Hola, chicos. Bienvenidos a otro One-Shot… Uff, he hecho demasiados XD En fin, el summary dice todo, no es necesario de decir nada. La idea salió inspirada de la imagen que hay como portada de este.
COMENCEMOS!
DISCLAIMER: Los personajes de "Yu-Gi-Oh!" no me pertenecen a mí, sino a Kazuki Takahashi.
Un recuerdo enterrado.
— Será mejor que nos separemos un momento. — Sugirió el rubio.
— ¡Buena idea! — Concordó el tricolor menor. — Así iremos más rápido.
Los cuatro asintieron y salieron corriendo a direcciones contrarias.
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Anzu recorrió muchísimas puertas, y se sorprendió que no recibiera ninguna trampa violenta. Recibía unos leves sustos, pero nada de lo cual ella saldría gravemente herida. Llevaba más de quince puertas sin éxito alguno. Honestamente no sabía de qué servía que ella buscara alguna puerta, ella estaba segura que el único que podría encontrar la verdadera puerta era Yugi. Ella no podía hacer nada, salvo observar.
—… "Como siempre." — Pensó con tristeza al abrir otra puerta.
Se detuvo abruptamente al sentir lo densa que se sentía la habitación vacía. Su mente le gritaba que saliera corriendo de allí, pero su corazón le decía lo contrario. ¿Debería entrar y averiguar por qué se sentía tan…?
Dudaba que fuese la puerta correcta. La sentía como… Algo lejano, ausente, como si esa habitación estuviera tan abandonada que…
Sin darse cuenta, ya estaba dentro de ella.
Al dar otro paso, el suelo se debilitó y se rompió, aterrando a la castaña.
— ¡AAAHH! — Comenzó a caer, pero logró sujetarse con una mano del borde que no había caído. — "Nos advirtieron que si algo como esto ocurría y nos perdíamos en el laberinto, ¡jamás volveríamos a salir!" — Pensó con pánico. Literalmente se estaba perdiendo en el alma del joven que amaba con todo su corazón. Aplicó más fuerza para levantarse, pero le era imposible. — "¡¿Qué hago?!" — Se preguntó al mirar el vacío. Era una oscuridad aterradora. No quería caer allí, no quería perderse allí. Cerró los ojos con fuerza para no echarse a llorar. — "Mou Hitori No Yugi… Lamento que invadamos tu privacidad de esta forma… Pero… Tú jamás dejarías que algo nos ocurriera, ¿verdad?"
Confiaba plenamente en que el faraón jamás les haría daño, pero su mente, tan desconfiada y confundida daba a demostrar lo contrario. Y ella no quería dudar, no se lo podía permitir.
Su agarre se hizo cada vez más débil.
Sin embargo, algo cambió.
Su mano que estaba libre y no se sujetaba del borde, sintió un leve roce. Pudo jurar sentir una cálida mano entrelazar sus dedos con los suyos propios. Miró hacia abajo y no vio nada. Aunque el tacto seguía allí, incluso aquella mano que no podía ver, tiraba de ella, incitándole a caer, a dejarse envolver por la oscuridad.
… ¿Debería?
"Anzu. ¿Confías en mí?"
—…— El miedo y duda desapareció por completo de sus ojos. —… Confío en ti.
Terminó por soltarse y cayó.
Anzu cerró los ojos mientras sentía como unos brazos la rodeaban en medio de su caída.
Ella confiaba en él.
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—… ¿Nnh? — Frunció el ceño, aún con los ojos cerrados. El sol resplandecía con tanta fuerza que incluso con los ojos cerrados podía…-
Un momento.
¿El Sol?
Abrió con esfuerzo los ojos y contempló el cielo nocturno azulado. Lo que le había despertado no había sido el Sol, aunque debió ser algo realmente brillante. Se incorporó un poco hasta quedar sentada. Admiró con sus ojos zafiros la arena que residía bajo su cuerpo. Inconscientemente, enterró sus dedos en esta, distraída.
