Cuanto más duele más escribes, como si el chorro de palabras pudiese vaciarte por dentro y dejar salir esa presión que te atraviesa como alfileres. O cuchillos. O arpones en un mar teñido de rojo cruel e indiferente.

Escribes porque no puedes gritarlo, porque nadie puede esperar bajo la lluvia para desahogarte, porque huyes del correo y de la vergüenza de caer en la misma vuelta de tuerca.

Y ya lo sé, debería cortar todo esto, decir un adiós definitivo y no agarrarme a ese dolor prolongado sólo porque no puedo aceptarlo todo de un golpe. Quizá sea porque no me creo capaz de olvidar y cerrar una puerta... ¿que estuvo alguna vez abierta?

En la intimidad del sentimiento compartido. Que ya pasó. Que no existe. Que sólo provoca ecos estremecidos y entre cada espacio de silencio me engaño a mí mismo: "algo es posible". Cuando nada se puede rescatar ya de aquello.

Hoy he soñado ser niño y ciego a ese medio millón de latidos que compartí contigo. Y ya es pasado, Hermione.