En realidad no quería hacer esto.
No quería, y no tendría porque hacerlo. Había dejado esa vida atrás. Y la que tenía en ese momento ni siquiera le dejaba tiempo para echarla de menos.
Donald se decía cosas por el estilo mientras buscaba en el fondo de su closet, hasta dar con una gran maleta negra. Por supuesto que seguía ahí, acumulando polvo. Y confiaba en que ninguno de sus tres sobrinos se hubiera acercado a curiosear. Después de todo, ¿quién iba a buscar entre las aburridas cosas del aburrido tío Donald?
Con un suspiro, abrió la maleta. Ahí estaba, intacto. El antifaz pareció devolverle la mirada. Fue algo tonto e imprudente en primer lugar. Y lo había comenzado como… revancha. Un desquite. Una broma pesada y larga hacia el tío, a Della, a todo el mundo. Una táctica para salirse con la suya impunemente de vez en cuando, para variar.
Tomó el antifaz de la maleta y sintió un cosquilleó en la punta de los dedos. Fue después cuando lo sintió como algo suyo, y las bromas dieron paso a algo diferente.
Extendió la capa en el aire. Buen material. Con ella se había envuelto las frías noches de patrulla. Cuando no era la mula de carga de su tío y Della, o una carnada potencial, ni el tipo que le quitaba lo divertido a la vida al señalar cuando algo era peligroso o posiblemente mortal.
En realidad, no debería querer hacer esto.
Pero es que ese… niño había hecho tal desastre en el Banco… con la gigantesca armadura, llena de tantos accesorios como cien navajas suizas que evidentemente no sabía usar. Fue un milagro que no se tirara el edificio encima.
Mientras se ajustaba el traje azul oscuro y calzaba las botas, Donald se dijo que en realidad no debía preocuparse. Sería rápido, una pequeña charla motivacional, de parte de un vigilante retirado, palmaditas en la espalda, tú puedes, campeón. Un último servicio a la comunidad, previniendo un desastre potencial. Después volvería a guardar el uniforme en la maleta, y lo olvidaría de una vez por todas.
Se ajustó el escudo en el brazo.
Patoaparato, saluda a Paperinik.
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Pensó que sería difícil encontrarlo, con todo y que era un armatoste gigantesco. Pero no. Ahí estaba, a plena luz del día, haciendo experimentos. Tuvo el seso suficiente como para buscar un terreno abandonado, pero lo ideal hubiera sido que se fuera lo más lejos posible.
A otro planeta.
¿Cuántos proyectiles tenía esa cosa? ¿Por qué lanzaba pays?
Patoaparato terminó hecho un revoltijo con sus propios brazos extensibles. Se dejó caer sentado. Suspiró, abatido. No se le veía toda la cara, cubierta por un visor, pero definitivamente, el pico se le veía abatido.
Oh, rayos.
Paperinik dio un paso fuera de las sombras desde donde había estado viendo el espectáculo.
- Hey-
El otro saltó de la impresión, con un chillido poco digno, y un pequeño misil salió del pecho de la armadura. Viejos reflejos demostraron no estar tan oxidados, y Paperinik saltó a tiempo para esquivarlo. Aun así, estuvo demasiado cerca para su gusto.
Mala presentación, al menos desde el punto de vista de Paperinik.
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Fenton, aterrado, solo vio como este sujeto enmascarado saltaba, esquivando un misil como si nada, y aterrizaba a unos pasos frente a él, sobre sus gruesas botas amarillas, apoyando un puño en el suelo para conservar el equilibrio y probablemente para verse más impresionante, con la capa ondeando al viento. Como fondo, una nube de llamas.
- No lo puedo creer… - dijo Patoaparato.
- Yo tampoco, a decir verdad – dijo Paperinik, pensativo. Él mismo estaba sorprendido de no ser una mancha en el suelo.
- ¡Eres Paperinik! – exclamó el pato de la armadura, enderezándose y recuperando sus brazos extensibles -. ¡Esto es genial! ¿Hace cuánto que no aparecías? ¿Nueve años? ¿Diez?
De ahí, el muchacho comenzó a hablar a 6.5 palabras por segundo.
- ¿Es tu escudo? ¿Lo puedo ver? ¿Tienes los planos? ¡Aun estaba en la escuela cuando ocurrió lo del museo! ¿No tenías un auto? ¿Los extraterrestres son de verdad?
Paperinik esperó a que hiciera una pausa para respirar, o se desmayara por falta de oxígeno. Como eso no ocurría, alzó una mano para detener el torrente de palabras.
Patoaparato se detuvo abruptamente.
- Veo que tienes algunos problemas.
- Oh – dijo Patoaparato, desinflándose de nuevo -. Viste lo del banco.
