Eliza no tenía ni idea de como había acabado ahí, entre las sábanas de su peor enemiga. La noche anterior había comandado a su ejército para luchar contra Prusia, y todo parecía ir bien en el campo de batalla para ella. Pero cuando se encontró a Gisel en persona, todo cambió.

-¿Acaso piensas que enviando a todo tu ejército podrás destruirme? ¡No me hagas reir! -escupió Gisel, totalmente tranquila y con aire de superioridad en sus ojos carmesíes-.

-No tengo elección, ¡si tan solo hubiésemos unido fuerzas, yo no sería tu enemiga!

-Pero en vez de luchar a mi lado, defendiendo nuestra libertad, decidiste unirte a los comunistas por tu supervivencia... eres patética.

-Yo no... No sabía que debía hacer. ¡Rusia nos habría aplastado! -respondió Eliza, aguantándose las lágrimas-.

-Y por ello, ahora seras tu quien deba aplastarme.

Gisel clavó su espada en el suelo, y se arrodilló ante ella, pero no rindiéndose, sino esgrimiendo una sonrisa que parecía pertenecer al mismísimo diablo.

-Adelante... ¿A qué esperas? Acaba con esta estúpida guerra al fin, si eres capaz...

-Gisel... Yo... ¡MIERDA!

Quería cumplir las órdenes que le habían dado. Eran tan sencillas como cuatro únicas palabras: "Prusia debe ser destruida". Pero en el momento en el que notó sus propias lágrimas bajar por sus mejillas, dudó. Clavó la espada a la derecha de Gisel, en el suelo nevado, mientras esta ni se inmutó, segura de que su antigua amiga no sería capaz de matarla. Eliza se arrodilló y era incapaz de hablar, tan solo sollozaba.

-A-Acabo de condenar a mi pueblo...

-No lo entiendes, ¿verdad? Te lo mostraré pues...

La prusiana cogió a Eliza y se la llevó en sus espaldas. Mientras todos combatían, Gisel empezó a besarla y a hacerle entrar en calor en su hogar. A pesar del odio que sentían entre ambas, aún quedaba algo que las unía. Eliza seguía llorando, abrazándola y besándola sin parar. Mientras disfrutaban de sus lenguas, acabaron desnudas y deshaciendo la cama en la que estaban. Ya no importaba la guerra, ni Rusia, tan solo ellas dos. Eso es lo que finalmente entendió Eliza, mientras gemía y gritaba de placer gracias a las manos de Gisel. Era suya, totalmente suya.

-N-nunca podría matarte... Yo... -dijo Eliza mientras se sonrojaba gracias a la lengua de su amiga, sintiéndola en su cuerpo-.

-Te amo... -respondió Gisel, sin saber si estaba acabando la frase de su amor, o si eran pensamientos a parte, producidos por la pasión-.

Así, las dos continuaron durante toda la noche, mientras las bombas y los disparos se escuchaban en la lejanía, apagándose. Rusía llegaría pronto para ayudar a los húngaros. Pero ninguno de ellos sabía que Eliza ya no estaba con ellos. Se despertó, apoyada en el pecho de Gisel, y no podía pensar en nada. A pesar de la guerra, había sido la mejor noche de su vida, donde demostró sus sentimientos a su amiga de la infancia, y ella también. No sabía que ocurriría en el futuro, pero sí sabía lo que quería: Estar juntas, por siempre, y contra todos si hiciese falta.

Porque aunque tengan a todo el mundo como enemigo, siempre se tendrán la una a la otra. Y eso era más poderoso que cualquier ejército del mundo.