¿En dónde estaba? ¿Qué había ocurrido?
Se levantó torpemente y sacudió la falda escolar y su chaqueta de la arena que se le había adherido levemente a las telas y a su piel. Miró a su alrededor y miró con sorpresa y bellísimo y gran río en frente de ella. La Luna y el resplandor de las estrellas provocaban que las aguas parecieran poseer hermosos cristales. Avanzó lentamente hasta quedar a unos metros de distancia. Definitivamente era una vista preciosa, pero seguía sin comprender qué hacía en un lugar como este…-
Dio un respingo al oír unos gritos a lo lejos. Eran realmente desgarradores.
Entonces comprendió qué fue lo que le había despertado.
Había sido una explosión a lo lejos.
Se estremeció al oír el relincho de un caballo muy cerca de ella. Corrió hasta una parte levantada de la arena. Se sorprendió al ver que era una cueva pequeñita. Sin pensárselo mucho, se escondió allí. Se abrazó las piernas y contuvo el aliento. Los gritos de los hombres eran aterradores. Escuchó unos apresurados pasos junto con el resoplido de un caballo. Escuchó unas palabras que no pudo entender junto con unos jadeos.
Soltó un gritito cuando de repente una hermosa mujer se le apareció en frente. Tenía el cabello muy largo, debía llegarle un poco más debajo de la cintura. Era negro, aunque las puntas tenían un color similar al vino tinto, aunque de la parte superior caían unos mechones dorados. Y sus ojos…
Anzu la admiró, asombrada.
Esos ojos… Violetas, profundos…
La mujer morena le miró con cierto miedo en un principio, pero su mirada se suavizó y frunció el ceño levemente. Estrechó con fuerza el bulto que estrechaba entre sus brazos.
Los ojos azules de Anzu le miraron, aún en shock.
Esa mujer…
Esa hermosa mujer…
Se parecía demasiado al faraón.
Tanto que le aterraba.
¿Acaso esa mujer era…?
—… Mi…— Susurró la hermosa mujer, respirando agitada.
— ¿Eh?
—…— Sin pensárselo mucho, la mujer le entregó el bulto que sostenía y lo dejó reposar en los brazos de la castaña, sorprendiéndola.
— ¡¿Eh?! ¡¿Pero qué está…?!
La morena le tapó la boca con una mirada de advertencia. Anzu le siguió mirando, desconcertada. Finalmente le soltó y salió corriendo de allí. Anzu quiso detenerla, no sabía por qué, pero estaba segura que algo malo ocurriría.
—… ¿Madre?
Anzu bajó la mirada y apartó un poco de tela de lo que le había encargado. Cuando descubrió lo que la mujer le había encargado, se quedó de piedra.
Un niño.
Un niño no más de seis años.
Un niño que la miraba con sorpresa en sus ojos amatistas.
Oh, Ra…
No podía ser…
No podía ser cierto.
Los ojos de Anzu se llenaron de lágrimas al mismo tiempo que los del niño, quien se aferró con fuerza a sus ropas.
—… Madre. — Susurró. La castaña no comprendía, pero después entendió que quería saber el paradero de esta.
Escucharon un estruendo que les heló el alma a ambos. Como lo sintieron cerca, Anzu apretó al niño contra su cuerpo para que no saliera herido. El pequeño tricolor soltó un jadeo de sorpresa, pero no la soltó. Sintió una presión una espalda y una punzada de dolor, pero la ignoró completamente. Se separó un poco del pequeño faraón para mirarlo. Él mantenía los ojos fuertemente cerrados.
Comprendió que no estarían seguros mucho tiempo allí.
Esa mujer…
La madre del faraón…
Le había encargado al niño.
No sabía por qué había llegado allí, tampoco le importaba.
Lo que tenía claro era que debía protegerlo a toda costa.
Soltó un poco al niño, dejándolo sentado. Le terminó por quitar la enorme manta que lo cubría. Anzu se desabotonó su chaqueta rosada escolar, pues le quedaba un poco holgada. Lo suficientemente suelta como para cubrir al niño. Así no lo notarían tan rápido.
