Rose pasaba la bayeta por la última mesa del local. Ese día le había tocado el turno de tarde en la cafetería-pastelería. Se pasó el dorso de la mano por la frente secándose el sudor mientras suspiraba. Eran ya las 22:30. Se metió detrás de la barra y recogió los platos que quedaban.
-Adiós Rose- se despidió Jane, su amiga y compañera de trabajo- no te olvides de la hormiguita- le guió un ojo y le señaló con la cabeza una mesa cercana.
En ella había un niño de unos 6 años durmiendo sobre un charco de baba. El niño llevaba un abrigo azul, unos pantalones vaqueros y unas zapatillas deportivas un poco rotas de tanto ser usadas. Tenía el pelo más o menos larguito, de un color castaño rojizo brillante. Tenía un ojo medio abierto, de color azul. Cuando Jane salió del establecimiento, el portazo despertó al pobre crio. Se sobresaltó y se reincorporó de repente. Al abrir los ojos, un poco rojos del cansancio, dejó ver que sus ojos eran de distinto color. Tenía el ojo izquierdo de color azul y otro marrón. Miró a Rose como pudo y con sueño preguntó:
-¿Nos vamos ya a casa?
Rose, a quien le había dado tiempo a cambiarse, respondió:
-Claro que sí…
Se encaminó hacia la puerta cogió su bolso y su abrigo. El niño cogió su mochilita de Bob Esponja y se encaminó somnoliento hacia la puerta. Cuando ambos salieron, Rose cerró tras de sí. Bajó la malla metálica. Y echó la llave.
-Mamaaaaá, tengo sueñoooo…
-Lo sé Hugo, lo sé… pero hoy ha tenido que ser así
Cogió a su hijo de la mano y comenzaron a caminar calle abajo. Vivían en un pequeño pueblo llamado Hogsmade. Era un pueblecito acogedor; la gente era muy acogedora y había trabajo. Hugo iba a un colegio público que quedaba entre la cafetería-pastelería que trabajaba Rose, Las tres escobas, y donde ellos vivían.
En cinco minutos llegaron a su casa. Era un bloque de tres pisitos, donde ella y Hugo se manejaban muy bien. Vivían en el primer piso.
Abrió la puerta del apartamento. Nada más entrar estaba el salón, con un par de sofás, una tele, una mesa y una mesita con un par de libros. A la izquierda, separada por un tabique a media altura, estaba la cocina. Esta no era muy grande, pero ellos se las ingeniaban. Al fondo a la derecha había dos dormitorios. En uno de ellos, el de más al fondo, era donde dormía Hugo. El otro era el de Rose, a pesar de que últimamente Hugo dormía mucho con su madre por unas pesadillas que estaba teniendo.
-Mamá, yo me voy a la cama- sentenció Hugo.
Se arrastró hasta el cuarto de su madre, se quitó la mochila, el abrigo, las deportivas y se tumbó en la cama. Con pantalones y todo. Rose se quedó contemplándolo apoyada desde el marco de la puerta como su hijo caía rendido en los brazos de Morfeo.
Cuando salió de su trance, se quitó el abrigo, los zapatos y sentó en el sofá. Miró la foto que estaba sobre la mesita. Era una foto en la que salían Hugo y Rose abrazados en el parque, en el quinto cumpleaños de este. Esa foto se la había sacado su amiga Jane. Era la única foto que adornaba el apartamento.
Cuando Jane les sacó la foto Rose tenía 23 años. Fue el quinto cumpleaños de Hugo. El sexto aniversario del incidente que marcó su vida.
