Existía un rincón en el bosque, bastante alejado de la casa Cullen, en donde Rosalie y Emmett solían encontrarse para pasar tiempo juntos y a solas. Su familia sacaba una sola hipótesis de esas huidas silenciosas y que demoraban horas. Pero no era exactamente así, aunque ellos no se molestaban en desmentirlos. Después de todo ese lugar era su secreto. No podían imaginarse a Bella y Edward diciéndose frases románticas o a Jasper y Alice besándose sin descanso justo en ese espacio tan reservado.
Cuando Emmett entró a la casa después de jugar a las vencidas con sus hermanos y buscó a Rosalie en cada habitación, imaginó que se había escabullido hacia ese lugar. Pasó de largo a Renesmee, quien avanzaba dando saltitos en dirección a Jacob, y salió una vez más. Rápidamente se puso en marcha, preguntándose por qué Rosalie se fue sin avisarle antes.
No le tomó mucho tiempo llegar. En menos de lo que pudo calcular se encontró a centímetros del arroyo de aguas cristalinas, escuchando el correr del agua y respirando el frío aire de fines de invierno. Vio a Rosalie casi de inmediato, sentada en un tronco a orillas del arroyo, abrazándose el cuerpo. Su rubia melena caía en ondas sobre su espalda. Estaba inmóvil, viendo hacia un punto fijo. Distinguió la suave y fina tela del vestido que traía puesto. Exactamente el mismo que llevaba desde el día anterior.
—Te tardaste, Emmett —la oyó decir. Lo tomó como una invitación para acercarse. Haciendo caso omiso del ruido que provocaba al romper las múltiples ramas a sus pies, caminó hacia su esposa y se sentó a su lado.
No se tocaron. Las manos de él descansaban en su regazo y las de Rosalie continuaban rodeando su esbelta figura. El viento soplaba fresco, pero para ellos no tenía la menor importancia. Emmett vio a Rosalie de reojo. Su mirada se concentraba en la corriente del agua, que chocaba con las rocas y aún así seguía adelante. Él también se encontró viendo esa escena, tan concentrado que casi se olvidó qué hacía allí.
—¿Pasa algo? —preguntó Emmett, volviéndose hacia ella sin el menor disimulo.
Le molestaba verla triste. Ya mucho había sufrido como para tener que soportar más. Todo el tiempo buscaba detalles insignificantes que la hicieran feliz, por más tontos que resultaran para los demás. El solo verla sonreír volvía borrosos los rostros de los que hablaban de más.
—Esto te sonará estúpido, pero … —tomó aire, quizás buscando las palabras adecuadas o el valor para recitar las que ya tenía —No soy feliz, Emmett.
El musculoso cuerpo del vampiro se tensó. ¿Cómo que no era feliz? Después de tantas cosas que había hecho por ella. ¿Acaso cometió un error? Imposible. Ella se lo habría dicho. Normalmente una risa nerviosa hubiese escapado de sus labios, pero no pasó nada. Permaneció serio, viendo cada movimiento de Rosalie; como se deshacía de su propio agarre y ponía de pie, alejándose del arroyo. Emmett la imitó, sin acercarse demasiado. Ella volvía a estar de espaldas, con los brazos a los costados del cuerpo y los puños apretados.
"Está muy enojada", pensó Emmett mientras debatía interiormente si era conveniente ir con ella. Decidió quedarse en donde estaba. No quería arriesgarse. Rosalie podía ser muy dulce con él, pero si se enojaba no distinguía a quién golpeaba. Y sí que era una fiera dando palizas. Muchas veces trató de imaginarla destrozando los cuerpos de aquellos desgraciados que la ultrajaron, siendo ella tan joven e inocente. Habría dado su fuerza sobrehumana con tal de ser testigo de la muerte provocada por Rosalie a ese infeliz y llorón de Royce King. Amaba la furia ciega que solía dominar a la mujer con la que en diversas oportunidades tuvo la suerte de casarse.
—Es injusto, ¿no lo crees? —soltó Rosalie, girándose bruscamente y lanzando una triste mirada a su interlocutor. Emmett fue tomado por sorpresa, aunque no por eso se sintió menos conmovido por la actitud de la rubia.
