HEAVENLY BLUE
NOTA de la autora: Hola, después de muchiiiiiiiisimo tiempo, me animo a publicar una nueva historia, esta vez de One Piece. Este fic se ubica 11 años antes de la línea temporal actual, es decir, antes de que Law deje a Doflamingo y por consecuencia, antes de que este se vuelva shichibukai y reclame su trono en Dressrosa. Law tiene 15 años al inicio de la historia y mi OC tiene 14 años. La historia la tenía planeada hace tiempo, antes de que se revelaran los últimos datos del pasado de Law. Intentaré que mi historia encaje en el canon, pero es más que probable que existan algunas discordancias con la historia original, espero que sepan perdonar cualquier error. Bueno, sin más que decir, les dejo mi historia, ojalá les guste. No suelo escribir historias románticas de mis personajes favoritos con personajes originales (prefiero para eso, el yaoi xD) pero esta idea simplemente no me la podía sacar de la cabeza. Espero sus reviews, críticas, lo que sea.
DISCLAIMER: One Piece no me pertenece, si no, no estaría sufriendo tanto con los acontecimientos del capítulo 729 : ( OP es obra del genial Eiichirou Oda.
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PRÓLOGO
Dos golpes en la puerta silenciaron las risas de Anne y su familia. La media sonrisa dibujada en el rostro del señor Rackman se borró de inmediato. Gotas de sudor aparecieron de repente en su frente. Anne sabía que algo terrible estaba por suceder. Lo había intuido horas antes, al notar cierta preocupación en el rostro de su padre cuando, en la mañana, llegó una carta de un desconocido (para ella) remitente. A lo largo de ese día, Anne había intentado por todos los medios animar a su padre y recién en el almuerzo había logrado arrancarle una sonrisa, pero todo se vino abajo con la llegada de ciertos visitantes.
- Lleva a Anne al cuarto. – indicó el padre.
- Pero tú… - replicó su mujer, con voz temblorosa.
- Está bien. Lo solucionaré, lo prometo. – respondió el hombre, con un amague de sonrisa que no convenció a su mujer. Aun así, esta accedió a su pedido y se llevó a su única hija a la habitación que ambos compartían. El señor Rackman apretó los puños y se dirigió a la puerta, que ya empezaba a ceder por culpa de los violentos golpes de los visitantes. Dubitativo, le dio vuelta a la manija y abrió la puerta. Detrás de ésta, se encontraba un hombre alto y fornido, junto a otro más bajo, cuyos labios estaban torcidos en una siniestra sonrisa.
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- ¿Qué pasa mamá? ¿Por qué nos escondemos? – preguntó Anne, en cuanto su madre cerró con la llave la puerta de la habitación en donde se encontraban refugiados. - ¿Quiénes son los que han llegado?
- Nadie importante, sólo son conocidos de tu padre.
- ¿Entonces por qué nos escondemos?
La señora Rackman puso sus dedos sobre los labios de su hija, en un intento por poner fin a sus preguntas. Hasta la pequeña habitación llegaban las voces de su esposo y los dos hombres desconocidos que acababan de llegar. Con el transcurrir de los minutos, lo que empezó como un lejano murmullo se convirtió en una airada discusión. Los brazos de la señora Rackman se entrelazaron alrededor del pequeño cuerpo de su hija, que, asustada, se limitaba a recostar su cabeza sobre el pecho de su madre.
De pronto, las voces desaparecieron. Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación. Anne podía escuchar claramente los acelerados latidos del corazón de su madre.
- Mamá, ¿Qué está pasando?
La señora Rackman soltó a su hija y se dirigió a un viejo armario que yacía en una esquina de la habitación. Apresurada, corrió la primera puerta y luego, con sus manos, retiró unas tablas que cubrían el verdadero fondo del mueble de madera, revelando un espacio en el que apenas cabía una persona. Sin decir palabra alguna, la mujer empujó a su hija dentro del reducido espacio.
- Mamá, ¿qué haces?
- Anne, escúchame, pase lo que pase, no saldrás de aquí. No hasta que esos hombres se hayan ido… Cuando no escuches nada, ni una voz, saldrás de aquí… y te irás lejos, muy lejos de esta casa. Prométemelo.
