Nota: Este fanfiction es mi punto de vista del final de la saga de Harry Potter, pero no contiene ningún spoiler de Deathly Hallows y, si los hay es totalmente coincidencia. Si no puedo leerlo, lo escribo... y espero que les guste.
I
Independencia
El sol brillaba con intensidad, cuando Harry Potter, un muchacho de casi diecisiete años, se hallaba sentado sobre su cama en su habitación. Sólo faltaban dos días para cumplir la mayoría de edad en el mundo mágico y la idea era un constante recordatorio de la muerte de Dumbledore, quien fuera el director del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería hasta el curso pasado, cuando fue asesinado por el profesor Snape. Entre tantas fatalidades, Harry no sabía qué pensar pero, de entre todas las cosas, había una de la que estaba totalmente seguro que iba a contribuír a que su vida dejara de ser un calvario.
Ginny.
Era la mejor decisión que había tomado en su vida: dejarla al margen para que Voldemort no le hiciera daño. Prefería que vivieran distanciados a que estuvieran juntos para luego volver a separarse y jamás volver a unirse. Se estaba ahorrando una tortura insufrible al separarse de ella pero, no podía dejar de pensar en su roja cabellera ni en sus ojos marrón que tanto lo seducían. Sólo al recordar su rostro podía entender por qué era tan popular entre los hombres. ¿Pero qué hacía pensando en ella? Si quería olvidarla, no tenía que tener pensamientos recurrentes hacia ella, verla sólo como una amiga, tal como lo eran Ron y Hermione. A propósito de ellos, Hermione le prometió a Harry que en cuanto llegara a su casa, le iba a escribir un mensaje por correo. Harry le hubiera creído si no fuera que hace un tiempo apreciable que esperaba por una lechuza, pero nada pasaba. Había algo extraño. ¿Qué le estaba pasando a su amiga¿Se sentiría mal por algo?
Algo más cercano y aprehendible lo sacó de sus pensamientos. Tía Petunia lo llamaba para fregar los platos del almuerzo mientras trataba de espiar a la vecina de al lado para ver qué hacía. Harry, totalmente desganado, bajó las escaleras, aunque en su fuero interno estuvieran estallando fuegos artificiales a causa que la fecha de su cumpleaños se hallaba cerca. Quizá era la primera vez que se alegraba de cumplir años: dejaría de vivir con aquellos detestables muggles que se llamaban familia y podría ser libre al fin. Pero el precio que tenía que pagar por su independencia era alto: iba a ser más vulnerable a los ataques de los Mortífagos, de los cuales se habían visto muchos rastros pero ningún Mortífago. ¿Scrimgeour estaba fallando en su determinación de atraparlos¿Precisaba de su ayuda para retenerlos y mandarlos a Azkaban? No estaba seguro de si un mago con apenas experiencia de Auror pudiera servir de algo.
Harry tomó el lavalozas y con un paño mojado y algo sucio trató de quitar la grasa del plato en el que había comido Dudley. ¿Y dónde quedó aquella famosa dieta? pensó Harry, recordando aquella vez en que en el colegio al que iba su primo no tenían uniformes de su talla y le dieron una dieta rigurosa. Sin embargo, dichas reglas de nutrición quedaron en el olvido, a juzgar por lo vacío que estaba el refrigerador frecuentemente... y eso repercutía negativamente en el estómago de Harry, pues tío Vernon lo culpaba por tratar de comer más de lo que se merecía, ciego al hecho que Harry había perdido cuatro kilos en lo que iba de estadía con sus tíos pero, tenía que aguantar un poquito más para recuperar la libertad y los kilos perdidos. Además, estaba la eventual boda entre Bill y Fleur aunque temía que Bill fuera a mostrarse algo más violento de lo habitual. Hay que recordar que fue mordido por Fenrir Greyback en el año escolar que terminó hace varios días atrás.
