Solsticio

We danced in graveyards
with vampires till dawn
we laughed in the faces of kings
never afraid to burn
and I hate
and I hate
and I hate
and I hate disintegration
watching us wither
black winged roses
that safely changed their color.

Little Earthquakes, Tori Amos.

- ¡Mamá!

Me escondí debajo de las sábanas instintivamente al escuchar el sonido de Reneesme en el primer piso. Debían ser las ocho de la mañana. El sol se colaba implacable entre las cortinas de mi habitación.

- ¡Mamá vamos a llegar tarde!

Di un par de vueltas más en la cama antes de que el golpeteo de los pasos de mi marido llegara a mis oídos, inmovilizándome. Venía subiendo la escalera rapidísimo, estaría junto a mí en una fracción de segundo para sacarme de mi letargo.

El verano había recién comenzado. Eran los primeros días de junio, y el calor se estaba haciendo sentir fuerte, como nunca antes. A pesar de estar confinados en Forks, un pueblo donde la lluvia es el estado común del cielo, el sol veraniego se había instalado en nuestra zona por más tiempo del acostumbrado. Causando altos grados de temperatura, que desde la primavera, nos habían sorprendido a todos.

Por supuesto, mi piel no era sensible a este cambio climático. De haber sido humana, hubiera transpirado como un cerdo todos los días. Me habría visto obligada a andar ligera de ropa, tal vez con un abanico en mano, retocándome el desodorante dos veces al día, y escondiéndome bajo la sombra para protegerme de los rayos ultravioleta. Pero no, mi realidad estaba lejos de la de los humanos.

Al contrario, yo no era capaz de sentir el cambio en las nuevas temperaturas veraniegas del mismo modo que una persona normal, aunque estaba más conciente de ello que la mayoría de los humanos. De hecho, en esa ocasión, temprano por la mañana, ya podía respirar en el aire una densidad distinta, más espesa. Mis sentidos funcionaban a un nivel más avanzado, por lo que si abría mis ojos, me daba la sensación de estar realmente viendo el calor. Si movía mis manos, mis dedos en el aire, podía palpar la humedad del ambiente.

No transpiraba, no me sentía ahogada por la temperatura, pero veía cómo el entorno natural reaccionaba frente a esta nueva circunstancia.

Es el calentamiento global –intentó explicarnos una vez Carlisle, que por cierto se había involucrado de pies a cabeza en el tema del reciclaje y la ecología. Había propiciado la instalación de basureros especializados en la escuela y en el hospital; también estaba haciendo charlas, dictando talleres de ahorro de energía, e incluso se había involucrado –anónimamente –en un grupo que apoyaba económicamente a los científicos que estudiaban este fenómeno –No creo que haya mucho que hacer a estas alturas, pero peor es sentarnos a ver como el planeta se consume por nuestra culpa –explicó la primera vez que nos obligó a cargar basureros de reciclaje.

Tal vez el hecho de que pudiéramos experimentar más sensorialmente los cambios que ocurrían en la naturaleza, nos hicieron más concientes del daño que hacíamos a nuestro planeta.

O a lo mejor, simplemente estábamos aburridos.

-¿Creen que, si es que el mundo se vuelve un infierno caluroso, a nosotros nos afectaría? –Emmet, como siempre, burlándose de las situaciones serias. No se tomó a pecho el tema de la ecología y el calentamiento global, por supuesto. Para él era solo un snobismo más, un tipo de publicidad indirecta, propaganda política.

-Si se mueren las plantas se mueren los herbívoros. Si no hay pequeños animalitos, tampoco hay grandes animalotes. Y si no hay de esos, ¿qué pretendes comer? –Y Rosalie lo obligaba a ponerse serio.

-Nos veríamos forzados a comer humanos –se burló -¿Están seguros que quieren prevenir el calentamiento global?

Edward subía las escaleras y yo me quedaba inmóvil como una estatua ante su inminente entrada en nuestra habitación. Debajo de las sábanas, yo seguía usando un pijama azul marino, de shorts y polera sin mangas. Él en cambio, ya estaba vestido: el olor de sus jeans se mezclaba con el de su piel, creando una esencia inconfundible que fluía a través de la casa y hasta mis narices. En realidad, le conocía tan profundamente, que podía reconocer su figura aún sin verlo ni escucharlo.

Se quedó en el marco de la puerta, probablemente con los brazos cruzados.

Contuve la respiración mientras me observaba.

-¿No vas a venir?

Estaba intentando poner su voz de reproche, pero no le resultaba. En cambio, la entonación de cada palabra escondía una pequeña burla, síntoma de lo divertida que le parecía mi figura, camuflada entre las sábanas como un niño que no quiere ir a la escuela.

No contesté y el no se movió, ni insistió.

-¡Mamá! –Nessie había subido los primeros dos escalones y ahora gritaba hacia el segundo piso –.Por favor, ¡Jacob está esperando!

-Jacob está esperando –dijo Edward haciendo eco de las palabras de Reneesme pero cambiando el entusiasmo por una agónica insistencia – ¿Vas a venir o no?

Ese día comenzaba la excursión que Jacob y Carlisle prepararon durante la primavera. La idea era, por supuesto, complacer a Reneesme. Mi hija había crecido muchísimo, más de lo que nos esperábamos. Es decir, sabíamos que su crecimiento era acelerado y que al cumplir los siete años de vida, su cuerpo reflejaría la madurez de una mujer de veinticinco. Nos suponíamos preparados para su corta niñez, pero una cosa era decirlo y otra vivirlo.

Habían pasado tres años desde su nacimiento y ya parecía una niña de quince años. Era más alta que yo y aproximadamente diez centímetros más baja que su padre. Se había dejado crecer el cabello, que había mutado desde los hermosos rulos dorados que tenía a los pocos días de haber nacido, para convertirse en una hermosa cabellera café claro, que con amplias ondas le llegaba a la mitad de la espalda. Sin duda era preciosa. Si hubiera querido, podría haber trabajado como modelo, o haciendo comerciales. Pero eso no le interesaba.

A decir verdad, no sabíamos con exactitud si podía o no sentirse atraída hacia alguna profesión u oficio, pues tiempo después del casi fatídico encuentro con los Vulturi, una vez que ya conocíamos el límite del acelerado crecimiento de Reneesme, decidimos posponer todo tipo de instrucción escolar. Primero por las razones obvias: no podría ser parte de ningún grupo de estudiantes, pues crecería mucho más rápido que sus compañeros, levantando sospechas. Pero la decisión también se tomó debido a que queríamos que ella desarrollara sus propios intereses al margen de lo que la sociedad pudiera imponerle.

Por supuesto, suena bastante utópico, querer que Reneesme se auto educara y se mantuviera alejada durante su etapa de desarrollo de los conocimientos humanos; de hecho, Carlisle no estaba muy de acuerdo con nuestra decisión, pero queríamos aprovechar el hecho de que fuera mitad humana, para que ella misma encontrara la forma de entender esa parte de su naturaleza, sin necesidad de recurrir a escuelas o institutrices, alejándola de imposiciones ajenas, donde se imponía el razonamiento lógico, desvalorizando los sentimientos y las intuiciones.

Si algo había aprendido con mi paso a la inmortalidad, es a que aquello que llevamos dentro, más allá de la piel y del cerebro, es de vital importancia para poder existir en el mundo. Desde esa reflexión, preferimos que la niña aprendiera jugando, mirando a sus tíos y a sus abuelos, preguntando si se sentía inquieta con respecto a algo, o pidiendo que se le enseñaran las cosas que le llamaban la atención. Así fue como sucedió, por ejemplo, con la jardinería. Una mañana, viendo a Esme mientras podaba las flores del jardín, se interesó por el crecimiento de las plantas y el cuidado necesario para que florecieran tan hermosas como las que había en casa de Carlisle. Esme le explicó lo necesario, y desde ese día la instruyó en jardinería. Actualmente, el jardín de mi casa estaba florecido de pies a cabeza; Reneesme había plantado tulipanes en la entrada principal; en la parte trasera de nuestra pequeña cabaña, había sembrado menta, manzanilla, lavanda, matico, boldo y todo tipo de plantas para infusiones.