- ¿Por qué?
- ¡No hay tiempo, sólo promételo! Por favor.
- Lo… lo prometo…
- Bien, buena niña. – las lágrimas caían sin cesar por el rostro de la mujer. Sentía pena por su hija. Sólo tenía 8 años. ¿Qué iba a ser de ella cuando todo terminara? Pero luego, recordó que era lo mejor. Pasara lo que pasara, mientras siguiera con vida, tenía la certeza de que alguien la salvaría.
Anne, por su parte, no entendía la situación. ¿Por qué tenía que esconderse? ¿Dónde estaba su padre? ¿Por qué su mamá no se escondía con ella?
Por última vez, la señora Rackman colocó su mano sobre las mejillas de su hija y depositó sobre la frente de la pequeña un delicado beso. El ruido provocado por unos pasos interrumpió la tierna escena. Sabiendo que no le quedaba mucho tiempo, la señora Rackman colocó la tabla que cubría el pequeño escondite y luego cerró la puerta del armario, justo a tiempo para que los hombres, que habían tirado la puerta del cuarto, no pudieran ver lo que escondía.
- Te dije que tenía una esposa. – habló uno de los hombres.
- No podemos dejar testigos. – soltó su acompañante.
Encerrada en el armario, Anne no podía ver nada de lo que sucedía en la habitación. Sus manos temblorosas cubrían su boca, para acallar los sollozos que amenazaban salir de su boca.
- Es una lástima… una mujer tan bella… - escuchó a decir uno de los hombres. – Tuviste la desgracia de cruzarte en el camino de la familia Donquixote. Si no fuera así…
- Hablas demasiado. – lo cortó el otro hombre.
Anne intentó escuchar más, pero ninguna palabra más llegó hasta su escondite. Sólo un golpe seco la advirtió de que algo había sucedido. Inquieta, corrió la tabla que cubría el escondite lo más despacio que pudo. La puerta del armario tenía un pequeño agujero. Anne se acercó, pero sólo alcanzó a ver la espalda de un hombre. Un signo se dibujaba en su espalda desnuda: un rostro sonriente con una línea diagonal cruzando toda la cara.
El hombre del tatuaje se detuvo en seco.
- ¿Qué sucede? ¡Vámonos ya! – se quejó su compañero. El hombre del tatuaje no le hizo caso y empezó a caminar en dirección del armario. Con un rápido movimiento, retiró la puerta del mueble, pero no encontró a nadie adentro.- ¿Qué haces?
- Nada, sólo imaginé que alguien nos observaba.
- Tú siempre imaginas cosas.
Los dos hombres se dieron media vuelta y salieron de la habitación. Anne retiró la tabla que cubría su escondite lo más despacio posible y salió del armario. Sus ojos se detuvieron en el cuerpo inerte de su madre, que yacía en el centro de la habitación. La joven se arrodilló frente al cadáver de la mujer. Lágrimas silenciosas corrían por su rostro. Quería llorar, gritar el nombre de su madre, alzar su voz al cielo en busca de respuestas… pero las palabras simplemente morían en su boca. Su mirada no podía abandonar el cuerpo de su madre. Para Anne, fue como si su mundo se quebrara en ese mismo instante. El tiempo no corría más.
Absorta en tal dolor, casi no fue capaz de percibir que la casa en la que había convivido felizmente con sus padres empezaba a ser consumida por las llamas.
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- No podemos dejar ningún rastro. – habló el hombre del tatuaje, mientras observaba arder la pequeña casa de madera.
- El joven amo nos recompensará bien por este trabajo. – agregó su compañero, que ya se encontraba a unos pasos de distancia. El del tatuaje se dio media vuelta y lo siguió. – Me entusiasma el sólo hecho de pensarlo. Si nos diera la opción de escoger, yo pediría…
- Hablas demasiado.
En la habitación, las llamas parecían haber acorralado a la pequeña Anne, que permanecía inmóvil frente al cuerpo de su madre.
"Sal Anne… vete lejos"
La pequeña reaccionó de pronto. Le parecía haber escuchado la voz de su madre.
