De cerca
Jeanne se ríe en gran medida con alivio, cuando recuerda las palabras de Dauf, cuestionando el sexo de Clare, ahora que ella se contonea contra su cadera, jadeando y gimiendo entrecortadamente, como sólo una verdadera mujer puede hacerlo, cuando se aman como sólo es posible entre humanos. Los huesos de Clare son tan frágiles (o parecen serlo a su tacto) que debe poner mucho de su empeño para no hacerle daño. Nada de jugar al yoma salvaje, es más respetuosa la forma en que su rodilla se abre paso entre las piernas huesudas y sus labios se apoyan sobre aquellas descoloridas formas de cal dulce que cruzan el mentón de Clare y se pincelan de sangre cuando se los muerde, al llegar al límite. Nadie es más mujer que Clare, oh no, y ella piensa que quiere protegerle siempre. A cualquier precio.