Intentábamos adaptar nuestros ideales sobre como criar a un niño, a las limitaciones que nos imponía el acelerado crecimiento de Reneesme. Y lo hacíamos bien, ella se veía contenta.

Lo único que fallaba en nuestra forma de criarla, era el tema de los amigos. Desde el momento en que nació, estuvo siempre rodeada de vampiros adultos. Pero no tenía amigos propios. No podía tenerlos tampoco, pues el exponer su propia naturaleza a los humanos era un riesgo que no queríamos correr: exponer el secreto y alertar a los Vulturi era una situación extrema, principal prioridad en la tabla de prohibiciones. Por lo tanto, Reneesme se veía obligada a compartir solo con nuestra familia, Charlie y Jacob.

De pequeña esa limitación no le molestaba; probablemente porque nosotros éramos todo su mundo y satisfacíamos todas sus necesidades. Pero llegada a la supuesta adolescencia, Reneesme comenzó a sentir, primero como curiosidad y luego como necesidad, el deseo de conocer a otros como ella, de su edad, que tuvieran sus mismos intereses e inquietudes. Veía películas, escuchaba música, leía libros y revistas, y en cada cosa había quinceañeros bailando, conversando, divirtiéndose, besándose. A medida que crecía, se iba sintiendo cada vez más sola, ni nuestra familia ni Jacob éramos suficientes para ella.

No nos lo va a decir –me explicó Edward a principio de año –pero se siente miserable. Creo que es la típica angustia adolescente, sentir que no encaja, que no pertenece. Si fuera una adolescente cualquiera, no me preocuparía, pero no es el caso. Ella sí es extraña, casi única en su especie, y eso le está creando una gran pena, lo escucho todos los días.

Supongo que realmente no pertenece a ningún grupo –pensé en voz alta.

-No digas tonterías Bella –Jacob se irritaba cuando no podía contentar a Nessie. Aún ahora, cuando todos nos veíamos de manos atadas, él intentaba ver todo por el lado amable –.Ella pertenece a esta familia, es un Cullen, es un Swan, es un Black.

-Eso lo sabemos Jacob –interrumpió Esme –pero ella no lo ve de la misma forma.

-Se siente sola –agregó Edward frustrado y torciendo las cejas.

Hablarlo no solucionaba el problema. Y si hubiera estado yo sola enfrentándome a esta situación, no hubiera llegado a ninguna solución, pues desde mi punto de vista, ella no tenía más remedio que el de aceptar su condición y esperar con paciencia hasta cumplir siete años, cuando por fin su crecimiento cesara y pudiera compartir con humanos de su edad. O mejor dicho, de su tamaño.

Pero el resto de mis familiares quería hacerle la espera menos angustiosa. Aunque no había manera alguna de que ella pudiera hacer amigos por su cuenta, por lo que todo lo que se hiciera no era más que una solución parche.

Fue idea de Jacob, finalmente, la de salir de excursión. Propuso inventar una salida al aire libre, para poder contemplar la naturaleza, conocer los alrededores, quizás escalar, quizás jugar a la pelota, quizás hacer una fogata y contar historias. Una especie de campamento de verano, pero sólo para conocidos y familiares con poderes sobrenaturales.

Carlisle fue el más entusiasta de todos, pues quería aprovechar la salida para observar el medioambiente e intentar ayudar limpiando algunas zonas que los humanos ocupaban para acampar, y que estaban mal cuidadas. El resto de nosotros no se sintió tan motivado con la excursión, pero vimos en esta una nueva forma de sociabilizar para Reneesme.

Podía ser una buena idea.

-¿Por cuánto tiempo quieres ir Jacob? –le preguntó Nessie a su licántropo cuando este le propuso la salida.

-Eh… –titubeó él al reconocer el poco entusiasmo en la voz de ella –no lo sabemos aún.

Edward estaba observando la conversación, escuchando la reacción de su hija ante la propuesta de Jacob. Sus labios se tensaron al entender que no era para nada la solución que estábamos buscando.

-¿Quiénes irían? –Nessie fingió interés. Muy mala actriz, por cierto.

-Eh…-Jacob dio una mirada de auxilio a Edward.

-Todos nosotros, por supuesto –contestó él.

-Está bien – levantó los hombros sin interés.

La idea era que la excursión fuera distinta, novedosa para ella. Pero la estaban invitando a hacer lo mismo de siempre: salir de viaje con la familia, solo que en un paisaje distinto y sin las comodidades de las que acostumbrábamos rodearnos.

¡Era un sinsentido¡

Me vi forzada a interrumpir.

- Jacob quería invitar a la manada también, y a sus novias. No estaba seguro si pedírtelo o no, porque no sabía si te gustaría salir con ellos también.

Nessie puso dos ojos de plato y quedó levemente boquiabierta. Miró con asombro a su pseudo novio, que a su vez me miró a mí, luego a Edward y nuevamente a ella, alternándose entre nosotros rápidamente, sin entender del todo mis intenciones.

-Eh…si, bueno. Eh…

-¡Me parece una buenísima idea Jacob! –saltó Nessie.

¡Eureka! Me regocijé internamente de mi éxito. Edward se volteó para guiñarme un ojo.

-¿Estás segura que no te molesta? –Jacob la abrazó con fuerza y por sobre su cabeza me hizo muecas y gestos groseros.

"Qué mierda estás pensando", leí en el movimiento que hizo con sus labios.

La manada de Jacob era pequeña. Contaba con los hermanos Clearwather, Seth y Leah, y con sus dos mejores amigos, Quil y Embry. De ellos, solo Embry había imprimado, pero su novia tenía cinco años. Leah seguía tan amargada como siempre, no había encontrado novio ni parecía tener intenciones de buscar uno. Seth y Quil salían esporádicamente con algunas chicas, pero no tenían nada serio aún. Tampoco habían experimentado la imprimación. El único que tenía novia era Jacob, el macho alfa, y era muy receloso de ella. No le gustaba juntarlos a todos en un grupo, pues era sobre protector y no quería exponer a Reneesme. Creía que si ella se encontraba muy cerca cuando alguno entrara en fase, podía salir mal herida. Además, no había otras chicas en la manada, por lo que a vista de Jacob, no tenía sentido.

Ella no había manifestado ningún interés en conocerlos más de cerca, pero si lo que queríamos era darle la posibilidad de tener amigos, ellos eran los únicos que podían actuar como tales. Si Jacob estaba tan interesado en hacer feliz a Reneesme, tendría que pasar por sobre sus propias reglas y permitirle crear lazos con ellos.

Esa mañana, partiríamos hacia la reserva y desde ahí, nos embarcaríamos hacia los bosques del sur.

Reneesme intentaba apurarme y Edward observaba, desde el canto de nuestra pieza, como me escondía entre las sábanas para no ir.

Desde un principio me mostré poco interesada en salir de excursión. No sentía aberración por la naturaleza, ni por los campamentos, pero me parecía que no era una muy buena idea acompañarla en este viaje, pues ella debía experimentarlo sola.

- No podemos dejarla ir sola –me reclamó Rosalie en cuanto propuse mantenernos al margen de la excursión –Tú confías en los licántropos, pero esa es una tontería tuya. Además, qué pasaría si…

- No pasará nada – replicó Jacob.

- Estaré de acuerdo con Rose esta vez –Edward no solía contradecirme. Al apoyar a su hermana, estaba pasando sobre mi autoridad como madre. Pero si a él le incomodaba mandar a nuestra hija acompañada sólo por la manada, tampoco yo podía obligarlo a lo contrario.

Estar ahora escondida debajo de la cama, era la forma de reclamar que yo tenía. Pero la ansiedad en Reneesme, el entusiasmo ante la idea de salir con otros jóvenes a acampar… no podía quitarle eso.

