El Sello Real.
- Autora: Janix21
- Disclaimer: Como se darán cuenta no hay personajes de mi creación.
- Ubicación cronológica: La historia transcurre luego de "Panacea", hay hechos de " Who died y made you boss"
- Categoría: General.
- Nota especial: Ya se que dije que la historia pasa después de "Panacea" y que se mezcla con " Who died ...", pero digamos que sólo tomé el esqueleto de esos capítulos. Como verán eliminé un personaje, ciertas rupturas y las reacciones.
Esta historia es del 2002.
Capitulo 1: Adios.
Hace unos meses se había ido. Nada era lo mismo. Nadie podía olvidarlo y menos aceptarlo. Si tan sólo hubiera sido por un motivo, un buen motivo, digno de El. Pero su muerte fue inútil. Dio su vida sólo por satisfacer el capricho de un anciano, muerto en vida, y el egoísmo de su esposa, capaz de todo, hasta de matar, con tal de seguir junto a su marido.
Los recuerdos, las imágenes, se negaban a abandonarlos, eran un tormento constante. Les hacía falta, no estaban completos sin El. Después de todo era su líder. Ahora estaban a la deriva. Max Evans era mas que sólo un líder, era su centro, su hermano, su guía, su apoyo. Lo necesitaban y respetaban porque así lo sentían, nada tenía que ver aquel sello en forma de V luminoso y mágico que emanaba de sus sienes, como símbolo y prueba indiscutible de su autoridad, de líder, de Rey. Max de había ganado ese respeto y obediencia. Había demostrado incontables veces su valentía, su inteligencia, su fuerza y como buen líder su sensibilidad y capacidad de perdonar.
La impotencia, la soledad y el dolor eran demasiado grandes, los ahogaba, los asfixiaba, los desesperaba. Michael Guerin e Isabel Evans, sólo se tenían a sí mismos, el uno al otro. Eran unos refugiados en un planeta ajeno. Se sentían malditos, condenados a perder y hacer sufrir a quienes amaban. Estaban hartos, cansados de mentir, huir, esconderse, luchar. Querían una vida normal. Ansiaban con todas sus fuerzas ser sólo humanos. Habían llegado a odiar su otra mitad, la alien, la que les traía el sufrimiento, la que estaba maldita.
Michael siempre había deseado ser Líder, no por envidia o por considerarse mejor. El era así. No podía seguir órdenes. Estaba hecho para contradecir. Ahora por fin lo era. Cargaba sobre sí las responsabilidades y deberes del Líder. Y se sentía como un tonto. Se había dado cuenta de lo fácil que era contradecir y revolucionar todo. Pero tener responsabilidades, guiar, y decidir era algo que no conocía, era algo que sólo Max Evans merecía y sabía hacer. Pero ya no estaba. Y aquel sello, antes anhelado, ahora le pertenecía, se había alojado en su pecho. Era un intruso en su cuerpo. Cada vez que lo veía lo recordaba. Recordaba su amigo muerto, que era sólo un huésped en este planeta, que tenía enemigos, más aun por ser el nuevo Líder, estaba atado. Resultaba irónico ser Rey de un lejano planeta, justo cuando su corazón y mente fortalecían cada vez más sus lazos con el planeta que lo vio crecer y con quienes lo acompañaron en el difícil, pero gratificante viaje hacia la madurez.
Los humanos, sus queridos amigos y hermanos no los habían abandonado. Sufrían tanto como ellos, sin merecerlo, especialmente Liz, quien se sentía más sola que nunca. Habían sido fundamental para mantenerse con fuerza y seguir respirando luego de la partida, de aquella injusta partida. Se habían apoyado mutuamente. María no lo dejó nunca. Siempre estuvo ahí para consolarlo, para decirle dulces palabras de aliento cuando le faltaban las fuerzas. Michael se sabía afortunado. Ella lo aceptaba, a pesar de todo, sabía todo sobre El y aún así lo amaba.
Isabel agradecía a cada instante tener a su lado a Kyle. Había perdido a la persona más importante en su vida, Max. Su mundo se había derrumbado y entonces Kyle se encargó de ayudarla, pieza a pieza comenzó a recogerlo y reconstruirlo juntos, transformándolo en el mundo de los dos, en el que compartirían. Tarea fácil, porque desde hace mucho Kyle formaba su mundo, desde el primer momento en que comenzó a verle diferente, desde que comenzó a amarle y se decidió a entregarle su corazón. No se equivocó en elegirle, cuando más necesitaba sentirse apoyada, segura y amada, El se encargó de demostrárselo cada minuto. No podía agradecerle ni amarlo más.
