Rurouni kenshin no me pertenece, es propiedad de Nobuhiro Watsuki, y la historia es una adaptación de la novela del mismo nombre de Christine Pacheco.
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Encuentro en el camino
Capítulo Uno
Kenshin Himura maldijo en voz baja mientras se alzaba las solapas de la chaqueta de cuero. Irguió los hombros, luchando en vano contra el látigo del viento helado de diciembre.
La nieve blanqueaba su rojizo cabello y algunos copos resbalaban impertinentes por su nariz. Era inaudito; solo unas horas antes, el cielo estaba increíblemente azul, sin una sola nube.
Pero en cuestión de horas el mundo parecía haberse convertido en un lugar diferente. El paisaje había cambiado. Las ramas de los árboles habían desaparecido bajo el manto de la nieve y los caminos eran ya intransitables.
Kenshin había quedado completamente a merced de la voluntad de un desconocido.
Si es que alguien atendía su llamada.
Por tercera vez, golpeó la puerta con los nudillos.
Tenía que haber alguien dentro de la casa. Al fin y al cabo, había sido una ventana iluminada lo que le había arrastrado hasta allí cuando el mal tiempo le había impedido continuar conduciendo. Se detuvo y escuchó. Lo único que oyó fue el ulular de un búho.
Los recuerdos del sol de Kobe no le ofrecían ningún consuelo contra la amenazante llegada de la noche. Se estremeció. Los cinco kilómetros de distancia que le separaban de Nirasaki, la población más cercana, podían convertirse en un infierno. Y, para ser sincero, ni siquiera estaba seguro de que pudiera recorrerlos.
Definitivamente, no era así como había decidido pasar las vacaciones. Su hermana Misao y su familia, estaban esperándolo. Y Kenshin siempre había pensado que las navidades eran para los niños. Había pocas cosas con las que disfrutara tanto como viendo las expresiones de sus sobrinos la mañana de navidad.
Se llevó las manos a la boca e intentó calentarlas con su aliento mientras se balanceaba sobre sus piernas.
De pronto, lentamente y acompañado por un mohoso gemido de bisagras, la puerta se abrió. La luz y el calor escapaban por aquella rendija de forma invitadora. Pero la suave voz de una mujer, dulce, pero peligrosamente vacilante, le robó la poca respiración que todavía le quedaba en los pulmones.
–¿Puedo ayudarlo?
Kenshin se desplazó unos centímetros para que pudiera verlo, aunque ella se mantuvo en posición que le permitía conservar el anonimato. Con el entumecido pulgar, Kenshin señaló hacia la Harley, que estaba parcialmente enterrada en una zanja.
–Se me atascó la moto –la mujer no dijo nada. Y seguía ocultándose tras la puerta–. Si no le importa, me gustaría utilizar su teléfono, Quizás pueda localizar a una grúa.
Se hicieron unos segundos de silencio. Kenshin se sabía ya peligrosamente cerca de la hipotermia.
Pero entonces, lentamente, la puerta se abrió.
Kenshin no esperó una segunda invitación. Se limpió las botas en el felpudo y entró en la casa.
La mujer cerró entonces la puerta, protegiéndolos de la ventisca. En cuanto se vio envuelto por el confortante calor del hogar, Kenshin dejó escapar un hondo suspiro. Apenas estaba fijándose en el aspecto de su anfitriona cuando se escuchó un estrépito que hizo palidecer a la mujer.
–Perdone –le dijo a Kenshin.
Y antes de que Kenshin pudiera decir una sola palabra, echó a correr. Kenshin se quedó donde estaba durante algunos segundos, preguntándose qué debía hacer. ¿No meterse en lo que no le importaba? ¿Ofrecer su ayuda?
–Kuso.
Aquel leve juramento, lo puso en acción. Sin pararse a pensar, se encaminó por la misma dirección que la joven había desaparecido.
Cuando iba por el cuarto de estar, se produjo un segundo estrépito. Kenshin abrió la puerta más cercana y encontró a su anfitriona en la cocina, arrodillada frente a una enorme despensa y rodeada de latas y comida.
Un perro blanco apoyaba con expresión triunfante una pata sobre una bolsa de deportes en la que aparecía la fotografía de un collie.
–¿Está usted bien? –le preguntó Kenshin,
Evidentemente sorprendida, la mujer se volvió para mirarlo. En ese momento, el animal comenzó a gruñir.
