Nota: Tristemente, lamento informar que ninguno de estos personajes son míos
Boulevard of Broken Dreams:
Capitulo I:
Ese día el cielo parecía a punto de caer sobre el valle de Godric. La lluvia era tal, que apenas podías ver dónde caminabas antes de que tu cara se cubriera de gruesas gotas que te nublaban la vista, mucho más si traías anteojos de marcos redondos cubriendo tus ojos. Espléndidamente James Potter tenía la habilidad, o más bien la suerte, de ser mago, por lo que bastó solo un sencillo hechizo para que los cristales se volvieran impermeables y le aclararan, de inmediato el nublado sendero.
Temblando de manera considerable, pálido y empapado hasta los huesos, el joven Potter cruzo en antejardín de su casa. Había vivido ahí desde su infancia, en tiempos más felices en que esta brillaba con luz propia, siempre alegre y repleta de amistades e invitados. Ahora, la fachada era de color plomizo, casi tan triste y apagado como el cielo. Debía mantenerse lo más oculta posible, por lo que también estaba rodeada de malezas y tapizada de hojas secas. Sonrió tristemente al pensar las razones de la decadencia de la vieja mansión. Las mismas razones por las que él mismo debía ocultarse, y tratar de actuar lo más eficientemente posible aún en medio de las sombras, o de la torrencial lluvia.
Limpiándose los pies y sacudiendo su paraguas James entró en el vestíbulo y de inmediato fue reconfortado por el agradable calor de la chimenea que ardía valerosa en medió del salón.
-Por fin llegas- lo recibió aliviado uno de sus mejores amigos, Sirius Black.
-Estábamos preocupados¿Qué tal la misión?- añadió serio otro de sus mejores amigos, Remus Lupin.
-Terrible- respondió él con mirada cansada y el rostro ensombrecido, mientras de desprendía del abrigo empapado.- Nos descubrieron cuando ya casi los teníamos, al parecer sabían perfectamente que estábamos ahí, y solo aguardaron el momento justo para caernos encima y liquidarnos. Tres aurores murieron y otros más están en San Mungo.
-¡Maldita sea nuestra suerte!- soltó Sirius inquieto. James sonrió como solía hacer desde algún tiempo, sin siquiera un mínimo atisbo de alegría, y se dirigió a su cuarto, sin decir más palabras.
El silencio espectral que había en la mansión solo podía comparase con el de un pasillo del más lúgubre cementerio. Ninguno de los tres chicos que ahí habitaban tenía la misma capacidad de unos años antes, cuando se la pasaban revoloteando por los pasillos de Hogwarts y gastando bromas a los Slytherin. No, esos eran otros tiempos. Tiempos en los que ninguno se preocupaba por algo más serio que planearlo todo para la siguiente luna llena.
Todo parecía tan lejano ahora. Habían transcurrido tres años desde que salieron de Hogwarts, pero en solo ese tiempo sus vidas cambiaron de tal manera que ya pocos los reconocían como "Merodeadores", el afamado grupo que gastaba las mejores bromas y tenían a las más lindas chicas.
Desde aquel fatal incidente en que se perdieron las vidas de muchos valerosos magos, entre ellos los señores Potter, los chicos, y en especial James, se vieron obligados a caer sin paracaídas a lo que en realidad era el mundo, y tal vez por eso, o tal vez por venganza se convirtieron en aurores y miembros de la Orden del Fénix. Eran los miembros perfectos, excelentes magos, y en los que Dumbledore depositaba la mayor confianza, a pesar de su corta edad. Además carecían de familia, o seres queridos lo que los hacía invulnerables a los ya comunes trabajos del Seños Oscuro. Incluso no faltaban los que solían decir que la guerra había acabado con sus capacidades para expresar sentimientos, y tal vez por eso eran infatigables en la lucha contra Voldemort, pero lo cierto es que esa capacidad solo estaba completamente desbastada por todo lo vivido, y en cualquier momento la gruesa capa que los cubría comenzaría a derretirse, aunque claro está, ellos tardarían un poco en darse cuenta.
oOoOo
- Muchas gracias por venir tan rápido Srta. Evans. Debe haber sido un viaje largo desde Francia.- dijo días después, Dumbledore a la joven pelirroja sentada frente a él en su oficina de Hogwarts.
- No se preocupe director, prefiero mil veces estar aquí. Por lo menos siento que puedo ser útil.-respondió cortésmente ella clavando sus brillantes ojos color esmeralda en el anciano.
- Sin duda, sin duda… Ahora, le reitero Srta. Evans que esto es una guerra, y de las más temibles que hemos tenido en siglos. No pudo asegurar que pasará mañana, mucho menos, y perdone la franqueza, su sobrevivencia…
- Insisto en que estoy aquí por mi voluntad. Mis padres murieron… por negarse a ser tratados como bestias solo por ser muggles, no me quedaría de brazos cruzados sabiendo eso…- la muchacha intentó conservar la calma, quería aparentar ser inquebrantable, pero una rebelde lágrima se escapó, y cayó triste y lentamente sobre su mejilla. Con un suspiro la chica desvió la mirada, y con una capacidad admirable sonrió de una manera autentica y sincera.
- Bueno, bienvenida entonces a La Orden del Fénix.- dijo el director con aire solemne.