Paperinik asintió. En realidad, había estado a unos pasos de distancia, preguntándose cómo era posible quedar enredado en una ventanilla con la cuerda de un bolígrafo, cuando le había dado palizas a vagos como los que habían ido ese día a asaltar el banco, con y sin el traje. Aunque su principal preocupación en ese momento había sido Hugo.
Aquí entraban las palabras de ánimo.
- ¿Eso te hizo salir de tu retiro? – Patoaparato se retorció las manos -. ¿Soy tan lamentable?
- ¿Qué? ¡No! Digo… salí de mi retiro… un momento… pero no es por…
- ¡Entonces vas a entrenarme! ¡Claro! ¿Por qué más un héroe legendario reaparecería? ¡Combatiremos el crimen, salvaremos ciudadanos! ¡No se preocupe, señor! –saludó militarmente -. ¡Seguiré sus instrucciones al pie de la letra!
Antes de que Paperinik pudiera aclararle que no estaba para entrenar a nadie, llegó Ciro, reclamando la armadura.
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- Así que ahora trabajas para Waddle – dijo Paperinik, como si fuera una conversación cualquiera. Le echó un vistazo al logotipo redondo con la W que Patoaparato ahora portaba en el pecho.
Patoaparato le había contado como Ciro había decidido destruir la armadura, y como tuvo que huir con ella. Omitió su nombre real, pero Donald sabía que el Científico Loco residente de Industrias McPato solo tenía un becario que encajara en esa armadura, al que recientemente había despedido.
- No me parece un buen tipo – dijo Paperinik, mirando por el borde del edificio. Había extrañado esto, patrullar por azoteas en la oscuridad, saltar al siguiente borde imposible de alcanzar, el viento helado en la cara. Sobre todo, sentir que el riesgo tenía un propósito: ayudar, hacer una diferencia, no solo buscar el siguiente tesoro para que su tío le pusiera las manos encima.
- Pero… estoy haciendo algo bueno – dijo Patoaparato, pensando "con una app."
- Si estás convencido, no soy nadie para detenerte.
- ¿En serio? – preguntó Patoaparato, incrédulo.
- Sí.
- ¿Seguro que no quieres decirme que no siga adelante? ¿Qué lo piense bien?
- ¿Necesitas que lo haga?
- Noooooo… estoy bien, conservo la armadura, y ayudo… a la gente – dijo, convenciéndose a si mismo -. Pero, tal vez me serviría el consejo de alguien con más experiencia.
- Como dije, no soy nadie para detenerte – hizo una pausa para enfatizar sus palabras -. Si estás REALMENTE convencido.
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Fenton no se atrevió a decírselo, pero si llegaba a encontrarse en situaciones en las que se preguntaba, "¿Qué haría Paperinik?"
Y últimamente concluía a menudo: "Seguro que esto, no".
Tampoco permitiría que le hablaran como lo hacía Mark Picos. Que le dijera "amigo" o "chico", con su tono empalagoso. Lo hacía sentir… barato.
Paperinik, seguramente, nunca se había sentido barato en su vida.
Cuando ese niño –Hugo- lo defendió en las noticias, lo llamó "héroe", su primera referencia fue Paperinik, por supuesto, a quien había visto por televisión venciendo criminales y dando saltos imposibles.
Cuando fue a enfrentar a Mark Picos en su oficina, se mentalizó, diciéndose una vez más "¿Qué haría Paperinik?" para poder decirle a su "jefe" que ya no quería mantener su asociación.
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Donald no esperaba encontrar a Fenton de ese modo. Cuando Mark Picos anunció su "gran evento", Patoaparato tendría que estar en el estrado, luciéndose. Pero el científico gritaba como descosido, mientras era arrastrado por dos enormes guardias de seguridad, que lo sacaron de las oficinas de Waddle y lo lanzaron a la banqueta de enfrente como un bulto.
- ¿Fenton? ¿Estás bien? – se acercó preocupado.
El otro pato interrumpió su frenesí, extrañado.
- No estoy muy seguro en este momento, creo que lo conozco, pero no sé de dónde.
- Soy el sobrino de McPato, nos vimos… en el laboratorio… alguna vez – Donald le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse.
- ¡Tenemos que detener a Picos! – Fenton lo aferró del brazo -. ¡La armadura…!
Un rayo pasó rozando el alborotado copete de Fenton. Mark Picos ya estaba sobre la tarima, alardeando de todos los accesorios del traje de Patoaparato, y poniendo en riesgo a quienes lo rodeaban. Donald comenzó a buscar a Hugo, quien había insistido en ir a descargar su decepcionado corazón de Fan N. 1 de Patoaparato, con pancarta y todo, y él lo había seguido para vigilarlo de lejos. Primero, sacarlo, después-
El aire abandonó sus pulmones cuando un rayo estuvo a punto de acertarle a su sobrino, y una mujer policía consiguió empujarlo apenas a tiempo. Tropezó, cayó y forcejeó para levantarse. Solo pudo ver como Fenton seguía adelante, hablando consigo mismo.