"Me lo prometiste"
Con el rostro empapado por las lágrimas, Anne se puso de pie. El fuego la rodeaba. Parecía que no tenía escapatoria. Pero de pronto, una de las paredes se desplomó, abriendo un camino que fue aprovechado por la muchacha.
A salvo del incendio, la pequeña Anne observaba con angustia como su hogar se reducía a cenizas, junto con los cuerpos de su padre y su madre. Sus dientes apretados contenían su llanto. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, permanecían fijos en las llamas que engullían a ritmo lento lo poco que quedaba de su casa. Anne juró que nunca olvidaría ese día, ni el tatuaje en la espalda del hombre ni el nombre del culpable de su desgracia: Donquixote.
PRIMER CAPÍTULO
Seis años después…
En una isla del Grand Line…
Una bandera pirata flameaba en lo más alto de un viejo edificio, otrora palacio del rey de un pequeño reino y ahora convertido en la guarida de un infame y poderoso pirata. Un muchacho delgado, alto, de tez morena y cabello negro transitaba, a paso rápido, por uno de los pasillos del lugar. Sobre el hombro derecho llevaba una larga espada, mientras que su corta cabellera se encontraba cubierta por un sombrero de piel de color blanco con motas marrones. Sus grandes ojos grises estaban enmarcados por profundas ojeras.
- ¿A dónde vas, Law? – un hombre con un cuerpo voluminoso y prominentes dientes detuvo el paso del joven moreno.
- No es tu problema, Buffalo-ya. – respondió de manera escueta el menor.
- El joven amo estaba preguntando por ti. El torneo de los nuevos reclutas está por empezar.
- No tengo ningún interés en presenciar esos espectáculos. – Law siguió de largo, dejando atrás a Buffalo. Pocas cosas le interesaban menos que ver a una tira de incompetentes piratas matándose los unos a los otros, todo con tal de brillar ante los ojos de Donquixote Doflamingo.
-¿Qué sucede Law? ¿Acaso no escuchaste lo que te dijo Buffalo?
Una voz grave retumbó en el pasillo. Aquella voz hizo que los músculos del joven muchacho se tensaran. Apretando los puños, Law se detuvo y se dio media vuelta, para encontrarse cara a cara con un hombre alto cuyos ojos estaban cubiertos por unas gafas oscuras. Llevaba un uniforme de Marine.
- Un perro educado debe atender los llamados de su amo sin protestar. ¿No estás de acuerdo, Law?
El joven pirata se mordió el labio antes de contestar. ¿Cuándo había llegado Vergo a la isla?
- Si… Vergo…san…
Contra su propia voluntad, pero sabiendo que no tenía más opción que obedecer, Trafalgar Law dio media vuelta y empezó a caminar en dirección al anfiteatro montado por Doflamingo, el cual en ese momento estaba siendo utilizado como campo de batalla por los piratas que, a costa de su propia sangre, intentaban ganarse el aprecio del rubio capitán.
...
Cientos de piratas, ladrones y asesinos habían sido reunidos en el anfiteatro montado por Donquixote Doflamingo, el cual se encontraba en el centro de la pequeña ciudad que se había convertido en la guarida temporal del pirata. En las gradas, los subordinados de Doflamingo observaban con entusiasmo la masacre que se estaba llevando a cabo sobre la plataforma de combate. Todos mostraban sonrisas llenas de satisfacción, pero ninguna más grande que la del propio líder de los Piratas Donquixote.
- Observen esto, Picas, Trebol, Diamante… Sólo en situaciones extremas como esta, las personas aprenden a superar sus límites y se vuelven más fuertes. Todos quieren demostrar su valía ante mí, pero sólo uno será bendecido con mi aprobación.
Las risas de Doflamingo y sus subordinados sobresalían por encima de los gritos de los hombres que caían ensangrentados al suelo, con un brazo o una pierna menos. Mientras las voces del grueso de guerreros empezaban a ser silenciadas, la emoción de Doflamingo por saber quién sería el ganador se hacía más grande.
Cuando Law alcanzó el anfiteatro, menos de veinte hombres quedaban en pie.
- Llegas a tiempo, Law. – comentó Doflamingo. – Estamos a punto de alcanzar el clímax de la situación.
- No entiendo qué sentido le encuentras a todo esto, Joker. – espetó el muchacho, con voz fría.
