Esta historia esta inspirada en los personajes de CCS que pertenece a Clamp

y en la obra de Johanna Lindsey

La adaptación se realiza sin fines de lucro


El relato se ubica en un universo alterno, por lo que las personalidades de los personajes, varíen según el desarrollo de la trama.


Capítulo 1¿Los Opuestos se atraen?

Londres, 1844

Se avecinaba otro aguacero primaveral, pero Sakura Saint John hizo poco caso del cielo encapotado que pendía pesadamente sobre ella. Distraída se desplazaba por el jardincillo, cortando rosas rosadas y rojas que más tarde dispondría para su propia satisfacción, en un jarrón para su sala de visitas y otro para su hermana Tomoyo. Su hermano Touya estaba ausente, en su típico empeño de divertirse en alguna parte, por lo cual no necesitaba flores para adornar una habitación donde casi nunca dormía. Y a su padre, le desagradaban las rosas, así que no cortó ninguna para él. "Dadme azucenas o lirios, o hasta margaritas silvestres; pero guardaos esas rosas tan empalagosas para vosotras, las niñas".

A Sakura no se le ocurriría obrar de otro modo. En tal sentido, era adaptable. Por eso cada mañana se enviaba un criado en busca de margaritas silvestres para el conde de Strafford, aunque no fuesen fáciles de encontrar en la ciudad.

-Eres una maravilla, mi querida Sakura -solía decir su padre, y Sakura aceptaba entonces el cumplido como justo.

No era que ella necesitara elogios; ni mucho menos. Lo hacía por orgullo propio, para su autoestima. Le encantaba que la necesitaran, y la necesitaban. Tal vez el conde Saint John, su padre, fuera el jefe de la familia, pero era Sakura quien dirigía la casa, y ante ella cedía él en todos los aspectos. Tanto la Mansión Moldes, aquí en la Plaza Cavendish, como la Residencia Brockley, la finca rural del conde, eran los dominios de Sakura. Ella era la anfitriona de su padre, su ama de llaves y su administradora. Tenía a raya las trivialidades domésticas y los problemas con los arrendatarios, lo cual dejaba al conde libre de preocupaciones para meterse en política, su pasión.

-Buenos días, Sakura¿Vienes a desayunar conmigo?

Cuando alzó la vista, Sakura vio a Tomoyo asomándose por la ventana de su dormitorio, desde donde se divisaba la plaza.

-Ya he desayunado, cariño, hace varias horas- contestó Sakura con voz apenas audible. No era propensa a gritar cuando podía evitarlo.

-¿Café, entonces? Por favor -insistió Tomoyo- Necesito hablar contigo.

Sakura sonrió asistiendo; luego llevó adentro su cesto de rosas. A decir verdad, había estado aguardando pacientemente a que su hermana se despertara, para poder hablar con ella. Sin duda ambas pensaban en el mismo tema, pues las dos por separado habían sido llamadas al estudio del conde la noche anterior, pero por la misma razón: lord Eriol Seymour.

Lord Eriol era un joven elegante, de apostura diabólica, que había tomado por asalto a la inocente joven Tomoyo. Se habían conocido a comienzos de la temporada de ese año, la primera de Tomoyo, y desde entonces la pobre muchacha no había mirado a ningún otro hombre. Estaban enamorados. Pero ¿quién era Sakura para mofarse tan sólo porque pensara que esa emoción era tonta y un desperdicio de energía que era mejor dedicar a alguna actividad útil? Estaba contento por su hermana menor, o al menos, lo había estado hasta la noche anterior.

Mientras se encaminaba hacia la escalera, hizo correr a los criados para cumplir sus órdenes: enviar arriba una bandeja con el desayuno, llevar la correspondencia a su oficina, enviar al conde un recordatorio de que lord Sheldon tenía una entrevista esa mañana y llegaría dentro de media hora; despachar dos doncellas al estudio del conde para asegurarse de que estuviera en orden para recibir un huésped (su padre no se distinguía por su pulcritud) y llevar jarrones con agua a la sal de visitas de Tomoyo. Ella arreglaría las rosas mientras conversaban.

Si Sakura hubiese sido de las que postergan las cosas, habría eludido a Tomoyo como la peste. Sin embargo, no era esa su actitud. Aun cuando no estaba segura todavía de lo que se proponía decir exactamente a su hermana, estaba segura de que no rechazaría el ruego de su padre.

-Tú eres la única a quien ella escuchará, Sakura –le había dicho su padre la noche anterior-. Debes hacer comprender a Tomoyo que yo no me he limitado a formular amenazas ociosas. No permitiré que mi familia se asocie con este farsante. Sabes que no acostumbro a ser autocrático. Eso te lo dejo a ti, Sakura. –Ambos sonrieron por esto, pues ella podía realmente ser despótica cuando se justificaba, aunque eso era poco habitual, ya que todos se esmeraban para complacerla. Su padre continuó su defensa-. Quiero que mis hijas sean felices. No dicto la ley, como ciertos padres.

-Eres muy comprensivo.

-Me agrada pensar que es así, desde luego.

Era verdad. Saint John no interfería en las vidas de sus hijos, lo cual no quería decir que se despreocupara. Ni mucho menos. Pero si uno de ellos se metía en aprietos –más exactamente, cuando Touya se metía en aprietos-, encomendaba a Sakura arreglar el enredo. Todos dependían de ella para que las cosas anduvieran sin tropiezos.

-Pero te pregunto, Sakura¿qué otra cosa podía hacer yo? Sé que Tomoyo cree estar enamorada de este mozo. Probablemente lo esté, en efecto. Pero lo mismo da. He sabido por las mejores fuentes que Seymour no es lo que afirma ser. Está a un paso de ir a la cárcel por deudas. ¿Y qué me dijo a esto esa muchacha? "No me importa", dijo. "Me fugaré con Eriol si es necesario." Vaya señorita impertinente. –Y luego, en un tono más sosegado, un tono pleno de incertidumbre-: No se fugará realmente¿o sí, Sakura?.

-No, estaba tan sólo alterada, padre –lo había tranquilizado Sakura-. Tomoyo dijo simplemente lo que necesitaba decir para aplacar su dolor y su desengaño.

La noche anterior, Tomoyo se había ido a la cama llorando. Sakura se había acostado entristecida por su hermana, pero era demasiado práctica para permitir que ese giro de los acontecimientos la deprimiera. Se sentía responsable en parte, porque había sido la acompañante habitual de su hermana y, de hecho, había estimulado el creciente cariño entre los dos jóvenes. Pero no podía permitir que eso influyera en ella. Todo se reducía a un solo simple hecho: Tomoyo ya no podía casarse con lord Seymour. Era necesario hacérselo ver y aceptar.

Llamó a la puerta una sola vez antes de entrar en el dormitorio de Tomoyo. Su hermana menor estaba todavía desaliñada, con un peinador de seda rosa sobre su camisón de lienzo blanco. Se la veía exquisita en su melancolía, con los suaves labios vueltos hacia abajo en las comisuras. Pero, claro está, pocas cosas podían disminuir la deslumbrante belleza de Tomoyo Saint John.

Las dos hermanas se parecían tan sólo en la altura, pues Tomoyo poseía hermosos ojos zafiros mientras Sakura tenia ojos ni verdes ni azules, sino de una sutil mezcla de ambos colores. La mayoria de los Saint John poseían estos ojos de color esmeralda claro, bordeados por un verde azulado más oscuro. Los criados solían jurar que los ojos de Sakura se iluminaban con una luz impía cuando algo la desagradaba. Falso. Era sólo el color claro y el hecho de que sus ojos, que a su criterio eran su único rasgo bueno, tendían a hacer que el resto de sus facciones se esfumaran en la nada.

Para Tomoyo, el bello color zafiro complementaba su cabello oscuro, y las armoniosas líneas de su rostro. Tenía una belleza clásica, heredada de su madre. Touya y Sakura se parecían a su padre, con cabello castaño oscuro, una altiva nariz patricia, barbilla enérgica y tenaz, pómulos altos y aristocráticos, y labios llenos, generosos. En Touya, estos rasgos producían un hermoso semblante. En Sakura, eran demasiado severos. Era muy menuda para que se beneficiase con el efecto arrogante de esos rasgos.

