Disclaimer: Rowling. Rowling tuvo la idea. Rowling cobra por ella. Yo solo me quedo hasta las tantas escribiendo una chorrada tras otra. Este fic participa en el reto "Navidades de Dickens" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

El reto consiste en escribir tres viñetas, sobre las Navidades Pasadas, las Presentes y las Futuras. Iré subiendo las dos viñetas que quedan en los próximos días (el domingo la segunda y el martes la tercera. Ya sabéis: es Navidad xD).

Os deseo unas vacaciones pasables. Que la felicidad está mu cara este año.

Edito: Este fic ganó el tercer puesto del reto "Navidades de Dickens" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


EL CENTRO DEL UNIVERSO

Pasadas

—Solo para que no haya dudas, no pienso ir —advirtió desde el salón, inclinando su cabeza por el reposabrazos del sofá.

—No pensaba pedírtelo —replicó Harry con voz tranquila. Desde donde estaba, podía verle de espaldas mientras se ponía una túnica por encima de la ropa muggle.

—Bueno, no quería que te hicieras ilusiones —insistió viendo como salía de su dormitorio cargado de bolsas—. Eso lo podría llevar la lechuza, lo sabes, ¿no?

Harry sonrió y se encogió de hombros. Estaba guapo, como siempre, y seguro que el muy idiota ni siquiera era consciente de ello. Tenía ese pelo imposible y los ojos verdes, tan verdes.

—¿Y qué piensas hacer?

—¿Um? —Volvió a girar la cabeza hacia la televisión. Había sido Harry quién se había empeñado en comprarla, pero tenía que reconocer que a veces era útil.

—¿Te vas a quedar toda la noche viendo telebasura y bebiendo?

Draco levantó la lata de cerveza como única respuesta. En principio la tenían en el piso para los invitados. O, lo que era lo mismo, algunos amigos de Harry a los que les gustaban las bebidas muggles. Pero, sorprendentemente, y a pesar de su sabor agrio, a Draco le había acabado gustando.

—He pedido una pizza.

Casi como si fuera un juego orquestado por el universo, el timbre de la puerta sonó. Dos veces, insistente.

—¿No quieres ir, ni siquiera, a casa de tus padres? No me voy a enfadar.

—Abre. —Le ignoró. Tenía sus propios motivos para odiar la Navidad y no pensaba celebrarla ahora. Ni con sus padres ni mucho menos con los Weasley—. He dejado un billete en la cómoda de la entrada.

Demasiados malos recuerdos.

Oyó como Harry abría la puerta y pagaba la pizza. Intentó concentrarse aún más en la película que emitían. Trataba sobre unos bichitos peludos que le habrían encantado a Hagrid de ser reales. No se había enterado muy bien –Harry había decidido soltar su discurso de la importancia de las fiestas justo cuando empezaba-, pero al parecer había tres normas básicas del criado de aquellos bichos.

Sonrió imaginando a Hagrid con ellos. Seguro que la cagaba en un tiempo récord.

La puerta volvió a cerrarse y en seguida notó la presencia de Harry junto a él.

—No lo digas —pidió cogiendo la caja y depositándola en la mesilla del salón, sin voltearse.

—¿El qué? ¿Que me parece deprimente? ¿O que pareces un muggle amargado?

Draco abrió la caja y tomó uno de los trozos de pizza. Sabía que le molestaba, pero no era justo. Harry no podía proyectar en él sus expectativas sobre una fiesta.

—Puedes quedarte discutiéndolo conmigo o puedes llegar a tiempo para ayudar a la señora Weasley a poner la mesa—comentó metiéndose la porción en la boca.

Harry abrió la boca, pero debió de cambiar de opinión, porque únicamente suspiró antes de añadir:

—Feliz Navidad, Draco.

No contestó. Simplemente se reacomodó en el sofá, con las piernas en alto, subió el volumen de la tele y cogió una segunda porción. Iba a ser una noche muy larga.


Abrió los ojos de golpe, dando un respingo. La tele seguía sonando –de la película de los bichitos peludos había dado paso a una sobre un joven con antifaz y espada- y la casa parecía vacía. Miró la hora. Eran pasadas las doce.

Harry se quedaría en casa de los Weasley hasta que amaneciera.

Estaba solo.

Le dolía la espalda, probablemente de una mala postura en el sofá. Y estaba completamente agotado. Apagó la televisión con el mando y se estiró, dispuesto a mudarse a la cama, cuando…

—Merlín te bendiga. Si llego a oír una vez más eso de que "Como desees" me habría envenenado con cicuta.

Tragó saliva.

Giró la cabeza. Lentamente, muy lentamente. Conocía esa voz, la habría reconocido en cualquier parte. Solo que su propietario llevaba muerto muchos años.

Demasiados.

—¿Profesor Snape? —balbuceó sintiéndose como si tuviera otra vez catorce años y Snape lo hubiese pillado fuera de la cama a deshora.

—Ya era hora de que te despertaras. No tengo todo el tiempo del mundo, ¿sabes?