Un espectacular se tambaleó y cayó, amenazando a Hugo, la mujer policía y a Picos.
Fenton llamó a la armadura. Donald envejeció diez años en las fracciones de segundo en que Patoaparato consiguió sostener el espectacular. Después, con cierto ánimo de revancha, lo lanzó contra las oficinas de Wadle.
Donald llegó corriendo a abrazar a Hugo.
- ¿Estas bien?
- ¡Fue genial! ¡Fe restaurada!
No había manera de evitar que el niño diera vueltas, emocionado. Lastima que fue interrumpido porque ese armatoste estaba a punto de autodestruirse, como no podía ser de otra manera.
Aunque quería tomar a su sobrino y correr lo más lejos posible, Donald se encontró incapaz de abandonar a Fenton.
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La convalecencia tuvo sus cosas positivas. No fue tan bueno que su mamá pasara tanto tiempo angustiada y durmiendo en una silla, pero al menos estuvo presente cuando Fenton despertó. Y después llegaron Ciro y el señor McPato, a decirle que podía quedarse con la armadura. Y Hugo acompañado de sus hermanos y su tío Donald. Fue la visita más alegre, aunque precisamente por el entusiasmo, le añadió unos cuantos dolores extra a su persona vendada y enyesada hasta el copete, porque Hugo no pudo contenerse de saltarle encima. Y al parecer, su tío no podía agradecerle lo suficiente que le salvara la vida, también lo abrazó. No esperaba que tuviera tanta fuerza, algunas partes del yeso simplemente se hicieron polvo.
Y la visita final, mientras el sol se iba poniendo, fue la de Paperinik.
Antes de entrar, se quedó un buen rato en la ventana. Solo su capa se movía ligeramente, agitada por el viento.
- Estoy despierto – dijo Fenton.
Paperinik entró con timidez.
- ¿Cómo te sientes?
Donald sabía perfectamente bien como estaba, pero sintió que debía preguntar por cortesía, y además, no se le ocurría otra manera de iniciar la conversación.
Fenton sonrió e intentó enderezarse antes de responder. Hizo una mueca de dolor, y Paperinik se apresuró a ayudarlo.
- Que vergüenza – dijo Fenton, mirando para otro lado.
- ¿Qué?
- Seguro que a ti nunca te pasó esto: fastidiarla espectacularmente y terminar en el hospital, haciendo el ridículo.
Fenton hundió la cabeza en la almohada. ¿Qué más daba? Paperinik era un héroe de verdad. ¡Por Dios! Una vez incluso reformó a un supervillano, de manera tan rotunda, que el tipo creó su propia fundación de protección al medio ambiente.
- ¿Qué dices?
Fenton se atrevió a mirarlo. Paperinik tenía una expresión de incredulidad.
- Fenton, lo que hiciste fue lo más valiente que he visto en la vida.
Paperinik se acercó y le tomó la mano que no tenía enyesada.
- Como corriste ¡sin dudar! Dispuesto a salvar a… ese niño, a tu mamá, ¡hasta a Picos!
Conforme hablaba, Fenton fue lentamente consciente del calor de su mano sobre la suya, que le iba subiendo por el brazo, hasta instalarse en sus mejillas. En ese momento, no supo si Paperinik estaba demasiado cerca, o no lo suficiente.
- ¡Y que salieras volando para que nadie más resultara herido! – Donald se detuvo ahí. No podía decirle los detalles ni pedirle que le explicara lo que él entendió como convertir el cerebro de alguien en el procesador de una armadura robótica en plena calle, porque entonces sería Fenton quien comenzara a hacer preguntas.
- Bueno, y eres muy amable, pero la verdad – Paperinik rió, nervioso -, es que yo cometí cada error posible.
No lo dijo solo para hacer sentir mejor al niño… ya no debía pensar en él como un "niño," no solo por lo que había demostrado, si no porque la diferencia de edad no era tanta. Fenton no era tan joven, y Donald –aunque su cansancio constante y múltiples achaques tuvieran algo que decir- no era tan viejo.
- Hubo veces en que no termine en el hospital, pero fue simplemente porque ir era demasiado arriesgado.
Explicar en casa la cojera, ojos morados, que las costillas protestaran cada que se reía o tosía no era mucho problema, después de todo, "al torpe de Donald siempre le pasan cosas."
- Me resulta difícil creerlo – dijo Fenton suavemente.
Fue entonces cuando Donald se dio cuenta de que ya llevaba un buen rato con su mano sobre la del otro. La retiró de inmediato.
- Disculpa.
- No hay problema.
- Y… - Paperinik tosió, tal vez sería mejor si terminaba la visita -. Mi mayor cualidad es mi alta tolerancia al dolor.
- Creo que esa también es la mía.
- Claro que no – Paperinik le dio un golpecito en la frente con el dedo.
Ambos sonrieron