- Tan rudo como siempre. ¿Cuándo aprenderás a tener modales? Ven, siéntate a mi lado. – Doflamingo alzó su mano derecha. De pronto, el cuerpo de Law empezó a moverse en contra de su propia voluntad. El joven, resignado, no se resistió a los poderes de su capitán y dejó que este lo condujera a una silla desocupada que se encontraba al lado del rubio pirata. – El nombre de los piratas Donquixote gana cada vez más prestigio. Es entendible que tantos valerosos guerreros en el mundo quieran convertirse en nuestros nakamas. ¿Por qué no dejarlos entonces? No seas egoísta, Law.
El menor esbozó una leve sonrisa al oír las palabras de su capitán. El cinismo de Doflamingo no tenía límites. Unos días atrás, la tripulación del 'demonio de los cielos' había llegado a aquella pequeña isla del Grand Line para convertirla en su base temporal. Doflamingo y sus hombres habían masacrado a todo aquel que se le había resistido, incluyendo a la familia real. Luego, habían decidido capturar a los soldados que se rindieron por miedo, a los piratas de la zona y a los ladrones. Se les había ofrecido un trato. Aquellos que mostrasen ser leales y competentes ante los ojos de Doflamingo, serían perdonados. Lo que no sabían estos pobres hombres es que si dependía del líder Donquixote, nadie sería salvado. La cruenta batalla de supervivencia no significaba más que un mero divertimiento para el pirata.
Con el transcurrir de los minutos, los cuerpos en la plataforma se iban multiplicando. Ya sólo ocho hombres quedaban de pie. Cinco de ellos eran soldados del antiguo rey. Sus cuerpos musculosos evidenciaban el gran estado físico en el que se encontraban. Numerosas heridas abiertas dibujadas en sus desnudos torsos mostraban la ardua batalla que habían enfrentado, pero parecían conservar la fuerza suficiente para llegar hasta el final. Todo por sobrevivir. Otro sobreviviente era un pirata regordete, que había probado ser muy hábil manejando una pistola, al mismo tiempo que con la otra mano blandía una daga. El otro sobreviviente era un flacuchento pero alto ladrón. Su alargado rostro se encontraba limpio de heridas. Pese a su contextura delgada, era capaz de manejar con gran habilidad un enorme machete. El último tenía la pinta de ser algún ladrón u asesino de la ciudad. A diferencia de sus oponentes, era de estatura baja y contextura delgada. Llevaba una capa gris con capucha que cubría de forma eficaz su rostro. Como única arma llevaba una katana (espada japonesa), la cual blandía sólo con su mano izquierda.
- Hagamos esto más emocionante. – la voz de Doflamingo llamó la atención de los ocho combatientes. – Esta pelea se está haciendo un poco larga, y me temo que la concurrencia empieza a aburrirse. Así que les daré un minuto. Si en un minuto no hay un ganador, me veré forzado a deshacerme de todos ustedes.
Los guerreros se tensaron. Los ex soldados empuñaron sus armas, evidentemente nerviosos. El pirata apuntaba a todos lados, sin fijar la mira en un lugar concreto. No sabía por quién empezar. El ladrón flacuchento lamió la ensangrentada hoja de su machete.
- ¿Por quién de ustedes debería empezar? Vamos, ¿quién quiere ser el primero?
- No hay tiempo para pensar en eso. – habló el de la capucha. – Los derrotaré a todos ahora mismo.
Los siete guerreros restantes se giraron para encarar al pequeño luchador que había hablado. Algunos parecían sorprendidos, mientras que otros lucían ofendidos. Doflamingo, por su lado, sonreía, lleno de interés por el pequeño valiente que había decidido luchar con todos al mismo tiempo.
- Que arrogancia… ¿¡Acaso no sabes quiénes somos!? – bramó uno de los soldados.
- Si tanto quieres morir. – el pirata regordete apuntó con su arma al encapuchado.
-¡Si así lo quieres, serás el primero en ser acabado! – vociferó el ladrón del machete.
