Disclaimer: Los personajes que protagonizan la historia así como el mundo en que esta se desarrolla, son obra de Masashi Kishimoto.
Gracias por empezar esta historia. He decidido arreglarla, corregir fallos y reescribir alguna que otra cosa, con la esperanza -vana esperanza-, de recuperar la inspiración.
Gracias por leer. Los reviews son la gasolina. Por favor, sentíos libres de comentar todos los fallos y consejos que sintáis.
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1
Temari
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Movido antes por la resignación que por el cansancio, Shikamaru se inclinó sobre la barandilla del edificio.
El palacio del Kazekage lo gobernaba todo y, desde su azotea, el observador indiscreto podía observar el desierto que nacía al otro lado de las murallas y que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Más alto que los demás, su sombra se prolongaba por toda la ciudad, dominándola con una presencia aterradora. El resto de los edificios se extendían a sus pies como pequeños insectos, casi a ras de suelo, con sus toldos blancos cubriendo las estrechas calles en un inútil intento de proteger a sus habitantes del calor. Las pequeñas ventanas excavadas en los muros solo eran pequeñas volutas de polvo flotando adormecidas en el calor de la tarde.
Shikamaru se colocó incómodo la capa y la arena de sus hombros cayó con un susurro. Pateó el suelo aburrido y una pequeña nube de polvo se enrolló en torno a sus pies.
La arena.
La estúpida arena.
Todo parecía estar cubierto por una fina capa de ella, teñido de un tono pálido que protegía la ciudad de los ojos indiscretos.
El sol había empezado a declinar ya y las temperaturas se habían vuelto algo más soportables. Las calles comenzaban a acoger la vida que salía de las casas. Las tiendas, cerradas desde el mediodía, volvían a abrir sus puertas a los clientes.
—¿Disfrutando de la vista? –la voz le sorprendió a sus espaldas. No lo había oído llegar. Devolvió el saludo sin girarse. Una presión baja empezó a apoderarse del aire—. Cuánto tiempo, Shikamaru.
—Un poco –admitió, encogiéndose de hombros. No quería hablar, pero sentía la necesidad de llenar el silencio con el ruido de su voz—. Hace demasiado calor para mi gusto —. Shikamaru se giró y lo encaró forzando un amago de sonrisa—. ¿Qué demonios te ha pasado? –preguntó sorprendido.
—Larga historia… -dijo sonriendo intentando quitarle hierro al asunto.
Kankuro había adelgazado demasiado y tenía el brazo derecho escayolado. Sin maquillaje, se veía pálido y ojeroso. Estaba despeinado y los ojos empequeñecidos. No podía ser solo por la paliza que había recibido. Shikamaru empezó a preocuparse.
—Kankuro... ¿Qué ha ocurrido?
Kankuro guardó silencio sosteniéndole la mirada, indeciso. El suave viento que se había levantado, arremolinando la arena en torno a sus pies, pasó de puntillas entre ellos. Shikamaru tensó el cuerpo por instinto. El ninja de la arena cedió y agachó la vista antes de continuar.
—¿Qué sabes sobre la misión que has venido a hacer?
Shikamaru no comprendió pero el miedo había empezado a jugar en su interior. Rememoró el instante en que había llegado a la aldea de Suna, el momento en que había cruzado los muros. La bandana de la Hoja le había granjeado el paso frente a las guardias de la entrada y se había detenido a justificar el motivo de su visita. Había hablado con un par de viejos amigos que presentaban mal aspecto y se mostraban esquivos, pero parecían más enfermos que otra cosa. Después se había dirigido al Palacio, con la esperanza de poder enterarse de su misión y poder marcharse pronto, sin tener que encontrarse con mucha más gente. Pero la secretaria había sido tajante: el Kazekage está ocupado. Tendrá que esperar.
—Creí… supuse que te habrían dicho algo… —Kankuro parecía turbado, incomodo por tener que tratar el tema.
