CAMUS
Llevaba 13 años entrenando duramente en las gélidas tierras de Siberia para llegar a este momento. Aún podía recordar el día en que su maestro le salvó la vida en las calles de París, evitando que muriera congelado a la tierna edad de tres años.
FLASHBACK
Era un niño sin hogar, uno de tantos como había en la capital francesa en esos tiempos. Nunca llegó a conocer a sus padres, de hecho no sabía nada de ellos, ni quienes eran, ni porqué le tuvieron, ni los motivos que les empujaron a abandonarlo en aquel horrible orfanato.
Nunca nadie se había preocupado por él, aquellos destinados a cuidarle en la institución realmente no le prestaban atención, ni a él ni a ninguno de los otros niños que compartían su mismo destino. No tenía amigos, no era fácil entablar relación con almas tan desgarradas como las que le rodeaban. Por eso decidió escapar esa noche, sin ser consciente de que no podría sobrevivir al invierno parisino durmiendo a la intemperie.
Tras saltar la verja, corrió sin rumbo hasta que sus piernas se negaron a moverse, obligándole a sentarse apoyado en una sucia pared. Realmente no merecía la pena tanto esfuerzo puesto que nadie se dio cuenta de su desaparición y por lo tanto nadie acudió en su búsqueda. No era más que un niño perdido y asustado, sólo en la inmensidad de la ciudad de la luz; demasiado insignificante para que nadie se fijase en él.
La temperatura bajaba con asombrosa rapidez haciendo que el pequeño tiritase intensamente, sus labios estaban ya azulados y comenzaba a pensar con lentitud. El mundo a su alrededor se iba tornando cada vez más y más oscuro, apenas sentía sus piernas.
No recordaba el momento en que aquel hombre, destinado a ser su maestro, lo recogió y lo llevó a su hotel, dándole calor, comida y tomándolo como pupilo, empujando así al joven francés a un destino poco común entre los humanos: el ser un caballero legendario.
Después de tantos años los recuerdos le inundaban, bendiciendo una y mil veces la suerte que tuvo de haber podido salir de aquella. Su maestro fue muy duro con él, pero no era para menos, Camus debía convertirse en el Caballero de oro de Acuario, uno de los más poderosos de la orden y por lo tanto su entrenamiento debía ser escrupulosamente estricto. Sin embargo, aquel que lo martirizaba bajo las terribles tormentas Siberianas también era la única persona en el mundo que parecía haberlo tomado en consideración; de su maestro lo aprendió todo, no solo lo referente a la casa de Acuario, sino también todo lo demás; él le enseñó a leer y le proporcionó los libros que acabaron por convertirlo en un apasionado del placer de la lectura. Él le enseñó cómo era el mundo y su historia, le habló de los dioses y sus guerras, de las religiones y sus seguidores, del odio y del amor. En definitiva, todo lo que sabía se lo debía íntegramente; más que un maestro se había convertido en un padre.
FIN FLASHBACK
Acababa de llegar a Grecia, al Santuario Sagrado de Atenea, donde debía someterse a las últimas pruebas para mostrarse digno heredero de la tan ansiada armadura. Su maestro le había dejado sólo puesto que había tenido que partir aunque no le había contado a dónde. No era la primera vez que se ausentaba y Camus debía continuar él sólo sus entrenamientos, pero ahora todo era distinto; ya no estaba en su adorada Siberia, sino en un lugar extraño al que aún no se acostumbraba y además debía entrenar con otro caballero; nunca antes había tenido una compañía distinta de la de su maestro y dudaba seriamente de poder encontrarse cómodo bajo las órdenes de otro hombre. Pero si su maestro y el Patriarca habían decidido que aquello era lo más conveniente, él no protestaría. Además seguro que podría aprender algo importante de un caballero dorado.
Muchos eran los pensamientos que se arremolinaban en la mente del francés mientras esperaba pacientemente la llegada de aquel designado para ser su instructor en las semanas siguientes. Estaba en el punto indicado a la hora correcta pero aún no había llegado nadie. Se entretenía observando el hermoso paisaje que la localización le brindaba. Estaba en una zona elevada y podía verse todos los pequeños pueblos del valle a lo lejos, repletos de vida y color, agradecidos de poder vivir bajo el hermoso sol griego, disfrutando de su calor, algo que para Camus era totalmente nuevo.