Los siete combatientes se abalanzaron contra el guerrero de la capucha. Este, haciendo gala de una gran velocidad, fue capaz de esquivar los ataques de todos. Antes de que pudieran reaccionar, cuatro de los siete luchadores habían sido cortados por la katana de su rival. De pie sólo quedaron uno de los soldados, el pirata y el ladrón.
-¡Maldito! – el soldado intentó cortar a su rival con su espada, pero este esquivó su golpe y logró tumbarlo en el suelo. El hombre corpulento intentó reaccionar, pero por algún motivo sentía el cuerpo pesado. Era incapaz de mover un solo músculo. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, el encapuchado cortó su garganta.
- ¡Es mi turno! – el pirata disparó contra el encapuchado, pero este fue capaz de esquivar la bala, que pasó rozando su rostro, haciendo un corte en la capucha. Rápidamente, el encapuchado encaró a su rival y logró asestarle un puñete en el rostro. Sin embargo, el impacto no fue lo suficientemente fuerte para tumbar al pirata y este de inmediato volvió a apuntar a su oponente, sólo para darse cuenta de que no podía apretar el gatillo. El pequeño y hábil guerrero aprovechó ese momento para asestarle un corte mortal al pirata, que cayó de bruces en el suelo, inerte.
- Nada mal, pequeño. – el ladrón del machete alzó su arma por encima de sus hombros, mientras se relamía de placer al imaginar cómo cortaría al pequeño encapuchado.
- Impresionante, pequeño. – habló Doflamingo– Pero sólo te quedan 30 segundos. ¿Crees poder lograrlo?
- 30 segundos serán suficientes. – respondió el de la capucha, volviendo a empuñar su katana en dirección a ladrón.
- Estoy de acuerdo. En 30 segundos ya te habré partido en dos. – El ladrón empezó a atacar a su rival con rápidos golpes, que por poco no dieron en el blanco. - ¿Piensas escapar todo el tiempo? ¿Tu plan es que nos maten a los dos?
- 20 segundos. – Doflamingo se relamía los labios. Sabía que algo interesante estaba por suceder.
-¡Muere! – desesperado, el ladrón realizó un poderoso golpe vertical, con la intención de partir en dos al encapuchado. No obstante, su enorme machete terminó enterrado en el suelo. A su espalda, se encontraba su rival. – ¿En qué momento?...Eres rápido… ¡Pero ahora no podrás escaparte!
El ladrón apretó sus puños y se dispuso a dar media vuelta, pero de pronto descubrió que no podía levantar su arma. Pero no sólo eso, tampoco podía soltarla.
- 10 segundos…
- Este juego… se ha terminado. - Con total tranquilidad, el encapuchado se dio media vuelta y enterró su katana en la espalda del hombre, atravesando por completo su corazón. Luego, retiró su espada y la agitó en el aire, para limpiar la sangre que ahora cubría la hoja de su arma. El ladrón, sin embargo, no cayó de inmediato. Estiró su mano en dirección al encapuchado, y apenas logró sostener su capa, antes de desplomarse en el suelo. La tela que cubría la parte superior del guerrero sobreviviente cayó al suelo, dejando al descubierto la identidad del misterioso pero poderoso 'luchador'.
- 1…0…Justo a tiempo. Este juego, efectivamente, ha terminado. – Doflamingo se puso de pie. Una gran sonrisa se dibujaba en su rostro. - ¡Felicitaciones, bella guerrera!
Los miembros de los piratas Donquixote se habían quedado sin habla al ver la verdadera identidad del misterioso encapuchado. Se trataba de una joven mujer, de tez blanca y ojos azules oscuros. Su cabello, de un tono negro azulado, apenas era lo suficientemente largo para cubrir sus orejas. Law frunció el ceño al ver a la muchacha. A simple vista, su cuerpo parecía no haber madurado aún por completo. No podía tener más de catorce años. ¿Qué hacía una mujer tan joven en un lugar como ese? ¿En qué pensaba al convertirse en un subordinado de un pirata tan infame como Donquixote Doflamingo? Él mismo era muy joven también, pero su situación era distinta. Él era distinto.
- ¿Cuál es tu nombre? – quiso saber Doflamingo
Sin despegar los ojos del capitán pirata, la muchacha respondió con voz firme:
- Anna. Mi nombre es Anna.
Continuará…
