrada de Yaxley, Voldemort parecía tener fija la mirada en una especie de cuerpo humano (oh sí, era un cuerpo humano) que flotaba encima de la mesa.
—Snape, Yaxley… o debería decir Billy Elliot; casi llegáis tarde.
El señor Tenebroso se sentaba justo en frente de la chimenea, y gracias al resplandor de esta pudo ver con total claridad como las mejillas de Yaxley adquirían un tono rosáceo. En realidad le gustaban sus atuendos, pero no se lo iba a reconocer.
—Severus, querido, a mi lado. Tú, al lado de Dolohov.
Yaxley clavó su mirada en el suelo, con lágrimas en los ojos. Otra vez había sido rechazado. Snape tomó el asiento que el señor de las Tinieblas le había indicado, justo a su lado… Y él tendría que sentarse con ese Dolohov, que no dejaba de tirarle la caña.
—Aquí, guapetón —le dijo Dolohov con una sonrisa, retirándole la silla.
Yaxley ocupó su asiento de mala gana; y se estremeció al notar la mano de Dolohov en su muslo. De un manotazo fiero, la apartó. Dolohov chasqueó la lengua como si estuviera regañando a un niño pequeño y dejó escapar una estúpida sonrisita.
Voldemort centró sus ojos en Snape, se inclinó ligeramente hasta quedar a un palmo de su cara.
—¿Y bien?
—Mi señor, la Orden del Fénix planea sacar a Harry Potter de su actual refugio el próximo sábado al anochecer.
—¿El próximo sábado? ¡Maldita sea! Esa Orden del Pajarucho lo tiene todo estudiado… Decidme, ineptos, ¿cómo sabían que nunca me pierdo lo copa de Europa de quidditch? ¿Quién se ha ido de la lengua?
Los mortífagos empezaron a cabecear de un lado a otro, profiriendo todo tipo de excusas sin mirar a los ojos de su amo; el amo que los cuidaba y les daba pienso todos los días. Voldemort miró fijamente a Snape, se puso de pie y comenzó a hacer estúpidos gestos con las manos; utilizando legeremancia. Tras unos segundos, pareció conforme con la información.
—Veo que hoy tampoco te has lavado el pelo…
Snape enrojeció. Para el señor Tenebroso era muy fácil decirlo, pues él no tenía pelo que lavar. Pero a él esa tarea se le antojaba aburrida y desagradable, ¿por qué tendría que lavarse el pelo? El día que murió su amor juró que nunca más se lavaría el pelo hasta que conquistara Granada…
—Perfecto —prosiguió Voldemort—. Y esa información procede de esa fuente de la que ya hemos hablado, ¿no?
—Exactamente, mi señor. Hoy apenas echaba un fino chorro de agua, pero ahí estaba yo, mi señor.
—Mi señor —intervino Yaxley, que se acabada de deshacer por vigesimosegunda vez de la mano de Dolohov—. Mi señor y amo, yo he oído otra cosa. Dawlish, el auror, me dijo que no trasladarían a Potter hasta el día cuarenta y cinco, es decir, antes de su cumpleaños.
Snape sonrió y comentó:
—Ya me advirtió mi fuente de que intentarían dar una pista falsa… pero francamente, esa es demasiado estúpida para que cualquiera se la creyera, incluso tú.
—Os aseguro, mi señor, que Dawlish parecía muy convencido —insistió Yaxley.
—No entiendo cómo aprobaste el examen de mortífago —repuso Voldemort, parecía que silbaba las palabras—. El día cuarenta y cinco… ¿acaso no sabes que los meses solo tienen treinta y dos días?
Snape dejó escapar una tos, se acercó a su amo y le susurró algo que el resto no pudo escuchar.
—Lo que decía, ¿no sabes que el mes de julio solo tiene treinta y un días? ¡Estúpido! ¡Crucio!
