"Confesión"

Las gotas de lluvia caían incesantemente sobre el vidrio del techo. Era una de las tantas tardes aburridas de sábado. Albert lo había invitado el día anterior a ir de picnic con el resto del grupo, pero antes de que pudieran salir el cielo se nubló y comenzó a llover. Ahora ambos estaban sentados en una mesa, con dos tazas de te de por medio, en silencio.

-Maximilian iba a ir a buscar a Valentine. Espero que la lluvia no los haya agarrado a mitad de camino- observó Albert. –Aunque tal vez, con un poco de suerte Valentine termina aceptando su amor- dijo esperanzado.

-¿Y con eso qué? Si el padre de Valentine y el mío no rompen el compromiso, lo más probable es que terminen siendo amantes…- Franz odiaba a aquella sociedad tan falsa.

-Pero podrían escaparse juntos.- el joven castaño tenía un especial cariño hacia aquella pareja. El solo hecho de saber que Maximilian haría hasta lo imposible para estar con ella hacía que lo admirara. –Así tu futuro matrimonio con ella se cancelaría.- ¿Por qué había dicho aquello?

Franz dejó de mirar la lluvia que caía por una de las ventanas para clavar su mirada en la de Albert.

-¿Y eso sería bueno?- volvió a mirar a la ventana. –A decir verdad, aunque Valentine no se casara conmigo, yo no podría estar con la persona que amo.-

-¿La persona a quién amas? Nunca me has dicho quién es ella.- dijo Albert con su típico tono inocente.

Franz sonrió tristemente. ¿Cómo podría decirle que aquella persona era Albert de Morcef? Hacía tiempo que se había dado cuenta de ello, pero el solo hecho de que ambos fueran hombres, le había hecho desistir de su deseo.

-Eso no interesa…- Esquivó el rubio.

-¡¿Cómo que no interesa?! Vamos, no seas así. Somos amigos desde la infancia, no debe haber secretos entre nosotros.- Albert comenzó a hacer su típico puchero.

Franz se puso de pie y se detuvo frente a una de las ventanas. Cuando Albert actuaba de aquella manera, provocaba en él unas enormes ganas de abrazarlo.

-¡Franz, no me ignores!- Albert se acercó a su amigo. Esta vez no se escaparía como las anteriores. Estaba lloviendo, no tenía a dónde escapar. Tendría que decírselo de una manera u otra.

-Ya basta Albert. Somos amigos y todo lo que tú quieras, pero aunque no lo queramos, ambos tenemos secretos ¿o no?- atacó. Por más que le doliera, no había podido pegar un ojo aquella noche en la que Albert se quedó a dormir en la casa del Conde. Sabía que su amigo caería fácilmente en las trampas de aquel astuto hombre.

-Bueno…- Albert recordó aquella noche en la que compartió el lecho con el Conde. Se ruborizó.

-¿Lo ves? Tú también tienes secretos.- Ya lo sabía, sabía que aquello era verdad. Franz volvió a concentrarse en la lluvia para poder calmar el dolor en su corazón.

Un silencio incómodo se instaló en el ambiente.

-Con permiso señor.- Beppo entró por la puerta del este.- Una carta ha llegado para usted. Es del Conde.- dijo muy atentamente al ver que el amiguito de Albert estaba con él.

-¿Del Conde?- Albert se acercó curioso y tomó la carta.

-¿Otra vez haciendo travesuras?- le susurró Beppo.

-Ejemp, eso no es asunto tuyo.- Albert comenzó a abrir la carta.- Ya puede retirarse.- Ignoró las quejas de Beppo al irse y comenzó a leer la carta.

"Mi estimado Albert:

Dado que la situación climática es perfecta, me complace invitarlo a mi hogar a observar el arco iris cuando termine la tormenta. Le garantizo que desde aquí se puede observar de la forma más maravillosa que existe. Lo espero a la brevedad.

Atentamente

El Conde de MonteCristo."

-¿Qué dice la carta?- preguntó Franz ya presuponiendo algo.

-El Conde me está invitando a su casa.- Levantó la mirada hacia donde estaba Franz. No parecía demasiado contento con la respuesta que se le había dado.

-Y supongo que sin lugar a dudas irás.- No podía calmar sus celos. Hacía menos de un mes que el Conde había llegado a París y Albert estaba más que alucinado con él. Es más, Franz no se equivocaría al decir que Albert parecía su perrito faldero.

-Bueno, tú estás aquí así que…- Albert estaba un poco indeciso.

-No te preocupes, ya me voy.- Franz tomó su abrigo. A decir verdad quería detenerlo, quería decirle que se quedara con él y que no fuera con el Conde pero… no podía.

-¡Espera!- Gritó Albert antes de que Franz cruzara la puerta. El rubio se dio vuelta, sorprendido. –No te vayas…-

La mirada de Franz demostró una gran sorpresa. ¿Acaso esta vez…?

-¿Qué quieres?- ahora el caprichoso era él.

-¿Quieres… venir?- preguntó dudando un poco. No creía que al Conde le agradara su visita, pero él era su amigo y no podía dejarlo así como así.

Franz lo pensó por un momento. Si decidía ir, podría tener vigilado al Conde de cerca, pero también corría el riesgo de que aquel ser le hiciera una de sus estratégicas jugadas y lo dejara solo mientras ellos dos se iban a divertir. Entonces…. Franz suspiró. Debía correr el riesgo.

-De acuerdo. Iré contigo.- dijo decidido.

-Entonces les diré a los sirvientes que me preparen un carruaje de inmediato.- dijo Albert con una sonrisa.

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N.A.: Ya saben, díganme qué les pareció