Aviso importante: Rurouni Kenshin y sus personajes no nos pertenecen.
Aquí viene otro fic de la mano de Lica y Kaorumar. Este fic tiene ideas sacadas de muchos libros y muchas series y hemos decidido mezclarlo todo a ver que sale con el mundo de Rurouni Kenshin. Esperamos que sea de vuestro agrado y como siempre decimos… Comentad! Agradecemos mucho vuestros comentarios, constructivos o destructivos.
01. EL OSCURO MISTERIO
"Una antigua leyenda…
Kioto, 1868. Guerra de Boshin.
Cuando el Shogunato Tokugawa ganó seguidores tras la intención de abolición de Estados Unidos del sakoku, que tenía aislado al Japón del resto del mundo, se dice que existió un guerrero que consiguió cambiar el rumbo de la guerra y allanó el camino a una nueva era que abriría las puertas del país a occidente pocos años después. A esa nueva era se la llamó: La Era Meiji.
De ese guerrero, apodado Hitokiri Battōsai, se decía que poseía una velocidad suprema y una fuerza que podía rivalizar con la de los dioses. De baja estatura y cuerpo delgado, con la mirada de un demonio de ojos ámbar, el atractivo rostro surcado por dos cicatrices formando una cruz y la cabeza envuelta en llamas, se rumoreaba, que su katana era un miembro más de su cuerpo y que con tan solo desenvainarla era capaz de matar a treinta hombres grandes y fornidos.
Cada muerte perpetrada por el destajador era concienzudamente atribuída a los enemigos del Shōgun; los Ishin Shishi, que usaban el miedo que proporcionaba su guerrero como baza en la guerra. Ningún enemigo era capaz de escapar de su espada, y todo aquel que fuera lo suficientemente estúpido para pensar que podía derrotarlo, terminaba teniendo una pronta y dolorosa muerte.
Siendo un guerrero casi invencible, muchos hombres a lo largo de la historia se atribuyeron su muerte ya que, tras la batalla de Toba-Fushimi, en la que finalmente el Emperador se rindió a manos de la Restauración, el diablo de ojos ámbar, con apenas diecinueve años de edad, desapareció. Hay quien piensa que fue asesinado por el propio gobierno que él mismo había ayudado a crear. Otros creen que su muerte fue a manos de sus enemigos y que no llegó a ver el final de la batalla.
Se dice que su sangre, derramada en la tierra durante el fulgor de la batalla, se mezcló con la de todos aquellos a los que había matado y creó nueva vida: una vida sin guerra, una vida libre, y sus legendarios logros fueron contados con miedo o respeto a lo largo de la historia hasta el día de hoy."
Tokio, 2017. Universidad Tokio Teikoku.
— Te lo digo en serio, Kaoru. Estamos malditas.
Kaoru rió ante las melodramáticas palabras de su amiga Misao mientras hincaba el diente a su tamagoyaki y observaba a Megumi Takani, la chica más popular de la universidad, rodeada de hombres y mujeres por igual.
— ¿Cómo lo hace?
Ante la insistencia de Misao, Kaoru solo resopló. No era difícil adivinar el por qué.
— Vístete de zorra y mueve el trasero ante todos y tú también formarás parte de ese elenco de populistas.
No era de extrañar que con esa actitud desenfadada y esa forma abierta de hablar, Misao adorara a Kaoru. Se habían conocido en la escuela primaria, habían compartido amores y desamores, peleas de colegio, secretos y nuevas experiencias que no se atreverían a contarle a nadie más.
— Tendríamos que hacerle un conjuro para que una mañana de estas amaneciera con un pandero enorme y veinte granos en la cara.
Kaoru no pudo evitar soltar una carcajada, divertida ante las ocurrencias de su amiga. Misao se pasaba la vida leyendo cosas sobre ocultismo, hechizos y leyendas. Nada de eso era real, pero por más que le demostraba que esas cosas no existían y que eran puras patrañas ella se negaba a dejarlo a un lado. Con el tiempo, Kaoru había empezado a ver esa faceta de su amiga como algo divertido y curioso. La había aceptado y disfrutaba gustosa de esos momentos de juego con Misao. Negando con la cabeza, cambió de tema.
— ¿Entonces, vendrás esta noche a casa?