Los gritos de Yaxley retumbaron por toda la mansión. La serpiente pareció excitarse; se arrastraba sobre su único miembro, ella misma, dejando un camino de babas allá por donde pasaba. Era bastante obvio que a nadie le gustaba la mascota del señor Tenebroso; sobre todo a un joven de pelo lacio y cara de asco que no dejaba de mirar el hilo de babas que había dejado para acto seguido mirar a la persona que flotaba en el techo.
—Amo, le aseguro que Dawlish ni pinta ni corta en el tema de cara rajada —continuó Snape—. La Oficina de Aurores no volverá a participar en la protección de Harry Potter. La Orden del Fénix piensa que nos hemos infiltrado en el ministerio.
—¡Son la puta hostia esa Orden! —bramó un mortífago levantando el puño.
—En eso no se equivocan, menudos avispados.
—¡Que bote el señor Tenebroso, que bote el señor Tenebroso!
Todos dejaron de reír inmediatamente y giraron su cabeza hacia el joven entusiasta de pelo naranja pajizo y ojos redondos, dos en concreto, enmarcados por pestañas y con sendas cejas.
—¡Avada Kedavra! —sentenció Voldemort apuntando su varita hacia el pobre joven, que cayó fulminado al suelo. Enseguida dirigió su mirada a Snape—. ¿Dónde piensan esconder al chico?
—En casa de algún miembro de la Orden —contestó Snape—. Ya sabes que el muchacho no tiene ninguna vergüenza para apalancarse allá donde crea más conveniente. Seguramente la Orden y el ministerio habrán protegido el lugar con todo tipo de protección. Una vez en casa, no podremos tocarlo. Ahora podemos llevar a cabo el entrenamiento que hemos recibido en esos juegos de patio…
—Yo era realmente bueno —le susurró Dolohov a Yaxley, sonriendo y acercando de nuevo su mano (que ya tenía un color morado a causa de los golpes recibidos) al muslo del envidioso mortífago.
—…pero si el ministerio ha caído para el sábado, la tarea será mucho más fácil —sentenció Snape.
—¿Qué opinas, Yaxley? —preguntó Voldemort mirando al hombre de la diadema—. ¿Habrá caído el ministerio antes del próximo sábado?
Yaxley sintió como todas las cabezas se giraban en su dirección, se levantó y se irguió todo lo que pudo con gran pomposidad. Su tutú brillaba gracias al fuego de la chimenea.
—Mi señor, tengo noticias que le van a excitar al respecto. Tras grandes dificultades y adversidades, sin duda los hados me son desfavorables; y tras grandes hazañas por mi parte y actos heroicos en los que casi pierdo la vida…
—Ve al grano, Yaxley Eliot —le cortó Voldemort aburriéndose.
—Bueno, he logrado lanzarle una maldición imperius a Pius Thicknesse.
Todos los mortífagos se quedaron impresionados, conocían la fama de Yaxley y que era un patán al que solo le encargaban misiones fáciles y simplonas que podría hacer hasta Neville Longbottom. Dolohov sacó el pecho, lleno de orgullo, y le acarició la espalda.
—Menos da un dedal, algo es algo, a falta de pan buenas son tortas —concedió Voldemort sin darle mayor importancia—. Sin embargo no podemos confiar todo en ese Scrimgeour, debe estar muy protegido. Es la reina gay. Si fracasara en mi intento de acabar con él, todo se retrasaría…
—Puede ser, mi señor —repuso Yaxley—. Pero Thicknesse, como jefe del Departamento de Seguridad Mágica, mueve todos los hilos ahí… tocado él, muerto el rey. Tocado el barco, hundida la flota.
—Ni me interesa la monarquía ni ningún astillero, solo quiero a cara rajada —sentenció Voldemort.
—Mi amo y señor, tengo otra noticia que le va a excitar aún más —dijo Yaxley sacando pecho. Volvemort se relamió de forma sugerente—. Tenemos hombres infiltrados en el Departamento de Transportes Mágicos. Si se le ocurriera aparecerse o utilizar la red Flu…
—No hará nada de eso —interrumpió Snape, jodiéndole una vez más su momento de gloria-. La Orden es no gubernamental; ya sabéis, pasa de todas las cosas del sistema…
—Esos perros flautas —siseó Voldemort—. Tanto mejor, a campo abierto será más fácil. Yo mismo lo cazaré. Que ese mocoso viva se debe más a mis fallos que a sus aciertos.
