i.
Su nombre es Boa Hancock y tiene arañazos en su moribundo corazón, que solo vive esperando que algo pueda vendar esos cortes sangrantes que la ahogan por dentro. Es una divinidad imposible, (la preferida de los hombres), a los que ella odia con tanto ímpetu que le causa llantos en las tardías noches, justo después del trabajo.
Ha crecido con corazón de cartón y labios de cristal, ambos tratados sin ningún ápice de bondad (porque los padres no existen, y solo hay reyes, uno... dos... y tres, que por la noche la visitan y la traen pesadillas).
Sueña. Las manos suben y bajan por toda su traslucida carne, y sus tímidos gritos de pánico rebotan en su garganta, con miedo a ser cazados. Se le gastan las lágrimas, se le escapa el calor del cuerpo, y antes de dormir se cose hilos en sus párpados —que tiemblan, de terror— para no llorar más, y la boca ya se la han sellado prohibiéndola gritar: Papá, mamá, ¿dónde están? Los Reyes no son buenos y me quieren asustar.
ii.
Su nombre es Luffy y para estas Navidades quiere un corazón nuevo, que ansia poder usar para ser tan feliz como los protagonistas de las películas románticas. Es un corriente de sentimientos mutilados, de heridas externas e interior despreocupado.
Se ha hecho mayor sin crecer por dentro, donde el sol siempre es pequeño y la luna le persigue (porque para que quiere padres teniendo a su hermano).
A veces tiene pesadillas. Hay tres enormes sombras negras que se ciernen sobre él, y sus nudillos sangran mientras retazos de su rostro se tornan purpuras. Le esta gritando a alguien: correcorrecorre, y ese alguien es su hermano muerto. Se le parte la garganta, el aire huye de sus pulmones. Se aferra a las sabanas y las venas engordan en sus manos, mientras palabras sueltas escapan de sus labios: Ace, no vayas, ahí fuera hay una niña y esta llorando.
iii.
Es Nochebuena y los Reyes ya han llegado, sin cuidado alguno casi la han matado. Vuelve a casa con sus zapatos mojados, hay nieve en el suelo y ella no ha llorado.
—Oye, ¿eres tú la que estaba gritando?
Sus palabras resuenan antes de que se las lleve el viento «No, era mi corazón el que chillaba, que cuando le tratan mal se enfada».
Y Luffy la abraza para perder a su hermano muerto y acunar a la niña temblorosa que yace entre sus brazos. Entibian sus almas heladas con su contacto, con los dedos encajados ante la unión de sus bocas. «Prométeme cuidarlo a cambio de tu inocencia, espero que tengas cuidado».
Acaricia su pelo y se la piensa llevar, tirando de su manga bajo la densa oscuridad, mientras susurra: «Y nunca volverás a llorar. Seremos uno solo cuando llegue Navidad.»