El sol fue declinando en brillo rápidamente. El trabajo de limpir la grasa de su primo tenía un único beneficio: era tan difícil que lo mantenían entretenido y concentrado en una cosa que el tiempo se le pasaba volando. Cuando terminó de fregar los platos, ya era hora de la cena y tío Vernon, oportuno para lo que tuviera relación con comida, tocó la puerta cuando Harry secaba el último plato y lo ponía inmediatamente en la mesa. Al parecer, la idea que su sobrino se hubiera demorado tanto en lavar, lo tenían de mal humor, aunque también podía tratarse de una mala venta de taladros. Tía Petunia fue a recibir a su marido y lo invitó a sentarse a la mesa. Dudley llegó un minuto después que su padre, como él, siempre oportuno con los horarios de comida (y también de ocio, la profesión de Dudley) Como era tópico en la familia, Vernon sacó un periódico de no se supo dónde y lo extendió sobre la mesa. Harry, que estaba sentado frente a él, pudo ver la portada del diario. "Más muertes extrañas pueblan Londres" salía como encabezado y una imagen a todo color de un cadáver cubierto por un plástico sostenido por una camilla. En segundo plano, aparecía un hombre que residía en un manicomnio que hablaba de lo que estaba pasando. Decía "los magos malvados están atacando el mundo" en palabras deseperadas y atropelladas, clásicas de un loco. Harry pensaba que no estaba ni remotamente demente: aquellas cosas estaban pasando en realidad pero los muggles no querían ver la realidad, además que los magos se esforzaban en guardar celosamente sus secretos.
¿Qué pasaría si los muggles supieran acerca de los magos¿Se produciría algo parecido a lo que estaba pasando en estos momentos en las calles de todas las ciudades de Inglaterra¿O habría cooperación entre las dos partes y todo se solucionaría de manera diplomática? La segunda posibilidad era totalmente descabellada: los magos hacían lo que querían con los objetos muggles y ellos no podían hacer nada para tratar de entender cómo funcionaba la magia. Era un dilema de grandes proporciones, no sólo para él, sino que para muchos opositores al Estatuto del Secreto de los Brujos, que no eran pocos, sino que eran casi un 30 por ciento del Wizengamot y de los diplomáticos del Ministerio. Y eso era sólo en Inglaterra: en el resto del mundo, las cosas eran más dramáticas. Por ejemplo, en Chile, casi la totalidad de los diplomáticos de su Ministerio estaban en contra de dicho Estatuto y en Estados Unidos había una igualdad técnica entre los defensores y opositores de éste. Harry daba gracias a Hermione, quien le había pasado un libro muy actualizado acerca de los conflictos que estaba despertando esta ley que prohibía revelar secretos de los magos o hacer magia delante de muggles. Era un libro muy interesante que se llamaba "Secretismo o Cooperación: La batalla política del milenio" y Hermione lo había comprado en Flourish y Blotts por un módico precio: estaba en oferta.
Volvió a la casa y vio que su cena ya no humeaba y las caras de Vernon y Petunia eran de encolerizado apremio. Harry, con cara de resignación, accedió a comer algo de su cena pero, al acordarse del libro, sus pensamientos echabvan a volar y a pensar en lo que le pasaba a Hermione, que no le había escrito en varios días. Quedaba algo más de un día para que cumpliera diecisiete años por lo que no le dio tanta importancia: de todas maneras, cuando cumpliera diecisiete, ya no tenía que gastar saliva ni masticar reprimendas para ellos. Ingirió su cena con suprema educación y se levantó de la mesa para asearse los dientes. Mirándose al espejo, pudo notar un cambio apreciable en su cara: ya no era lisa en absoluto. Tenía algunas espinillas en su frente y en su mejilla y algo de bigote, que eran indicios claros que estaba dejando de ser un adolescente irresponsable para convertirse en un hombre crecido y maduro. Sin embargo, las cosas que lo distinguían de los demás seguían allí: el pelo alborotado y la cicatriz de la frente, único testimonio visible de su tormentoso pasado. Se lavó los dientes, pensando en los cambios que estaba sufriendo. Desde hace unos meses atrás que tenía la voz más grave y profunda y la nuez ya estaba bien desarrollada. Medía un metro con setenta y cuatro centímetros, una altura respetable y ya no tenía ese aspecto de estirado que era característico de él: a pesar que había perdido peso estos últimos días, el ejercicio constante que suponía hacer todas las cosas de la casa mientras Tía Petunia observaba a los vecinos, había desarrollado una musculatura apreciable. Eso, unido a que ya no usaba ropas de Dudley, podía mostrarse más de acuerdo a lo que era él mismo. Lo único que detestaba era que las chicas comenzaban a mirarlo con otros ojos: ya no era aquel tipo esmirriado de antes. Ahora, con el peso de la edad adulta pendiendo de un hilo sobre él, el verlo podando las rosas y excavando algunos agujeros era parada obligatoria para las mujeres.