Me senté sobre la cama y miré a Edward fijamente. Los dos parecíamos estatuas, inmóviles, pálidos, ojerosos, hermosos. Intenté comunicarle mis intenciones de no ir, pero él se cruzó de brazos, haciéndome saber que tampoco él pensaba ceder.

Entonces levanté mi escudo, aquella lámina invisible que protegía mi cerebro y mi cuerpo de los poderes de otros vampiros. Aquella habilidad que mantenía mis pensamientos ocultos para Edward. La levanté, la saqué, me mostré vulnerable para que él pudiera entender mis razones sin necesidad de que Nessie nos escuchara debatir.

Escucha, Edward. No hago esto para ir en contra tuya o de Jacob. Pero piénsalo bien, no querrás que Nessie termine aburriéndose de nosotros y escapando de casa a la primera ocasión que vea.

Él levantó una ceja.

Déjame terminar. Si tanto te incomoda que la niña vaya sola de excursión con la manada, a pesar de que ya los conoces y de que ambos confiamos en Jacob, no me opongo a que alguno de nosotros los acompañe. Carlisle está muy entusiasmado, y Rosalie no quiere dejarla sola. Deja que ellos, y seguramente también Emmet, vayan con los chicos. Nosotros quedémonos acá. Somos sus padres Edward, seguro que no querrá que la acompañemos. Nadie quiere salir de paseo con sus amigos Y con sus padres.

Por favor, hazlo por ella.

Edward reflexionó unos segundos. Cerró los ojos, dejó caer los brazos y luego llamó a Reneesme.

-Sube al segundo piso Nessie -ordenó en seco.

Ella llegó casi inmediatamente. Estaba vestida con una polera y jeans. Llevaba en la espalda una mochila de excursión, desde el cuál se podía ver el saco de dormir y una botella con agua. A pesar de lo rudimentaria de su vestimenta, se veía despampanante.

-¿Qué sucede? –preguntó con tono de súplica.

-Hemos tomado una decisión de último minuto –le comunicó Edward.

Reneesme no contestó. Se quedó mirándome con miedo. Seguro que pensaba que no le permitiríamos ir.

-Por favor, confíen en mí. No hay razón para no ir…

-Sí vas a ir –interrumpí antes de que se pusiera más histérica aún.

-Nosotros somos los que no iremos –sentenció Edward.

-¿Qué? –la expresión de Nessie fue de sorpresa, si. Pero también de alivio.

Sonreí cautelosamente, contenta de haber acertado: ella no quería ir con nosotros.

-Ya lo sabía –contestó él ante mi sonrisa.

Por supuesto que lo sabía, ¡podía leer su mente!

-No entiendo nada –Nessie apoyó la mochila en el piso.

-Hija –me levanté de la cama y caminé hasta ella –confiamos en ti. Confiamos también en Jake. Queremos que vayas sola y que puedas compartir con la manada sin tener que preocuparte por nosotros.

-Aunque no podemos encerrar a Rose ni a Carlisle –se burló Edward.

-Gracias, muchas gracias a los dos –me abrazó apoyando su cabeza en mi hombro.

Pueden aprovechar para tener una segunda luna de miel, me dijo cuando sus manos tocaron mi piel.

-Esa no es una mala idea –Edward tomó la mochila y la colgó sobre uno de sus hombros –Ahora vámonos, que Jacob está esperándote.

Ambos me besaron para despedirse, y luego partieron hacia la reserva.

Los observé desde la ventana.

A Nessie le encantaba encaramarse sobre nosotros mientras corríamos. Era desde pequeña una amante de la velocidad, al igual que su padre y sus tíos. Con Edward, tenían la hermosa tradición de viajar de esa forma siempre que estuvieran los dos solos. Ahora mismo, mientras desaparecían entre los árboles del bosque, Nessie estaba aferrada a los hombros de su padre.

La casa había quedado vacía.

¿Y ahora qué?, pensé antes de decidirme por un baño de tina.


TERAPIA

Descarté sumergirme en burbujas.

En uno de los muebles del baño, teníamos guardados todos los implementos de aseo con los que solíamos bañar a Reneesme cuando era aún una niña.

Desde pequeña mi hija tuvo una verdadera relación amorosa con la tina del baño. Le encantaba que la acompañáramos cuando se bañaba.

Cuando su tamaño era el de una niña de cuatro años, llevaba todo tipo de juguetes y los sumergía en la bañera, pretendiendo ser la reina soberana del mar, que era la tina. Nos pedía que le enjuagáramos el cabello, que le masajeáramos la espalda. A veces incluso me invitaba para que nos bañáramos juntas. Yo, obviamente, no necesitaba bañarme para estar limpia. De hecho, nunca me ensuciaba, ningún vampiro lo hace. Pero eso no quería decir que no pudiéramos disfrutar de las delicadezas del agua.

Busqué en el mueble la espuma de baño, parte de los implementos que compró Reneesme cuando pasó a la segunda etapa en su relación con la tina del baño: un lugar de relajación y meditación.

Tenía distintas esencias, sales de baño, espumas y esponjas, con las que se deleitaba durante horas, en silencio, para después irse a dormir. Pero cuando descubrió las bondades de la jardinería, cambió todos los productos cosmetológicos por baños en pétalos de rosa y en distintas hierbas que ella misma cosechaba en nuestro jardín. Las espumas y las sales de baño estaban ahora olvidadas en el fondo más oscuro del mueble del baño.

"Alóe Vera". De eso estaba hecho el primer frasco que tomé. Medité brevemente sobre darme un baño de burbujas, buen olor, divertido.

Pero no, no era eso lo que estaba buscando.

Abrí la llave de la tina y mientras se llenaba, devolví la espuma de baño a su rincón y ordené un poco el baño, las toallas que Reneesme había dejado tiradas en el piso.

Me saqué el pijama y caminé desnuda hacia la habitación principal, donde Edward y yo pretendíamos dormir todas las noches. Guardé la polera y el pantaloncillo en su lugar, debajo de mi almohada. Luego abrí las cortinas y las ventanas para ventilar. Durante unos minutos, contemplé el paisaje que se veía a través de nuestro diminuto balcón: el sol había salido completamente desde su escondite; los árboles estaban inmóviles, no corría ni siquiera una pequeña brisa. El día iba a ser tan caluroso como todos los demás.

Edward debía haber llegado ya a la reserva. Seguro estaba dando indicaciones a Jacob y a los vampiros que acompañarían a la manada en la excursión. Calculé que probablemente se quedaría hasta que partieran; si considerábamos algunas tardanzas típicas de los viajes, organización, equipaje, despedidas, recomendaciones (amenazas tal vez) y algún otro imprevisto, podía aventurarme a predecir el regreso de Edward dentro de una hora. Tiempo más que necesario para disfrutar del baño de tina en soledad.

Volví al baño y me sumergí en el agua caliente. Estaba hirviendo. Si bien mi piel no era sensible a las temperaturas extremas, sí era capaz de identificarlas al contacto. ¿Cuánto me demoraría en entibiar el agua? No lo sabía. ¿Se pondría tan helada como mi piel? Mis conocimientos sobre física eran más que básicos, se limitaban a las enseñanzas que había tenido durante mi época colegial, pero eran lo suficientemente sólidos como para que supiera que el calor se traspasa entre la materia. Por lo que supuse que sí, el agua imitaría la temperatura de mi cuerpo.

El vapor inundaba todo el baño. El espejo estaba empañado. Apoyé mi cabeza sobre la cerámica. No había ningún sonido, el agua estaba tranquila, quieta, muerta: yo no me movía.

Levanté una pierna. El agua cayó en muchas gotitas y mi piel quedó completamente seca en pocos segundos. Mi cuerpo no absorbía el agua, no la necesitaba.