Todos se cagaron la pata abajo y lo miraron con miedo; temiendo que a su señor le diera por culparlos por la existencia de Harry Potter.
—Me excitaba muy rápido, y la suerte y el azar frustraron todos mis maquiavélicos planes. Pero ahora comprendo…, comprendo todo. Soy yo quien tiene que matar a cara rajada, y así lo haré. Amén.
—Amén —dijeron todos al unísono.
De repente se escuchó un aullido desgarrador carente de algún tipo de excitación. Era dolor. Dolor puro y duro. Dolor del que solo sabe dar el señor Tenebroso.
—Colagusano —dijo Voldemort, que volvía a mirar el cuerpo que flotaba en el aire—, cacho carne con ojos, ¿no te he dicho que mantengas callado a nuestro prisionero?
—Sí, así mismito lo dijo usted —se levantó de su silla y se largó sollozando, dejando tras de sí un rastro de pipí y hedor.
—Como iba diciendo, preferí llamarme señor Tenebroso aunque la idea de señor Iluminado me atraía como un imán atrae a su polo opuesto, como la gravedad atrae a una manzana, como un hechizo accio atrae a aquello que desees…
Snape volvió a carraspear. Todos lo sospechaban, últimamente el señor Tenebroso comenzaba a chochear; pero nadie se atrevía a hablar de ello abiertamente.
—En fin, que ya sé que para matar al cabezón ese necesitaré otra varita. ¿No hay ningún voluntario? Tú, Lucius, que últimamente me caes mal, dame la tuya. Ya me dirás para qué la quieres…
Lucius Malfoy levantó su acongojada cara, llena de ojeras y con los ojos rojos.
—¡Mi señor!
—Que no lo tenga que repetir Lucius, tu varita.
—Yo…
Malfoy miró de reojo a su esposa, que estaba tan pálida como él. Miraba al frente, pero por debajo de la mesa apretó sus delgados dedos contra el muslo de su marido, indicándole que obedeciera a aquel que les había usurpado la casa. Lentamente sacó su varita y se la entregó a Voldemort, que la sostuvo entre sus finos, largos y lechosos dedos.
—Dime perro Lucius, ¿de qué es?
—De olmo mi señor. El núcleo es de dragón.
—Me ha excitado —exclamó Voldemort, sacando su varita y comparándola con ella.
Lucius, ilusionado como solo él podía hacerlo, hizo un fugaz movimiento con el que dio la impresión que esperaba recibir la varita de su amo a cambio.
—¿Qué te de mi varita, Lucius? ¿Mi varita, la varita del mago más malo y grande de todos? ¿Acaso te ves merecedor de tal honor, perro Lucius? —algunos rieron por lo bajo—. Si te he dado la libertad. ¿No te satisface? ¿No es suficiente? Crees que no me doy cuenta, pero me he fijado que últimamente ni tú ni tu familia parecéis contentos de mi presencia en vuestra casa.
—¡No, mi señor! Es todo un honor…
—Mientes perro. Ahora atento, y mirad cómo hablo pársel, que para algo soy el descendiente de Salazar Slytherin.
Voldemort comenzó a emitir silbidos y su enorme y asquerosa serpiente, la cual tenía como mascota pese al desagrado de todos, comenzó a pasearse, arrastrando su horrible cuerpo, hasta que se acomodó en los hombros de su macho y señor. Voldi la acarició, mientras observaba a Lucius.
—Perro Lucius… ¿acaso no presumiste durante años de desear mi regreso y ascensión? ¿Acaso no decías que me habías comprado una corona y un manto bordado en oro para mi coronación?
—Por supuesto mi señor. Y permíteme que le diga, que es un manto precioso. Lo deseábamos… y lo deseamos.