Era viernes y los viernes para ellas eran especiales. Aunque no salieran con ningún hombre porque Megumi Takani los acaparaba a todos, tenían los viernes para hacer de sus vidas un mundo feliz. Misao asintió enérgica.
— Como siempre. Cuando salga de trabajar iré a buscar una buena botella de sake y pediremos unas pizzas.
Kaoru observó como Misao hacía una mueca ante el hecho de tener que trabajar esa tarde. Sabía de sobras que su amiga no estaba nada contenta con ese trabajo en la hamburguesería del centro, pero no tenía muy claro el por qué y su amiga no se estaba mostrando especialmente habladora con el tema.
— Prepararé un par de buenas películas con las que podamos reír a pierna suelta mientras damos buena cuenta de ese sake.
Misao observó a Kaoru de reojo mientras esta hacía planes. Ella ya tenía planeado lo que iban a hacer, pero sabía que su amiga era un poco reticente con esos temas, así que empezó a hablar como quien cuenta una maldad a una madre severa.
— Verás… yo tenía pensado hacer otra cosa esta noche. — Ante la cara de interrogación de su amiga, prosiguió. — He conseguido un objeto valioso… ¿Has escuchado alguna vez hablar de la Caja de Pandora?
Kaoru no sabía si reír o llorar. Había oído hablar infinidad de veces de la Caja de Pandora. Era un mítico recipiente de la mitología griega que en realidad no era una caja, sino una tinaja ovalada que Zeus entregó a Pandora, mujer de Epitemeo y cuñada de Prometeo, como regalo de bodas, con la instrucción de no abrirla bajo ningún concepto. Como Pandora era muy curiosa, no pudo resistirse a abrir la tinaja y al hacerlo, todos los males del mundo escaparon de ella. Cuando atinó a cerrarla, lo único que quedó en su interior fue el espíritu de la Esperanza. Era una historia antigua que se solía estudiar en todas las clases de mitología del mundo.
— Estoy estudiando literatura. La mitología es parte del temario.
Misao se animó ante esas palabras. Quizá había encontrado algo con lo que podía estar de acuerdo con Kaoru.
— La tengo.
Los siguientes segundos transcurrieron en un incómodo silencio hasta que Kaoru estalló en carcajadas. Esas eran las cosas que le divertían de toda la locura de Misao. En cualquier momento esa chica podía salirte con cualquier tontería como la que acababa de decir. Tener la Caja de Pandora… Seguramente lo que tenía era una caja de cartón comprada en una tienda de baratijas y con la que intentaría hacer alguna clase de conjuro absurdo que las tendría toda la noche ocupadas. Sabía lo insistente que podía ser Misao y acabarían haciendo lo que ella quisiera así que…
— No me digas, la vamos a abrir.
Misao sonrió entusiasmada, asintiendo con determinación. Al principio Kaoru se tomaba todo ese tema de la hechicería como un insulto personal, pero con el tiempo había aprendido a divertirse tanto como ella al practicarla, aunque nunca les saliera ningún hechizo bien.
El timbre que indicaba que la hora del recreo había terminado y debían volver a clases interrumpió la conversación entre ambas amigas. Kaoru se levantó como un resorte, carpeta en mano.
— Nos vemos a las nueve en mi casa. No olvides ese sake.
Misao vio como su amiga recorría el pasillo a paso ligero y se frotó las manos. Tenían un buen plan.
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Misao había llegado a casa de su amiga antes de la hora acordada y en esos momentos se encontraban con un trozo de pizza en una mano, una taza con sake en la otra y riendo a pierna suelta de las bromas que hacía sobre su archienemiga Megumi.
En cuanto terminaron de cenar ambas recogieron todos los trastes, de forma rutinaria pero con diversión, como hacían todos los viernes y entonces Misao, la sacó.
— ¿Así que esta es la famosa Caja de Pandora?
Kaoru cogió la caja de las manos de su amiga y examinó el pequeño objeto con curiosidad. No era una caja de cartón como ella había pensado en un primer momento. Ni siquiera era una caja, algo que, pensó, su amiga había tenido muy en cuenta para poder engañarla mejor. Era una pieza de cerámica pequeña con tapa, negra, sin marcas, sin decorado. No tenía cerradura pues seguramente ni la necesitaba. Intentó abrirla y frunció el ceño cuando la tapa no se movió ni un ápice de su lugar. Al levantar la mirada hacia su amiga, esta sonreía.