Pero lo que a Sakura le faltaba en belleza, lo compensaba con personalidad. Era una mujer cálida y generosa, de personalidad multifacética. A Touya le gustaba burlarse de ella diciendo que era tan versátil, que debería haberse dedicado al teatro. De un modo muy natural, podía adaptarse a cualquier situación, ya fuese para hacerse cargo o para colaborar humildemente, si otros dirigían. Sin embargo, no todas sus cualidades eran innatas. Mucho había aprendido durante el año en que había sido una de las doncellas de la reina Victoria. Si la vida de la corte enseña algo, es versatilidad y diplomacia.

Eso había sido dos años atrás, después de su propia primera temporada, que había sido un fracaso estrepitoso. Ya tenía veintiún años, pronto cumpliría veintidós, y se la consideraba definitivamente dejada a un lado. Ese era un término antipático, tan malo como "solterona". Eso se murmuraba de ella, pero no era lo que ella misma se consideraba. Sakura estaba plenamente decidida a casarse algún día, con un hombre reposado, mayor, no guapo y elegante, como los hombres a quienes buscaban todas las jóvenes debutantes, pero tampoco desagradable. Ninguna de sus amistades negaría que ella podría ser una esposa excelente. Pero no estaba lista todavía para ser esa esposa. Su padre la necesitaba todavía, su hermana la necesitaba, hasta Touya la necesitaba, ya que sin ella tendría que admitir sus responsabilidades como heredero del conde, cosa que no tenía deseo alguno de hacer por el momento.

Con un ademán, Tomoyo despidió a su joven doncella; luego buscó la mirada de Sakura en el espejo, sobre su tocador.

-Sakura¿te ha contado papá lo que ha hecho?

Qué expresión tan angustiada... Los ojos de Tomoyo brillaban, muy cerca del llanto. Sakura sintió compasión, pero sólo porque era su hermana quien sufría. Simplemente no podía entender tanta emoción dedicada a algo tan tonto como el amor.

-Sé lo que ha hecho, cariño, y estoy segura de que has llorado hasta hartarte por eso, de modo que ahora anímate. No más lágrimas, por favor.

Sakura no se proponía mostrarse tan fría. Deseaba realmente poder entender. Suponía que era demasiado pragmática. Estaba firmemente convencida de que si no se podía ganar después de agotados todos los recursos, había que rendirse y ver el lado bueno de la situación. Nadie iba a sorprenderla golpeándose la cabeza contra un muro.

Tomoyo se volvió con presteza sobre su pequeño escabel de raso, y dos gruesas lágrimas rodaron por la blanca extensión de sus mejillas.

-Para ti es fácil decirlo, Sakura. No es a tu prometido a quien papá ha rechazado y echado de la casa.

-¿Prometido?

-Pues claro. Antes de venir a pedir la bendición de papá, Eriol me lo preguntó y yo acepté.

-Entiendo.

-¡Oh, no me hables en ese tono, por favor! –gritó Tomoyo- ¡No me trates como a una criada que ha cometido una falta!

-Lo siento, Tomoyo –dijo con sinceridad-. Sé que yo misma nunca estuve en esta clase de situación, por eso no me es fácil concebir...

-¿Nunca has estado un poquito enamorada, tan sólo una vez? –insistió Tomoyo, esperanzada. Sakura era la única que podía persuadir a su padre para que cambiara de idea, pero si no se daba cuenta de lo importante que era...

-Sinceramente, Tomoyo, tú sabes que no creo en... Lo que quiero decir es que...

La expresión implorante de su hermana menor estaba haciendo muy difícil aquello. La criada, al llegar con el desayuno en una bandeja, la salvó de decir la verdad: que se sentía enormemente afortunada por ser una de las pocas mujeres de su época que podían ver el amor de manera práctica. Era una emoción necia e inútil. Producía altibajos en los sentimientos que no tenían por qué desordenar la vida de las personas. Pero Tomoyo no quería oír que o que estaba sintiendo en ese momento era ridículo. Necesitaba comprensión, no escarnio.

Tomando la humeante taza de café que le ofrecía la criada, Sakura se acercó a la ventana. Esperó hasta oír que la criada salía y cerraba la puerta; luego se volvió hacia su hermana, que no se había movido hacia la bandeja con su desayuno.

-Hubo un joven que, según creí, me gustaba –dijo titubeante Sakura.

-¿Te amaba él?

-Ni siquiera se daba cuenta de mi existencia –repuso Sakura, pensando en el joven a quien ella había considerado tan guapo-. Nos vimos durante toda la temporada, pero cada vez que conversábamos, él no parecía verme. Era a las damiselas más atractivas a las que agasajaba.

-¿Entonces has sufrido?

-No... lo siento, cariño, pero verás, yo era realista ya entonces. Ese joven era demasiado guapo para interesarse por mí, aun cuando no estaba en tan buena situación económica y yo soy muy buen partido, es decir, financieramente. Supe que no tenía la menor probabilidad de echarle mano, por eso no me molestó no lograrlo.

-Entonces no lo amabas en realidad –suspiró Tomoyo.

Sakura vaciló, pero finalmente sacudió la cabeza.

-El amor, Tomoyo, es la única emoción predestinada a morir con notable regularidad. Fíjate en tu amiga Marie. ¿Cuántas veces ha estado enamorada desde que la conoces? Cinco o seis por lo menos.

-Eso no es amor, sino apasionamiento. Marie no tiene edad suficiente para experimentar verdadero amor.

-¿Y tú sí, a los dieciocho años?

-¡Sí! –repuso Tomoyo con énfasis-. Oh, Sakura¿por qué no puedes comprender¡Yo amo a Eriol!

Era tiempo de llevar a fondo la dura verdad. Evidentemente, Tomoyo no se había tomado a pecho el sermón de su padre.

-Lord Seymour es un cazafortunas. Perdió toda su herencia en el juego, hipotecó sus fincas y ahora necesita casarse por dinero, y , Tomoyo, eres dinero.

-¡No lo creo¡Jamás lo creeré!

-Papá no mentiría respecto de algo así, y si lord Seymour te dice otra cosa, será él quien miente.

-No me importa. Me casaré con él de todos modos.

-No puedo permitir que hagas eso, cariño –dijo Sakura con firmeza-. Nuestro padre hablaba en serio... Te dejaría sin un chelín. Tú y Eriol seríais mendigos entonces. No permitiré que eches tu vida a perder por ese bribón.

-Oh¿cómo se me ocurrió que tal vez tú me ayudarías? –Clamó Tomoyo-. Tú no entiendes. ¿Cómo podrías¡Si no eres más que una vieja ciruela reseca! –Ambas lanzaron una exclamación simultánea-. ¡Dios mío, Sakura, no he querido decir eso!

La acusación dolió, sin embargo.

-Lo sé, Tomoyo –Sakura procuró sonreír, pero no lo consiguió.

Llegó otra criada trayendo los dos floreros con agua que ella había pedido. Sakura le indicó su propia sala de visitas; luego se dispuso a salir de la habitación, recogiendo su cesta con rosas. En la puerta se detuvo.

-No creo que debamos seguir hablando de esto durante un tiempo. Sólo quiero lo mejor para ti, pero en este preciso momento no puedes verlo.

Tomoyo se retorció las manos durante cinco segundos; después se incorporó de un brinco y fue en pos de Sakura, al otro lado del pasillo. Jamás había visto una expresión tan agobiada en el rostro de su hermana. Por el momento Eriol quedó olvidado. Tenía que reconciliarse con Sakura.

Con una seña, hizo salir a la criada de la vasta habitación. Entonces comenzó a pasearse de un lado a otro, pisando la gruesa alfombra que cubría el suelo de una pared a la otra. Sin hacerle caso, Sakura se dedicó a acomodar las rosas.

-¡No estás reseca! –exclamó Tomoyo-. ¡Y por supuesto que no eres vieja!

Sakura alzó la vista, pero todavía no logró sonreír.

-¿Pero a veces soy una ciruela?

-No, una ciruela no, tan sólo... tan sólo recatada y decorosa, que es como debes ser.

Entonces Sakura sonrió.

-Me volví de ese modo al tener que agasajar a tanto ancianos diplomáticos alemanes y españoles en el palacio. Tan pronto como se supo que yo hablaba ambos idiomas con fluidez, nunca me faltaron acompañantes para cenar.

-Qué aburrido – se compadeció Tomoyo.