Me sumergí completamente. Mi cabello flotaba alrededor de mi cabeza. Abrí los ojos y miré el techo. Normalmente, los cambios de luz en el ambiente no suponían una alteración en mi capacidad visual: podía ver tan bien de noche como durante el día. Pero con la capa de agua interponiéndose entre mis pupilas y la realidad, las imágenes se me hacían ligeramente borrosas. Podía perfectamente ver el vapor que salía de la bañera y como iba lentamente disminuyendo sobre mi cabeza, pero si no hubiera estado bajo el agua, podría haberlo visto con más detalle.

Mientras seguía sin respirar, con el cuerpo escondido bajo el humeante cúmulo de agua caliente en la bañera, me di cuenta que poco sabía sobre mi propia naturaleza. Continué mirando a través del agua y pensé en que nunca antes me había sumergido de cuerpo entero en una piscina, o en el mar, desde mi transformación. Sabía que Edward lo había hecho, pues estaba con él cuando buceábamos juntos en las playas de Isla Esme. Pero nunca sentí curiosidad en experimentarlo por mi misma.

En realidad, había vivido tanto tiempo en compañía de vampiros experimentados, adultos centenarios como Carlisle que habían experimentado con sus propios límites durante siglos, que no tenía más que preguntar para saber cómo reaccionaría mi cuerpo ante ciertos eventos. Como por ejemplo, caer de un precipicio. Eso no nos mataba: Carlisle había intentado suicidarse de esa forma. Y de muchas otras por cierto.

Yo había nacido en esta nueva vida con un manual de instrucciones bajo el brazo, y con el raciocinio suficiente para aprender rápido y no tener que experimentar.

Pero en realidad, no lo sabíamos todo sobre nuestra naturaleza. De haber sido así, no habría quedado embarazada, probablemente hubiera usado un preservativo.

La idea me hizo sonreír. Luego escuché un portazo.

Debía haber pasado mucho rato debajo del agua, reflexionando sobre mi misma, que no me había percatado sobre la hora. Fijé los ojos en el exterior, no salía vapor desde la tina. Si, llevaba mucho tiempo en la misma posición, tanto que el agua estaba helada.

Dudé un segundo, ¿Me salía del baño para recibir a mi marido? Tal vez podía invitarlo a sumergirse conmigo.

No, me quedo aquí.

Edward subió las escaleras inmediatamente. Divisé su cara rompiendo la monotonía del techo sobre mi cabeza. Lo veía ligeramente borroso a través del agua, como si fuera un sueño o una visión. Se había encaramado sobre los bordes de la tina. Con los brazos se aferraba a la cerámica para inclinarse hacia mi cara, esbozando una hermosa y delicada sonrisa.

Le sonreí de vuelta, pero permanecí quieta y sumergida. Luego se enderezó para sacarse la polera. ¿Quieres compañía? Me dijo volviéndose a inclinar sobre mí. El sonido de su voz también era borroso al escucharlo desde el agua. Entendí perfectamente la frase, pero era como si estuviera hablando a través de un micrófono especial: sonaba con el mismo volumen, pero con una pequeña y nueva distorsión.

Levanté mis brazos desde el fondo de la bañera, y tomándolo por la cintura le obligué a caer sobre mi cuerpo. El agua se movió bruscamente cuando Edward entró conmigo, derramándose sobre la cerámica del baño.

Nos besamos intensamente bajo el agua. No nos dijimos nada.

Él llevaba aún puestos sus jeans. Hábilmente me deshice de ellos, desabrochándolos con las manos y luego arrastrándolos desde sus muslos, para quitárselos con los pies.

Hicimos el amor debajo del agua. Aprovechando que no necesitábamos oxígeno, no sacamos la cabeza hacia la superficie en ningún momento. Bueno, en realidad al momento del clímax, nos vimos forzados a respirar, por lo que cambiamos de posición y yo quedé sobre él para terminar-nos.

Después nos quedamos abrazados. Lo tenía rodeado completamente, con todas mis extremidades. El me acariciaba la espalda y me daba tierno besos sobre los hombros.

-Algo te sucede –susurró mientras descendía con los dedos por mi espalda, siguiendo el camino de mi columna vertebral –.No necesito ser telepático para saberlo.

-Buen esposo –le contesté sonriendo, para luego besarlo tiernamente sobre los labios.

Algo me sucedía, era verdad. Estaba sufriendo de melancolía, pero no tenía muy claro desde donde provenía. Tenía una sensación extraña, como si estuviera perdiéndome de algo. Como si hubiera algo que debía estar haciendo. Edward, que se las pasaba merodeando entre Reneesme y yo, satisfaciendo cualquier necesidad que tuviéramos, había notado mi inquietud.

Pero ni yo misma tenía muy claro qué era lo que me estaba faltando, no podía preocuparlo por nada.

-¿No me quieres contar?

No contesté. Él se impacientó y me agarró la cara con las manos mojadas. Me obligó a mirarle directo a los ojos, como si de ellos pudiera obtener alguna respuesta.

Mi silencio lo torturaba, lo supe en cuanto noté la desesperación en su cara.

Estaba siendo egoísta.

-No hay ningún problema Edward –contesté sin lograr sonar ni un poquito convincente.

-Edward –repitió –.Suena extraño. Me estás mintiendo –dijo en tono de afirmación, no de pregunta –.Puedes decirme cualquier cosa, lo sabes.

Por supuesto que lo sabía. Él se pasaba el día perfeccionando cada detalle de mi existencia, haciendo de mi vida un paraíso tan hermoso, que si Cenicienta hubiera sabido de él, se hubiera divorciado del príncipe sin pensarlo, demandándolo por diferencias irreconciliables. Pero yo, ¿qué hacía yo por él? O por cualquier persona en ese caso.

Había pospuesto cualquier tipo de estudio universitario para dedicarme a Reneesme. Habíamos decidido esperar a que nuestra hija creciera para cambiarnos de casa e ir a la universidad. Ahora solo tenía estudios escolares, no sabía nada y en realidad tampoco sentía una vocación definida; lo único que realmente me motivaba, era la maternidad. Y eso no me molestaba para nada, era mi opción. Además, tenía toda la eternidad para elegir y experimentar todas las profesiones si lo deseaba.

Pero no, no era eso lo que me molestaba. No era la rutina, no era mi matrimonio. Tampoco mi familia. En realidad, era todo perfecto, tal y como lo había deseado desde el día en que me enamoré de él.

-No sé que me sucede –estaba tan molesta conmigo misma en ese minuto, que me levanté de la bañera y me cubrí el cuerpo con una toalla. No quería hacerlo sufrir con mi crisis existencial. No quería estar tan cerca de él con esta sensación en el cuerpo.

Edward se levantó lentamente, dejando que el agua corriera sobre el piso del baño, sin buscar una toalla para secarse. Yo volví a nuestra habitación y entré en el armario gigante que Alice había construido para nosotros cuatro años antes, cuando nos regalaron la cabaña. Dejé caer la toalla al piso y busqué mi ropa interior. Sabía que Edward estaba en la puerta, observándome sin decir palabra.

Me volteé hacia él, y busqué en mi interior alguna palabra para confortarlo.

Creo que…-pero me mordí los labios. No creía nada, no tenía frases para continuar.

Crees que… –me incentivó.

Me infundé un par de jeans y una polera.

Por alguna razón me siento incómoda.

Él no contestó. Entrecerró los ojos y me observó detenidamente. Su mirada me puso nerviosa, no quería darle una impresión errónea sobre lo que me sucedía.

Busqué sus jeans entre la perfecta organización de nuestra ropa. Un mero pretexto para no mirarlo mirarme.

Le lancé un par y él los agarró en el aire sin desviar su atención de mi cara.

-Amo mi vida. Te amo a ti, amo a nuestra hija –y lo dije con tal convicción que el alivio se materializó en sus ojos de inmediato. Se acercó a mí y me rodeó la cintura, aún concentrado en lo que le estaba diciendo –.Pero siento como si debiera estar haciendo algo. Nuestra vida es perfecta mi amor, no tiene fallas. Pero creo que estamos demasiado inmóviles.

