¿Recordáis cuando Beckett le dice a Castle que tiene más de Nikki Heat de lo que él piensa? Pues en esa frase estaba implícito este universo paralelo.

Aclaraciones:

*Todos los personajes conservan su personalidad más o menos intacta (si describo mal algún aspecto, no dudéis en decirlo), excepto Beckett, ya que he cambiado un poco su historia (ya lo iréis descubriendo).

**En cuanto a edades, Kate tiene 26 años, Castle 34 y Alexis 10.

***Este capítulo es más bien un prólogo, los siguientes serán un poco más extensos (en principio).

Castle no me pertenece.

Capítulo 01:

Aquella noche había luna llena. No es que eso importara mucho, pero era bonito. De alguna forma, tener aquella luz proyectando sombras a su alrededor la hacía sentirse protegida, cuidada. Un pensamiento bastante estúpido teniendo en cuenta que era un astro totalmente inanimado.

Se encaramó al borde de la azotea en la que se encontraba en cuclillas, cogió impulso y saltó. Durante tres segundos, se sintió ligera, ingrávida, libre. Hasta que aterrizó en la escalera de incendios, agarrándose a la barandilla para restablecer el equilibrio. Si alguien la viera, estando en la ciudad que estaba, a nadie le extrañarían demasiado sus actos, pensó con humor. Lo más seguro es que se preguntaran cómo se le ocurría hacerlo con esas pintas.

Botas hasta la mitad de la pantorrilla, pantalones (y cinturón), camiseta sin mangas ajustada, chaqueta de manga larga con capucha y guantes. Todo negro y todo de cuero. O eso parecía a simple vista. En realidad, la ropa estaba hecha de una tela especial, mitad elástico (como la de los leggins de yoga) y mitad cuero sintético, que se ajustaba perfectamente a su cuerpo y le dejaba total libertad de movimientos. Las botas eran de estilo militar, de esas que se atan entrelazando los interminables cordones por delante y por detrás; y la chaqueta, cuya cremallera llegaba hasta debajo del pecho (dejando el escote y el cuello a la vista), constaba de varios corchetes que cruzaban la fina línea metálica, dándole un aspecto conservador pero elegante al mismo tiempo.

Se colocó bien la capucha para que le tapara la cara y miró hacia abajo, hacia el callejón oscuro en cuya pared estaba la puerta trasera de la discoteca de moda del momento. Había ido allí, después de su habitual ronda nocturna, con la esperanza de no tener que actuar. Pero no las tenía todas consigo. Ella mejor que nadie sabía qué pasaba en estas situaciones.

Un local nuevo, lleno de jóvenes locos por pasarlo bien sin medir las consecuencias. Criminales que aprovechaban el subidón de sus presas para delinquir. Y poca policía para tantos sitios. Todo junto podía formar un cóctel explosivo. No es que esos delincuentes fueran unos depravados, la mayoría eran simples rateros, pero algunos se pasaban de la raya. Y nadie les paraba los pies. Al día siguiente, sus víctimas no recordaban suficiente o tenían demasiada vergüenza. Y ellos lo hacían una y otra vez.

Se quedó allí un par de horas, rodeada de los resquicios de música que llegaban hasta ella. Cuando la gente comenzó a marcharse y ya estaba por irse a casa a dormir un par de horas antes del trabajo, la puerta metálica se abrió con un ruido seco.

Analizó la situación. Dos personas: un hombre y una mujer. Él con mala pinta y ella visiblemente desorientada. Mierda.

- Esto no es el baño – escuchó decir a la chica con voz pastosa -. Quiero volver.

- Lo siento, preciosa, pero eso no va a poder ser – y así sin más la cogió del brazo y la lanzó contra un contenedor.

Acto seguido empezó a desabrocharse el cinturón. Tan centrado estaba en su tarea que no se percató de la figura que se deslizaba por la escalera del edificio vecino hasta que la chica dejó de gimotear y decir "por favor". Aún con la mano en los pantalones, se dio la vuelta despacio. Lo siguiente que vio, o más bien sintió, fue un puño impactar contra su mejilla, una rodilla contra su estómago y su espalda contra la pared. Se dejó caer en el suelo, escupiendo el líquido con sabor metálico que le llenaba la boca, y sacó del bolsillo trasero la navaja que siempre llevaba consigo.

Ella vio la hoja del arma blanca antes incluso de que el tipo se incorporara e intentara clavársela. Le agarró de la muñeca y, a la vez que se la retorcía para que soltara el pequeño cuchillo, le pateó la espinilla haciéndole caer otra vez. El hombre reculó hacia atrás, arrastrándose por la porquería del callejón, intentando alejarse de esa endemoniada mujer.

- ¿Quién coño eres tú? - preguntó después de escupir sangre de nuevo.

- Soy Nikki Heat.

Gracias por leer x)