Hola a todos...
Esta vez vengo con una adaptacion, el nombre del libro y de la autora se los digo al final. Aclaro que la historia no es mia (para q esta vez no haya malentendidos) los personajes son de Stephanie meyer.
los dejo con la historia, espero que les guste, la disfruten y ojala dejen review.
Hasta pronto
Argumento:
Amor, matrimonio e hijos… pero no en ese orden
Edward Cullen no podía creer que su padre, el duro magnate Carlisle Cullen, hubiera desafiado a sus cuatro hijos a casarse en menos de un año para no perder su herencia. Él llevaba el rancho familiar en la sangre y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de no perderlo…
Incluso a casarse.
Así pues, fue en busca de Bella Swan, la única mujer que había conseguido llegar a su corazón. Pero cuando se presentó en su casa, Edward se encontró con algo más que una ex novia enfadada… ¡había también una pequeña que se parecía mucho a él!
Prólogo
Edward Cullen se apoyó levemente contra una estantería. Con el hombro rozó un grueso volumen de Shakespeare, encuadernado en cuero, mientras sus dedos sostenían suavemente un taco de billar. Había dejado el sombrero sobre un sillón y sus Levi's desgastados se confundían con las botas negras de cowboy, cubiertas por una capa de polvo, que llevaba puestas. Cuando se había vestido a las cuatro de la madrugada aquel día para ir a trabajar a su rancho de Idaho, no se había podido imaginar que su presencia sería reclamada en una reunión familiar de urgencia en Seattle. Trató de recordar cuándo había sido la última vez en la que él y sus tres hermanos se habían reunido en la casa de su padre. Debía de haber sido un mes atrás, la noche en la que a Carlisle le había dado un ataque al corazón.
—Vaya, ¡maldita sea la falta de práctica! —dijo Emmet de malhumor al fallar el golpe. Era la cuarta bola que rodaba sobre el tapete verde en vez de caer en el agujero—. ¿Te vas a animar, Edward?
Edward se apartó de la estantería de madera de cerezo para dirigirse a la vetusta mesa de billar. Dio un rodeo para así poder estudiar la posición de las bolas restantes. La estancia estaba levemente iluminada. Una lámpara colgaba del techo sobre la mesa de billar y pequeñas lamparillas de cobre envejecido se repartían sobre las mesas de la zona de estar. La estancia estaba amueblada con cómodas butacas y vestida con acogedoras alfombras persas. En un extremo de la biblioteca se encontraba el escritorio de caoba de Carlisle Cullen, justo frente al ventanal con vistas a la playa privada del lago Washington. Al otro lado del lago, destacaba la silueta de los rascacielos de Seattle en la oscuridad de la noche.
Edward se apoyó sobre la mesa de billar. Estaba acostumbrado a jugar en aquella lujosa biblioteca. Carlisle había instalado allí la mesa de billar años atrás para poder estar cerca de sus hijos adolescentes cuando había tenido que trabajar en casa. Que esta decisión le hubiera ayudado a tener una mejor relación con sus hijos, era otra cuestión. En cualquier caso, Edward estaba más que acostumbrado al lujo de la mansión de su padre. Aquella casa, diseñada con la más alta tecnología, había sido bautizada en broma como «La Choza» por sus hermanos y él. Había sido el hogar de Edward desde que había tenido doce años hasta que a los dieciocho se había marchado a la Universidad.
Sin embargo, aquella noche reinaba un aire extraño en aquel lugar. Edward tuvo el presentimiento de que algo iba a suceder.
— ¿Alguien sabe por qué nos ha llamado el viejo? —preguntó a sus hermanos.
Emmet, el mayor, de cuarenta y dos años, se encogió de hombros.
—Mi secretaria me ha dicho que Carlisle no le había dado ningún detalle —contestó.
— ¿A ti también te ha llamado Carlisle en persona? —dijo Jasper extrañado. Era muy alto, desgarbado y tenía treinta y seis años, dos años más que Edward. Jasper agitó la botella medio vacía de cerveza en dirección a su cuarto hermano, que estaba sentado a medio metro de él—. ¿Y a ti, Jacob, a ti también te ha llamado Carlisle en persona, o has recibido el mensaje a través de su secretaria?