Abrazó al niño que había apoyado su cabeza en su hombro mientras ella abotonaba con desesperación la chaqueta. El pequeño jadeó, un poco asfixiado.
— Tranquilo, cuando estemos bien, te soltaré. Lo prometo.
Terminó por salir de la maldita cueva, pero otra explosión la hizo perder el equilibrio y cayó de espaldas al suelo, cosa que agradeció, pues el tricolor no había recibido tanto además del susto. Se incorporó nuevamente y comenzó a correr hacia cualquier lugar donde no previniese ese escándalo tan espeluznante.
— ¡AAAAHHH!
Mou Hitori no Yugi se paralizó al oír ese grito tan desgarrador. Sabía a quién le pertenecía.
Anzu se detuvo abruptamente y se giró.
La madre del faraón era jalada cruelmente del cabello hasta que la hicieron caer de lleno en la arena. Los hombres a su alrededor sostenían antorchas y unas cuantas botellas con forma de cantimploras. Abrieronn estas últimas y vertieron su contenido. La mujer tosió sonoramente cuando alguna parte del líquido había caído en su boca.
El pequeño príncipe de Egipto admiraba la escena en silencio, impotente. Era abrazado con fuerza por la castaña, quien le protegía tanto como su madre pudo hacerlo anteriormente.
Anzu no podía moverse, quería hacerlo, para taparle los ojos al niño y bloquear lo que sea que estuviese a punto de ocurrir, pero…
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no podía moverse?! ¡Además, ella podría simplemente levantarse y detener a esos hombres, sin embargo no comprendía por qué…-
Entonces comprendió y recordó.
Había caído en una trampa del laberinto del faraón.
Así como Yugi había visto antes un recuerdo, ella también estaba viendo un recuerdo del faraón.
Sin embargo, este era más íntimo, uno que al parecer estaba encerrado con cadenas y enterrado en lo más profundo de su ser.
Algo que no deseaba recordar.
Ella no podía cambiar el pasado.
Por eso no podía hacer nada.
El niño miró en silencio como golpeaban a su madre. Habían roto una de las botellas contra su rostro, provocando que este sangrara. Golpearon su estómago, con unos cuchillos, le cortaron las venas y parte del cuello y las piernas. La pobre mujer gritaba de dolor, porque el líquido con el que la empapaban era con un potente alcohol que la hizo retorcerse de dolor.
La castaña trató de tapar los ojos del niño, pero aún era incapaz de mover su cuerpo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡¿Por qué la trajeron a este lugar?!
— ¡AAAAAAAHHH! ¡AAAAAAAAAHHHH!
— ¡Ma…!— Pero el niño se calló a sí mismo, mientras se tapaba la boca con sus pequeñas manos. Cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar el llanto.
"Le prometí que estaría a salvo. Se lo prometí."
Anzu lo miró con sorpresa.
¿Ese había sido su pensamiento?
¡Pero claro! Esta memoria le pertenecía a él, todo estaba en su perspectiva.
Pero no cambiaba el hecho de lo doloroso que era el momento.
Anzu contemplaba con dolor al pequeño que se cubría la poca con fuerza para evitar que débiles sollozos escaparan de su garganta.
Ambos miraron con horror cómo los hombres dejaban de echarle alcohol a la madre del faraón, para luego tirar las antorchas encima de ella, causando que su cuerpo se prendiera automáticamente en llamas.
— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!
La castaña abrazó al niño con fuerza mientras comenzaba a llorar en silencio. El pequeño reaccionó a su contacto y con las manos temblorosas apretó la tela de su chaqueta contra sus dedos mientras enterraba su rostro en su brazo, tratando de acallar los sollozos de desesperación y la pena que le causaba.
Los desgarradores aullidos de dolor duraron eternamente en los oídos de Anzu, aun abrazando al pequeño tricolor que mantenía los ojos fuertemente cerrados contra su brazo.