Harry salió del baño y subió las escaleras para embutirse en su cama y pensar mejor las cosas, lejos del molesto escrutino de sus familiares y con la objetividad que le proporcionaba la soledad, le costaba menos reflexionar acerca de lo que le estaba sucediendo a él y al mundo. Las sirenas de los bomberos se escuchaban a lo lejos, una muestra de lo que estaba enfrentando la comunidad mágica, y también la muggle. Miró para la ventana y Hedwig estaba parada en el alféizar, como esperando que le quitaran una carga muy pesada. Se levantó de su cama y desató la carta que tenía amarrada a su pata. Al parecer, Hermione se había dignado a mandarle un mensaje.
Querido Harry
Siento no haberte escrito antes pero, creo que algo me está pasando y no sé qué es. He estado leyendo libros de medicina humana y creía que eran procesos naturales de la mujer pero, ya lo he experimentado y tengo determinada mi regla. Pero no entiendo qué es lo que me pasa pues me siento deprimida y… sola. Necesito estar con alguien, porque me he dado cuenta que no le cuento mis problemas a nadie. Pero, no estoy segura si Ron estará dispuesto a escucharme. Tengo que admitir que él me gusta mucho y sé que a él también le gusto pero no sé que hacer cuando nos peleamos. Me gustaría que cuando fuéramos a la boda, pudiéramos hablar. Eres mi mejor amigo y contigo me siento segura, aunque no sepas mucho acerca de mí. Tal vez me puedas aconsejar con algo. De todas maneras, experiencia tienes.
También pensé en hablar con Ginny pero ella también está deprimida por su separación contigo. Se mostró fuerte en el funeral pero, cuando hablé con ella el fin de semana pasado, me dijo que se sentía muy mal por haber terminado contigo y que sin ti no era nada, que tú le dabas aquella fuerza, aquel fuego que le permitía superar los problemas. Sé que tú no te sientes tan mal por eso, porque fue tú decisión y sé que estás asumiéndola.
Esperando verte allí, me despido.
Muchos besos.
Hermione
Harry dobló el mensaje y lo guardó entre las páginas del libro que le había regalado. ¿Hermione enamorada de Ron? Era la crónica de un romance anunciado durante los últimos tres años de colegio y creía que Hermione necesitaba ayuda. ¿Y ella creía que tenía experiencia? Sólo había tenido dos romances: con Cho Chang y con Ginny. Con la primera fue más una parodia de bajo presupuesto de un romance y con la pelirroja fue sólo un periodo muy corto, pero de tener experiencia, tenía. Si podía ayudar a Hermione, lo iba a hacer pues estaba esperando que Ron y ella se pusieran a salir juntos. Era lo mejor que podía hacer por el momento, por mientras la boda se celebrara y, después, buscar los Horrocruxes que faltaban y saber quién rayos era R.A.B, si era amigo, enemigo o si no tenía ningún bando o lo hacía por simple ocio, lo que era improbable.
El medallón de Salazar Slytherin.
La copa de Helga Hufflepuff.
Algo de Gryffindor o Ravenclaw.
