° Wings °
Capitulo I: Fricción

Comenzaba a volverme consiente del ambiente que me rodeaba, del olor a óxido y sal que inundaba mis sentidos y el dolor que no me permitía levantarme.

—Rayos —murmuré mientras trataba de apoyar las manos en el suelo para impulsarme, pero cualquier esfuerzo parecía ser en vano.

El dolor se expandió desde la punta de los pies, hasta la última hebra de cabello dorada aparentemente visible dejándome paralizado. Hoy tendría que ir a trabajar aun sintiéndome morir, de nuevo. Esperé unos segundos tratando de acostumbrarme a la desagradable sensación para poder levantarme, finalmente lográndolo aun con mucho esfuerzo.

La primera acción que realicé, como todos los días, fue dirigirme al cuarto de mi hermano menor entrando silenciosamente para encontrarlo durmiendo de forma pacífica. No pude evitar esbozar una sonrisa, por él soportaba todo, por él, haría lo que fuera.

Salí de su habitación y lentamente caminé hacia el baño, busqué en el espejo el reflejo que me devolvía cada mañana, sintiéndome terriblemente patético. La rubia tonalidad de mi cabello había mutado en una más rojiza gracias a la cantidad de sangre que había brotado la noche anterior.

Cada vez es más violento —admití en silenciosos pensamientos a la vez que me quitaba la ropa para darme una ducha, esperando poder relajar los músculos del cuerpo aunque sea un poco. No podía dejar que Keith me viera de esta manera ¡apenas era un niño de cinco años! Exponerlo a esa clase de imágenes sería algo inhumano, algo que no podría soportar que él viese, ya que era ferviente mi deseo darle la niñez que yo jamás pude tener.

Ignoré el dolor al sentir el jabón tocar las heridas, o el color alterado de la espuma gracias a los fluidos vitales, ya era una costumbre.

Salí lentamente envolviéndome en una toalla, para posteriormente secarme y colocarme el uniforme escolar. Nuevamente entre a la habitación de Keith sonriendo al ver como se acomodaba bajo las sabanas.

—Despierta dormilón, es hora de levantarse para ir a clases —Lo acaricié suavemente mientras veía como abría sus ojos, tan dorados como los míos.

—Hermano, buenos días —saludó con una hermosa sonrisa y la voz aun ronca por el sueño.

—Buenos días, pequeño —Deposité un suave beso en su mejilla a la vez que le quitaba las sabanas y lo ayudaba a sentarse—. Será mejor que tomes una ducha rápida, no queremos que llegues tarde —dije mientras lo cargaba y tomaba dirección al baño.

—Hermano, puedo bañarme solo —replicó con un lindo puchero cuando estaba sacando el champo de su cabello, tan similar al de nuestra madre.

No había duda de que mi hermano y yo éramos bastante parecidos. El cabello del mismo liso y un tanto rebelde en las puntas, enormes ojos color miel, piel clara —quizás un poco pálida en mi caso— pero lo que más nos diferenciaba era mi rubia tonalidad de cabello, herencia de mi padre, y su cabello castaño rojizo, clavado al de mi madre.

—Claro, ¿por eso la vez pasada saliste de la ducha lleno de jabón no? —Me reí aun más cuando inflo sus mejillas en señal de reproche.

Entre risas terminé de ducharlo y vestirlo, luego preparé un desayuno solo para Keith asegurándole que yo ya había comido antes. Me sentía mal al mentirle, pero no podía hacer más nada. Él necesitaba alimentarse correctamente, yo me las ingeniaría de cualquier otra manera.

Luego de comer limpié su cara y sus manos con una toalla, para seguidamente dirigirme al instituto donde ambos estábamos. Mi pequeño aun iba a preescolar, el cual quedaba en el edificio del frente, mientras que yo me encontraba terminando la secundaria.

—Buenos días, joven Wheeler —saludó su maestra mientras me daba una pequeña hoja que reconocí inmediatamente, fruncí el seño casi de manera automática. Significaba que el costo de la matricula había aumentado.

—¡Nos vemos, hermano! —Se despidió mi pequeño agitando su manito vigorosamente.

—Espérame a la salida, Keith, vendré por ti —repetí la frase de todas las mañanas, dibujando una enorme sonrisa en los labios a pesar de la preocupación que me embargaba.

La situación económica en la que nos encontrábamos era demasiado precaria. Justo ahora que había logrado ajustar el sueldo para poder pagar la educación de ambos y sustentarle comida a Keith, se presentaba esto.

La mañana pasó de la misma monótona manera de todos los días. Hablaba con el grupo de siempre, aunque casi sin entender lo que decían. Estaba demasiado ensimismado buscando una solución al problema. Claro que prestaba la atención necesaria a las materias, no quería graduarme siendo un idiota. Pero pese a todo...