—¿Qué es injusto? —alcanzó a preguntar, aún atrapado por el dorado de los ojos de su esposa.
—Soy tan buena como puedo serlo, dada mi condición —dijo, acercándosele. Emmett también dio sus vacilantes pasos rumbo a su encuentro y pronto la tuvo en frente. Siguieron sin siquiera rozar sus frías y pálidas manos —. Nunca en mis años como vampiro bebí sangre humana; ni siquiera como lo hacía Edward. Castigué a los malditos brutos que me violaron, sin probar ni una gota de su repugnante sangre. Me convertí en esto sin querer serlo, pero jamás le recriminé a Carlisle el que me haya salvado la vida. Tuve que fingir que la belleza física superó con creces a mis traumas. Te salvé, Emmett, y te hice feliz, ¿no es así? —Él solo pudo asentir, con un nudo en la garganta que apenas podía controlar. Solo ella podía hacerle eso —No me opuse de forma insistente a la transformación de Bella y hasta la apoyé en su decisión de conservar a la bebé. Soy buena, Emmett. ¿Por qué no soy feliz, entonces?
Acto seguido enterró la cabeza en el pecho de Emmett y se quedó allí, sollozando y recibiendo como respuesta un abrazo del vampiro. Él no sabía qué otra cosa hacer, más que abrazarla. ¿Qué palabras podían confortarla? Ninguna. Ella no se sanaría con unas cuantas frases bonitas. Necesitaba más. Pero, ¿qué? En ese preciso momento Emmett no tenía idea de qué podría hacer feliz a su ángel. La apretó aún más contra él, respirando el dulce perfume que emanaba de sus ondas rubias, y murmuró:
—¿Está relacionado con Bella, de algún modo? —Sabía que era así. Para él, Rosalie era bastante predecible en algunos aspectos. Seguía conservando algunos misterios. Sin embargo, la mayoría, estaban en el dominio de Emmett.
Ella ahogó un sollozo y se apartó velozmente. Él apenas se inmutó. Sabía lo que venía a continuación. La vio correr hacia un árbol y apoyar la espalda en él, mientras llevaba las manos a la cabeza.
—¡La detesto! —gritó, cerrando con fuerza los ojos y dejando caer los brazos violentamente —¡La detesto! ¡La detesto! —Emmett sabía que no valía la pena calmarla. Convenía dejar que sus gritos fueran tragados por el bosque, que liberara todo su odio y frustración antes de regresar a la casa Cullen —¡Es una idiota! ¡No soporto tenerla tan cerca! ¡Es increíble que no le haya arrancado la cabeza todavía! ¡Es una estúpida egoísta! ¡Y a pesar de todo...! —Sollozó —¡A pesar de todo es madre! ¡Pudo tener una hija! ¿¡Por qué ella, que dejó atrás a su verdadera familia por decisión propia, tuvo esa suerte!?
Cayó de rodillas, cubriéndose el rostro lloroso con ambas manos. Su desconsolado llanto irrumpió bruscamente en Emmett, obligándolo a acercarsele y a enderezarla por los hombros. Lo hizo con toda la delicadeza con la que era capaz de proceder. No quería asustarla, aunque eso era casi improbable. Rosalie a duras penas se asustaba. Era valiente, fuerte y decidida. Una mujer con todas las letras, mucho más de lo que su familia creía. ¿Que era superficial y malhumorada? ¿Que su odio hacia Bella era porque Edward la encontró más hermosa? Ellos no tenían idea. Nada más veían la punta del iceberg. Un iceberg que solo Emmett conocía a la perfección. Por eso era el único consciente de las debilidades de Rosalie. Y los últimos meses alguien había golpeado duramente su Talón de Aquiles sin darse cuenta.