Y otro más que no alcanzaba a precisar qué era.
¿Cómo iba a emprender semejante tarea¿Por dónde tenía que empezar? La idea de destruír objetos de gran significado histórico y mágico era, para la mayoría de los magos, un sacrilegio imperdonable por lo que aquellos que los poseyeran no aceptarían entregar sus reliquias y menos destruírlas. ¿La avaricia iba a ser uno de los obstáculos más grandes a sortear? Era muy posible, a no ser que los demás Horrocruxes estuvieran protegidos por los Mortífagos más leales a Voldemort, claro, a excepción de R.A.B, quien tenía la intención de destruir el medallón pero no tenía forma de saber si había sido destruído o no. Tendría que esperar a que terminara el jolgorio del casamiento para pensar mejor en la enorme labor que tenía que cumplir. Pero, sabía muy bien una sola cosa: sus amigos estarían con él, ayudándolo. Dejando el libro sobre el velador, apagó la luz y se recostó sobre su cama y se quedó dormido prácticamente al instante.
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Quedaba un solo día para que Harry fuera mayor de edad entre los magos pero, por ahora, todavía era el allegado caído en desgracia que era desde que tenía memoria. Eran las nueve de la mañana y Tía Petunia lo había mandado a podar la maleza de detrás de la casa. El único consuelo era que las chicas que solían incordiarlo no lo iban a molestar esta vez. Mientras sostenía una tijera para podar y se hallaba inclinado sobre las malezas para rebanarlas, cuando escuchó el sonido de un automóvil que se estacionaba delante de su casa. Harry creyó que era tío Vernon tratando de salir de su casa, sin embargo, la curiosidad y la ansiedad por salir pronto de la casa de sus tíos, lo motivaron a que espiara por un lado de la casa.
No era el auto de tío Vernon.
Se trataba de un vehículo muy lujoso, blanco y alargado, con banderas que llevaban la insignia de Gringotts. Un hombre salió de una de las puertas y tocó la puerta con fuerza. Sintió rechinar la puerta cuando tía Petunia abrió. Segundos después, alzó la voz, llamándolo. Harry, saltando totalmente de la sorpresa, apareció por un costado de la casa y se presentó delante del hombre. Éste vestía un elegante traje blanco con corbata de moño negro y un bastón blanco con una bola dorada para que se pudiera sostener. ¿Este hombre, sacado de algún barrio exclusivo, lo buscaba a él? La respuesta la supo en cuanto el hombre habló.
—Soy Ernestus Boyle, director del Banco Gringotts. Y no me siento en la obligación de preguntar quién es usted, si tantas personas en el mundo lo conocen. —El hombre se arregló el bigote, respingado y de aspecto elegante y volvió a hablar—. Usted es invitado de honor para el casamiento de uno de nuestros funcionarios más reconocidos y para eso estoy aquí: para llevarlo al lugar del casamiento. Ah, y no se preocupe por la vestimenta: dentro del auto se cambiará. Tenemos muchos estilos que le podrían agradar.
Harry, aturdido, asintió con la cabeza. No sabía que pensar: si sentirse alegre por haberlo retirado de la casa antes de tiempo o de sentir que su cumpleaños iba a pasar desapercibido ante la pomposidad que prometía el matrimonio del primero de los Weasleys. A pasos lentos y temblorosos, jaló de la puerta trasera del vehículo y la cerró antes de ver su interior.
Era como si hubiera entrado a un salón de belleza para hombres. Había un perchero repleto de trajes de etiqueta, casi todos típicos para una boda. El conductor había cerrado la ventana para que él pudiera cambiarse sin que nadie pudiera verlo. Primero, escogió la vestimenta que iba a usar. Como si hojeara un libro, se paseo por distintos estilos, pensando que se vería mal en todos ellos, hasta que pudo notar un traje negro que no usaba aquella molesta corbata de moño: era un conjunto muy recomendable para él, una camisa blanca, muy bien lavada y planchada, un terno negro sin cuello y que no dejaba ver la camisa y que le llegaba hasta algo más debajo de las caderas y unos pantalones negros, igual que los zapatos. La diferencia con los demás es que incorporaba una capa negra con una cadena que unía los dos extremos y que daban la impresión de ser un collar.