J.T tenía treinta y ocho años y era tan alto o más que sus hermanos. Se frotó los ojos y, bostezando, se estiró.
—Me ha llamado Carlisle. Le he explicado que me estaba obligando a cancelar una semana entera de reuniones en Nueva Delhi, además de a pasarme la mitad del día en el jet de la empresa para poder llegar a casa a tiempo. Pero ha insistido muchísimo en que viniese —contestó Jacob Después se acarició el pelo y miró a Edward antes de volver a hablar—. ¿Y a ti?
—Estaba en el rancho cuando me ha llamado. Me ha dicho lo mismo que a ti, que era imprescindible que viniese —Edward torció el gesto y miró uno a uno a sus hermanos—. No ha querido decirme para qué me quería ver. ¿A vosotros os ha comentado algo?
—No —dijo Emmet negando con la cabeza.
Jasper y Jacob lo imitaron.
Sin que Edward tuviera tiempo para reaccionar, la puerta de la biblioteca se abrió y apareció su padre.
Carlisle Cullen era un hombre atractivo. Delgado y alto, y con apenas unas canas poblando su rubia cabellera. Llevaba unas gafas de pasta dura y sus ojos azules reflejaban la inteligencia del hombre que había inventado un nuevo lenguaje informático y de programación. Gracias a él la marca CullenCom se había convertido en una palabra mundialmente conocida. Su energía vital, a pesar del reciente ataque al corazón, resultaba milagrosa.
—Ah, estáis todos aquí. Excelente —Carlisle se dirigió hacia su escritorio—. Acompañadme, muchachos —dijo.
Edward se puso el sombrero, dejó el taco de billar y siguió a su padre. Ni él ni ninguno de sus hermanos se sentaron en las sillas dispuestas frente a la mesa de trabajo. Todos permanecieron de pie. Edward metió las manos en los bolsillos de sus Levi's y se apoyó en la pared. Estaba casi fuera del ángulo de visión de su padre.
Carlisle frunció el entrecejo y giró la silla en dirección a Edward.
¿Por qué no te sientas?
—Estoy bien así —contestó él.
Carlisle miró, con el mismo gesto, los rostros de sus otros tres hijos. Emmet se encontraba detrás de una de las sillas, Jasper estaba apoyado en la pared al lado de Emmet, mientras que Jake estaba situado frente a ellos.
Carlisle se encogió de hombros en un gesto de impaciencia.
—Muy bien, sentados o de pie, es lo mismo —afirmó. Se aclaró la garganta—. A raíz del ataque al corazón que sufrí el mes pasado, he estado pensando mucho sobre esta familia. Nunca antes se me había ocurrido pensar sobre mi legado, ni muchísimo menos sobre la posibilidad de tener nietos que llevaran el apellido Cullen. Sin embargo, el ataque al corazón ha hecho que me enfrente a la verdad: me podía haber muerto. Me podría morir mañana, de hecho — se levantó apoyando los nudillos sobre la mesa—. Me he dado cuenta de que, si fuera por vosotros, nunca os casaríais. Lo que implica que yo nunca tendré nietos. Así que mi propósito no es dejar el futuro de esta familia en manos de la suerte por más tiempo. Os doy un año. Al final de este año todos y cada uno de vosotros tendréis que estar casados. Y lo que es más, vuestras mujeres deberán ya tener un hijo o lo estarán esperando.
Se hizo un silencio tenso en la estancia.
—Bueno —balbuceó Jacob en un tono de voz seco.
Edward evitó mirar a Jake y dirigió la vista a Emmet al darse cuenta de que éste lo miraba divertido. Jasper se limitó a arquear una ceja mientras tomaba un sorbo de cerveza.