Estaba exactamente igual como lo recordaba. Con la piel cetrina, delgado y el cabello grasiento cayéndole a ambos lados de la cara. Incluso su túnica era igual que siempre.

—Creo que he bebido demasiado —murmuró cerrando con fuerza los ojos. Tras un instante, se animó a volver a abrir uno de ellos.

Seguía allí.

—No me hagas perder el tiempo: tenemos prisa.

—¿Qué?

Snape le miró de manera autoritaria. Con esa mirada que solo él sabía poner. No muy seguro de lo que estaba haciendo, se levantó del sofá.

—Pareces un muggle —comentó Snape con evidente desagrado.

Draco hinchó su pecho, dispuesto a protestar largo y tendido. Y, sobre todo, explicar por qué era Harry el que parecía un muggle y él era, únicamente, un superviviente que se adaptaba al medio en el que tenía que vivir.

—Debería cambiarme —dijo, sin embargo. Era cierto que llevaba uno de los horrorosos conjuntos que usaba Harry para entrenar. Pero eran tan cómodos…

Snape bufó, dando un paso hacia él. Draco, instintivamente, se echó hacia atrás. Trastabilló y cayó sobre el sofá.

En cuanto colocó una de sus manos sobre él, la habitación empezó a dar vueltas. Instintivamente, y por miedo a caer, cerró el puño alrededor del brazo de Snape. Notaba que su estómago empezaba a dar vueltas –demasiada Pizza. Demasiada cerveza. El mareo empezó a extenderse por todo su cuerpo.

Y entonces todo se detuvo.

—Encantador —murmuró Snape señalando su agarre. Draco lo soltó como si quemara.

Estaban en un salón amplio, de paredes sonrosadas y muebles pasados de moda. Había un televisor –pequeño y muy abultado- que vomitaba uno de esos programas de Navidad que le ponían tan negro. Frente a él estaba un niño gordito, con el pelo rubio y unos ojos azules llorosos clavados en la pantalla.

—¿Dónde estamos?

Snape, que se había colocado rápidamente a su espalda, esbozó una sonrisa maliciosa.

—Pronto lo sabrás —contestó enigmáticamente.

Draco arrugó el ceño, considerando sus opciones. ¿Sería aquel reflejo de Snape la mitad de bueno batiéndose en duelo que el real?

—Estoy soñando, ¿verdad?

—No seas tan impaciente.

Draco se cruzó de brazos y golpeó el suelo con sus pies. Iba descalzo, pero como el suelo había sido enmoquetado la sensación resultaba agradable. Parecía que no iba a pasar nada hasta que un hombre gordo, muy gordo, entró en el salón.

Lo reconoció al instante.

Lo había visto muchas veces en la Estación de King Cross, yendo a recoger a Harry.

—¿Estamos en casa de los tíos de Harry?

El hombretón se dejó caer contra el niño, que Draco supuso que debía de ser su hijo, y le pasó un brazo por los hombros.

—Sí.

Draco arrugó el ceño y miró a su alrededor. Era una casa simple, muggle y anticuada. Llena de fotografías de aquel niño con sus dos padres –el hombre gordo y una mujer con la cara alargada.

—¡Date prisa o no te quedará pastel! —Llegó una voz aguda desde el otro lado de la casa.

Draco arrugó el ceño y la siguió con un mal presentimiento. Pasó el pasillo –las escaleras, la alacena, y terminó de abrir la puerta de la cocina.

Por supuesto, allí estaba Harry. Tendría, como máximo, nueve años y estaba secando unos platos recién lavados con un trapo. Llevaba una camisa que le llegaba hasta las rodillas, arremangada, y unos pantalones ridículamente anchos. Parecía el único que no estaba de celebración.

La mujer –engalanada con un traje fucsia y peinada con esmero- salió de allí, obligando a Draco a apartarse bruscamente para no ser atropellado.

—¿Qué se supone que significa esto? —preguntó con desagrado girándose hacia Snape.

—Crees que es Potter el que se tiene que solidarizar contigo. Quizá sea el momento, Merlín me perdone por decir esto, de que aprendas que no eres el centro del universo.

Lo peor de todo es que ni siquiera parecía triste. Solo concentrado en su tarea. Draco tragó saliva, intentando concentrarse en que aquello no era real. En que no iría a verlos en cuanto despertara –o lo que fuera- para lanzarles un par de maldiciones.

—Suficiente.

—Solo una cosa más —insistió Snape tirando de él de nuevo hacia el salón.

Siguieron a Harry hasta el salón, donde le esperaba la feliz familia.

—Fíjate.

Draco no necesitó que se lo dijera dos veces. Su tía le había ofrecido con expresión severa una porción de pastel tan fina que daba lástima. Y el muy estúpido de Harry sonreía como si le hubieran dado todo lo que quería.

Sentía asco. Asco por los tíos de Harry. Por su primo, que prácticamente se había servido la mitad de la tarta. Por él mismo, que estaría al otro lado del país mordisqueando los postres antes de que se sacaran.

Buscando que los elfos se metieran en un lío.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó volteándose hacia Snape.

Solo que, Snape ya no estaba.


Continuará.