-Estamos criando una niña, necesitamos sentar cabeza –me dijo intentado sonar burlesco, pero en realidad hablaba en serio –.No podemos seguir todos los años estando al borde de la muerte.

-Ja, Ja, que divertido –repliqué con sarcasmo -¿Crees que me hace falta un poco de adrenalina?

Ahora sí, se rió genuinamente.

-Bueno, ya llevamos cuatro años sin tener que enfrentarnos a nadie. No hemos asesinado vampiros desde… ¿Victoria?

-Tienes una esposa sicópata, ¿eso estás diciendo? –me hice la enfadada y le alcancé una polera, lanzándosela sobre la cabeza.

Pero tal vez sí, tal vez era eso lo que me molestaba. No lo sabía con certeza. Lo único que tenía claro, era que una punzada extraña me oprimía el pecho. Tal vez melancolía, monotonía o simple crisis existencial.

-No creo que seas sicópata –contestó mientras se vestía –pero bueno, siempre puedes estar desarrollando una patología.

-Idiota –caminé de vuelta hacia la habitación y me dejé caer sobre la cama.

Él me siguió, se sentó sobre mi espalda y comenzó a hacerme un masaje.

No lo sé. No sé que me sucede. Pero últimamente tengo la sensación de que todo se me ha dado en bandeja.

-Ah si. El nacimiento de Reneesme por ejemplo, pan comido.

Le concedí una corta risa ante su chiste. El cumpleaños de mi hija coincidía con el día de mi muerte. Era hasta poético.

-No me refiero a eso. Quiero decir… a mí misma. No he experimentado nada porque todo me lo han explicado.

-Ese es el problema con la evolución –definitivamente no me estaba tomando en serio.

-Está bien, no me estoy dando a explicar. Cuando lo tenga más resuelto volveré a hablar contigo. No perdamos más el tiempo con esta conversación.

-Me encanta conversar contigo, eres una mujer fascinante.

-Si, si, claro.

-Lo digo en serio. Me enamoré de ti por eso.

-Y por ser el bocado perfecto, la manzana prohibida.

-Ah si, por eso también –se recostó sobre mi espalda y me besó el cuello.

Nos quedamos quietos. Su peso sobre mi cuerpo, el calor que emanaba de su piel, el aroma. Me sentí mejor. Con él, el resto importaba poco. Era durante su ausencia que me transformaba a la melancolía.

-Tengo una idea –se levantó y se puso delante de mis ojos.

-¿Es pervertida?

-Tal vez.

-Dispara.

-Psicología.

-Levanté una ceja, desilusionada e incrédula.

-Podríamos intentar develar el misterio de tu mente –dijo imitando una voz tétrica.

-¿Lavado de cerebro? ¿Me quieres abrir el cráneo, eso es? –me ignoró y se sentó sobre la cama.

-Conversemos un rato sobre lo que sientes.

-Eh…

-Pero tienes que dejarme leer tus pensamientos. Así, cada vez que te haga una pregunta y tú busques una respuesta, tal vez pueda encontrar en tu cabeza, cosas que ni siquiera tú entiendes.

-Quieres jugar a ser Freud.

Él miró rodó los ojos hacia el techo.

-Puede funcionar, no perdemos nada.

-No lo sé, Edward.

-Mira, nuestra mente no funciona como la de los humanos. Ellos tienen divisiones en su interior: conciente, inconciente, subconsciente. Nosotros no. Los vampiros tenemos todo junto.

-Eso es algo nuevo.

Edward me acarició la mejilla.

Sí lo sabías, solo que no con esos nombres.

"Cuando por ejemplo, te das un baño de tina, mantienes una línea de pensamiento, ¿no es así? Bien, al mismo tiempo, estás absolutamente conciente de lo que está pasando a tú alrededor: de los movimientos más mínimos en el aire, de los autos que están pasando por la carretera a kilómetros de distancia, de la temperatura del agua. Estás al mismo tiempo, sintiendo cosas con respecto a lo que sucedió durante la mañana; incluso estás pensando sobre lo que sucedió ayer, todo simultáneamente.

Lo que sucede, es que tenemos tanto espacio, es tan amplia nuestra mente, que podemos dividir nuestra atención en muchos puntos; tal vez por eso es tan difícil sorprendernos".

-¿De donde sacas estas ideas? –le creía, entendía perfectamente lo que me estaba explicando, ya que lo experimentaba día a día. Fue una de las primeras cosas de las que me percaté el primer día, cómo podía pensar, experimentar y sentir tantas cosas al mismo tiempo. Y también la facilidad con la que cambiaba mi atención entre todos los estímulos que era capaz de percibir simultáneamente.

-No es que haya hecho un estudio al respecto –dijo con tono satisfactorio –es solo que noté esa diferencia al momento de escuchar el pensamiento de los demás. Cuando estaba inmerso en la mente de un humano, escuchaba o veía una sola imagen, una sola frase. Desde ahí establecí que la diferencia de voces en la cabeza de un vampiro, se debía, probablemente, al hecho de no dormir, de no descansar la conciencia como los humanos. Nosotros experimentamos las tres partes de la razón, todas en el mismo lugar.

-Entonces, ¿lo que me estás proponiendo es que te permita escuchar lo que pienso, para que logres deducir, desde las voces a las que no estoy prestando atención, qué es lo que me tiene incómoda?

-Exacto.

-¿Y vas a sacar tus propias conclusiones a partir de cosas de las que no soy siquiera conciente?

-Algo así.

-¿Con qué autoridad?

-Con la autoridad del psíquico.

-Suenas presumido, Edward Cullen.

-Lo estoy siendo. Pero Bella, amor, lo que yo diga tal vez no sea necesariamente cierto; pretendo compartirlo contigo, desgranar tus incomodidades junto a ti.

Si era un juego, no perdía nada con intentar. En un abrir y cerrar de ojos levante la lámina de mi cabeza.

Soy toda tuya, pensé para que me escuchara.

-Me encanta cuando haces eso.

-Deja ponerme cómoda –me moví en la cama matrimonial para quedar con la cabeza dirigida hacia él, reposándola sobre su regazo -¿Ahora qué? ¿Jugamos a la asociación libre?

-No seas niña –con el dedo índice, comenzó a recorrer mis clavículas, desde el centro de mi pecho, hasta el final de mis hombros –No seas caliente.

-No seas estimulante –le tiré un beso.

-Entonces, ¿dices que te sientes incómoda?

Ahí vamos.

-Si. ¿Por qué? No lo tengo claro.

-¿Y desde cuando te has sentido así?

No lo sabía, no lo sabía. Pero a mi mente vino el recuerdo de mi propia imagen en el espejo, mientras me sacaba del cuello la gargantilla de oro que me había regalado Aro como obsequio de boda.

Los Vulturi… Si, me había sentido incómoda ese día en el claro. Tenía la boca llena de veneno, ansias de impartir mi propia justicia, rabia, angustia, desesperación. Durante todo el tiempo que estuvimos enfrentados a los ancianos y a la enorme guardia que los defendía ese día –y los defiende hasta el día de hoy- me estuve sintiendo incómoda, si, pero mucho más que eso.

Al mismo tiempo que sentía la necesidad de proteger la vida de mi hija, prácticamente recién nacida, y que por la incapacidad de hacerlo, no solo me sentía vulnerable, sino que también impotente, experimentaba por primera vez la totalidad de mi poder, la habilidad protectora con la que había despertado. Me había sentido bien en ese momento, cuando inundé el lugar con mi tela invisible. Estaba orgullosa de mi misma, experimenté el poder y el egocentrismo, aunque por muy poco tiempo. Estaba protegiendo a todos los seres que amaba, los estaba resguardando de las torturas que nuestros enemigos tenían programadas para nosotros. Pero las posibilidades de victoria era aún así, tan débiles, que la angustia volvía a cada segundo, sin permitirme ningún otro sentir por mucho tiempo.