Harry se quitó la camiseta y los jeans, quedando en ropa interior. Podía hasta quedar desnudo si era necesario, total, nadie lo podía ver a través de los vidrios polarizados de la limusina. Cuando se puso los pantalones, pudo comprender que no eran de su talla; luego, la prenda se autoajustó a su fisonomía para que no le incomodara.
—Vaya. Ropa multitalla —dijo Harry en voz alta—. Me encanta la magia.
Después se puso todas las prendas restantes con cuidado para que no se estropearan. Luego de atarse la capa al cuerpo, se miró a un espejo y se sorprendió de lo guapo que lucía. Luego de pensarlo un poco, creyó que esto de verse elegante iba a tener un reverso de la moneda: si se presentaba en la Madriguera y Ginny lo viera, tal vez le diera un ataque de nervios. Bueno, no tenía que actuar como un sex symbol sino que comno Harry, simplemente Harry. Como por instinto, sintió la curiosidad de saber cuánto faltaba para llegar al lugar de la boda, que según un mensaje extremadamente escueto de Ron, iba a ser su misma casa.
—¿Cuánto falta? —preguntó Harry, dudando que alguno de los dos hombres que iban delante le pudiera hacer caso.
—No se preocupe, señor Potter —lo tranquilizó el señor Boyle—. Sólo faltan unos kilómetros y estaremos en destino.
El estómago de Harry se removió un poco al saber que no quedaba mucho trecho por recorrer. ¿Cómo lo iban a recibir allá¿Se acordarán de su cumpleaños? Cómo podían, si mañana sería un momento tan importante en la familia Weasley que posiblemente a nadie se le pasaría por la cabeza que Harry iba ser mayor de edad, momento también importante para él pero que posiblemente iba a pasar como una sombra en la oscuridad. Era la primera vez que se preocupaba tanto que se acordaran de su cumpleaños número diecisiete. También estaba nervioso por la impresión que iba a dar a su familia favorita al verlo con aquella suntuosa y atractiva vestimenta.
Sintió la desaceleración del vehículo cuando doblaba una esquina y, momentos después se detenía. A través de los vidrios podía ver una Madriguera muy distinta a la que conocía desde segundo año. La entrada estaba totalmente cubierta de rosas blancas reales y que no se marchitaban. Pero era todo lo que podía contemplar; eso fue hasta que todos los Weasleys salieron por la puerta atropelladamente y se colocaron delante de la limusina. No era la recepción que esperaba y, por momentos, dudó que tuviera que salir del vehículo. Estaba más nervioso que nunca pero, haciendo de tripas corazón, abrió la puerta y puso un pie sobre el patio delantero.
Ninguno de los Weasleys habló. La primera impresión que tuvieron era que un distinguido caballero de la Orden de Merlín había llegado a la Madriguera pero, echando un vistazo más detallista, pudieron contenplar a Harry Potter salir de la limusina. Sabían que iba a venir pero no con ese atuendo ni en el vehículo que se hallaba estacionado delante de ellos. De entre todos, fue Ron quien se adelantó y abrazó a Harry como si fueran hermanos de sangre.
—Felicidades, Harry —dijo Ron, tomando por el hombro a su amigo y sonriendo de manera muy amplia—. Serás mayor de edad en poco rato más. —Ron enmudeció al ver la cara de desconcierto de Harry—. ¿Qué¿Pensaste que ibamos a olvidar algo tan importante para nosotros? Por favor, Harry, no seas tonto. Hoy vamos a celebrar tu cumpleaños y mañana, la boda de Bill y Fleur. No pararemos hasta la noche de mañana, por lo que te recomiendo que pases y te pongas cómodo antes que la fiesta comience.