–Yuki-chan –le advirtió la mujer, dejando escapar un suspiro de exasperación.
Pero el animal caminó acechante hacia Kenshin, que permanecía completamente quieto.
–Es incapaz de hacer daño a nadie –comentó la mujer mientras se levantaba.
–Ma, ma, tranquilo –le dijo Kenshin al perro, sin confiar del todo en la bondad del animal.
El perro volvió a gruñir y olfateó la mano de Kenshin.
–Controla tus modales, Yuki-chan.
Después de mirar hacia su dueña, el perro se sentó y, aparentemente satisfecho, le ofreció su pata al recién llegado. Kenshin se la estrechó un tanto temeroso.
–Menudo protector –dijo la mujer, acariciando a Yuki-chan con afecto cuando se acercó de nuevo a su lado–. Usted ha conseguido llegar a la cocina antes de que se diera cuenta siquiera de que estaba en la casa –Yuki-chan se estiró y ocultó la cabeza entre las patas–. Ahora ya le considera su mejor amigo.
–Evidentemente cree que usted no está en peligro.
La mujer no respondió.
–Y está en lo cierto –añadió Kenshin.
La mujer se secó la mano en sus calzas de color crema. Por primera vez, Kenshin se fijó en su aspecto. Se trataba de una mujer de largo cabello azabache, piel blanca, de ojos de un azul profundo y unas curvas muy bien puestas. Una potente combinación.
–Kenshin Himura –dijo Kenshin, tendiéndole la mano.
Sorprendentemente, ella se la estrechó. Y Kenshin sintió los fríos tentáculos del invierno derritiéndose al calor de aquel contacto. Quizá, solo quizá, al final pudiera sobrevivir a la tormenta.
La mujer era más pequeña de lo que en un primer momento le había parecido, advirtió. Debía medir un metro sesenta. Su pequeña mano desapareció entre la de Kenshin, y éste tuvo la absurda necesidad de retenerla allí durante más tiempo del que las normas de educación convenía.
Con una ligera sonrisa, la mujer apartó la mano.
Kenshin sefijó entonces en sus enormes y expresivos ojos, la mas persuasiva de sus facciones. Unos ojos que hacían soñar con noches de ardiente pasión.
Pero en ese momento contenían un brillo de precaución que los hacía parecer más oscuros de lo que sospechaba normalmente eran. Rápidamente, se recordó a si mismo que tenía que seguir su camino e intentar encontrar un hotel antes de que la tormenta empeorara.
–¿Le importa que use su teléfono?
La mujer señaló una estantería de roble.
–Está allí.
Se apartó y Kenshin aprovechó para saborear disimuladamente su sutil belleza. No era una mujer convencionalmente atractiva, pero el aura de dignidad y serenidad que la rodeaba, un antítesis completa de los sentimientos que fluían dentro de él, le hacían parecer extraordinaria.
Era una mujer de aspecto fascinante, y nada pretenciosa. Y era tan distinta de la mujer con la que había estado a punto de casarse…
Rechazó inmediatamente aquel pensamiento y sacó las gafas del bolsillo de su chaqueta. Dejó los guantes al lado del teléfono y buscó en la guía hasta que encontró el número de teléfono que buscaba. Lo marcó.
Y tras dos pitidos, se perdió la línea.
–El teléfono ya no funciona.
La mujer se cruzó de brazos y tragó saliva. Al hacer aquel gesto, elevó involuntariamente sus senos.
Kenshin tragó en seco.
Jamás se había imaginado que una mujer pudiera tener un impacto tan intenso en su negligente líbido.
Se volvió y colgó el teléfono mientras intentaba apartar la vívida imagen de aquella mujer de su mente.
A través de una de las ventanas de la cocina, observó la ventisca y pensó con terror en la posibilidad de tener que enfrentarse de nuevo a los elementos.
–Quizá su marido podría ayudarme a desenterrar la moto.
Se hicieron unos segundos de silencio entre ellos.
–No tengo marido.
¿Entonces vivía sola en aquella casa?, se preguntó Kenshin. ¿Y se dedicaba a abrir la puerta a desconocidos? Eso no le gustaba. Absolutamente nada. Y el hecho de que no le gustara algo que no tenía nada que ver con él, lo irritaba endemoniadamente.