Estaba decidido. Esa noche fueron al desierto. Solos. Michael e Isabel dejarían atrás su vida errante y llena de peligros. Romperían con todo, habían sufrido y hecho sufrir suficiente. Llegaron muy de madrugada. La noche estaba hermosa, especial para recibir su ritual. Estaba despejada, las estrellas brillaban claramente. El cielo tenía un color especial, maravilloso, lleno de paz. Tenía un tono azul grisáceo, con matices de violeta, que se mezclaba con el negro profundo de la noche.
Entonces llegaron la cámara del Granilith. Había algo diferente, esta vez debía ser abierta por Michael, El debía deslizar su mano sobre la roca que aseguraba la puerta de entrada. Isabel, al ver la tristeza de su rostro, de inmediato le tomó la mano, para que sintiera su apoyo. - Hoy se acaba todo , le susurró mientras tenía la mirada fija en el suelo, evitando recordar lo diferente que eran las otras veces que habían venido, cuando El los acompañaba.
- Bueno, ya es hora Iz. ¿ Tenemos todo?
- Sí, Michael. Aquí están las piedras, el libro, los mapas, la llave. Todo.- Dijo Isabel mientras revisaba su mochila que contenía su vida, que se transformaría en su pasado.
- Isabel. Quiero quitarme esto.- Le dijo mientras descubría su pecho, dejando ver el odiado sello, que se negaba a opacarse y continuaba brillando y viviendo en su cuerpo.
- ¿ Cómo?. Sólo Max podri... – No terminó la frase.
- Ya lo intenté. No resultó.- Señaló bajando la mirada. A pesar de haber heredado los poderes de su amigo y de conservar los suyos, no consiguió borrarlo. El sello no se iba, estaría ahí para recordarles siempre quienes eran y de donde venían.
- Eso está más allá de mis capacidades, Yo no puedo.- Dijo decepcionada Isabel
- Por favor, inténtalo. Yo te ayudaré. Si somos dos tal vez resulte.- Señaló esperanzado.
Entonces se tomaron de las manos, y las pusieron sobre la V que brillaba en su pecho. Estaban profundamente concentrados, ansiaban terminar con todo. Desde sus manos y del pecho de Michael, empezaron a salir luces de varios tonos, azules, ocres, rojas, verdes. Entonces comenzaron a ver imágenes, imágenes de ellos, de su vida en la Tierra, luego dieron paso a imágenes que desconocían, no eran recuerdos. Una de ellas se hizo más nítida e intensa. Era la imagen de la Reina. La madre de Isabel. Comenzó a hablarles.
- ¡ Hijos!, ¡ Queridos Rath y Vilandra!
- ¡ Mamá!- señaló una conmovida e incrédula Isabel
- Alteza- Dijo Michael.
- No luchen contra sí mismos. El sello es parte de ustedes, está en ustedes, ustedes le dan vida. Es indestructible.
- ¡ Mamá, Max está muerto!, ¡ Alex murió!, Jim, María, Liz, Kyle, todos, todos han estado en peligro por nuestra culpa!, ¿ Cómo puedes decir que este sello, este maldito sello, es bueno? ¡ Sólo nos ha traído desgracias!.- No pudo controlarse, estalló en llanto, Isabel botó todo lo tenía guardado. Era su madre, pero no la conocía. No había estado a su lado para cuidarla, apoyarla. Tenía sólo una madre y esa era Diane Evans.
- Lo sé, hija. Ya verán que todo mejora. Deben mantenerse unidos es su destino.
- No venga con esa estupidez del destino. Ya no somos ni Rath ni Vilandra.- Gritó Michael- Tenemos una mejor vida acá en la Tierra y la defenderemos contra todo. Entiéndanos, es inútil vivir pensando en un planeta y en una guerra que ni siquiera conocemos.- Dijo, mientras consolaba a Isabel, decepcionado al ver y sentir que el sello seguía junto a El.
- Perdónanos, dijo entre sollozos Isabel.- Venimos a terminar con todo. Acá dejamos lo que nos une a Antar.
- Perdón. – Repitió Michael, mientras tomaba la mochila y la dejaba en el Granilith, al tiempo que levantaba su mano para utilizar sus poderes, derribando las rocas que formaban la entrada interior de la cámara secreta, sellándola para siempre.
- Hijos, no pueden negar quienes son..- Señaló la imagen mientras desaparecía.
- Ya está. Ya está, Isabel. Por fin eres Isabel, sólo Isabel Evans.- Le dijo Michael mientras se abrazaban, respirando aliviados.
- Si, lo sé. Michael, Michael Guerin. – Agregó suspirando, sintiéndose mas liviana, sin llevar el peso del mundo sobre sus hombros.
Salieron de la cámara, ya sellada. Tomados de la mano, unidos, dispuestos a enfrentar la vida, su vida de manera diferente.
Decididos a ser felices.
