Razón
Todos los días se levanta temprano, más temprano de lo habitual y se sienta frente al escritorio, sumerge la pluma en tinta y comienza a escribir sobre ella, con poca sinceridad al describir sus curvas escasas, sus líneas andrógenas y sus ojos plateados. Esos que parecen haber visto más de lo que deberían y se mantienen alzados, desafiantes en el silencio de la boca de su dueña. Trata de acercarse a Clare en las páginas que se llenan de sus rasgos. Inventa una risa adecuada, que no es la que ha ensayado para distraer a los cortesanos durante sus conversaciones, que probablemente en el fondo juzga aburridas y superficiales. Porque Jeanne quiere creer que existe lo mejor de su Princesa. No puede consagrar un personaje que nazca de una costilla de su Adán con transgénero si este es una criatura efímera e insignificante. Nada más que lo que ves. No, hay más que lo que dice. Y grandes verdades ocultas por sus silencios, por detrás de una sonrisa entre adolorida y pícara. Le seguía por los pasillos sin sigilo alguno, porque ya le había jurado en una ocasión escribir la mejor de las historias en base a sus vivencias, a pesar de que Clare le dijo horrendas mentiras sobre enfermedades venéreas que le aquejaban y su dudosa procedencia como hija natural. No desistió y en más, se le dirigió siempre con una expresión ambigua en el rostro, que ocultaba una resignación casi aliviada. Era una seducción que nacía sin que se esperara y Jeanne era adicta a ella, más allá de cualquier código de honor. Qué bookman sin sentimientos ni qué nada. Sus páginas acerca de Clare, rezumaban de su aroma y de la leve torpeza que impregnaba sus movimientos. Miles de ventanas abiertas sobre ella con la forma de otros personajes secundarios, destinados a mostrar sus muchas virtudes. Hubiera pagado con la bolsa de oro que le sirvió de dote para entrar al Clan, por lo que los gritos de cualquier supervisor le valían poco. Incluso le dio un carruaje dorado en una de sus historias, para que llegara a ver al príncipe a tiempo (el mismo tenía largos cabellos negros y una media sonrisa realmente cínica que a Jeanne le costó describir con entusiasmo, porque le desagradaba ligeramente) para impedir que le corten la cabeza. Era pura subjetividad, pero molaba y valía la pena detenerse horas y horas frente al escritorio por esa ninfa suya por entero del otro lado del espejo. Era infinitamente mejor que morir en plena guerra, tomando notas inútiles.