—Gra… gracias —balbuceó Harry, mirando a todos de derecha a izquierda, como buscando a alguien con la mirada. La señora Weasley también le dio un enorme abrazo a Harry, quien se sintió como si estuviera en una prensa hidráulica.
—Es maravilloso que ya no tengas que depender de aquellos muggles para vivir. Pero estoy tan preocupada por lo que tienes que hacer. Temo que algo malo pueda pasarte.
—No… no sé que decir.
—Por favor Harry, alégrate —dijeron Fred y George al mismo tiempo—. Podrás hacer todas las locuras que quieras después que cumplas los ansiados diecisiete. Nosotros no podíamos aguantarnos para que tuvieramos la edad para abrir la tienda de chascos.
Harry sonrió. Si tenían una cualidad los gemelos era que su alegría era contagiosa y no podía evitar reirse de sus bromas. Pero, de detrás de toda la familia, estaba la que más le importaba, la chica en la que hasta finales del año pasado era su novia. Ginny no hablaba y parecía tan nerviosa como la primera vez que se encontraron frente a frente. Tenía un papel pequeño en su mano y lo sostenía temblorosamente.
—Tal vez te acuerdes de esto —dijo ella, con un hilo de voz. Luego, entonó con aplomo.
Tienes los ojos verdes como sapo en escabeche
Y el pelo negro como una pizarra cuando anochece
Quisiera que fueras mío, porque es glorioso
El héroe que venció al hechicero tenebroso
Harry se acordó del pasaje que le había recitado ese gnomo de parte de Ginny cuando él estaba en segundo pero, había un cambio. Estaba dedicado directamente a él, como si se lo estuviera diciendo.
—Tienes que perdonarme pero, nunca te hice mi declaración de amor y, quise que fuera esto —dijo Ginny en voz baja. Parecía tan dócil como cuando había entrado recién a Hogwarts. Harry encontraba lindo el pasaje pero nunca tuvo la intención de decírselo porque no quería nada con ninguna chica a esa edad. Luego, ella le dio un cálido abrazo. Harry no se lo esperaba pero trató de separarse de ella: después de todo, tenía que alejarse de su lado.
—No —dijo Harry, separándola suavemente de su lado—. Tomé una decisión y quiero ser firme en ella.
—¡Pero soy fuerte gracias a ti! —exclamó Ginny con mucho dolor.
—No, Ginny. —Harry le tomó la cara y le sonrió—. Tú eres fuerte porque tú te lo has propuesto. Es parte de tu carácter y deberás asumirlo, tarde o temprano. Lo siento, no puedo permitir que Voldemort te use para llegar a mí, no quiero que te conviertas en un instrumento.
—¡Pero te amo, Harry¡Te amo con todo mi corazón y no puedo sacarte de mi mente¿Cómo puedes ser tan insensible a mis sentimientos¿Cómo puedo hacerte entender que mi amor por ti es grande?
—No es necesario que me lo expliques —respondió Harry—. Lo sé desde que nos besamos después del partido contra Ravenclaw. Y no soy insensible a tus sentimientos: sólo quiero protegerte de Voldemort.
—¡No quiero que me protejas¡No me importa morir por ti¿Cuándo lo vas a entender, Harry? —Ginny comenzó a llorar mientras hablaba—. ¿Cuándo vas a entender que nunca estarás solo en esta batalla? Todos estamos dispuestos a morir por ti, Harry.
Él se quedó mudo ante estas palabras.
—Es verdad, Harry —dijo otra voz que provenía de su derecha. Era Hermione Granger quien le había dirigido la palabra—. No nos importa dar la vida para que tú puedas vencer a ese condenado mago que se llama Voldemort.
Harry no podía pensar. Era como si todos hubieran perdido el miedo a Voldemort y estaban dispuestos a enfrentar a cualquier mago que se les interpusiera en su camino. No se esperaba aquella recepción: que toda la familia manifestara su apoyo incondicional hacia él, ofreciendo hasta sus vidas para ver a la comunidad mágica en paz.