Pero esos tiempos habían pasado. Ese día habíamos regresado todos, enteros, felices y victoriosos. Quitarme la gargantilla del cuello fue lo primero que hice cuando volví a mi casa. El peso de la guillotina sobre nuestra familia, se había extinguido en el momento exacto en que la cadena de oro se perdió en uno de los inmensos rincones del armario. Aquellos problemas ya no existían.

Entonces no, los Vulturi no me hacían sentir incómoda. Era otra cosa…

-No lo sé. Tal vez desde el día en que me hablaste de los problemas de Nessie.

Eso era cierto. No me gustaba que mi hija se sintiera angustiada. Sabía que era en parte, un proceso normal de adolescencia, pero fundamentado en un asunto para el cuál no teníamos ninguna ayuda que brindarle. La mayoría de mis preocupaciones diarias se movían entorno a ella. En cómo ayudarla, en qué hacer para hacerla sentir mejor.

Pero no tenía mucho con qué aportar. En un año más, ella sería más grande que yo. Viviría cosas para las que yo no tenía consejos. Había solo una parte con la que la podía ayudar: todo lo que involucraba la parte vampírica de su vida. En el otro cincuenta por ciento, estaba al aire, sola.

Que sus angustias no tuvieran solución, eso me hacía sentir incómoda.

-Pero tú fuiste humana. Sabes lo que eso implica –Edward estaba en mi cabeza. Que poco acostumbrada estaba a eso.

-Pero nunca he tenido la crisis de los cincuenta. Nunca he tenido la menopausia, nunca he engordado después del embarazo, nunca he tenido resaca.

-No todo lo que ella experimente en su vida, tiene que ser vivido por ti también.

-¿Qué quieres decir?

-Para algunas cosas, como el alcohol y la resaca por ejemplo, no intentará buscar ayuda en nosotros. Para eso tendrá a Jacob.

-Oh bueno, eso me incomoda –y me enojaba también, deduciendo por mi tono de voz.

-¿Por qué? –su postura de siquiatra también comenzaba a molestarme.

-Bueno, porque es muy poco el tiempo que se nos ha concedido para estar con ella.

-Nació, estaba creciendo y sería completamente independiente de nosotros, todo en un plazo de siete años. Nuestro tiempo como padres, como núcleo de nuestra hija, era cortísimo en comparación con el de los humanos, que en el mejor – o peor caso, para algunos –duraba hasta los treinta años. Nosotros, vampiros inmortales, nos veíamos esclavizados por el tiempo.

-Eso es ver el vaso medio vacío. Los humanos viven mucho menos. Nosotros, hasta donde sabemos, viviremos para siempre junto a Nessie.

-¡Si pero por cuánto tiempo! –ella tal vez querrá irse a estudiar la cultura hindú o japonesa, que se yo, y con Jacob se marcharán a otro continente para siempre. La veríamos de vez en cuándo, limitados por…

-¿Su propia vida?

-¡Qué mierda! Tenerlo en mis pensamientos era más molesto de lo que había imaginado. ¿Cómo vivía el resto de nuestros hermanos, teniendo que aceptar que Edward leyera sus pensamientos todo el tiempo?

-Se acabó –y ¡BAM! Cerré mi escudo de un portazo –.Sal de mi cabeza, no resultó tu experimento.

-Pero mi amor… –intentó darme un beso, pero sus labios estaban reprimiendo una sonrisa, así que alejé mi cabeza rechazándolo -¿Qué te molestó?

Ahora sí se puso serio. Nada como el poder del rechazo.

-Me estabas manipulando.

-No te estaba manipulando.

-Tal vez sí, tal vez no. Pero de que era molesto, de eso estaba cien por ciento segura. Estabas poniendo tonos de voz.

Sus cejas se curvaron, haciendo como que no me entendía

- Sentí que me estabas juzgando.

-Intentaba entenderte Bella, nada más.

-Bueno, no funcionó. Ni yo me entiendo a mi misma, así que mejor olvidemos este jueguito.

-¿No quieres al menos saber qué logré entender?

-Probablemente algún problema de infancia relacionado con mi madre, frustraciones antiguas, miedo a la muerte, o cualquiera de esas imbecilidades que dicen los psicólogos.

De todas formas, quería saber. Me crucé de brazos y le hice una señal con el mentón. Él volvió a inclinarse para alcanzar mis labios, y esta vez le permití besarme. Tenía que aceptarlo, no podía resistirme a sus encantos por mucho tiempo.

-Bueno, tengo la impresión –ahí estaba ese tono otra vez, el engreído –y espero equivocarme –estaba seguro de tener razón, ni siquiera se detuvo ante mi expresión de desaprobación, tan ensimismado estaba en sus teorías –de que sientes que estás viviendo una mentira.

¿Eso era todo? ¡Ja! Si quería dedicarse a la psicología, tendría que estudiar un poco más. Edward era muy talentoso en todo lo que se proponía, pero la psicología, seguro no era un don natural en él.

Lo digo porque no había que ser telepático para entender que de alguna manera, claro que me sentía viviendo una mentira. Pero una maravillosa, de cuento de hadas. Si no fuéramos vampiros, asesinos en potencia, probablemente Disney hubiera comprado los derechos de nuestra historia.

Si, a veces sentía que todo terminaría de golpe.

-Bella.

-¿Qué?

-No he terminado.

-Adelante –y acompañé mi disgusto con un movimiento de manos.

-Lo que quiero decir, es que sientes que estamos perdiendo el tiempo. Por supuesto que también sientes que esta vida es demasiado perfecta para ser real, y te esfuerzas en encontrarle errores, pero ese no es el problema principal.

-¿No lo es?

-No. No sé con exactitud si es porque te acostumbraste a vivir enfrentada a un peligro de muerte inminente –ese chiste, entre más lo repetía, menos divertido me parecía –o es por que de verdad, sientes que está todo por terminar.

-¿Terminar? ¿Cómo si de pronto te decidieras por intentarlo con Tanya? –ese chiste sí era divertido. No creía que nuestra hermosísima prima fuera una amenaza real. Además, de verdad le molestaba cuando ponía en duda su amor por mí.

-Bella, escúchame. Tú crees que te estás mintiendo, a ti y a todos, por no estar preparándote para un contraataque de los Vulturi. Sientes que no estás siendo buena madre con Reneesme, por no otorgarle una vida sin peligros, sin amenazas.

-¿De dónde sacas eso? –me levanté de la cama y le observé con un poco de miedo, envarada, produciendo veneno en mi boca, desde la puerta de nuestra habitación.

-Te sientes incómoda, desde el momento en que decidiste que los Vulturi no eran más una amenaza. Sientes que estás siendo una mala persona, solo por el hecho de ignorarlos.

"Cuando guardaste la gargantilla, cuando diste por terminado el conflicto, decidiendo creer que tu vida continuaría tranquila, para ti y para todos nosotros, optaste por bloquear la ansiedad que ellos te provocaban".

La gargantilla…

¡Por supuesto! ¿Quién sería tan idiota para creer que Aro se marcharía con las manos vacías? ¿Realmente Carlisle, Edward, Alice, realmente todos nosotros creíamos que ellos no volverían a vengarse por haberlos derrotado bajo sus propias leyes?

Yo era una amenaza para Aro, para los ancianos. Mi poder les impedía ejercer el terror entre nuestra raza. Era su talón de Aquiles. Creer que no volverían por mí, por mi familia, era una ingenuidad extrema que rayaba en la ignorancia.

¡Por supuesto! Llevaba ya cuatro años convenciéndome de que ellos no estaban interesados en nosotros. Le permitía a Reneesme tener una vida lo más normal posible. Buscaba soluciones a sus problemáticas, pero pasando por alto lo más importante, su seguridad. Vivía cada día con un miedo reprimido, temía que en cualquier minuto Alice nos advertiría de la llegada de la guardia.