—Decirme qué –el tono fue duro, más de lo que pretendía, pero estaba a punto de entrar en pánico. Respiró profundo, repitiéndose una y otra vez que no tenía prueba para pensar en aquella— Kankuro. Decirme qué.
—Shikamaru… verás… —suspiró abandonando el intento—. Mira, quizás sea mejor que vayamos a tomar algo y… y te lo cuento con calma – Shikamaru abrió la boca para interrumpir pero Kankuro alzó la mano izquierda indicándole que esperase. Shikamaru se aguantó las ganas de arrancarle la carpeta de las manos —. Confía en mí. Es mejor que te lo cuente con una copa en la mano.
El ninja de la Hoja asintió mientras se colgaba la mochila al hombro. Kankuro se mostraba demasiado cercano.
—¿Y el Kazekage?
—Reunido. Ven conmigo. Te he reservado habitación en el hotel. Se acerca una tormenta y no podrás viajar con este tiempo. Gaara levantará una cúpula sobre la ciudad, no se podrá salir ni entrar. Será una noche desagradable.
Bajaron las escaleras y caminaron en silencio hasta un pequeño bar cercano. La gente hablaba con calma, sentados en torno a pequeñas mesas de madera.
Temari. Su nombre golpeaba sus oídos. Le aprisionaba los pulmones.
Se sentaron en una mesa algo apartada con la carpeta entre ambos. Kankuro se acercó a la barra y Shikamaru se aguantó las ganas. Regresó poco después haciendo malabarismos con los vasos y la botella.
—Licor de dátil.
— ¿Se ha metido en un lío?
—¿Cuánto hace que no hablas con ella?
—Tres años, más o menos – contestó con voz tensa tras un rato —. No me quedaron muchas ganas de volver…
—Tres años es mucho tiempo. Cuando solicitamos ayuda no te esperábamos a ti - matizó tras un momento de silencio.
—La Gondaime estaba furiosa. Probablemente no sabe ni dónde estoy. No te paras a preguntar cuando esa mujer te dice "corre" -. Hizo una pausa y jugó con el vaso lleno de lícor -. Además, tampoco podía estar evadiendo la Arena por el resto de la vida, ¿no?
—Es una misión de… —Kankuro parecía agotado—. Si nos hubiera pillado en un mejor momento… Dos pozos comunales contaminados –explicó—. Tenemos a la mitad de los ninjas de baja, los hospitales colapsados y a los que todavía se mantienen en pie, haciendo turnos dobles. No damos abasto –extrajo una foto de la carpeta y la miró preocupado —. Y ahora esto. –Shikamaru esperó —. Siento ser yo el qué te dé la noticia…
Miró, incómodo, a Shikamaru. Le debía la verdad.
–Tiene derecho a saberlo. Joder, Temari ,él es…
–Ni se te ocurra, ¿entiendes? –siseó, encarandolo. La mirada llena de lágrimas y los ojos muy abiertos. La mandíbula apretada y las uñas clavadas en las palmas de las manos. La voz, más aguda de lo normal–. Te lo prohíbo.
–Tiene derecho a saberlo. Si no se lo dices tú, lo haré yo.
–No es responsabilidad tuya, Kankuro – respondió tajante. El acelerado taconeo que acompañaba a sus pasos le crispaba los nervios.
–Soy tu hermano –respondió intentado mantenerse calmado.
–¡Y es mi vida! –Kankuro apretó los puños, frustrado, cuando el grito de histeria de Temari le perforó los tímpanos. Sentía en carne propia la angustia que su hermana vivía.
La miró por un instante y la vio más débil y vulnerable que nunca. No, débil no era la palabra. Temari no era débil. Ni siquiera en momentos como este. Ella tenía la fuerza y el coraje necesarios para defenderse. Y haría uso de ellos si se veía acorralada. Definitivamente, débil no era la palabra.
Estaba nerviosa y se veía perdida sin las riendas de su vida. La habían criado como a una guerrera, en la autosuficiencia, en la individualidad y, ahora que otro le había arrebatado el control de su existencia para después dejarla al aire, se veía al borde de un precipicio. Un paso en falso y se acabó.