-No digas eso... Fue fascinante oír hablar sobre otros países de primera mano, casi tan bueno como viajar, cosa que padre no me ha permitido hacer.

-¿Nunca has tenido que agasajar a ningún francés elegante? Hablas francés tan bien como si hubieras nacido allá.

-Pero también lo hacen todos los demás, cariño.

-Por supuesto –repuso Tomoyo, sin dejar de pasearse de un lado a otro.

No era suficiente. Sakura había sonreído, pero aún había dolor en su mirada. ¡Oh, esas horrendas palabras! Ojalá tuviera ella tanto control como Sakura. Sakura nunca decía nada que no quisiera decir.

Al dar la vuelta por la habitación, se acercó a la ventana que daba a la calle. El carruaje que se estaba deteniendo abajó le pareció conocido.

-¿Papá espera a lord Sheldon?

-Sí. ¿Ya ha llegado?

Tomoyo se apartó de la ventana asistiendo con la cabeza.

-Nunca me ha gustado ese viejo chivo pomposo. ¿Recuerdas cuando éramos niñas y tú derramaste esa jarra de agua por la ventana sobre la cabeza del viejo? Me reí tanto que... –Se interrumpió al ver una expresión traviesa en los ojos de Sakura. Dios, hacía años que no veía esa expresión-. ¡No te atreverás!

Sakura levantó el otro florero con agua y se acercó lentamente a la ventana. En ese instante, un lacayo de librea ayudaba a lord Seldon a apearse de su carruaje.

-No debes hacerlo, Sakura –le advirtió Tomoyo, pero sonreía de oreja a oreja-. Nuestro padre se enfureció la última vez. Ambas recibimos azotes¿recuerdas?

Sakura no dijo nada. Aguardó hasta que el confiado lord Seldon llegó a la puerta, bajo la ventana donde ella estaba, y luego derramó el contenido del florero. Se apartó, transcurrió un segundo, y a continuación la joven prorrumpió en risas contenidas.

-Dios santo¿has visto su expresión? –dijo Sakura entre jadeos-. Parecía un pescado muerto.

Al principio Tomoyo no pudo contestar, pues había abrazado a Sakura y reía con demasiada fuerza. Finalmente preguntó:

-¿Qué le dirás a papá? Se pondrá furioso.

Sí, indudablemente. Y yo le aseguraré que despediré a la torpe criada responsable de semejante afrenta.

-No te creerá –rió entre dientes Tomoyo.

-Claro que sí. No se dará cuenta, no se interesa por los problemas domésticos. Y ahora debo ir a ver a lord Seldon. No puedo permitir que me salpique todo el vestíbulo. Reza por mí, cariño, que pueda recibirlo muy seria.

Y lady Sakura Saint John salió rauda del aposento para hacer lo que mejor hacía: apaciguar y componer. Además, había logrado aliviar la tensión entre su hermana y ella.


Grandmère, ya llega!

La joven irrumpió en la habitación como un blanco borrón de encaje y seda. Sin mirar siquiera a su abuela, se dirigió corriendo a la ventana, desde donde podía observar la procesión de elegantes carruajes que avanzaban con lentitud por la larga calzada. Se le pusieron blancos los nudillos de aferrar el repecho de la ventana. Tenía sus ojos de color ambar oscuro dilatados por un miedo muy real.

-Ay Dios¿qué voy a hacer? –exclamó-. ¡Me azotará!

Lenore Cudworth, duquesa de Albemarle, cerró los ojos con un suspiro. Era demasiado anciana para tanto alarde teatral. Ese dramatismo no hacía falta a su edad. Y su nieta debería haber pensado en las consecuencias antes de deshonrarse.

-Vamos, sosiégate, Anastasia –dijo con calma Lenore-. Si tu hermano te azota, cosa que dudo seriamente, no será más de lo que mereces. Hasta tú debes admitirlo.

La princesa Anastasia se volvió con presteza y luego se quedó, rígida, retorciéndose las manos.

-Si, pero... ¡pero él me matará! Tu no sabes, Grandmère. Jamás lo has visto encolerizado. No tiene control sobre lo que hace. ¡No se propondrá matarme, pero antes de que él termine conmigo, estaré muerta!

Lenore vaciló, recordando a Shaoran Alexandrov tal como lo viera cuatro años atrás. Entonces, ya a los veinticuatro años, era un hombre inmenso, muy alto y con una musculatura bien asentada por el ejército ruso. Sí, era fuerte. Y sí, era capaz de matar con las manos limpias. Pero ¿a su hermana? No, a su hermana no, pese a lo que ella hubiese hecho.

La duquesa sacudió firmemente la cabeza.

-Puede que tu hermano esté furioso contigo, como bien debe estarlo, pero no habrá violencia.

-Oh, Grandmère¿por qué no quieres escuchar? –clamó Anastasia-. Shaoran nunca ha vivido contigo como yo. En toda su vida lo has visto cinco o seis veces, y nunca durante mucho tiempo. Yo vivo con él. Ahora es mi tutor. Lo conozco mejor que nadie.

-Has estado conmigo este último año –le recordó Lenore-. En todo este tiempo, ni siquiera le has escrito.

-¿Sugieres entonces que no es el mismo hombre, que habrá cambiado en tan sólo un año? No, los hombres como Shaoran nunca cambian. Es ruso...

-Medio inglés.

-¡Fue criado en Rusia! –insistió Anastasia.

-Viaja con frecuencia. Sólo pasa la mitad del año en Rusia, a veces ni eso siquiera.

-¡Sólo desde que salió del ejército!

Jamás se pondrían de acuerdo en cuanto a la personalidad de Shaoran. Según su hermana, era un tirano, tal como el zar Nicolás. Lenore sabía que eso no era cierto. Su hija, Anne, había contribuido a la personalidad de Shaoran. Petr Alexandrov no había regido de modo absoluto el desarrollo de su hijo.

-Sugiero que te calmes antes de que él entre –dijo entonces Lenore-. Estoy segura de que le disgustará tanto como a mí esta historia.

Al mirar otra vez por la ventana, Anastasia vio que el primer carruaje se detenía frente a la enorme mansión rural. Con una exclamación ahogada, se precipitó a través de la habitación para arrodillarse a los pies de Lenore.

-Por favor, Grandmère, por favor. Tienes que hablar con él. Debes interceder por mí. No estará tan furioso por lo que hice. No es ningún hipócrita. Será porque sus planes quedaron interrumpidos para venir en mi busca. Verás, él se fija metas y planea todo con mucha anterioridad. Puede decirte dónde estará el año próximo día a día. Pero si algo se interpone en sus planes, resulta imposible convivir con él. Tú enviaste por él. Le hiciste dejar de lado sus ocupaciones. Tienes que ayudarme.

Lenore finalmente vio el motivo de esa pequeña representación. Y ella espera hasta el último instante para que yo no tenga tiempo de pensarlo. Pero claro que Anastasia Petrovna Alexandrov era una joven inteligente. Consentida, mimada, con una personalidad sumamente voluble, pero inteligente.

¿Así que entonces ella debía calmar a la bestia salvaje¿Acaso tenía que ignorar el hecho de que esta jovencita había desobedecido en todas las circunstancias, se había mofado de las convenciones, había hecho sus propias reglas? Anastasia había rehusado incluso volver a Rusia después de estallar el más reciente escándalo. De no haber sido por eso, Lenore no habría tenido que enviar a buscar a Shaoran.

Miró fijamente aquel rostro exquisito, lleno de ansiedad. Su Anne había sido encantadora, pero los Alexandrov eran personas increíblemente bellas. La duquesa había ido a Rusia una sola vez, cuando Petr murió y Anne la necesitaba. Entonces había conocido a los demás retoños de Petr, sus tres hijos del primer matrimonio y también muchos hijos ilegítimos. Eran todos excepcionalmente hermosos, pero ella amaba a los dos que eran nietos suyos. Eran sus únicos nietos. Su hijo, el actual duque de Albemarle, había perdido a su primera esposa antes de que le diese hijos. Nunca se había vuelto a casar ni mostraba ninguna señal de hacerlo. Shaoran sería, en efecto, su heredero.

Lenore suspiró. Esta descarada chiquilla podía atarla a ella en torno de su dedo meñique. Era necesario que Anastasia se fuese de Inglaterra hasta que hubiese tiempo para que se olvidaran sus más recientes escándalos, pero Lenore sabía que volvería a invitar a la muchacha a que viniera. Tal vez la vida fuese turbulenta cuando ella estaba allí, pero siempre era interesante.