Narcisa Malfoy, sentada a la izquierda de su marido, no paraba de asentir dando cabezadas. Draco estaba igual de cagado que el resto de su familia, miraba fijamente al cuerpo que estaba suspendido en el aire. Echó un vistazo frugal a Voldemort y enseguida apartó la mirada, temeroso de que hiciera contacto.
—Mi señor —intervino una voz cargada de entusiasmo y excitación, casi hablaba en jadeos cuando se dirigía a su amo— es un honor que os alojéis aquí, en la casa de nuestra familia. Nada podría complacernos más.
Bellatrix estaba sentada al lado de su hermana y la diferencia era brutal. Ella era morena y arrebatadoramente caliente y pasional, se inclinaba hacia Voldemort permitiendo que este observara la curvatura de sus senos; mientras que Narcisa permanecía tensa e impasible.
—"Nada podría complacernos más" —repitió Voldemort, haciendo una mueca burlona—. Eso significa mucho viniendo de ti, Bellatrix.
La mujer se ruborizó, sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a tocarse el pelo repleta de un sentimiento de excitación que a duras penas podía contener.
—Mi señor sabe que le digo la pura verdad.
—"Nada podría complacernos más…" ¿Ni siquiera es comparable con el feliz acontecimiento que se ha producido esta semana en el seno de tu familia?
—No sé a qué os referís, mi señor.
Voldemort sacó una revista de debajo de la mesa y se la lanzó a la cara.
—Deberías estar puesta en el mundo rosa. Me refiero a tu sobrina, Bellatrix. Y también vuestra, Lucius y Narcisa. Y tu prima hermana, Draco. Y la hija de Andrómeda. Y la nieta de los señores Black.
Snape volvió a carraspear.
—Acaba de casarse con Remus Lupin, el hombre lobo. Sin duda, debéis estar muy orgullosos —acabó Voldemort contento de su actuación.
Todos los mortífagos estallaron en carcajadas, alegrándose de la burla proferida a Bellatrix y los Malfoy. Algunos dieron puñetazos sobre la mesa, ni se inmutaron con los silbidos que emitía Nagini. Todos rieron como locos, alguno se cayó de su asiento agarrándose la tripa. El rostro de Bellatrix, antes feliz, se cubrió de feas manchas rojas.
—¡No es nuestra sobrina! —gritó Bellatrix como una loca, intentando hacerse oír a través de las risotadas de sus camaradas—. Nosotras, Narcisa y yo, no hemos vuelto a mirar a nuestra hermana desde que se casó con ese sangre sucia. Esa mocosa no tiene nada que ver con nosotras ni tampoco la bestia con la que se ha casado. ¡Palabrita de Lucifer, mi señor!
—¿Y qué dices tú, pequeño y entrañable Draco? —Voldemort, ajeno a las palabras de su más fiel servidora, prefería continuar con su burla particular, porque como todos bien sabemos, él es incapaz de sentir amor por nadie—. ¿Te ocuparás de los cachorritos?
La hilaridad iba en aumento. Draco se sentía realmente aterrado, miró a su padre y a su madre, ésta negó con la cabeza sin dejar de mirar al frente.
—¡Basta! ¡He dicho que os calléis! —gritó Voldemort que no dejaba de acariciar la serpiente—. He sido un poco descortés con mi querida Bellatrix… Muchos de los mejores árboles genealógicos se van pudriendo con el tiempo. Vosotros tenéis que podar el vuestro para que siga sano, eliminar esas malas hierbas, ¿comprendéis? Me refiero a que matéis a todos los miembros de vuestra familia que traicionen a la sangre, ¿entendéis? Querida Bellatrix, ¿tú de eso entiendes, verdad?
—¡Yo maté a Sirius Black! —comenzó a gritar Bellatrix, con la mirada enloquecida—. ¡Yo maté a Sirius Black!
—Sí, sí Bella. Lo hiciste realmente bien, menuda puntería la tuya —concedió Voldemort—. Quiero que elimines a las malas hierbas de tu familia en la primera oportunidad que tengas, tal como hiciste con tu primo, zorra perversa.