–Si no razonas conmigo, lo harás con Gaara.
–No obtendrá diferente resultado. Ni como hermano, ni como Kazegake.
Temari abandonó la habitación, dando por finalizada la conversación. Los nudillos blancos y los labios apretados. Dispuesta a no derramar una lágrima. Decidida y orgullosa. Y Dios sabe qué cuando esa mujer tomaba una decisión no existía fuerza terrenal capaz de hacerla cambiar de opinión.
Habían pasado tres años desde entonces. Temari había fingido que no había ocurrido nada, pero estaba tensa y callada y él no sabía cómo evitar que la distancia que los separaba se fuese haciendo más grande cada vez.
—¿Es Temari? —preguntó Shikamaru agarrando la copa y mirando el líquido oscuro. Su voz, apagada y susurrante, llegó hasta su ensoñación — ¿Ella está bien? – No podía mirarlo a los ojos.
—Está muerta, Shikamaru.
La noticia le cayó como un jarro de agua fría. La noche se había cernido sobre él de golpe, borrando el rastro del calor. La piel se le había erizado y las manos le temblaban descontroladas. Agarró el vaso y bebió de un trago el licor. La bebida le quemó la garganta y le hizo lagrimear los ojos. Intentó dar una bocanada de aire, pero no consiguió tomar el oxigeno suficiente.
Kankuro, en silencio, rellenó la copa. Había depositado la foto sobre la carpeta, entre ambos. Desde ella, Temari, con el mismo aspecto que tenía la última vez que la vio, los miraba con una media sonrisa.
—¿Estás seguro? —tal y como lo dijo, se sintió estúpido. Claro que estaba seguro. Era su hermano. — ¿Desde cuándo lo sabéis?
—Hace como un mes que no teníamos noticias de ellas. Después los exploradores trajeron la noticia de su muerte. Solicitamos ayuda a la Hoja un par de días después y... bueno, aquí estás.
Shikamaru sacó el encendedor y jugueteó con él.
—Un mes es mucho tiempo.
—Siento que hayas tenido que entrarte de este modo. No sabía cómo decirtelo... —Kankouro hablaba con voz monótona, sin temblar —. Pensé que la Hokage te informaría.
—Los ninjas mueren –lo cortó—. ¿Dónde… dónde está ahora? ¿Dónde la enterrasteis?
—No lo hicimos.
—¿Cómo?
—No lo hicimos. Nunca encontramos el cuerpo. No hubo ningún funeral.
—Kankuro... ¿Qué coño me estás contando?
—La versión oficial es que se encontraron varias tumbas. Que una de ellas es de Temari y la otra de Sumire. Y ya. El consejo las da por muertas a todas, pero Gaara y yo creemos qué…
—Kankuro. Los trabajos de ninja acaban en muerte el 80% de las veces.
—Oh, vamos. Tú la conoces. Sabes cómo es –protestó inclinándose hacia adelante —. Sabes que pelea contra todo, incluso cuando ya no puede... Es terca.
—Y tú sabes que es más que probable. Los ninjas mueren. Una y otra vez. Y ella no será ni la primera ni la última, Kankuro.
—Vamos, no me jodas.
Protestó dando un golpe sobre la masa, dejándose caer hacia atrás. Algunos lugareños se volvieron sobresaltados en su dirección.
—Si yo estuviera bien… —maldijo agarrando con la mano buena la escayola—. Pero así, en combate, no sería más que un estorbo.
Sintió pena por él. La desesperación le carcomía por dentro. Prefería agarrarse a una esperanza inútil antes que aceptar la verdad.
Shikamaru esperó un segundo antes de preguntar.
—¿Para eso me habéis llamado? ¿Para una venganza? ¿O para que rastree el desierto en busca de un cadáver?
Kankuro negó con la cabeza. Empujó la carpeta hacia él, invitándole a leer su contenido. Shikamaru la recogió, guardando con cuidado la fotografía. No podía enfrentarse a ella. No todavía. No en público.