-Anda, ve a tu cuarto, hija mía –dijo entonces Lenore-. Hablará con ese mozo. Pero, tenlo en cuenta, no prometo nada.

Anastasia se incorporó de un brinco y le echo los brazos en torno del cuello.

-Gracias. Y lo siento mucho, Grandmère. Sé que he sido una carga para ti...

-Mejor para mí que para tu hermano, supongo, si es tan difícil convivir con él como dices. Ahora vete, antes de que lo traigan aquí.

La princesa huyó corriendo de la habitación, y justo a tiempo. Un minuto más tarde, el mayordomo anunció al príncipe Shaoran Petrovich Alexandrov. Al menos, el pobre hombre intentó anunciarlo. Sin esperar esas fruslerías, Shaoran entró en la habitación tan pronto se abrió la puerta y la llenó con su presencia.

Lenore quedó pasmada. ¡Dios santo¿Era posible que él fuese más guapo todavía que la última vez que ella lo viera? Sí, lo era. El cabello de un marron brillante, los penetrantes ojos ámbares, las cejas oscuras, muy marcadas: todo esto era igual. Pero a los veinticuatro años aún tenía algo de muchacho. Ahora era un hombre y no se parecía a ningún hombre que ella hubiese visto en sus sesenta y un años. Superaba incluso a su padre en el aspecto, y ella había creído que ningún hombre era más apuesto que Petr.

Con sus largas piernas recorrió la habitación velozmente; luego se inclinó muy formalmente. Al menos sus modales habían mejorado, pero ese porte tan imperioso... ¿era ese realmente su nieto? Y entonces sus dientes relampaguearon en una cautivadora sonrisa; sus manos estrecharon los hombros de la anciana. Esta hizo una mueca cuando él la alzó totalmente de su sillón para darle un resonante beso.

-Bájame, grandísimo pillo –casi gritó la duquesa- Ten en cuenta mi edad, por favor.

Estaba aturdida. ¡Qué fuerza! Después de todo, Anastasia tenía mucha razón en estar nerviosa. Si aquel gigante decidía propinarle la zurra que ella tanto se merecía...

-J'en suis au regret.

-¡Deja ya esa basura francesa! –dijo ella secamente-. Hablas bien el inglés. Te agradeceré que lo uses mientras estés en mi casa.

Shaoran echó atrás su leonina cabeza y rió con un sonido profundo, vivo, tan masculino... y aún sonreía cuando depositó a Lenore de nuevo en su sillón.

-He dicho que lo lamento, Babushka, pero tú has obviado totalmente mis disculpas. Veo que sigues siendo tan briosa como siempre. Te he echado de menos. Deberías ir a vivir a Rusia.

-Mis huesos jamás podrían soportar uno de esos inviernos, y tú lo sabes bien.

-Entonces, tendré que venir con más frecuencia. Ha pasado demasiado tiempo, Babushka.

-Oh, vamos, siéntate, Shaoran. Me duele el cuello de tener que mirarte desde abajo. Y llegas tarde.

Le había causado tal asombro, que ella no podía resistir el ponerse a la defensiva.

-Tu carta tuvo que esperar el deshielo primaveral del Neva antes de que pudiera llegar a mí –dijo él mientras echaba mano de la silla más cercana y la aproximaba a la duquesa.

-Sabía eso –replicó la anciana-. Pero sé también que tu barco llegó al puerto de Londres hace tres días. Te esperábamos ayer.

-Después de tantas semanas en mi barco, necesitaba un día para recuperarme.

-Santo Dios, es el modo más amable en el que he oído expresarlo. ¿Era bonita ella?

-Inconmensurablemente.

Si Lenore había tenido la esperanza de desconcertarlo con su franqueza, fracasó. Ni rubor, ni excusas; apenas una sonrisa indolente. Ella debería haberlo previsto. Según Sonia, la tía de Shaoran, que escribía con frecuencia a Lenore, a él nunca le faltaba compañía femenina, y la mitad de esa compañía la formaban mujeres casadas. Anastasia estaba en lo cierto. Él sería un hipócrita si le echaba en cara sus pocas indiscreciones, cuando las de él se contaban por centenares.

-¿Qué piensas hacer en cuanto a tu hermana? –arriesgó Lenore, ya que él estaba de buen talante.

-¿Dónde está ella?

-En su habitación. No está demasiado contenta de que tú estés aquí. Parece creer que serás un tanto severo con ella por haber sido llamado aquí para llevarla de vuelta a Rusia.

Shaoran se encogió de hombros.

-Admito que me irrité al principio. Este no era un momento conveniente para que yo saliera de Rusia.

-Lo siento, Shaoran. Nada de esto habría sido necesario si esa mentecata no hubiera hecho semejante escena cuando encontró a Anastasia en la cama con su marido. Pero en esa fiesta había más de cien invitados, y por lo menos la mitad acudió al rescate cuando se oyeron los gritos de la mujer. Y Anastasia, niña tonta, no tuvo el juicio suficiente para esconder la cabeza bajo las sábanas, para que no la reconocieran. No, se incorporó allí, en enaguas, y se puso a discutir con la mujer.

-Es lamentable que Anastasia no fuera más discreta, pero no me malinterpretes, Babushka. Los Alexandrov nunca han permitido que la opinión pública influyera en sus acciones. No, la culpa de mi hermana es no haber seguido tus dictados.

-Tan sólo fue testaruda y se negó a huir de la censura, otro rasgo que vosotros, los Alexandrov, tenéis en común, Shaoran.

-La defiendes demasiado, duquesa.

-Pues alivia mi espíritu y dime que no piensas azotarla.

Shaoran tardó un momento en cambiar de expresión; luego prorrumpió en risas.

-¿Qué te ha estado diciendo de mí esa niña?

Lenore tuvo el donaire de ruborizarse.

-Evidentemente desatinos –opinó en tono desapacible.

-Se rebelará ante eso, hijo mío. Más de una vez me ha dicho que el matrimonio no es para ella, y que sus opiniones al respecto provienen de ti por entero.

-Y bien, tal vez cambie de idea cuando se entere de que yo mismo pienso casarme antes de que termine el año.

-¿Hablas en serio, Shaoran? –inquirió Lenore con sorpresa.

-Completamente –replicó él-. Lo que ha interrumpido este viaje es mi noviazgo.


Sakura se aplicó otra compresa fría sobre la frente e inclinó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el sofá. Después de su reunión matinal con los criados, para asignarles tareas, se había retirado a su habitación. Y esa terrible jaqueca que no se mitigaba. Pero tal vez hubiera bebido demasiado champaña la noche anterior, en su baile. Eso no era nada habitual en ella. Pocas veces bebía licores en las fiestas, y nunca cuando era ella la anfitriona.

Su doncella, Lucy, recorría el dormitorio poniéndolo en orden. La bandeja que había llevado con el desayuno permanecía intacta. Todavía no podía digerir siquiera la idea de comer.

Sakura emitió un largo suspiro. Afortunadamente, el baile de la noche anterior había sido un éxito, pese a su leve embriaguez. Hasta Touya se las había arreglado para aparecer. La velada misma nada tenía que ver con su jaqueca del momento. Había sido causada por Tomoyo, y por el mensaje que había entregado su doncella cuando empezaban a llegar los primeros invitados: que como Eriol no había sido invitado al baile, ella tampoco asistiría.

Era increíble. Ni una palabra de Tomoyo en toda la semana, desde aquella conversación; ni un suspiro, ni una lágrima. Sakura había creído verdaderamente que Tomoyo había aceptado la situación, y se había enorgullecido de ella, de lo bien que manejaba esa cuestión. Y entonces, de buenas a primeras, este giro en redondo, este mensaje que probaba sin lugar a dudas que Tomoyo no se había olvidado de Eriol ni mucho menos... lo cual le hacía preguntarse por qué no había habido más lágrimas si era así en realidad.

¿Qué demonios debía pensar ella? En ese momento preciso no podía pensar nada con su dolor de cabeza.

Un fuerte golpe en la puerta le hizo hacer una mueca. Entró Tomoyo, vestida con una hermosa túnica verde musgo de seda, un atuendo para salir. Sostenía una toca de seda en la mano y llevaba bajo el brazo una sombrilla de encaje.