—¡Así lo haré!
—Muy bien, pequeña —Voldemort sacó un hueso de la túnica y se lo arrojó a Bellatrix, que corrió hasta atraparlo y se quedó en un rincón acariciándolo, con lágrimas de emoción que salían de su rostro—. Snape, ¿reconoces a nuestra invitada?
Snape dirigió la vista hacia la cautiva colgada cabeza abajo. La mujer estaba realmente acojonada, entre semejante cuadrilla de locos.
—¡Severus! ¡Ayúdame!
—¡Ah, sí! —dijo Snape mientras la prisionera seguía girando.
—¿Y tú, pequeño Draco, sabes quién es? Claro que no; tú no asistías a sus diabólicas clases. O debería decir angelicales, Severus ¿cuál piensas qué es el término correcto?
Snape, por primera vez, pareció dudar.
—Todo depende de su punto de vista, señor.
—¿De mi punto de vista? Explícate, que no te entiendo.
—Usted qué es lo que considera como un grado positivo, el ser diabólico o angelical.
—Me agrada que me preguntes eso, fiel Severus. La concepción de lo diabólico está contaminada por todos esos sangre sucias y amantes de la interculturalidad; esos masones comunistas…
Snape volvió a carraspear.
—Decía, lo positivo, lo realmente bueno es ser diabólico. Es la esencia de cada ser humano, la libertad individual, el superhombre que hace y actúa según desea; no por los dictámenes protocolarios de una sociedad hipócrita.
Todos los mortífagos prorrumpieron en un sonoro aplauso. Ese era el señor Tenebroso que los había conquistado años atrás.
—Pues entonces —intervino Snape, retomando el hilo de conversación anterior—, las clases de esta señora eran angelicales.
—¡Exactamente! Es un placer tenerte entre nuestras filas, Severus. Eso me excita en grado sumo —Bellatrix, que aún jugueteaba con su hueso, puso los ojos en blanco y lanzó un gruñido apenas imperceptible—. Esta mujer es Charity Burbage, hasta hace poco profesora en Hogwarts a cargo de Estudios Muggles.
Todos los presentes lanzaron quejas, palabras de desaprobación y gruñidos varios para mostrar su completa lealtad a su señor.
—Sí, como bien habéis escuchado, la profesora Burbage tenía la desfachatez de enseñar a los hijos de los magos y brujas todo sobre los muggles. Decía que estos no son tan diferentes… ¿a qué esperáis para interrumpirme con gruñidos de desaprobación y risitas irónicas?
Todos sus esclavos obedecieron, una vez satisfecho Voldemort siguió con su discurso, solo interrumpido por las súplicas de la profesora.
—Severus, por favor… por favor…
—Silencio. Esta asquerosa y marrana, no contenta con corromper la mente de la juventud mágica, la semana pasada se atrevió a escribir una apasionada defensa de los sangresucia en El Profeta. Dice que debemos aceptar a esos ladrones del conocimiento mágico y nuestra magia, y sostiene que la progresiva desaparición de los sangre limpia es una circunstancia deseable. Si por ella fuera, todos joderíamos con muggles o, aún peor, hombres lobo. Como bien ha hecho vuestra sobrina —acabó diciendo, mirando a las que antes eran las hermanas Black.
Esta vez todos tuvieron que ahogar sus risas. Voldemort estaba rojo de furia y rabia, él vivía sus palabras y desprecios con todo su corazón. Perdón, que no tenía corazón. Vivía sus palabras y desprecios con todo su aparato circulatorio carente de un corazón humano.
—¡Avada Kedavra!
Un destello de luz verde iluminó hasta el último rincón de la sala y Charity se derrumbó con resonante estrépito sobre la mesa, que tembló y crujió. Algunos mortífagos se echaron hacia atrás en los asientos y Draco se cayó de la silla.
—A cenar, Nagini. Hasta que no te lo comas todo no te vas a dormir. Y lo que sobre te lo guardo para mañana, a ver si te crees que vas a comer solo helado…
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