Cuerpos
Pasada la medianoche, Alphonse se detuvo para contemplar las estrellas. Las observó con indiferencia, pudiendo haber observado cualquier otra cosa en la habitación; las pilas de libros que se alzaban a su alrededor, los tubos de ensayo colmados de toda clase de sustancias, los manuscritos repletos de cálculos inútiles. En cualquier otra cosa, excepto en el vidrio de la pequeña ventana que en ese momento reflejaba un rostro enfermizo y agotado, totalmente irreconocible hasta para él mismo.
—Al, no te distraigas—lo reprendió su hermano sin separar la vista del enorme ejemplar que leía, con tanta firmeza que parecía no haber estado repitiendo aquella frase durante tantas noches.
—Nii-san… vamos a dormir… sólo por hoy…
—No, Al. Tenemos trabajo qué hacer.
—Nii-san…
—¿Qué ocurre, Al?
—…estoy cansado…
Edward giró su cuerpo en dirección al menor, revelando a la luz de las velas una figura casi tan demacrada como la suya, las extremidades delgadas, las manos cubiertas de asperezas producto del pesado trabajo gracias al cual sobrevivían, las ojeras bien marcadas, pero una mirada tan profunda y resuelta como el día en que decidieron que estar juntos no era suficiente para ser felices mientras habitaran en un mundo tan horroroso como aquél.
—Nunca, jamás vuelvas a decir que estás cansado. Nunca vuelvas a decir que te cansa trabajar día y noche para volver con los que nos esperan, para respirar el aire fresco de Rizembul, para pisar la misma tierra que mamá pisaba. Para regresar a casa. Nunca¿me entiendes?
—Pero...
—¿Pero qué, Al?
—¿Qué tal... qué tal si no hay nadie allí esperándonos¿Qué tal si el aire no era tan fresco¿Y si no hay ninguna casa allí, del otro lado?
—¿Qué quieres decir?—preguntó Edward, sin comprender lo que su hermano trataba de explicar con voz quebrada.
—¿Qué tal si no hay ningún otro lado, nii-san¿Si todo se trató de un sueño¿Qué tal si todo nuestro trabajo es en vano¡Estoy harto de no haber avanzado ni un paso en todo este tiempo, de no tener ninguna pista!
Y las quejas habrían continuado de no ser por la sonora cachetada que Edward le asestó. Apenas conteniendo las lágrimas, Alphonse se encontró demasiado aturdido como para mirarlo a los ojos, y ya no se quejó más.
—¡Que no vuelvas a decir semejante cosa!—reiteró el mayor a gritos, propinándole más golpes en el rostro que terminaron por arrojar a Alphonse al suelo, aún cubriéndose inútilmente con los antebrazos. —No digas semejante cosa...—volvió a decir, sollozando, mientras se le echaba encima. —Porque si lo dices... si dices eso...—continuó, arrancándole la camisa con una violencia tal que los pequeños botones blancos se oyeron rebotar a varios metros de donde estaban.—Si dices eso, dices que Amestris fue mentira... que mamá fue mentira... que la Piedra fue mentira...
—Nii-san...—gimió el menor, asustado, al sentir cómo su hermano, perfectamente acomodado detrás suyo, se esforzaba por inmovilizarlo.
—... que nosotros somos mentira...
Le quitó el pantalón con la misma falta de delicadeza que el resto de sus ropas, lamiendo su hombro, su cuello, el lóbulo de su oreja, ignorando la débil resistencia ofrecida.
—¡...que tu cuerpo no me pertenece!—exclamó, penetrándolo con fiereza y mirándolo con unos ojos poseídos por la locura del mismísimo Demonio. —¡Tu cuerpo es mío¡Yo lo recuperé¡Es mío, y de nadie más¡¿Entiendes¡Eso no es una mentira¡Es mío¡Mío¡Mío!—vociferaba tras cada embestida. Se vino en el mismo momento en que Alphonse ya no pudo contener sus lágrimas, abandonándose al llanto más amargo escuchado por los oídos de su hermano. Y éste lo oyó, abrazándolo fuertemente, acompañándolo con sus lamentos al tiempo que balbuceaba algo parecido a una disculpa.
—No vuelvas a decir semejante cosa...—suplicó una y otra vez, hasta que así se quedaron dormidos, postergando su infinita búsqueda hasta el alba.