— Solo un hechizo la puede abrir, Kaoru. Pierdes tu tiempo.
Kaoru más bien pensaba que Misao había pegado esa tapa con pegamento Super Glú, pero siguiéndole el juego, la dejó sobre un pequeño tapete decorado con símbolos extraños que Misao había colocado sobre la mesa y se sentó frente a su amiga.
— Entonces, ¿cómo lo hacemos?
Misao alargó las manos por encima de la mesa y movió sus dedos, pidiendo a Kaoru que uniera las suyas sobre el tapete. Esta lo hizo, no sin poner antes los ojos en blanco, y seguidamente, pidió a su amiga que cerrara los ojos mientras ella recitaba unas palabras que se había aprendido de memoria de un libro de hechizos antiguo.
Al acabar de pronunciar esas palabras, Misao abrió uno de sus ojos. Había esperado algún puff, algún deslumbramiento o temblor en el suelo pero no había pasado absolutamente nada. Cogió la caja con el ceño fruncido ante la risa burlesca de Kaoru y la agitó, intentando mover la tapa de su lugar. Nada… no se movió.
— Qué raro… — Miró la hoja donde tenía apuntado el hechizo por si acaso se había equivocado en algo, pero no. Lo había dicho todo al pie de la letra. — Volvamos a intentarlo.
Kaoru sabía que ni aunque lo intentaran cien veces resultaría. Era todo una mentira inventada para hacer perder el tiempo a personas como Misao, ilusas que se atrevían a creer en esas cosas. Aún así, tomó las manos de su amiga y cerró los ojos, intentando concentrarse bien tal y como le pedía siempre Misao que hiciera. De nuevo… no pasó nada.
— Ríndete, Misao. De nuevo te he vuelto a demostrar que estas cosas son solo habladurías de la gente. Esta no es la Caja de Pandora y tu no eres hechicera.
Misao se habría tomado a mal las palabras de su amiga si no supiera cuánto la quería Kaoru. Suspiró apesadumbrada y esbozó una sonrisa avergonzada.
— Tienes razón. No se porque me empeño en ser algo que no se me da bien. — Se levantó y empezó a recoger el tapete — Aún así, la hechicería existe, aunque yo no sea capaz de practicarla.
Cuando terminó de recoger todos sus trastos, miró el reloj. Era pasada la medianoche y ella al día siguiente trabajaba en la hamburguesería. Con un suspiro cansado, abrazó a su amiga con cariño y emprendió el camino de vuelta a su casa.
Kaoru despidió a Misao en la puerta y negó con la cabeza sonriendo. Esa Misao era de armas tomar. Nunca la convencería de que dejara de hacer esos conjuros absurdos. El viento la sacó de sus pensamientos cuando se arremolinó a su alrededor, haciendo que se abrazara a sí misma. Helado y furioso, la congeló en un instante. Tan pronto como la había envuelto, se fue, llevándose unas cuantas hojas de los árboles de cerezo que había plantados frente a su casa adosada.
Entró en casa, frotando sus brazos, los cuales se habían quedado ateridos y se dispuso a prepararse para dormir cuando algo llamó su atención sobre la mesa. Era la "Caja de Pandora". Al parecer Misao se la había dejado descuidada. Riendo, se acercó a ella y tiró de la tapa. Esta salió sola, sin esfuerzo, como si nunca hubiera estado sellada. Negó con la cabeza. Seguramente Misao había hecho algo para gastarle una broma. Dejándola, abierta, de nuevo sobre la mesa, se encaminó hacia las escaleras y empezó a subir los escalones que la conducirian a la segunda planta.
Cuando llegó a la segunda planta, entró en el baño. Una buena ducha la relajaría y la haría entrar en calor. Mientras se desvestía se miró a sí misma en el espejo. Tenía un cuerpo delgado pero firme, unos pechos prominentes y un trasero bien puesto. Se dio un cachete a sí misma en el culo, orgullosa, y se metió al agua. Estaba empezando a relajarse, casi a adormilarse, cuando un ruido en la planta baja la hizo tensarse. ¿Serían ladrones?