¡Oh, Ra! ¡Que acabara de una vez!
¡Esto era tan cruel!
¿Por qué solo podía mover sus brazos para abrazar al niño y no las piernas para correr y salvar a la madre de este?
Anzu vio con los ojos empañados de lágrimas como el cuerpo de la madre del niño se consumía entre las llamas mientras sus gritos cesaban, dando a entender que su sufrimiento había acabado.
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Los bandidos se habían ido hacía mucho. Pero el príncipe de Egipto seguía inmóvil. Su rostro estaba apoyado en el pecho de esa joven ue le había ayudado, fuese quien fuese, le estaba eternamente agradecido. Sin embargo, no podía sentir nada más.
Los gritos anteriores y las imágenes se rebobinaban en su cabeza una y otra vez.
Sus orbes amatistas ya no brillaban, estaban opacos, vacíos.
No podía llorar.
Alzó un poco la cabeza del busto de la joven para mirarla a los ojos.
Esa mujer lloraba en silencio mientras le miraba con un dolor tan profundo que a él también le causó daño.
Los orbes zafiros de esa criatura le miraban con tanto afecto y amor, que llegó a confundirse. ¿Por qué? Ella no le veía como la veía su madre, era algo más profundo.
Pero no comprendía qué era.
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Anzu oía los pensamientos del niño, pero no decía nada, solo acariciaba cuidadosamente las mejillas sucias de este. No le respondería ninguna de esas preguntas. ¿De qué servía? No formarían parte de su memoria.
Pero sentía que debía decirle otra cosa.
—…— Se incorporó un poco. Secó sus lágrimas y después separó un poco al niño de ella, para que se miraran fijamente a los ojos. — Escucha.
—…
—… No debes derrumbarte por esto. — Le sonrió un poco. — En el futuro, serás una persona increíble, que siempre protegerá a los suyos. Tal vez pierdas a gente que amas en el camino, pero así es la vida. No puedes atarlos para siempre a este mundo. Incluso…— Un par de lágrimas escaparon de sus orbes al pronunciar lo que más temía. — Habrá un momento en que tú también partirás.
—… ¿Iré con madre?
—… Tal vez. — Se rio suavemente. — Pero hasta ese entonces, tienes que hacerte fuerte, y proteger a los que amas.
—…
— En el futuro, amarás a muchas personas, camaradas, amigos, familia… y aunque… Tu madre no esté físicamente aquí… Ella sigue contigo. — el de ojos violetas la miró con sorpresa. — Ella sigue viva dentro de ti. — Su dedo chocó con el pecho del niño, quien levantó la mano y tocó el dedo blanquecino de la castaña.
—… ¿Siempre?
— Siempre.
—…— Hizo una mueca, tratando de no liberar el nudo que tenía en la garganta. —… No pude proteger a mi madre… ¿Cómo podré proteger a mi gente en el futuro? Soy débil… Débil…— Sus orbes se llenaron de lágrimas.
Anzu contempló esa mirada. Tan desolada, tan triste, tan perdida.
Le recordó tanto al faraón… Aunque eran la misma persona.
Sin embargo, ella lo había visto así solo una vez.
Y esa fue cuando el alma de Yugi había caído en las manos de Dartz.
Había perdido a alguien tan cercano… A su familia.
El pequeño se echó a llorar desconsoladamente mientras Anzu también sollozaba y lo abrazaba con fuerza.
Ella no podía hacer nada…
Nada…
Escuchar los gimoteos y sollozos del pobre niño le desgarraba el alma. Escuchaba entre respiraciones agitadas como llamaba a su madre con desolación. Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose impotente.
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Durante el tiempo en que Yugi estuvo perdido, el faraón tenía pesadillas de las cuales él solo decía que no eran nada.
Nada…
Cuando en realidad lo eran todo.
Toda una fuente de dolor.
Él nunca lloro en frente de ella, pudo sentir sus ganas, pero jamás lo hizo. No sabía si era por orgullo o por querer ser fuerte y resistir.