Eso me hacía sentir incómoda, la negación. Lo veía tan claro ahora, ¿Cómo lo había olvidado?

Salté sobre la cama y aferré con fuerza las manos de Edward.

-Los Vulturi –siseé.

-Bella, no sucederá nada.

-¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?

-Ya hubieran venido. Estuvimos bajo alerta durante todo el primer año. Alice los tenía bajo la mira, pero no obtenía ninguna visión que nos pusiera en peligro.

-Tal vez estaban armando una estrategia.

-Cariño, ya no vinieron.

-Edward, no te engañes, los años no significan nada para los ancianos. Ellos ven el tiempo de otra forma. Tal vez están esperando a que bajemos la guardia.

-No lo creo. Bella, Reneesme también es mi hija. Me preocupa su seguridad tanto como a ti. Pero créeme, los Vulturi no esperan tanto para ejercer su justicia. Los conocemos desde hace mucho tiempo, sabemos como actúan.

Alzó los brazos para abrazarme y yo me dejé caer sobre él. De hecho, lo necesitaba. Había perdido la calma por un instante demasiado largo.

Ahora, acurrucada entre sus brazos, la ansiedad se desvanecía lentamente.

Probablemente tenía razón. Confiaba en él con mi vida. No tenía por qué temer.

Pero lo que me molestaba de verdad, no era solo que los Vulturi pudieran estar por atacarnos a nosotros. Era también que ellos estaban por atacar a cualquiera.

Habíamos visto, junto a una decena de otros vampiros, cómo los italianos ejercían su propia lectura de la ley. Presenciamos el injusto asesinato de Irina, y nos quedamos sin hacer nada. Tuvimos que justificar la existencia de Reneesme, tuvimos que permitirle el paso a Aro, mostrándole todo lo que éramos, nuestra intimidad, nuestros pensamientos más oscuros.

Incluso antes del encuentro en el claro, ellos me sentenciaron a muerte solo por estar enamorada de un inmortal. Por haber sido una mujer humana que conocía el secreto. ¿Qué ley es tan ciega que no puede ver excepciones? Si yo no hubiera querido transformarme, si hubiera preferido morir siendo una anciana, ¿habría tenido que condenar a Edward como mi asesino, solo porque los Vulturi así lo habían decidido?

Estábamos en calma ahora. No había guerra, ni amenazas. Reneesme había crecido bien, estaba contenta, paseando por algún lugar del país junto a su novio, sus tíos y sus amigos. Ahora mismo, Edward me sostenía entre sus brazos. Estábamos bien, tranquilos, felices. Pero viviendo en una burbuja. ¿A quién estarán ajusticiando ahora los Vulturi? ¿A quién estarán injustamente sentenciando a la inmortalidad, solo por poseer algún poder apetitoso para la guardia?

No lo sabíamos, porque no nos podíamos involucrar. Aún si quisiéramos poner fin a las injusticias, no podíamos contra el poder de los italianos. Los rumanos llevaban milenios esperando una oportunidad para derrocar el reinado de los Vulturi, y probablemente seguirían así por mucho tiempo más. Eran demasiado poderosos, aún si es que yo participaba para detenerlos, las posibilidades eran bajas en contra de su armada.

Alguna vez Edward me había dicho que yo los veía como los malos de la película, pero que ellos se encargaban de mantener el equilibrio entre los de nuestra raza, y eso era algo bueno. Pero, ¿hasta qué punto? ¿Y quién los controlaba a ellos? Ellos protegían el secreto, impartían justicia. Se preocupaban de silenciar sus errores y de magnificar sus aciertos. Manipulaban su imagen, de modo que nadie se atrevía a ponerlos en duda. Pero nosotros los habíamos visto abusar de su poder. Lo habíamos visto, y nos encontrábamos de manos atadas.

Nuestro mundo estaba enfermo, y no podíamos hacer nada para sanarlo.

-Que injusto –susurré con la cabeza aún sumergida en el firme abrazo de Edward.

-Lo sé.


REGRESOS Y APARICIONES

Reneesme volvería a tiempo para celebrar su cumpleaños. Hasta entonces, teníamos la libertad de funcionar como una pareja sin hijos. Éramos libres de hacer lo que quisiéramos, sin preocuparnos por ella. La casa estaba vacía.

Mis temores me impidieron relajarme durante los primeros días sin Nessie. Insistía en hablar del tema con Edward, y él seguía repitiéndome que estaba todo bien, que los Vulturi no volverían a atacarnos.

Pero yo no estuve del todo segura, hasta que le confesé mis temores a Alice. Ella se mantuvo al tanto de lo que sucedía en Volterra durante el año siguiente a nuestro encontrón con los italianos. Sus visiones nos habían permitido estar preparados ante cualquier amenaza, tanto de los Vulturi, como de cualquier otro vampiro que quisiera atacarnos.

Si ella no notaba nada extraño en Aro o en Cayo, si era capaz de jurarme que no sucedería nada, entonces me tranquilizaría, permitiéndome disfrutar de mis vacaciones.

-No sucede nada en Volterra, cariño –me había contestado ella antes de que pudiera hacerle la pregunta.

-¿No has visto nada en estos tres años?

-Nada. Cualquier decisión que estén tomando por allá, no nos involucra a nosotros.

Edward tenía razón: si Alice no veía nada, entonces no tenía nada por qué temer. Pero aún así me parecía extraño… No concordaba con el comportamiento normal de Aro. Darse por vencido sin lograr lo que quiere, no era algo que se hubiera visto forzado a hacer antes.

-Me parece tan extraño –le confesé –me cuesta aceptar que de verdad les ganamos.

-Bella, no seas dramática. No sucedió nada porque teníamos la razón. Deja de preocuparte por estupideces y mejor aprovechemos este tiempo que tenemos.

Tal vez tenía razón. Tanta preocupación innecesaria me estaba quitando tiempo con mi marido y con Alice. La casa de Carlisle estaría vacía durante casi un mes. Solo nosotros cuatro, Edward, Alice, Jasper y yo, nos habíamos quedado en Forks.

-¿Qué tienes planeado? –preguntó Jasper sentándose en el regazo de Alice.

-No lo sé. Si los padres se van de casa, los hijos deberían aprovechar para hacer las cosas que no pueden hacer normalmente.

-¿Quieres hacer una fiesta? –se burló Edward entrando al living de la casa de Carlisle -¿Y a quién quieres invitar, a Paris Hilton?

-No quiero hacer una fiesta –contestó Alice sacándole la lengua –eso lo hago siempre.

-No es mala idea salir a bailar –dije yo, y todos me miraron como si les estuviera tomando el pelo -¿Qué? Nunca he dicho que no me gusta bailar. Que no podía bailar, lo cual es muy distinto.

-A eso me refiero –dijo Alice indicándose la sien con el dedo –iremos a una fiesta, no daremos una fiesta.

-¿De verdad quieres ir a bailar? –me preguntó Edward sorprendido.

-No lo he intentado desde que soy un vampiro. La última vez que bailé fue para nuestro matrimonio. Podríamos ver cómo funciona ahora.

-Es una gran idea –exclamó Jasper –.Cuenten conmigo.

Quería intentarlo porque no sabía si realmente esa parte de mi coordinación había mejorado con la inmortalidad. Pero también porque sería algo que descubriría sola, sin la recomendación de nadie. Aprendería a moverme con gracia, aprovechando mis nuevas destrezas, experimentando conmigo misma.

-Entonces tenemos un plan, saldremos a bailar hoy mismo.

-Pero eso es lo que Bella quiere hacer –interrumpió Jasper –sería bueno que cada uno eligiera algo, y todos lo acompañemos en hacerlo.

-Que cabecita más creativa la tuya –le felicitó Alice con entusiasmo, inclinándose hacia un lado para mirarlo hacia arriba, pues él seguía sentado sobre sus piernas.

-A mí me gustaría ir a un concierto –confesó Edward.