Se apresuró a ponerse un albornoz. Descalza y con el pelo mojado, salió del baño. Corrió a su cuarto, cogió una vieja espada de madera que tenía como decoración sobre el tocador y sin hacer ruido, empezó a bajar los escalones, pegada a la pared, espada en alto. En cuanto llegó al último escalón, sus piernas empezaron a temblar como si fueran hojas mecidas por el viento. Ante ella, se encontraba un hombre que aunque no demasiado alto, exudaba miedo y poder por todos sus poros.
El hombre parecía un león enjaulado, mirando todo a su alrededor. Llevaba puesto un hakama blanco que ya se había vuelto gris y un gi que alguna vez debió de ser color magenta, pero que en esos momentos presentaba manchas antiguas de sangre, polvo y suciedad, al menos en los pocos trozos que se podía apreciar la prenda entera, ya que ese tejido había sufrido cortes y arreglos en varios puntos.
Kenshin frunció el ceño cuando de pronto todo pareció quedar en calma. Miró alrededor intentando reconocer algo de lo que le rodeaba, pero no había nada conocido allí. Hacía un momento había estado a punto de asestar un golpe mortal a uno de sus contrincantes y en ese momento se encontraba completamente solo en mitad de un lugar que no conocía y que, además, estaba lleno de cosas extrañas.
Miró hacia lo que parecía ser una ventana donde había una rejilla que no dejaba ver el exterior y entremedias de los huecos de la rejilla, se apreciaban luces que iban y venían cada cierto tiempo. Apretó la empuñadura de la katana con su mano, observando a su alrededor. Sobre la mesa, que era el objeto más normal de esa casa, había varias figuras de cerámica. El resto del mobiliario estaba lleno de objetos que él desconocía y que no se atrevía a catalogar. No había rastro del bosque en el que había estado peleando, ni de sus enemigos. Notó la sangre recorrer con rapidez sus venas, sintiéndose por primera vez verdaderamente asustado ante todo lo que sus ojos visualizaban.
Kaoru apretó la espada de madera con fuerza con sus manos. Ese hombre iba armado… y no con cualquier cosa. Llevaba una katana, que, a juzgar por el líquido rojizo que impregnaba su hoja, cortaba a las mil maravillas. Tropezó y eso hizo que el hombre girara a mirarla. Ahogó un grito en su garganta al ver la cara del sujeto. Con el pelo largo hasta la cintura, de color claro, aunque no estaba muy segura a juzgar por la suciedad que tenía y con los ojos ambarinos llenos de furia, la miraba como si fuera un objeto insignificante. De pronto lo vio fruncir el ceño, si es que lo podía fruncir más, y dar un paso hacia ella. Asustada, tiró la espada de madera contra él.
— ¡No te acerques a mi!
El hombre esquivó la espada con rapidez y Kaoru, viéndose indefensa, le tiró una zapatilla. No era un arma mortal pero al menos lo mantendría a varios metros de ella. Necesitaba más cosas para lanzarle… El hombre dio otro paso más y ella cerró los ojos. ¡Iba a matarla!
Kenshin esquivó con facilidad el raro calzado que le tiró la chica y dió otro paso más hacia ella. Cuando la luz proveniente del exterior iluminó el rostro de la mujer, se quedó estático. Sintió como sus piernas temblaban y su katana cayó sin vida al sueldo, con un sonoro estruendo. El nombre de la muchacha salió forzadamente de sus labios como una súplica.
— ¿Kaoru...?
Kaoru abrió uno de sus ojos, intentando respirar ante el miedo que sentía y vio al sujeto parado en frente, casi tan asustado como ella. ¿Cómo narices sabía ese hombre su nombre?
CONTINUARÁ
Y aquí llegó el final del capítulo. Esperamos que os haya gustado y os animéis a comentar y a seguir este fic.
Como ya viene siendo nuestra costumbre… os proponemos el reto del capítulo.
¿Por qué creeis qué que Kenshin ha aparecido justamente en casa de Kaoru?
Y los regalos que proponemos si adivináis el reto, a escoger, son:
1 - Colaboración en algún fic.
2 - Oneshot con las parejas y el tema que se desee.
3 - Dibujo personalizado de los personajes que se deseen.
4 - Fondo de pantalla para PC con los personajes que se deseen.
5 - Fondo de pantalla para móvil con los personajes que se deseen.
6 - Portada para tu fic.
¡Vamos que lo regalamos! A ver quién acierta.