-Me ha dicho Martha que no te sentías bien, Sakura.

Ninguna mención de su ausencia la noche anterior, ni siquiera una expresión de culpa. Y después de todas las molestias que se había tomado Sakura para el baile, eligiendo solamente a los hombres solteros más aceptables con la esperanza de que alguno atrajera el interés de Tomoyo. En fin, el baile no había sido ninguna molestia en realidad. Agasajar a doscientas personas era algo trivial cuando se sabía cómo hacer para que todo anduviera sin tropiezos.

-Temo haber bebido con cierto exceso anoche, cariño –respondió verazmente Sakura-. Ya se arreglará todo esta tarde.

-Me alegro...

Tomoyo estaba preocupada. ¿Por qué?, se preguntó Sakura. ¿Y a dónde iba ella?

Aunque no estaba dispuesta a mencionar todavía a lord Seymour, tenía que saber a dónde se encaminaba Tomoyo. Asomaba una premonición inquietante.

-¿Sales?

-Sí.

-Entonces tendrá que pedir a John que te lleve. Henry está enfermo.

-No... será necesario, Sakura. Salgo simplemente a... a pasear.

-¿A pasear? –repitió estúpidamente Sakura.

-Sí. Habrás visto que hace un días espléndido, perfecto para pasear.

-No me había dado cuenta. Ya sabes que casi nunca reparo en el tiempo – repuso Sakura. ¿Un paseo? Tomoyo jamás paseaba. ¿Y qué era tanta incertidumbre, tanto balbuceo?

-¿Cuánto tardarás, cariño?

-No sé –replicó evasivamente Tomoyo-. Tal vez haga algunas compras antes de que llegue el gentío de la tarde.

Sakura quedó muda, y antes de que pudiera recobrarse, Tomoyo hizo un ademán de despedida y cerró la puerta. Entonces los ojos de Sakura brillaron y su jaqueca quedó momentáneamente olvidada al ocurrírsele la más asombrosa idea. Su comportamiento inusitado, esa ridícula declaración sobre ir a pasear, la sugerencia más absurda todavía de que quizá fuese de compras... sin un carruaje para llevar sus paquetes.¡Iba a encontrarse con Eriol¡Y si tenía que hacerlo de modo tan furtivo, sin duda iban a fugarse! Había habido tiempo de sobra para que él obtuviese una licencia. Y en la ciudad abundaban las iglesias.

-¡Lucy!

La pelirroja doncella apareció casi instantáneamente en la puerta del dormitorio.

-¿Lady Sakura?

-¡Pronto, llama a mi hermana, que vuelva aquí!

La doncella salió de la habitación casi volando, alarmada por el tono de angustia en la voz de su ama. Alcanzó a Lady Tomoyo cuando bajaba las escaleras y ambas regresaron al gabinete de Sakura.

-¿Sí, Sakura?

Esta vez su expresión era inequívocamente culpable, pensó Sakura desesperada, mientras sus pensamientos se adelantaban ya con rapidez.

-Sé buena, Tomoyo, y habla con la cocinera respecto de la cena de esta noche en mi lugar. Realmente no tengo ganas de tomar ninguna decisión por ahora.

El alivio de Tomoyo fue obvio.

-Por supuesto, Sakura.

Tomoyo salió y cerró la puerta, dejando a Lucy confusa, mirando.

-Pensé que usted ya...

Sakura saltó del sofá.

-Sí, sí, pero el ir a la cocina la demorará unos minutos mientras me cambio de ropa. Ahora, con tal de que la cocinera no mencione que ya he hablado con ella, esto me saldrá de perillas.

-No entiendo, lady Sakura.

-Claro que no, ni espero que lo hagas. Yo debo impedir que ocurra una tragedia. ¡Mi hermana piensa fugarse!

Al oír esto, Lucy quedó boquiabierta. Había oído las habladurías de la servidumbre con respecto a lady Tomoyo y el joven lord Seymour, así como lo que el conde había amenazado hacer si ella se casaba contra sus deseos.

-¿No debería detenerla, milady?

-No... No puedo detenerla sin tener prueba alguna de sus intenciones –dijo Sakura, impaciente, mientras se desabrochaba la túnica-. ¡Rápido, Lucy, necesito tu vestido! –Luego volvió a su primer pensamiento-: Sería demasiado fácil para ella escabullirse de nuevo cuando yo no lo esperara. Y no me es posible tenerla permanentemente encerrada con llave en su habitación. Debo seguirlos hasta la iglesia y allí poner fin a esto. ¡Date prisa, Lucy! Entonces la llevaré a la Mansión Brockley, donde podré vigilarla mejor.

Aunque no entendía nada, la doncella se quitó su uniforme de algodón negro y lo entregó a su ama.

-Pero ¿por qué necesita usted...?

-Vamos, ayúdame a ponérmelo, Lucy. Podrás ponerte mi vestido después de que me vaya. Para que no me reconozcan, por supuesto –dijo respondiendo a la pregunta de su doncella-. Si me ve siguiéndola, no se reunirá con lord Seymour, entonces no tendré pruebas y no podré hacer nada hasta que ella haga otro intento. ¿Me entiendes?

-Sí, no¡oh, lady Sakura, no pensará salir con aspecto de criada! –exclamó Lucy mientras le ayudaba a abotonarse la rígida prenda.

-De eso se trata, Lucy, de estar disfrazada. Aunque Tomoyo me viera, jamás me reconocerá con esto –dijo Sakura, tratando de estirarse la falda sobre sus muchas enaguas-. Esto no servirá. Tendré que quitarme algunos de estos volantes, y especialmente esta enagua tan abultada. Listo, ya está mejor.

Cuatro enaguas cayeron a sus pies, y la falda negra se deslizó fácilmente sobre sus caderas. Un poquito larga ahora, ya que Lucy medía algunos centímetros más que ella, pero eso no podía remediarse.

-No te pones ese delantal largo cuando sales¿o sí, Lucy?

-No.

-Me parecía que no, pero no estaba segura. Oh¿por qué no me habré fijado nunca en estas cosas¿Qué me dices de una sombrilla?

-No, milady, sólo ese paño que hay en el bolsillo...

-¿Esto? –Sakura sacó un paño de pelo de camello con largos cordeles para atar-. Perfecto. No te molesta que lo use¿verdad? Bien, quiero estar en mi papel. Supongo que debo quitarme también estos anillo –agregó mientras se quitaba un gran solitario de rubí y otro con varias perlas-. Ahora dame una toca, pronto. Una papalina, creo. Eso ayudará a ocultar mi rostro.

En enaguas, la doncella se precipitó al ropero, de donde volvió con la toca más vieja de Sakura.

-Esta es demasiado elegante en realidad, señora.

Sakura se apoderó del objeto y, velozmente, le arrancó todos los adornos.

-¿y bien?

-Como dice usted, milady, perfecto. Ya no parece una...

Sakura sonrió al ver que Lucy se ruborizaba sin poder acabar la frase.

-¿Una dama? –sugirió, luego rió entre dientes al ver que la muchacha enrojecía más-. No te inquietes, mujer. De eso se trataba.

-Oh, milady, esto... esto me preocupa. Los hombres suelen ser terriblemente osados en la calle. Irá usted con varios lacayos...

-¡Cielos, no! –exclamó Sakura-. Tomoyo los reconocería a todos.

-Pero...

-No, Lucy, estaré muy bien.

-Pero...

-¡Debo partir!

Después de que su ama se marchó y cerró la puerta, Lucy se quedó retorciéndose las manos. ¿De qué se estaba haciendo partícipe? Jamás en su vida lady Sakura había hecho algo semejante. Tampoco ella sabía, en realidad, qué estaba haciendo. Vaya, si la semana anterior, sin ir más lejos, Lucy había sido abordada por un hombre enorme, a sólo dos calles de distancia, y ella levaba puesto ese mismo vestido. Si no hubiese acudido a salvarla un caballero que pasaba en un carruaje, no sabía que podría haber ocurrido. Pero ese sujeto no fue el primero que le hizo proposiciones indecentes. Una muchacha trabajadora no tenía ninguna protección. Y al salir de la casa, lady Sakura parecía una muchacha trabajadora.