Tomó su mentón suavemente y levantó su cabeza, encontrando una vez más sus miradas. Ella seguía llorando, pero aún así se veía hermosa. "Tan delicada", pensó, conteniendo las ganas de soltar los incontables insultos que se merecía la dichosa Bella. Esa chica solo había traído problemas a la familia. Y Edward no era ningún tonto, pues sabía de los inconvenientes de relacionarse con humanos. Sin embargo, Edward había estado tanto tiempo solo que ya no le importaba si era humana o vampiro, troll, duende o lo que fuera. Él deseaba tener a su lado a una persona a la cual amar y que le hiciera compañía. ¿Qué importaban las consecuencias si él era feliz? Claro que no veía que fastidiaba a los demás.
—La odio. La odio. La odio —seguía murmurando Rosalie, ahora con los dientes apretados.
—Lo sé, Rose...
—¡No me llames Rose! —gritó ella, soltándose y levantándose —¡Así me llama ella! ¡Es... asqueroso! ¡Siento que se burla de mí! ¿Cómo puede una persona desperdiciar su vida por algo que quizás no dure? Es injusto, Emmett... Yo quería una vida así, ¿sabes? Formar una familia con la persona que amo. Pero tú y yo no podemos permitírnoslo. Tú y yo, que siempre hemos sido buenos y nunca infringimos las reglas.
Era eso lo que la hacía sufrir, igual que siempre. El dolor de no poder ser madre. El que Bella, quien no tenía reparos al declarar que no sentía atracción por la crianza de niños, trajera de repente a Renesmee al mundo, supuso un fuerte impacto para Rosalie. Además de restregarle en la cara antes que a nadie sobre su embarazo. Desperdiciar su vida de tal modo, sin haber sufrido jamás lo que el resto de la familia Cullen, hería desde lo más profundo a la joven. ¿Acaso ella había enfermado, como Edward? ¿O se desangraba en un bosque tras el ataque de un animal violento, igual que le pasó a él? ¿La violaron de la misma forma que a Rosalie? ¿La obligaron a transformarse por conveniencia ajena junto con Jasper? No; no tuvo que soportar tales desgracias en su vida. Y aunque su conversión fue justificada, nunca sería como los demás Cullen. Ella no se habría embarazado de no ser tan terca. Y si la familia no hubiese cerrado los ojos ante esa perjudicial relación.
—Todo mi plan se arruinó —dijo Rosalie, pasando junto a Emmett y volviendo a la orilla del arroyo —. La quería muerta. Tan pronto supe de su embarazo pensé que teníamos una posibilidad. ¡Al diablo Edward! Renesmee sería nuestra hija. Tuya y mía, Emmett. Podríamos haberla criado mejor. ¡Haber evitado que ese degenerado se imprimara de ella! Solo tiene cuatro meses y es una malcriada comprometida con un perro sarnoso.
Ellos debían ser los únicos en la familia que odiaban la imprimación de Jacob y Renesmee. ¿Qué clase de monstruo castiga de tal modo a una niña? ¡Y sus padres lo permitieron! Quién sabía qué pasaría cuando la pequeña creciera y se diera cuenta de que no tendría oportunidad de encontrar al amor, sino que ya le fue elegido. Ese hombre que ahora la veía crecer se convertiría en su esposo... A ambos le resultaba mucho más que asqueroso. Sin embargo no había mucho que pudieran hacer por ella. Y lo que sí podían era demasiado arriesgado.
Emmett caminó a paso lento en dirección a Rosalie. No le dirigió ni una sola mirada a las rocas vestidas de musgo, a los helechos que inundaban el suelo ni a la luz rojiza que se filtraba entre las hojas producto del anochecer que se acercaba. Su atención estaba concentrada en esa mujer hermosa, cuya espalda continuaba erguida a pesar del sufrimiento. Seguía en silencio el corriente del agua. Aguas que nunca dejaban de correr, sin importar los obstáculos que se le cruzaran. Siempre adelante, sin importar qué. Tal y como Rosalie. Continuar era su mantra. Nunca se detenía. Continuaba sin mirar atrás. Hasta ahora. Ya había soportado demasiado. Bella colmó su paciencia.
—Emmett —susurró cuando lo tuvo de nuevo frente a frente. Volvió a hundir la cabeza en su pecho y se acomodó, ganándose un enorme abrazo de su esposo —, ya no quiero esta vida.
—No te preocupes por eso —prometió él —. Tengo una idea para hacerte feliz.