Ella muchas veces quiso decirle que no siempre debía ser fuerte, pero no lo hizo.
Por cobarde.
Cobarde.
—… Lo siento… Lo siento… Yo estoy aquí… Lo siento… Lo siento…
— ¡Príncipe!
Ambos se separaron bruscamente al oír una voz ajena. Lo estaban buscando. Los ojos azules se encontraron con los amatistas.
—… Tengo que irme. — Anzu se incorporaba lentamente, pero el niño la agarró de los brazos.
— ¡No! ¡Tú tampoco…!— Sus ojos se aguaron nuevamente. — No me dejes solo.
—… —Se arrodilló y le sonrió. — Yo nunca te dejaré solo. ¿Recuerdas mis palabras? — El tricolor la miraba en silencio. — Al igual que tu madre, yo siempre estaré en tu corazón. Y tú en el mío.
—… ¿Por qué?
—…— Estiró su mano hacia la de él. El príncipe reaccionó y alzó la suya, tomando entre su mano dos dedos de ella. — Porque al igual que tu madre… Yo te amo muchísimo. — Susurró.
Los ojos del niño se agrandaron, sorprendidos y conmovidos por sus palabras. Sus mejillas se colorearon un poco y sonrió tímidamente aun con lágrimas en sus bellos orbes violetas.
—… Gracias.
—…— Abrió los ojos, recordando algo. — ¿Tú… sabes cómo te llamas? — Preguntó.
Si encontraba el nombre del faraón…
Si lo hacía…
Él podría…
El niño asintió.
—… ¿Podrías decírmelo?
El niño abrió la boca, pero no logró escuchar nada. Su mente se nubló y unas voces conocidas invadieron su cabeza.
"¡Anzu"
"¡Anzu, hey! ¡Despierta, Anzu!"
"¡ANZU!"
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Abrió de golpe los ojos y se incorporó. Se encontró con los rostros preocupados de Yugi, Jonouchi y Honda. Llevó una de sus manos a sus mejillas. Estuvo llorando.
—… ¿Estás bien? Casi te perdimos. — Preguntó preocupado el tricolor tomando su mano con afecto.
La castaña no respondió.
— ¿Caíste en una trampa de agua? Tienes mojado allí.
Anzu miró su uniforme. El sector donde estaba su listón y su hombro derecho estaba mojado.
Por las lágrimas del faraón.
—…
— ¿Qué ocurre, Anzu? ¿Te duele algo?
— ¿La trampa fue muy dura contigo?
Anzu miró el rostro de todos en silencio, para luego cerrar los ojos con fuerza mientras más lágrimas escapaban de sus ojos.
—… Estoy bien. — Contestó con la voz ronca por el llanto. —… Solo… Estuve muy asustada. — Mintió. Se levantó y los miró ya más calmada. — Continuemos buscando.
—… No. — El rubio frunció el ceño. — Tú descansa un poco. Nosotros seguiremos.
La castaña no tuvo energías para reclamarle y asintió en silencio.
Sentía que no tenía el derecho de compartir ese recuerdo con nadie, después de todo ni siquiera le pertenecía. No tenía el derecho. Así que prefirió callar.
Solo esperaba encontrar pronto la verdadera puerta.
Y tal vez…
Solo tal vez…
Reunirse de valor y abrazar con todas sus fuerzas al faraón.
¿Fin?
¿Quieren que haga una segunda parte? SOLO UNA SEGUNDA PARTE, NADA MÁS. Pero es una pequeña duda, pues está muy abierto el final. Y honestamente me da curiosidad saber cómo compartirían esa charla Atem y Anzu.
Triste, ¿no?
Atem es muy reservado, y nunca se supo sobre su madre, por lo que nos hace pensar que murió durante su niñez o quizás aún más joven, pero en este caso, murió de esta forma tan cruel en medio de un ataque al palacio.
Espero que les haya gustado, si quieren segunda parte, háganmelo saber en un review.
Nos vemos.
Rossana's Mind.
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