Era en verdad una tierra cargada de belleza, muy distinta a todo lo que había conocido hasta aquel momento; París, su ciudad natal, la recordaba vagamente como un sitio donde la necesidad de las gentes opacaba la belleza del lugar y Siberia, bueno pocas cosas en el mundo pueden compararse a la hermosura del sol reflejándose sobre los eternos hielos de los glaciales, construyendo un idílico mundo de cristal, una ilusión que podía transformarse en muerte si el espectador se dejaba llevar por lo que sus ojos contemplaban.
Aquí las cosas parecían más simples, la vida era fácil, la tierra fértil, el clima cálido y las gentes... bueno, de eso no sabía mucho; sólo había hablado con el Patriarca y con el aprendiz de Escorpio, quien por cierto resultó ser terríblemente divertido. Sonrió pensando en Milo, era su primer y único amigo, alguien junto al cual valdría la pena luchar.
SAGA
Aquello era el colmo. Él era un caballero dorado, el caballero de Géminis! había trabajado muy duro para lograrlo, había tenido incluso que enfrentarse contra su propio hermano para ganar la armadura y ahora le decían que tenía que hacerle de niñera a un estúpido aprendiz francés que seguro que ni siquiera hablaba bien su idioma.
¿Por qué no se ocupaba Kanon de él?. Al fin y al cabo Kanon no era nada, no tenía responsabilidades de ningún tipo y seguro que agradecía el tener algo que hacer. Además al menor de los gemelos siempre se le habían dado mucho mejor las relaciones sociales. Definitivamente este era un trabajo para Kanon. Quizás así dejaría tranquilas a las muchachas del pueblo.
Desde que Saga obtuvo la armadura, Kanon ya casi ni entrenaba, se dedicaba a vivir alegremente disfrutando de cosas banales sin tomar ningún tipo de responsabilidad.
No es que Saga fuera precisamente un santo; sus correrías amorosas eran conocidas por todo el mundo, dado que contaba con un excelente físico y un tremendo atractivo tan solo comparable con el del aprendiz de Escorpio. Pero había sabido compaginar sus escarceos amorosos con el resto de tareas que desempeñaba sin descuidar en ningún momento sus responsabilidades.
Y eran precisamente todos esos trabajos junto con el de cuidar de un templo compartido con un hermano que no hacía nada por mantenerlo en orden lo que le hacían llegar tarde a la cita con el dichoso francesito. Odiaba tener que llegar corriendo a los sitios y eso era lo que se veía obligado a hacer en ese mismo instante.
Sólo entonces lo vio. Habia un hombre parado en el mirador de la colina, en pie mirando hacia el valle. ¿Un hombre? quizás no; más bien parecía una visión. Una figura alta y bien formada en pie dándole la espalda y ofreciendo como única pista de su aspecto una larga y abundante mata de pelo rojo como el fuego que se movía salvajemente por acción del viento; le estaban esperando.
El ruido de los pasos de Saga hizo que la figura voltease obligando al geminiano a pararse en seco intentando asumir lo que sus ojos le mostraban. Unos ojos tan azules que parecían imposibles le miraban, obligándolo a sumirse en ellos. Largas y rizadas pestañas los enmarcaban dotándolos aún de más profundidad. La piel era pálida y unas graciosas pecas adornaban su nariz colocándose en hilera sobre sus pómulos. Los labios eran finos y delicados, de un rojo que rivalizaba en intensidad con el de su cabello.
Definitivamente era hermoso, todo lo bello que un hombre podía ser, o al menos eso le pareció a Saga.
El muchacho se volvió del todo, observando con curiosidad al recién llegado. Era un hombre mayor que él, tanto en edad como en altura. Sus cabellos azules y rebeldes estaban sueltos permitiendo que el viento les colocara a su capricho. Pero lo que más le llamó la atención fueron dos enormes esmeraldas que brillaban furiosamente en su rostro y se clavaban en sus zafiros impidiéndole ver nada más.
Caminaba hacia él con paso seguro, presumiendo una piel tostada y unos labios seductores, labios que repentinamente se abrieron dejando escapar palabras pronunciadas por la más melodiosa de las voces.
S: Eres tú el aprendiz de Acuario?
¿Acaso el caballero no había podido acudir y por eso mandaron a aquel hombre a avisarlo?. Si eso era así, pensó Camus, ojalá nunca jamás se acordara de que debía entrenarle.