—Solo hay cuatro tumbas y eran ocho mujeres –explicó Kankuro con la voz rascada por el licor—. Todavía hay cuatro en paradero desconocido y tu trabajo es encontrarlas.
El camarero se acercó discreto y susurró apurado al oído de Kankuro. Daba pequeños saltos sin moverse del sitio y no dejaba de mover los ojos hacia la salida. Kankuro asintió y le entregó unas monedas.
—Vamos, te acompaño al hotel. El bar está por cerrar— explicó antes de coger la botella y levantarse.
Shikamaru, mochila al hombro, se apresuró a seguirle. El camarero cerró la puerta a sus espaldas.
La noche había caído sobre la ciudad. Shikamaru alzó la vista impresionado. Una cúpula de arena cubría toda la oscuridad pero, aun así, el bramido del viento se colaba por pequeñas fisuras alzando, enrollando la arena en torno a sus piernas. Avanzaron corriendo hasta el hotel donde, de mala gana, el gerente les entregó la llave cerrando la puerta tras ellos, protestando ante la arena que se colaba en su local.
La habitación situada en el segundo piso, seguía la misma pauta que el resto de la ciudad. Las paredes de color arena resultaban asfixiantes y la pequeña ventana, tapiada con una manta, no ayudaba a despejar la sensación.
Shikamaru se dejó caer sobre la cama con los ojos cerrados. Estaba agotado tras el viaje, aunque no quisiera admitirlo.
Agarró la carpeta y empezó a hojear los papeles. Kankuro, sentado en una butaca, daba largos tragos a la botella, mientras rememoraba todos los detalles del informe.
—Hace más o menos dos años se concertó un matrimonio entre las Etarmi y el País de la Soja. La novia se desposaría tras cumplir veinte años, la edad tradicional en su pueblo. Poco después de que el País de la Soja anunciase la boda, empezaron a llegarnos rumores de maldiciones, planes de asesinato y demás tonterías. Temari y Sumire se infiltraron en el grupo por seguridad. Los rumores hablaban de monstruos de leyenda y antiguos guerreros. Si bien, estaba claro que a alguien no le gustaba la boda, pero todos los grupos violentos estaban controlados. Y Temari y Sumire eran de las mejores... Creímos que...
—¿Cada cuánto recibíais mensaje de confirmación? –lo interrumpió.
—Semanas. Hace un mes dejamos de recibir noticias. Enviamos una patrulla y regresaron con la noticia de las cuatro tumbas.
Shikamaru miró las fotografías de las cuatro piedras. No había nombres, solo dibujos negros sobre piedras de arena. Miró con cuidado distinguiendo una flor y una luna, una cruz y una raya. Miró a Kankuro con curiosidad.
—Las Etarmi no gravan los nombres en las lápidas. Algo de que el alma quedaría atada a la tierra o algo así. Solo pintan su significado. La flor más grande parece una violeta y el otro dibujo parece una pelota.
Shikamaru volvió a observar las imágenes. La violeta, Sumire. Y lo que había tomado por una luna era claramente una pelota. Una pequeña pelota de hilos. Una temari.
Su cuerpo estaba allí abajo, enterrado bajo quilos y quilos de arena. Su rostro pálido y dormido, carente de la calidez que siempre desprendía. Los ojos cerrados, los labios juntos y amoratados y la rubia melena oscurecida y confundida con la arena que la envolvería para siempre. La sangre todavía manaba de la herida, despacio, empapándole la ropa y convirtiendo el polvo en barro.
—Esto es tan sencillo como exhumar los cuerpos, Kankuro. Tan fácil como eso.
—La ley del desierto lo prohíbe —explicó con la vista clavada en la botella— Si se perturba a un muerto, una vez su cuerpo yace bajo tierra, su alma no encontrará reposo. Y... y si es mi hermana quién está ahí abajo, no quiero ser el responsable de la condenación eterna de su alma.