Sakura no parecía exactamente una muchacha trabajadora. En su apariencia, sí, pero en su porte, no. Pese a lo que llevara puesto, aún era la hija de un conde. No sabría actuar como una criada aunque lo intentara. No lo intentó. Eso no era necesario. Sólo era necesario que Tomoyo no la reconociera si, por casualidad, miraba atrás. Y, en efecto, miraba atrás cada pocos minutos, confirmando las sospechas de Sakura de que le preocupaba que la siguieran. En cada ocasión, Sakura tuvo que bajar la cabeza con rapidez. Pero hasta el momento iba todo bien.

Siguió a su hermana hasta la calle Oxford, donde Tomoyo dobló a la izquierda. Sakura se mantenía muy atrás, ya que le era fácil seguir el rastro del vestido verde que la precedía aun cuando las aceras se volvieron más atestadas.

Tomoyo se encaminaba hacia la calle Regent, en la manzana próxima, pero eso no mitigó en nada las sospechas de Sakura. Era un sitio tan bueno como cualquiera para reunirse con Eriol, no tan atestado como por la tarde ni mucho menos, pero sin embargo congestionado, con oficinistas que iban de prisa a trabajar, criados que hacían compras para sus patrones; y como era una vía pública importante, la calle estaba colmada de carruajes.

Sakura perdió de vista a Tomoyo cuando se internó en la calle Regent y tuvo que apresurarse hasta la esquina. Pero allí se detuvo. Tomoyo se había detenido a tres tiendas de distancia y estaba examinando lo que se exhibía en un escaparate. Como no se atrevió a acercarse más, Sakura se quedó donde estaba, impaciente, sin hacer caso de las personas que pasaban junto a ella. Era una esquina muy transitada.

-Hola, primor.

Sakura no lo oyó, pues ni siquiera imaginaba que ese sujeto le hablara.

-Oye, no seas tan despreciativa –insistió el hombre, sujetándole el brazo para lograr su atención.

-¿Cómo dice? –inquirió ella, mirándolo con arrogancia, lo cual no era fácil ya que él le llevaba media cabeza de estatura.

El individuo no la soltó.

-¿Así que eres engreída? Pero eso me gusta.

Lucía traje, hasta llevaba un bastón, pero sus modales dejaban mucho que desear. Era bastante bien parecido, pero Sakura no lo tomó en cuenta. Jamás en su vida un desconocido le había puesto la mano encima. Siempre la habían rodeado mozos de cuadra o lacayos para impedir que eso ocurriera. No sabía qué hacer ante esa situación, pero el instinto la hizo sacudir el brazo para zafarse. El hombre no la soltó.

-¡Váyase, señor! No deseo que me molesten.

-Oye, primor, no te des aires. –Le sonreía, disfrutando del súbito desafío-. Estás aquí sin nada mejor que hacer. No te hará daño pasar el rato.

Sakura quedó espantada. ¿Acaso debía irse con él? Imposible. Ya había comunicado sus deseos.

Echó atrás la mano con la que apretaba por el cordel el paño de Lucy y le lanzó un golpe. El sujeto la soltó para apartarse de un salto. Evitó ser golpeado, pero al hacer chocó con otro hombre que aguardaba para cruzar la calzada. Ese individuo le dio un fuerte empellón, con un brusco juramento que hizo arder las orejas a Sakura y enrojeció vívidamente sus mejillas.

Tan pronto como se enderezó, le que la había acosado la miró con rabia.

-Grandísima zorra. Un simple "no" habría bastado.

Las fosas nasales de Sakura se ensancharon de furia. Estuvo a punto de rebajarse a la altura del sujeto para decirle dónde podría guardarse su indignación tan fuera de lugar. Pero tenía demasiada educación para eso. Le volvió la espalda, luego gimió al ver que Tomoyo se había alejado durante la conmoción y estaba ya a casi media calle de distancia.

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La demora irritaba a Anastasia. Parecía que el carruaje en que viajaban se hubiese detenido media hora en esa transitada esquina, a la espera de que se abriera un hueco en la densa congestión de la calle Regent para poder cruzar al otro lado y continuar su camino. La residencia del tío de ambos estaba a pocas calles de distancia. De haber ido a pie, Anastasia habría podido llegar antes.

-Odio esta ciudad –se quejó la joven-. Las calles son muy estrechas y están siempre tan atestadas, comparadas con San Petersburgo. Y aquí nadie se apresura jamás.

Shaoran no dijo nada, ni siquiera recordándole que era allí donde ella decía querer quedarse. Permaneció simplemente mirando absorta por la ventanilla. ¿Qué esperaba Anastasia? Su hermano apenas le había dicho dos palabras durante todo el viaje a Londres. Pero, claro está, había dicho más que suficiente antes de que ambos partieran de la finca rural de la duquesa.

Recordando la furia de Shaoran, Anastasia se estremeció. No la había golpeado. Ella casi prefería que lo hubiera hecho. Su cólera había sido igualmente espeluznante.

Después de que desvarió y la llamó, entre otras cosas, necia sin juicio, él había dicho mordazmente:

-Lo que hagas en la cama, y en la cama de quién, no es de mi incumbencia. Te concedí la misma libertad que yo gozo. Pero no es por eso por lo que estoy aquí¿verdad Nastia? Estoy aquí porque tuviste la temeridad de burlarte de los deseos de Grandmère.

-Pero fue irrazonable de su parte enviarme de vuelta por algo tan secundario.

-¡Silencio! Lo que es secundario para ti no lo es para estos ingleses. ¡Esto no es Rusia!

-No, en Rusia la tía Sonia vigila todos mis movimientos. Allá no tengo ninguna libertad.

-Entonces haré bien si te pongo al cuidado de un marido, que acaso sea más indulgente.

-¡Shaoran, no!

El asunto no admitía discusión. Shaoran había tomado su decisión. Y ni siquiera eso fue el golpe que ella había previsto como represalia por las molestias que ella le había causado. Llegó poco antes de que él se volviera para alejarse de ella.

-Ruega a Dios que mis planes no hayan quedado arruinados por este viaje innecesario, Nastia –le dijo brutalmente-. De ser así, puedes tener la certeza de que el marido que te encontraré no será de tu gusto.

Y luego había sido simpático durante los cuatro días que se había quedado de visita en casa de la duquesa. Pero Anastasia no podía olvidar la amenaza que pendía sobre su futuro. Era demasiado esperar que él no lo hubiese dicho en serie, que fuera sólo efecto de la cólera. No era tan grave tener un marido si este le concedía libertad y no hacía caso de sus indiscreciones. Y al menos quedaría libre de la rigidez de su tía Sonia. Pero un hombre que le exigiera fidelidad, que le impusiera cruelmente sus deseos, que utilizara a sus criados para espiarla, que la azotara si ella lo desafiaba, eso era enteramente distinto, y con eso exactamente la estaba amenazando su hermano.

Anastasia nunca había sufrido antes la ira de Shaoran. La había visto caer sobre otros, pero con ella, él siempre había sido indulgente y cariñoso. Eso indicaba cuán intensamente le había disgustado ella en este caso. Ella había presentido que él se pondría furioso, porque ella había ido demasiado lejos al desobedecer a la duquesa. Y el frío silencio de Shaoran desde que salieron del campo era prueba de que no la había perdonado.

Ambos iban solos en el carruaje, lo cual hacía tanto más insoportable el silencio. Los doce criados con quienes viajaba Shaoran iban en otros coches, detrás de ellos, juntos con los que Anastasia había traído a Inglaterra. Había también ocho guerreros cosacos que siempre acompañaban al príncipe cuando salía de Rusia, algo imprescindible, suponía la joven, considerando la riqueza de Shaoran. Para los ingleses eran una curiosidad estos guerreros de feroz aspecto, con sus bigotes colgantes y sus uniformes rusos, sus gorros de piel y sus numerosas armas. Nunca dejaban de atraer la atención hacia el séquito del príncipe, pero eran útiles para desalentar a cualquiera que quisiese molestarlo.

-¿No puedes ordenar a tus hombres que nos abran paso, Shaoran –inquirió finalmente-. Tanta espera nada más que para cruzar una estúpida intersección.

-No hay prisa –repuso él sin mirarla-. No zarparemos hasta mañana y no dejaremos la casa en la ciudad esta noche. No habrá escándalos aquí, en Londres, para que los encuentre el zar cuando visite a la reina de Inglaterra este verano.