Con una brillante sonrisa en mi rostro.

En algún momento, sin darme cuenta, nos habíamos trasladado al patio para pasar el receso diario que se nos daba. Nos encontrábamos sentados en el pasto, bajo la sombra de un árbol, hablando animadamente sobre temas banales. Hasta que repentinamente alguien interrumpió nuestra calma.

—Están en mi camino —la voz era inconfundible, no había tono más increíblemente hermoso y la vez desesperante en esta vida. Me di vuelta para, efectivamente, encontrarme con unos profundos ojos azules mirándome fijamente. Hermoso color y, a la vez, tan frio como su dueño. Una ligera sonrisa se dibujo en mis labios. Seto Kaiba ha aparecido.

"El único capaz de romper la odiosa monotonía, de obligarme a quebrar la línea de pensamientos hasta ahora ininterrumpida..."

—¡Oh! ¡Su majestad necesita espacio para atravesar la puerta junto con su ego! —respondí a su comentario.

—¿Tienes algún problema, Wheeler? —Su mirada se afiló aun más si eso se podía.

—Mientras tu ego no me asfixie, no –Cada vez que le daba pelea parecía molestarse, mi pequeño placer personal.

—Pensé que los perros solo ladraban, pero aparentemente pueden aprender a hablar —exclamó con sus normales delirios de grandeza, mientras nos pasaba por un lado y se alejaba del alcance de nuestros ojos.

—¡Idiota! —grité ante mis amigos, los cuales sonreían ya acostumbrados a los arranques emocionales en cuanto al CEO. Nada inusuales desde un largo tiempo atrás.

—Ustedes dos parecen sacar chispas cuando se ven —Reía Tristán a carcajada limpia, casi revolcándose en el suelo.

—Así es, muy buena fricción la que existe entre ambos —complemento Yugi un poco apenado, sonrojándose como si hubiera algo detrás de sus –normalmente– inocentes palabras.

—Eso… sonó más a romance que a enemistad —Tea no se veía muy conforme con la idea, y no era para menos. Estábamos hablando no solo del engreído de Kaiba, si no que también insinuando claramente una actitud homosexual. No pude evitar deprimirme un poco al pensar cuál sería su reacción si les confesara que probablemente era verdad.

—No me quiero imaginar que insinúan, mejor vamos a clases —No tenía muchas intenciones de tomar ese hilo en la conversación, no me gustaba ser el centro de atención, ya que podría llegar a atraer la inadecuada. Estaba seguro de que no era el momento para "sincerarme".

Las clases pasaron con relativa normalidad, hasta que llego la hora de educación física. Había olvidado por completo que hoy tocaba verla. No me sentía en condiciones para poder presentarme. Una cosa era fingir que mi cuerpo estaba totalmente bien mientras me encontraba sentado en una silla, y otra muy diferente era hacerlo en medio de alguna actividad que requería un esfuerzo a parte de hablar.

—Demonios —susurré para mí mismo, a sabiendas de que no tenía una excusa que dar al profesor.

—¡Nos vemos cuando termines de cambiarte, Joey! ¡Te esperamos en el gimnasio! —La voz de Tristán me saco de mis pensamientos, no me había dado cuenta de que era el único que aun no cambiaba su uniforme, solo atiné a realizar un asentimiento mientras lo veía alejarse.

—Me va a matar como le diga otra mentira estúpida al profesor —continuaba mi monólogo mientras me quitaba la camisa y pantalones.

—Vaya, el perro Wheeler quiere saltarse la clase de deporte —No pude evitar sobresaltarme al escuchar nuevamente esa voz. Alertando todos mis sentidos—, y yo que pensaba que a los perros les gustaba el ejercicio —Reaccioné instintivamente mirándolo a los ojos frunciendo el ceño.

—No es tu problema, Kaiba —Me enojaba, sí, pero tampoco me sentía con demasiado ánimo para rebatirlo.

—¿Entonces qué? ¿Tienes miedo de pasar una vergüenza cuando no puedas hacer lo que el profesor diga? —Su cuerpo se estaba acercando peligrosamente al mío, acorralándome contra los casilleros. Sentí la espalda arder resintiendo el daño de la noche anterior.

—Nunca, ricachón —escupí las palabras con furia, notando como en sus labios se formo una media sonrisa. Sabía perfectamente el efecto que causaba en mí al retarme.

—Entonces, te espero para hacerte comer polvo —Se alejó muy lentamente, saliendo de los vestidores con esa expresión de ser el amo del mundo que siempre lo acompañaba.

Esa que a mí me encantaba borrar de su cara.