1: Lo Peor

Era un día como otro cualquiera, antes de que el sol se asomara por el horizonte, casi todo el mundo estaba ya en pie. Y Alejandro no era una excepción. El joven de 14 años no era excesivamente alto ni delgado y él se auto proclamaba como "un chico absolutamente estándar", tenía los ojos azules y el pelo negro y enmarañado como es habitual cuando estás recién despertado. Eran las siete en punto y tenía que levantarse para ir a la escuela, como había hecho siempre y como seguiría haciendo. «En nada se diferenciaba ese día del anterior ni del siguiente». Mientras tenía sus típicos pensamientos pesimistas de madrugada, su madre ya había comenzado a gritar que se levantara.

-Lo peor… ser estudiante es… lo peor- Alejandro detestaba el colegio, principalmente por la idea de madrugar y porque sabía que tenía que ir para aprender cosas que no le interesaban para preparase en vista a un futuro que él no había pedido.

Venciendo a su pereza se incorporó en la cama y salió hasta la cocina donde desayunó, al igual que siempre, un tazón de leche y cereales.
No tardó mucho en vestirse y bajar a calle para iniciar su caminata hasta el colegio. Mientras andaba, iba observando las calles de Badajoz. Él había nacido en Madrid, la capital, pero cuando apenas tenía siete años, su madre tuvo que ir a trabajar allí, y en consecuencia toda la familia se desplazó a aquella pequeña ciudad.

«Esta ciudad es lo peor, igualmente» Pensó mientras miraba con desprecio las calles.

Tras doblar una esquina, tenía que subir una ancha y larga calle hasta una rotonda formada por una fuente bastante simplona. Por algún extraño motivo, desde siempre, aquella fuente le había gustado, y al parecer no era al único, esa fuente solía gustar a todos los ciudadanos, aunque esta era vieja y un tanto ruinosa.

Todo iba con normalidad hasta que llegó a un cruce que se encontraba frente a los grandes almacenes "El corte ingles". El semáforo estaba en rojo y apenas pasaban un par de coches pero prefería no tentar a la suerte y esperó al muñequito verde. Tras unos segundos, el semáforo le indico que podía pasar. Mientras pensaba en sus cosas, comenzó a atravesar el paso de cebra, pero, repentinamente algo le despertó de su letargo: Un coche rojo se acercaba a toda velocidad hacia el cruce, y él se encontraba en medio. Alejandro, entonces, sintió miedo, se quedó absolutamente paralizado sin saber que hacer mientras oía como el automóvil intentaba desesperadamente frenar y a la gente gritándole que se quitara del medio. Todo aquello ocurrió en poco más de 1 segundo, pero a él se le hizo eterno.
«Voy a morir» No pudo pensar nada más…

De repente una chispa se encendió en sus piernas y volvió a sentirlas, aprovechando esto y en el último instante saltó hacia atrás intentando salvar su vida pero cuando se quiso dar cuenta, se percató de que no fue un salto normal. El joven se elevó más de cinco metros y acabó a más de diez del lugar de origen. Tal fue el salto, que al caer tuvo que usar ambas piernas y una mano para frenarse a sí mismo. No había dolor, solo expectación, su propia expectación y sobre todo la de los pocos testigos.

-¿E…estas bien? –preguntó el conductor del automóvil expectante.

Alejandro ignoró por completo al temerario melenudo que se bajaba del coche pues aún no era capaz de asimilar lo que había hecho. Miró sus manos atónito y descubrió que de estas estaba desapareciendo un misterioso halo oscuro.

«¿Era… humo? … No…»

Entonces dirigió su mirada hacia delante, y de reojo observó que en una esquina estaba desapareciendo una silueta envuelta en una capa negra que le cubría de pies a cabeza.
En seguida comprendió que alguien tan sospechoso sin duda debía de estar relacionado con lo ocurrido y decidió correr para atraparle y preguntarle.