Anastasia se encolerizó por la advertencia, destinada enteramente a ella. Era la primera noticia que tenía de que el zar Nicolás visitaría Inglaterra. Y a decir verdad, había pensado salir esa noche, que posiblemente fuera su última noche de libertad por mucho tiempo.

-Pero, Shaoran, este carruaje es sofocante. Llevamos aquí sentados...

-Ni siquiera cinco minutos -la interrumpió él bruscamente-. Dejad ya de quejarte.

La joven lo miró ceñuda; luego se asombró al oírlo reír de pronto entre dientes. Pero el príncipe aún miraba algo por la ventanilla, de modo que ella no se sintió ofendida, sólo furiosa.

-Me alegro de ver que disfrutas de este paseo tan aburrido –se mofó ella con sarcasmo. Pero cuando no obtuvo respuesta, insistió secamente-: Y bien¿qué te divierte tanto?

-Esta moza que rechaza a un admirador...¡Qué mujercita tan impetuosa!

Shaoran estaba intrigado, aunque sin saber con certeza por qué. La mujer tenía una figura bastante agradable, pero nada llamativa. Sus pechos empujaban un corpiño demasiado ceñido, una cintura pequeña, caderas estrechas, todo enfundado en un vestido negro que no le sentaba bien. El príncipe vio su rostro por un momento brevísimo, y además desde cierta distancia, ya que estaba en la esquina opuesta. Al otro lado de la calzada. No era una belleza, pero tenía cierta personalidad, ojos enormes en un rostro pequeño, una barbilla decidida.

No era el tipo de mujer que habitualmente atraía su interés. Era demasiado menuda, casi como una niña, salvo por esos senos pujantes. Pero lo divertía. Tan altanera indignación en un envoltorio tan pequeño... ¿Y cuándo era la última vez que una mujer lo había divertido en realidad?

Un puro impulso lo hizo llamar a Wei a la ventanilla. Wei era su brazo derecho, indispensable para él, ya que se ocupaba de la comodidad de Shaoran en todo. No hacía preguntas ni emitía juicios. Obedecía al pie de la letra todas y cada una de las órdenes del príncipe.

Unas palabras al fiel sirviente, y Wei partió. Pocos instantes más tarde el coche reanudaba su marcha.

-No puedo creerlo –dijo Anastasia desde el lado opuesto del carruaje, sabiendo bien lo que acababa de hacer Shaoran-. ¿Ahora buscas prostitutas en la misma calle? Esa debía ser excepcionalmente bonita.

Shaoran no hizo caso de su tono sardónico.

-No particularmente. Digamos que ha picado mi vanidad... Me gusta tener éxito donde otros han fracasado.

-Pero ¿de la calle, Shaoran? Podría estar enferma o algo peor.

-Eso te agradaría¿verdad, querida mía? –replicó él secamente.

-En este momento, sí –repuso la muchacha.

Su rencor no logró más que una sonrisa inexpresiva.

Al otro lado de la calle, Wei tropezó con la dificultad de conseguir un coche y, al mismo tiempo, no perder de vista a la figurita de negro que se alejaba sin detenerse por la calle Regent. No había en las inmediaciones ningún coche para alquilar, él no hablaba muy bien inglés y su francés era deficiente. Pero el dinero resolvía casi todos los problemas, y este también. Tras varios intentos, logró convencer al conductor de un carruaje privado, pequeño y cerrado, para que abandonara su puesto, donde esperaba a su patrón. El equivalente de casi un año de salarios bien valía el riesgo de perder su trabajo.

Ahora, a buscar a esa mujer... Era obvio que el carruaje no podría alcanzarla en una calle tan atestada. El conductor recibió la orden de seguir en pos de Wei con la mayor rapidez posible. El conductor no hizo más que sacudir la cabeza ante las excentricidades de los ricos, como presumía que era ese individuo; alquilar un carruaje y después no utilizarlo... Pero con tanto dinero en el bolsillo¿quién era él para discutir?

Wei alcanzó a la mujer casi al final de la calle, pero sólo porque ella se había detenido sin motivo alguno aparente. Se quedó inmóvil en medio de la acera, mirando adelante en línea recta.

-¿Mademoiselle?

-¿Oui? –dijo ella un tanto preocupada, mirándolo apenas.

Excelente. Ella hablaba francés. Casi ningún campesino inglés lo hacía, y él había temido tener dificultad para comunicarse con esa joven.

-Escúcheme, por favor, señorita. Mi amo, el príncipe Alexandrov, quisiera contratar sus servicios por esta noche.

Habitualmente no hacía falta más que mencionar el título de Shaoran para concluir transacciones como esa. Por consiguiente, Wei se sorprendió cuando sólo recibió de la mujer una mirada de fastidio. Y al ver su rostro con claridad, se sorprendió todavía más. No era del gusto de Shaoran, en absoluto. ¿En qué estaría pensando el príncipe al querer que ese pajarillo estuviese en su cama esa noche?

A Sakura la fastidió, por cierto, que la molestarán otra vez ¿y para qué? Sin duda una fiesta o reunión social que requería sirvientes adicionales. Pero ¿contratarlo en la calle misma? Jamás había oído decir tal cosa. Pero ese sujeto era extranjero, de modo que ella debía hacer concesiones.

Por eso no lo rechazó sin más ni más, como a ese otro individuo. Se había dado cuenta del error cometido. Como estaba disfrazada de criada, era necesario que al menos tratara de representar dicho papel. Al no hacerlo antes, había estado a punto de causar un alboroto con su irreflexivo ataque contra aquel otro hombre, provocar una escena en la cual podría ser reconocida por alguno de sus allegados, era impensable; sin embargo, casi lo había hecho poco antes, neciamente.

Una cosa que Sakura jamás permitiría era que se relacionara su nombre con un escándalo. Se enorgullecía de un comportamiento impecable, muy por encima de todo reproche. ¿Qué hacía entonces allí? Sólo podía culpar a esa horrible jaqueca por enturbiar su pensamiento. Con la cabeza despejada, se le habría ocurrido un plan mejor que disfrazarse de criada.

El desconocido aguardaba su respuesta. Debía ser un sirviente sumamente bien pagado, ya que su chaqueta y sus pantalones eran de calidad superior. Era alto, de edad mediana y no mal parecido . ¿Qué le respondería Lucy? Probablemente la muchacha coquetearía un poco para hacer más digerible su negativa. Sakura no podía llegar a eso.

Sin perder de vista a Tomoyo, que después de cruzar la calzada se había detenido, respondió:

-Lo lamento, señor, pero no necesito trabajo adicional.

-Si se trata de dinero, el príncipe es extremadamente generoso.

-No necesito dinero.

Wei empezó a preocuparse. La mujer no se había impresionado con el título del príncipe. Tampoco parecía ni remotamente interesada en este honor que se le concedía. Si realmente se negaba... no, imposible.

-Diez libras –ofreció.

Si creía que eso pondría fin al regateo, se equivocaba. Sakura lo miraba con fijeza, incrédulamente. ¿Acaso estaba loco él al ofrecer semejante salario¿O no se daba cuenta de cuál era la tarifa habitual para los criados en Londres? La única posibilidad era que él estuviese desesperado. Y Sakura comprendió, incómoda, que probablemente no hubiese en toda Inglaterra una criada que no abandonara su puesto para aceptar ese trabajo por una noche a tal precio. Y sin embargo, ello no podía aceptar. Sin duda él pensaría que ella estaba loca.

-Lo siento...

-Veinte libras.

-¡Absurdo! –exclamó Sakura, ya desconfiando de aquel sujeto. Sí, estaba loco-. Podrá contratar a toda una legión de criadas por menos que eso. Y ahora discúlpeme.

Le volvió la espalda, rogando que él se marchara. Wei suspiró. Tanto ridículo regateo desperdiciado por un error. ¿Una criada? Ella lo había malinterpretado totalmente.

-Señorita, perdóneme por no haber hablado claro al principio. Mi amo no requiere los servicios de una criada. La ha visto y desea compartir su compañía esta noche, por lo cual se le pagará generosamente. Si tengo que ser más explícito...

-¡No! –Con las mejillas ardiendo, Sakura lo miró de nuevo-. Yo... ahora entiendo muy bien.

Dios santo¿cómo se había puesto en tan demente situación? Su instinto le aconsejaba abofetearlo; el insulto era extremo. Pero Lucy no se ofendería. Lucy se emocionaría.