—Ahora, entra —le dijo el señor Weasley—. Es tiempo de pasarla bien. Tómalo como un respiro antes de entrar a la lucha por la libertad. Es lo que hubieran querido todos aquellos miembros de la Orden del Fénix que dieron sus vidas por un mundo más tranquilo y pacífico.
Harry caminó hacia la entrada y miró el interior de la Madriguera. Bueno, si no fuera por la presencia de su familia preferida en el mundo de la magia, pudo haber pensado que la limusina se había equivocado de dirección. Todo estaba engalanado para la ocasión y el color que más abundaba era el blanco: guirnaldas blancas, rosas blancas, jazmines y luces blancas que parecían artificio de los gemelos.
—Son minisparkys —dijeron ambos al unísono—. Los creamos especialmente para esta ocasión en que nuestro querido Wolfie se case con Flegggr.
—¡Fred¡George! —refunfuñó la señora Weasley, entornando los ojos—. No se burlen de Bill sino se van a arrepentir.
—Pero mamá. A Bill le gusta. Se lo toma como una broma.
—¿En serio? —quiso saber Harry.
—Es verdad —dijo Bill, en un ademán amigable—. Desde hace unas semanas que me llaman Wolfie. Es un nombre muy gracioso, como para burlarse de lo que me hizo ese Greyback.
El ambiente rebosaba alegría. Nadie se preocupaba por Voldemort ni por los Horrocruxes en ese momento. Y, Harry no pudo evitar sentirse en sintonía con semejante ambiente festivo. Toda la familia y Hermione fueron entrando a la casa, que se estaba haciendo pequeña para tantas personas. Harry pudo ver una enorme torta que decía "Feliz Independencia Harry" con diecisiete velas de colores. Él sintiéndose algo cansado, se sentó sobre un sillón y los demás lo comenzaron a rodear, lentamente. Harry sabía que es lo que iban a hacer.
—Esta canción la inventamos nosotros —dijo Fred, con una risita— y está especialamente dedicada a ti, Señor Elegido—. Todos respìraron hondo y comenzaron a cantar.
Pero quién es ese…
Aquel niño, perdón, hombre que nada parece temer
Todos lo admiran con creces
Y hace a los enemigos retroceder
Lo sabemos, es grandioso
Lo sabemos, es generoso
Pero lo que ignoramos…
Es si con él bailaremos
Sí señores, es él, el caballero andante
El que hace comer caca a los maleantes
El que coloca a las mujeres calientes
Es él, sí, es él
Harry, el Independiente
Y todos gritaron como condenados, vivando y levantando a Harry en al aire diecisiete veces antes de dejarlo en el suelo, todos abrazándolo y alborotándole el pelo más de lo que estaba. Arrastraron a Harry hacia la torta y lo animaron a que soplara las velas. Cuando lo hizo, todas ellas explotaron en colores y le chamuscaron las cejas.
—Feliz cumpleaños, Harry —le dijo George, poniéndole en el cuello una serpentina—. ¿Te gustó la canción?
—Es la canción más estúpida que he escuchado en mi vida. —Harry mostraba una sonrisa de oreja a oreja—. Pero gracias de todas maneras.
Todos los miembros de la familia lo condujeron al patio, donde había una pila monumental de regalos. Harry supuso que eran para los novios que se iban a casar mañana pero no tenía la menor idea de lo lejos de la verdad que estaba.
—La mitad de los regalos son para ti, Harry —le dijo Bill, señalando la montaña de paquetes brillantes—. Cortesía del banco Gringotts.
La señora Weasley llevaba una mesa y Ron, lo que parecía un equipo musical muggle. Harry sonrió, pensando que éste sería el momento más feliz de su vida. ¿A quién le importaba Voldemort en este momento? Era momento de olvidarse por un instante de los problemas del mundo y disfrutar del agradable presente que estaba viviendo. Se volteó hacia el grupo, justo cuando la música comenzó a sonar y la fiesta comenzó.