-Oye chaval seguro que podemos llegar a un acuerdo y evitarnos así…

Alejandro nuevamente ignoró al conductor incluso mientras pasaba a su lado corriendo. Se acercó a la esquina, la dobló y entonces vio la segunda cosa extraña de la mañana:
Nada. No había nadie la calle estaba absolutamente vacía pero eso no era posible. No le había dado tiempo a meterse en uno de los portales ni de ocultarse pero el chico estaba absolutamente seguro de haber visto a aquel individuo.

-¡Chaval! –El melenudo aún intentaba explicarle la situación a Alejandro y evitar posible problemas legales.
-No importa –Respondió este haciéndole finalmente caso. Y tras esto bajó corriendo la calle para asegurarse de que el misterioso sujeto no había desaparecido.

Mientras corría, Alejandro miraba detenidamente cada portal cercano a la esquina donde había desaparecido el encapuchado pero no encontraba nada y antes de que se diera cuenta se encontraba en las puertas de su destino inicial, el colegio.
Tras un momento de meditación, decidió que por ahora lo mejor sería hacer como si nada hubiese ocurrido y subió las escaleras hasta su clase.

A segunda hora de clase, Alejandro aún le daba vueltas a la cabeza de lo que había ocurrido ignorando completamente la lección de historia.

«Historia… en breve será el examen, debería atender un poco»

El joven alejó de su mente todos aquellos pensamientos y decidió atender su atención en "el Antonio", su profesor de historia.

-…Entonces fue cuando el visigodo Witiza decidió llamar a los musulmanes y pedirles ayuda para derrocar al actual rey de Hispania. Con lo que el señor Witiza no contaba, era con que los musulmanes además de vencer al rey Rodrigo decidieran derrotar a todos los visigodos y quedarse con la península, por lo que podría decirse que fue él quien abrió la puerta a la conquista musulmana.

Al oír la historia, Alejandro sonrió. «Capullo…» No podía evitar que la acción de Witiza le hiciera gracia.
Finalmente, el timbre sonó por toda el colegio marcando el cambio de asignatura.

-¡Alex! –A su derecha un chico de su misma edad le llamaba.
-Buenos días Miguel –Respondió con una falsa sonrisa en su rostro. Miguel era un chico alto rubio y con los ojos verdes lleno siempre de vitalidad y la única persona del mundo que Alejandro podía considerar un "amigo". Alex ciertamente no era un chico muy sociable y le costaba conectar con la gente. Por suerte para él, en su entorno había alguien que buscaba una amistad con alguien así, y ese era Miguel.
-Sabes de sobra que no tienes porqué fingir esa sonrisa conmigo, que te conozco.
-Perdona… A veces me sale sola –respondió Alex sonriendo, esta vez de verdad.
-Venga ya, tío. No tienes porqué estar tan amargado siempre, ya encontraras a alguna.
-¿Alguna?
-¡Chica! Tienes 14 años, lo más importante para ti ahora mismo tienen que ser las chicas.
-Disculpa que no comparta su visión de la existencia. Por cierto, ¿Qué tal con la de ayer?
-¡Ah! ¿Esa? Pues… bien supongo.
-¿Supones?
-Es que ocurrió una cosa muy… graciosa –Miguel no parecía querer hablar sobre lo ocurrido.
-Y fue qué… -Dijo Alex intentado sonsacárselo.
-La llame por un nombre que no era el suyo… -Respondió ruborizado.

Tras eso, Alejandro no pudo evitar estallar a carcajadas.

-¡Puede pasarle a cualquiera! –Dijo su amigo intentando excusarse.
-Pero a ti ya es la segunda vez que te pasa –respondió sin parar de reírse.

Minutos más tarde, todos bajaron al gimnasio para dar la clase de educación física la cual transcurrió con relativa normalidad a excepción de Alejandro. Él siempre solía sacar buenas marcas en las pruebas físicas pero aquel día rompió todos sus records, se sentía muy ligero a la vez que fuerte y se dio cuenta de que su cuerpo tenía los músculos ligeramente más marcados. Algunas de las cosas que hizo sobrepasaban los límites humanos y cuando se daba cuenta de la expectación que causaba, fingía caer agotado aunque en realidad se encontraba bastante bien, lo único que sentía era curiosidad, curiosidad por saber qué demonios le estaba pasando…