-Me halaga, naturalmente, pero no me interesa.

-Treinta libras.

-No –replicó ella secamente-. A ningún precio. Y ahora márchese...-Una voz masculina la interrumpió.

-Ya he llegado, jefe, si está listo para partir ahora.

Al mirar atrás, Wei vio el carruaje a poco pasos de distancia.

-Muy bien. Llévenme a la vuelta de esta calle... Yo le diré cuando detenerse. –Dicho esto, cubrió con su mano la boca de la mujer y la arrastró al interior del carruaje-. Es una criada fugitiva –explicó al boquiabierto conductor.

-¿Fugitiva? Escúcheme, jefe, si ella no quiere trabajar para usted, es asunto de ella¿o no? No puede usted obligarla. –Varias libras más, puestas en su mano, cambiaron el todo del conductos-. Como usted diga.

El grito de Sakura había muerto bruscamente en su garganta. ¿Acaso nadie había presenciado aquel rapto, aparte del conductor del carruaje? Pero nadie les gritó que se detuvieran. El desconocido había actuado con tanta rapidez, tardando apenas unos segundos para empujarla dentro del vehículo, que era dudoso que alguien lo hubiese advertido.

De inmediato le empujaron el rostro y el pecho contra el asiento. Mientras el carruaje empezaba a moverse, le quitaron la toca y le cubrieron la boca con un pañuelo y lo anudaron atrás, en su cabeza. Un duro codo en la espalda le impedía resistirse; luego le doblaron los brazos a la espalda y se los sujetaron con presión suficiente para retenerla contra el asiento. En esta posición, torcida de costado, apenas podía mover las piernas, pero de todos modos alguien le echó una pierna encima de las suyas para inmovilizarlas.

El hombre era lo bastante fuerte como para sujetarle los brazos con una sola mano, que cambió al cabo de un momento, y ella comprendió por qué cuando la envolvió en su chaqueta. Las ventanillas, por supuesto. Aunque el coche estuviera cerrado y oscuro por dentro, si se detenía, cualquiera que pasara a su lado podría ver el interior por la ventanilla.

Ella había tenido razón al recelar del sujeto. Estaba realmente loco. Cosas como esa simplemente no le ocurrían a Sakura Saint John. Pero tan pronto como ella le dijese quién era en realidad, tendría que dejarla libre. Lo haría... ¿o no?

Se inclinó sobre ella y su voz le llegó suavemente a través de la tela de su chaqueta.

-Lo siento, pichoncita, pero no me has dejado otra alternativa. Las órdenes del príncipe deben obedecerse. No consideró que pudieras negarte a su petición. Ninguna mujer lo ha rechazado antes. Las mujeres más bellas de Rusia se disputan este honor. Ya verás por qué cuando venga a ti. No hay hombre como el príncipe Shaoran.

A Sakura le habría gustado mucho decirle lo que podía hacer con ese honor. ¡Vaya, así que no había hombre como el príncipe! Aunque fuera el hombre más apuesto del mundo, ella no quería saber nada de él. Según ese sujeto, debía sentirse agradecida porque la raptaran. ¡A quién se le ocurría!

El vehículo se detuvo. Sakura tenía que escapar de aquel lunático. Pero no le daba ocasión de hacerlo. La chaqueta que la envolvía le sujetaba eficazmente los brazos a los costados. El desconocido la levantó. Luego echó a andar, llevándola en sus brazos, uno apretándola bajo las rodillas, manteniéndolas firmes contra su pecho e inmovilizadas. Sakura no podía ver nada a través de la chaqueta, que también le cubría el rostro.

Repentinamente, sin embargo, sintió olor a comida. ¿Una cocina¿Así que entonces él la introducía por la puerta de atrás? En eso había esperanza. No quería que su príncipe supiera lo que él había hecho. Había dicho que ese Shaoran no había considerado la posibilidad de que ella rehusara. Un príncipe nunca recurriría a tales medidas para obtener una mujer. Después de todo, ella no tendría que humillarse explicando quién era. Bastaba con que hablara con el príncipe y le dijese que no estaba interesada. Se la pondría en libertad de inmediato.

Las rodillas del desconocido le rozaron las nalgas al subir escalones y más escalones. ¿Dónde estaba ella? El carruaje no había ido muy lejos, no más de lo que ella habría tardado en llegar a su casa. Dios santo¿acaso esa era alguna casa de la Plaza Cavendish, cercana a su propio hogar¡Qué ironía! Pero no sabía de ningún príncipe que se hubiese mudado al barrio. ¿O es que existía un príncipe¿Acaso era este, simplemente, algún perverso sujeto que raptaba mujeres jóvenes para su propia diversión, inventando cuentos extravagantes para facilitar su tarea?

Su captor habló de nuevo, pero en un idioma que Sakura no reconoció, aunque estaba familiarizada con casi todos los idiomas europeos. Una mujer contestaba en el mismo extraño lenguaje... ¡Ruso! El desconocido había mencionado Rusia. ¡Eran rusos, los bárbaros del norte! Por supuesto... en ese país abundaban los príncipes. ¿Acaso toda la antigua aristocracia no llevaba allí esos títulos?

Se abrió una puerta. Pocos pasos más y la joven fue cuidadosamente puesta de pie. Le quitaron de encima la chaqueta. De inmediato Sakura se arrancó la mordaza. Su primer impulso fue desahogar su furia sobre el desconocido que permanecía inmóvil, mirándola fijamente y de manera extraña. Le costó muchos esfuerzos no dejarse llevar por tal impulso.

-Contrólate, Sakura –se dijo ella en voz alta-. No es más que un bárbaro, con mentalidad de bárbaro. Probablemente ni siquiera sepa que ha cometido un delito.

-No somos bárbaros –dijo él en francés.

-¿Habla usted inglés? –inquirió ella.

-Sólo algunas palabras. Conozco "bárbaro". Ya me han llamad así ustedes, los ingleses. ¿Qué más ha dicho?

-No importa. Hablaba conmigo misma, no con usted. Es una peculiaridad mía.

-Eres más hermosa con el cabello suelto. El príncipe quedará complacido.

-Con lisonjas no conseguirá nada, señor.

-Mil perdones –Wei se inclinó levemente, con deferencia; luego, al sorprenderse haciéndolo, se detuvo. Esa moza era muy arrogante para ser una criada... Pero claro, era inglesa y él debía tenerlo en cuenta-. Me llamo Wei Kirov. Debemos hablar...

-No, no tengo nada más que decirle, señor Kirov. Tendrá la bondad de informar a su amo que estoy aquí. Hablaré con él.

-No vendrá hasta esta noche.

-¡Tráigalo! –Le pasmó como se elevaba su voz, y sin embargo él se limitó a sacudir la cabeza-. Estoy lista para gritar hasta quedarme sin voz, señor Kirov –le advirtió en un tono que consideró muy razonable, dadas las circunstancias-. Usted me ha insultado, me ha maltratado y sin embargo aún estoy tranquila, como puede usted ver. No soy una mentecata para perder la cabeza ante una pequeña adversidad... Pero estoy llegando al límite. No estoy en venta por ningún precio. El rescate de un rey no alteraría ese hecho. Será mejor, pues, que me deje ya en libertad.

-Eres terca, pero eso no cambia nada. Te quedarás... –Alzó una mano al ver que ella abría la boca-. No te recomiendo gritar. Al otro lado de la puerta hay dos guardias que vendrán de inmediato a hacerte calla. Eso sería muy incómodo para ti, además de innecesario. Te daré algunas horas para que vuelvas a pensarlo.

Sakura no le creyó ni por un momento con respecto a los guardias, hasta que abrió la puerta para salir y los vio allí, de pie. Era hombres de aspecto feroz con uniformes idénticos: largas chaquetas, pantalones abolsados, botas altas, amenazantes espadas colgando de sus caderas. Increíble. ¿Acaso todos los habitantes de la casa serían partícipes de ese delito? Evidentemente, sí. Su única esperanza seguía siendo el príncipe.


Notas de la autora: Les agrado el primer capitulo? espero que si. Por lo visto nuestro Shaoran es algo prepotente al ordenar el rapto de una inocente solo para saciar sus deseos. Y nuestra damita Sakura, seguira sosegada y tranquila con lo que le espera? lo dudo mucho. XD

Se agradecen los reviews.

Bye bye