–Pero tengo una katana.
Kenshin arqueó una ceja.
–Y sé usarla perfectamente –añadió la mujer.
–Anotado –Kenshin se permitió una sonrisa que se vio recompensada por otro amago de sonrisa.
Pero rápidamente, la sonrisa desapareció y la mujer frunció el ceño.
Era interesante observar aquella sincera exposición de sentimientos.
–Debe de tener frío –dijo suavemente, casi con desgano.
–La verdad es que estoy helado –admitió Kenshin–. Pretendía llegar a Kofu antes de que cayera la noche.
–Todavía puede hacerlo. Lo llevaré yo. Tengo el coche afuera –era evidente por su tono de voz que había encontrado un gran alivio al descubrir una solución lógica a aquel improvisto.
Y Kenshin odiaba tener que hacer añicos aquella esperanza.
La mujer fue a buscar un abrigo que colgaba tras la puerta, pero las palabras de Kenshin la detuvieron.
–Está totalmente cubierto de nieve –la mujer lo miró con el ceño fruncido–. Porque supongo que se refiere al coche que está bajo un techado, al lado del cobertizo, ¿verdad?
Su anfitriona asintió.
–Cuando venía hacia la puerta he visto que había cerca de un metro de nieve bloqueando el coche.
La mujer dejó caer la mano con un gesto de derrota.
Kenshin recogió los guantes empapados y se dirigió hacia la puerta.
–Espere –dijo ella en voz tan queda que Kenshin no estaba seguro de haberla oído bien.
Kenshin Himura se detuvo y deslizó sus ojos violetas sobre ella. Kaoru se arrepintió inmediatamente de haberle pedido que esperara. El sentido común batallaba contra lo que sentía su corazón.
Kaoru no podía permitir que un desconocido que conducía una Harley y vestía chaqueta de cuero negro se quedara en su casa.
Pero tampoco podía dejar que se marchara en medio de la tormenta. La ventisca ya se había cebado en sus manos y en su rostro. Los elementos eran despiadados, y no tenía corazón para dejarlo a su merced.
–¿Si?
El sonido de aquella voz era como un bálsamo para su alma solitaria. Kaoru llevaba días completamente absorta en su trabajo. Ningún vecino la había interrumpido, el teléfono no había sonado…ni siquiera había recibido la consabida llamada semanal de su madre. Hasta que no había abierto la puerta a aquel hombre, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba nevando.
Pero sabía que cualquier voz no la habría afectado como lo hacía la de Kenshin Himura. No… había algo especial en aquella voz. Grave, profunda… y con una cadencia que dejaba traslucir una esmerada educación, a pesar de su atuendo.
Pero no debería confiar en él.
Era demasiado inteligente para confiar en él.
–Himura-san…
–Kenshin –la corrigió él.
–Kenshin. Parece que se ha quedado atrapado aquí.
–Puedo ir andando a la ciudad.
–Está a unos cinco kilómetros.
–Sí, lo sé.
Aunque Kenshin intentó disimularlo, Kaoru pudo advertir su involuntaria mueca. Observó sus guantes empapados y la humedad de su pelo. Aquel hombre ya había estado a punto de congelarse.
Si algo le ocurría, Kaoru jamás podría perdonárselo. A pesar de los riesgos, no podía negarle su hospitalidad. Además, siempre tenía la katana, aunque tenía que reconocer que no se imaginaba utilizándola.
Tragó saliva, intentando humedecer su boca.
–Por favor… quédese.
–Aprecio su ofrecimiento, señorita…
Se interrumpió, esperando a que ella dijera su nombre, pero, por alguna razón, se negaba a ofrecerle aquella información. Era como si creyera que el anonimato pudiera ofrecerle alguna protección.
–Himura-san… Kenshin –se corrigió cuando vio que abría la boca para protestar–. Estamos en medio de una tormenta de nieve, en esta condiciones es imposible caminar. Dudo que pudiera llegar a la ciudad –bajó la voz, intentando mantener un tono convincente–. En Nirasaki no hay ningún hotel, y no creo que la pensión de Sonobe esté abierta.
Tragó saliva mientras esperaba su respuesta. Y tuvo que obligarse a disimular la inquietus con la que aguardaba.