—Si alguno de vosotros se niega a hacer lo que os digo —continuó Carlisle, como si no se hubiera dado cuenta de la falta de interés que mostraban los muchachos—, todos vosotros perderéis vuestras privilegiadas posiciones en CullenCom, así como los beneficios que tanto os gustan.
La sonrisa se esfumó del rostro de Emmet. Edward se puso en tensión. ¿Qué demonios estaba diciendo su padre?
—No puedes estar hablando en serio —dijo Emmet.
—No he hablado más en serio en mi vida —replicó Carlisle.
—Con todo el respeto del mundo, Carlisle —añadió Jacob tras un silencio—. ¿Cómo vas a ser capaz de dirigir la compañía si nos negamos a hacer lo que nos pides? No tengo ni idea de lo que ahora están haciendo Emmet, Jasper y Edward, pero sé que yo estoy en medio de varias operaciones de expansión aquí en Seattle, en Jansen y en nuestra sucursal en Delhi. Si otra persona tuviera que ocupar mi puesto, pasarían meses hasta que se recuperara el ritmo. Solamente con los retrasos en los trabajos de construcción, CullenCom perdería una fortuna.
—No me importa porque si los cuatro os negáis, dividiré CullenCom y la venderé. La sucursal de Delhi pasará a la historia, además venderé la Isla Huracán —afirmó Carlisle. Dirigió la mirada hacia Edward—. También venderé todas las acciones de CullenCom en el rancho de Idaho —afirmó. Después miró a Jasper—. Cerraré la fundación si os negáis a cooperar —añadió. Por último su mirada se posó sobre Emmet—. Y la compañía no necesitará más un presidente porque ya no existirá compañía para que puedas presidirla.
Emmet se quedó de piedra.
—Pero esto es una locura —dijo Jasper—. ¿Qué pretendes conseguir?
—Pretendo veros a todos asentados con una familia en marcha antes de morirme —sentenció Carlisle. Sus ojos se oscurecieron—. Quiero veros al lado de una mujer decente que sea buena esposa y madre. Os advierto que la mujer con la que os caséis tendrá que cumplir las expectativas de Esme.
¿La tía Esme sabe algo de todo esto? —preguntó Edward. Le costaba creerse que la mujer que había desempeñado el papel de tía con todos ellos, la viuda del mejor amigo de Carlisle, estuviera detrás de aquel plan de locos.
—Todavía no sabe nada —contestó Carlisle.
Edward se sintió aliviado. Cuando Esme se enterara, pondría orden en aquel asunto. Ella era la única persona a la que Carlisle escuchaba.
—Entonces —prosiguió Edward despacio—, déjame ver si he entendido todo bien. Todos nosotros tenemos que comprometernos a casarnos y tener un crío en el plazo de un año…
—Y todos tenéis que aceptar —interrumpió Carlisle—. Los cuatro. Si uno se niega, todos los demás perderéis la calidad de vida de la que habéis disfrutado hasta ahora. Los trabajos y las acciones de CullenCom, a las que tanto apego tenéis, se esfumarán.
—Y cada una de las novias tiene que contar con la aprobación de la tía Esme —añadió Edward.
Carlisle asintió.
—Es una mujer intuitiva. Se dará cuenta enseguida si alguna de las mujeres no está hecha de buena pasta. Esto me recuerda un requisito más. No podéis hacer saber a vuestras futuras esposas que sois millonarios ni que sois hijos míos. No quiero a más cazafortunas en la familia. Dios sabe que ya me he casado con suficientes mujeres de ese tipo yo. No quiero que ninguno de mis hijos cometa mis mismos errores —afirmó antes de respirar profundamente—. Os doy un poco de tiempo para que podáis pensároslo. El plazo terminará dentro de tres días a las ocho en punto de la tarde. Si no me comunicáis vuestra decisión en este plazo, contactaré con mi abogado para qué empiece a buscar compradores —sentenció. Se puso en pie y rodeó el escritorio para abandonar la habitación, cerrando delicadamente la puerta a sus espaldas.
—Bastardo —murmuró Edward lentamente, con los ojos entrecerrados—. Y lo peor es que creo que va en serio.