C: sí soy yo. Mi nombre es Camus
"Camus, qué hermoso nombre, acorde con su dueño. Y aquella manera de pronunciar del chico..." Saga se sintió volar durante un segundo, perdido en el azul profundo de aquellos ojos, se le olvidó para qué estaba allí solo deseaba besar los labios que continuaban hablando, que se movían en aquel preciso instante solo para él.
C: mi maestro ha tenido que ausentarse y junto con el Patriarca decidió dejarme al cuidado de un caballero dorado quien se suponía vendría hoy aquí.
S: yo soy ese caballero Camus, yo seré tu maestro las próximas semanas. Mi nombre es Saga, caballero dorado de Géminis.
Camus abrió los ojos todo lo que podía, aquel hombre seria su instructor? Era él al que esperaba? Dioses! estaba ante un caballero del más alto rango y él, un simple aprendiz, le había hablado sin ningún respeto. Inmediatamente agachó la mirada e hincó la rodilla derecha en el suelo haciendo una reverencia.
C: disculpad mi osadía señor, lamento el poco respeto con el que me he dirigido a vos; no sabía quien erais y pensé que quizás veníais a avisarme del retraso del caballero al que esperaba.
Saga no pudo evitar sonreír ante la actitud del joven. Si bien es cierto que él era un dorado, no estaba acostumbrado a que le tratasen de forma tan reverencial, ninguno de los otros aprendices del Santuario le había otorgado semejante honor, de hecho incluso cierto aprendiz de bicho tuvo en una ocasión la osadía de pellizcar su "geminiano trasero" con el objeto de "comprobar de primera mano la buena consistencia del mismo".
Saga era un caballero responsable y digno de su armadura, pero no ello olvidaba su juventud y alegría y siempre gustaba de la presencia de otros como él, aunque no igualaran su rango.
S: levántate Camus, no has cometido ninguna falta. Puedes tratarme como a tu igual si así lo deseas, no estoy interesado en que me reverencien.
C: pero señor, vos sois mi instructor y yo tan solo un aprendiz¿cómo podría?
S¿Señor¿Tan viejo me ves?
C: no señor, es decir, yo...
Estaba en un verdadero aprieto, todas las respuestas que se lo ocurrían le parecían estúpidas, irrespetuosas o cuando menos absurdas.
S: levántate ya Camus, tenemos que entrenar. Llámame Saga y no te preocupes por todas estas tonterías, si hemos de trabajar juntos tenemos que crear buen ambiente, no crees?
El pobre francés no sabía qué hacer ni qué decir, aquel hombre le tenía totalmente confundido. ¿Cómo olvidarse de las normas de cortesía frente a aquel destinado a ser su maestro aunque fuese solo de manera temporal?. Y sin embargo, no pudo evitar reconocer que le encantaría poder llegar a conocerle. Había algo en él, algo que Camus no sabía identificar pero que nunca había encontrado en ningún otro.
Finalmente se levantó y estrechó la mano que el griego ofrecía. Aquel contacto era suave y firme al mismo tiempo, cargado de una calidez que ascendió por su brazo hasta sus mejillas coloreándolas con un gracioso todo rosado.
C: de acuerdo Saga, como usted... como tú digas
Qué bello se veía con las mejillas sonrosadas, era un ángel y estarían juntos durante al menos tres semanas. Con esos pensamientos en su cabeza Saga esbozó una sonrisa, la primera de las muchas que seguirían.
Unos ojos esmeraldas observaban divertidos la escena, aquel apretón de manos duró mucho más de lo necesario, parecía como si sus dueños no deseasen romper el contacto. Milo tuvo que reconocer que la escena era inigualable, Saga frente a Camus, caballero frente a aprendiz, azulino frente a pelirrojo, esmeraldas frente a zafiros, experiencia frente a inocencia... todo ello enmarcado en la hermosa vista que ofrecía la colina con los almendros recién florecidos, el viento azotando sin piedad sus cabellos y los ojos de ambos clavados en las pupilas del contrario.
M: parece que los próximos entrenamientos serán muy interesantes para ti francesito y tú, Saga jeje, esta noche me pasaré por tu casa – susurró con una arrebatadora sonrisa mientras se iba a continuar con sus deberes.