Su respuesta no tenía por qué importarle. Kenshin Himura era un hombre adulto. Si estaba dispuesto a enfrentarse a la ventisca, no era asunto suyo.
O por lo menos eso era lo que intentaba decirse.
Y, sinceramente, prefería que se quedara.
Fingiendo que la decisión que tomara no tenía el mayor interés para ella, Kaoru lo miró a los ojos. Con la boca tan seca como la arena, dijo:
–Si quiere, puede colgar su chaqueta en la puerta.
Kenshin la miró en silencio durante algunos segundos.
La tensión crecía por momentos. Al final, asintió.
Para bien o para mal, la oferta de Kaoru había sido aceptada.
Y Kaoru rezaba en silencio para no tener que arrepentirse de haberla hecho.
El sonido de la cremallera de la chaqueta inundó la cocina.
Para Kaoru fue un sonido increíblemente erótico.
A los pocos segundos, Kenshin ya se había desprendido de la chaqueta dejando al descubierto una camisa azul que parecía hecha a nedida. Llevaba desabrochado el último botón. Kaoru no pudo evitar la tentación de preguntarse qué habría debajo.
Kenshin era un hombre medianamente alto, fuerte y discretamente musculoso. Y mientras durara la tormenta, iban a estar bajo el mismo techo. Eso podía durar veinte minutos, veinticuatro horas o varios días. Dio un respingo.
–Voy a buscar una toalla –le dijo, desesperada por alejarse de allí.
Kaoru cruzó el cuarto de star y salió al recibidor, donde tenía el armario de la ropa blanca. Una vez allí, se apoyó contra la pared, retrasando todo lo posible el momento de regresar a la cocina. Una parte de ella que había tenido durante tanto tiempo reprimida, era perfectamente conciente de la virilidad de aquel hombre… y de los efectos nada sutiles que tenía sobre ella.
Kenshin Himura la afectaba mucho más de lo que le habría gustado.
Recordó la nieve de sus botas derritiéndose y manchando las baldosas de la cocina. Tomó aire, y fue nuevamente a su encuentro.
La chaqueta de kenshin colgaba en la puerta al lado de la suya.
–Gracias –le dijo Kenshin cuando Kaoru le entregó la toalla, y comenzó a secarse el pelo con un gesto que a la joven le pareció íntimamente devastador.
Con el pelo convertido en una sugerente masa de hebras rojas, Kenshin comenzó a sacarse las botas.
Para distraer su atención, Kaoru se dedicó a secar el agua del suelo.
–Podemos encender la chimenea –sugirió a continuación, preguntándose a qué se debía la ronquera de su voz–. Para que te seques… más rápido –por vez primera se atrevió a tutearlo.
Kenshin la siguió al cuarto de estar. Kaoru se recordó entonces que ningún otro hombre, salvo su padre, había estado nunca en aquella casa.
Se agachó para recoger un leño, con tan mala suerte que se le clavó una astilla. Maldijo en voz alta, y antes de que hubiera tenido tiempo de intentar sacarla, Kenshin estaba a su lado.
Le tomó la mano, y Kaoru contuvo la respiración. Con una delicadeza impropia de sus grandes manos, la mantuvo entre la suya y la alzó para poder ver mejor la astilla.
–Kuso –murmuró, al no poder sacar el pequeño fragmento de madera al primer intento–. Déjame intentarlo otra vez.
Al sentir su uña perfectamente cortada sobre su piel, Kaoru se estremeció de pies a cabeza.
–¿Te duele?
Kaoru alzó la mirada hacia sus ojos. Y vio en ellos una sincera preocupación.
–No –contestó.
–Déjame un segundo. Estoy seguro de que puedo sacarla.
Kenshin desvió la mirada, rompiendo el hechizo que parecía haberlos atrapado. Kaoru pestañeó, alegrándose de pronto de no haberle pedido que se fuera.
–Ya está.
Kaoru contuvo la respiración mientras salía la astilla.
–¿Estás bien? –preguntó Kenshin.
–Sí, muchas gracias.
–Es lo menod que podía hacer por una mujer que me ha salvado de morir congelado –una radiante sonrisa transformó sus facciones. Ya no parecía tan amenazador, o sobrecogedor.
Lo último sería mejor que lo borrara, se dijo Kaoru. Kenshin Himura era definitivamente sobrecogedor.
Kenshin la soltó, y Kaoru tuvo la extraña sensación de que disminuía la temperatura de la habitación.
–Encenderé yo el fuego –dijo Kenshin.
Kaoru aceptó encantada la oferta.
–Y yo iré a hacer café.
–Estupendo.
La joven se dirigió a la cocina.
–¿Señora? –la llamó Kenshin bromeando.
Kaoru se detuvo. El sonido de su voz hacía estragos en sus sentidos.
–Gracias.
Kaoru escapó volando a la cocina.
Una vez allí, se inclinó contra el mostrador dejando escapar un largo suspiro.
Con movimientos de autómata, vació los posos del café que había hecho aquella mañana y preparó una nueva cafetera. Mientras se hacía, puso un guiso al fuego, intentando apartar la inquietante imagen de Kenshin Himura de su mente.
Y fracasó estrepitosamente.
Era un hombre completamente diferente a su ex–marido, Enishi, diferente a todos los hombres con los que había tenido relación. Kenshin era un hombre especial, potente y extremadamente sexy.
No tenía nada que ver con el tipo de hombres que pensaba que le gustaban.
En su intento de mantenerse ocupada, agarró una cuchara para remover el guiso. Hizo una mueca mientras intentaba despegar la comida del fondo de la cazuela que estaba comenzando a quemarse.
Su estómago comenzó a protestar y recordó que salvo el tazón de leche con cereales del desayuno, no había comido nada en todo el día.
Y de pronto la asaltó un segundo pensamiento: cuando cenara, Kenshin Himura estaría sentado frente a ella.
Hundió los hombros. La situación se estaba complicando por minutos.
Un débil olor a madera quemada inundó la cocina. Se escuchaba ya el crepitar del fuego.
La cafetera dejó de burbujear, y el pitido del horno indicó que el pan ya estaba hecho.
Yuki-chan pateó orgulloso la lata de alimento para perros que orgullosamente había sacado de la despensa, diciéndole a Kaoru en unos términos que no dejaban lugar a dudas, que él también estaba hambriento.
Después de servirle la comida al perro, Kaoru comenzó a colocar de nuevo las latas en la despensa, mientras se proponía comprar cuanto antes un pestillo para la puerta. Yuki-chan estaba comenzando a convertir su pasatiempo favorito, comer, en una costumbre irritante.
–¿Puedo ayudar en algo?
El sonido de la aterciopelada voz de Kenshin hizo que Kaoru se sobresaltara. ¿Cómo diablos conseguía acercarse sin hacer absolutamente ningún ruido?
Kaoru no lo miró; se limitó a recoger una lata y añadirla al montón.
–Todo está bajo control –contestó.
–No quería asustarte.
–Y no lo has hecho.
Kenshin se agachó a su lado, presionando involuntariamente su muslo contra el de ella y en cuanto terminaron de recoger todas las latas, se enderezó y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
Kaoru se quedó mirándolo.
–Te he asustado –insistió Kenshin.
–No.
–Claro que sí.
Kaoru sacudió la cabeza.
El continuaba tendiéndole la mano. ¿Sería aquello un desafío?
Y en contra de todos los dictados de su sentido común, Kaoru aceptó. Se juró a sí misma que no estaba asustada, pero tenía que admitir que era definitivamente consciente de la fuerza de aquel hombre.
Kenshin la levantó hasta que estuvo a solo unos centímetros de él.
–Demuéstralo –le pidió.
Kaoru alzó la mirada para encontrarse con sus ojos.
Aquel hombre debía de medir cerca de metro ochenta, se dijo. Y tenía unas manos enormes, en las que, por cierto, no había ninguna alianza matrimonial, advirtió.
Su esencia, acompañada por la magia de su proximidad, hizo que la joven se humedeciera nerviosa los labios con un gesto típico de ella. Gesto que jamás había odiado tanto como en ese momento.
–Demuéstralo –Insistió él–. Demuéstrame que no me tienes miedo.
Kaoru tragó saliva.
–¿Qué lo demuestre?
–Sí, por ejemplo, dime tu nombre –le pidió suavemente.
Continuará……….
Manden RR para que me digan que les pareció la historia y si vale la pena continuarla, les adelanto que contiene mucho lemon, además que es una historia muy romántica y que sucede en época de navidad.
Espero que les guste.
Mattaneee………………