-Pero eso puedes hacerlo cuando quieras –dijo Jasper.

-Pero no lo hago. Además, si ustedes me acompañaran sería distinto.

-¿Qué tipo de concierto?

-Uno estruendoso. Donde la gente nos aplaste y podamos gritar, cantar, saltar con la masa de gente.

-Pearl Jam Edward, ¿en serio? –Alice tenía los ojos perdidos. Se notaba que estaba teniendo una visión, y que en ella nos veía en un concierto de grunge.

-Tengo un gusto musical muy amplio hermana –Edward se reclinó hacia atrás en el sillón blanco, satisfecho por haber logrado arrastrarnos a un concierto.

Intenté imaginarnos entre un tumulto de gente, luchando para poder tener una mejor visión del escenario. Supuse que sería muy fácil llegar a las rejas, en primera fila. La idea me entusiasmó. Además, Pearl Jam me gustaba lo suficiente como para ir a uno de sus conciertos.

Por un breve instante, todos nos quedamos imaginándonos en distintas circunstancias. Edward sonreía y movía el pie al ritmo de un compás inexistente, Alice tenía la mirada perdida en alguna visión sobre nuestro futuro cercano, y Jasper, el pobre de Jasper, tenía una mirada que daba terror.

Escaneé mi memoria para intentar dar con el motivo de su miedo, y no me tomó un segundo entero recordar que a él siempre le había costado más que al resto de nosotros, esto de vivir de sangre animal. Seguro que temía a su propia sed, al descontrol al encontrarse entre tanta gente.

-¿Es seguro ir a un concierto? –pregunté para cerciorarme de que era una buena idea.

-Si –contestaron Edward y Alice al unísono –.No sucederá nada, ya revisé –explicó ella –.No tienes de qué preocuparte mi amor, has avanzado mucho en el último tiempo.

Jasper le acarició las manos a Alice, que se unían alrededor de su cinturón.

-Bueno, si todos ustedes tienen algo en mente. Yo ya sé lo que quiero que hagamos –dijo desviando el tema. Luego hizo una pausa esperando a que le preguntáramos que quería.

-¿Qué es lo que quieres hacer, Jasper? –le preguntó Edward en tono de exasperación. Él sonrió satisfecho.

-Quisiera ir a la playa a tomar sol.

Debía ser una broma.

-¿Quieres broncearte? –me burlé, aunque después dudé sobre si éramos o no capaces de cambiar el tono de nuestra piel.

-No es eso. Me gustaría sentirme libre de preocupaciones, al menos por un rato corto. Tirarme al sol sin estar pendiente sobre si es que hay humanos viéndonos, por ejemplo.

-¿Y eso quieres hacerlo en una playa? En el mar hay decenas de personas. No creo que sea la mejor idea.

-Iremos a isla Esme –concluyó Alice –Será nuestra última parada.

-Qué cabecita más creativa la tuya, bruja –Jasper se reacomodó al lado de ella, abrazándola con cariño. Ella apoyó la cabeza en su hombro.

-¡Que divertido! –exclamé yo poniéndome de pie -¿Cuándo partimos? –la idea de volver a Isla Esme me había hipnotizado las hormonas. Tiempo a solas con Edward, en la habitación blanca, o en la azul. O en el mar, en la playa, en Júpiter, en Marte, daba lo mismo. Era tiempo con él.

Quería partir ya.

-Alto ahí, cowboy –Alice me señaló con el dedo, y un escalofrío recorrió mi espalda. Faltaba su petición, y tomando en cuenta las estadísticas, no me iba a gustar nada.

-¿No podrías ser más creativa Alice? –Edward ya sabía lo que se venía, y a él tampoco le hacia gracia.

-Yo iría a un concierto de Tori Amos, pero iremos a ver lo que tú quieras. Así que, déjame hacer lo que yo quiero –en su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa –Mi petición, es que para ir a bailar, al concierto y a la playa, me dejarán vestirlos como yo quiera.

Me vi a mi misma vestida como Britney Spears, bailando semi desnuda. Usando una tanga en la playa y ropa gótica en el concierto. Casi se me ahogaron todas las ganas de salir.

- Pero Alice –intenté protestar.

- Nada de peros, es un trato.

Busqué los ojos de Edward, pero él levantó los hombros, avisándome que no teníamos opción.

-Ahora iré de compras, para tener todo lo necesario. Mientras tanto, Edward, tú compra los pasajes para Nueva York y arregla todo lo necesario para Isla Esme.

-¿Nueva York? –ahora sí, no me importaba si Alice me iba a vestir como uno de los Village People. Nunca había ido a la gran manzana, y me moría de ganas de conocerla.

-Si, allá iremos a bailar. Al día siguiente será el concierto de Pearl Jam. Y estamos de suerte, pues tendremos dos días nublados para pasear.

-¡Vamos a Nueva York! –exclamé y salté sobre Edward. Él me agarró con destreza entre sus brazos.

Tres días después, nos fuimos de viaje.

Llegamos a Nueva York y todo era tal como me había imaginado. Rascacielos impresionantes, tiendas de todo tipo y tamaño. La gente caminaba sin verte de verdad. Si hubiéramos caminado a pleno sol, no se habrían percatado que nuestra piel brillaba. De cierto modo, era una ciudad de vampiros.

Nos alojamos, para burla de Edward, en el hotel Hilton. Durante el día hicimos turismo, y en la noche salimos a bailar.

Por supuesto, Alice no había comprado nuestra ropa en Forks. Cuando dijo "comprar lo necesario", no se refería a la ropa, sino que a cámaras de foto y de video para inmortalizar nuestra salida.

Posando para una fotografía en la estatua de la libertad, me acordé de Reneesme, cuando mencionó la idea de una segunda luna de miel. De cierta forma, este viaje se le parecía mucho. Estábamos alojados en un hotel de lujo, paseando por una ciudad maravillosa, camuflándonos entre la gente y divirtiéndonos sin preocupaciones. Incluso tuvimos tiempo para ir a ver El rey León a Broadway.

Pero duró muy poco. Odié mi propia idea de salir a bailar, pues cuando nos vimos obligados por Alice a salir del hotel para ir a una disco, vestidos con ropas de diseñadores y maquillados como para una sesión de fotos, lamenté de corazón no poder quedarme disfrutando de la comodidad del hotel, con una hermosa vista hacia la ciudad.

Pero había que respetar el trato. Y Alice había preparado todo para que fuera una salida digna de celebridades. Arrendó una limusina y nos paseamos por distintos locales nocturnos. En la mayoría nos sentábamos y conversábamos, fingiendo beber vino, o vodka, o lo que fuera que ordenáramos para guardar las apariencias. La decisión de bailar tenía que tomarla yo: si el lugar no me gustaba, podía elegir salir hacia otro lado, hasta que encontrara una música con la que quisiera experimentar el baile.

Fue como a las tres de la mañana que me decidí por una salsoteca perfecta para mi debut. Sentía una gran atracción por la música latina. Toda la preparación que tuve durante los días previos a nuestro viaje, fue viendo videos de reggaeton por youtube. Estaba preparada para mover mis caderas al ritmo de los tambores.

Fue fenomenal. Mis movimientos no parecían los de una mujer torpe, sin sentido de la coordinación. Atrás quedaron mis vergonzosos intentos por ser una joven normal, ahora me lucía como si en mi sangre corriera el ritmo de unos bien dotados ancestros latinoamericanos.

Por supuesto, ninguno de mis tres acompañantes tenía ni un esbozo de idea sobre como bailar reggaeton. Pero les bastó una hojeada a las parejas que se movían a nuestro alrededor y un par de consejos de "Bella, la bailarina", para darle en el clavo con los movimientos.

La pasamos increíble. No nos percatamos de la hora hasta que nos pidieron que abandonáramos el lugar, pues debían cerrar. Nos fuimos a regañadientes, pero luego nos olvidamos de todo en la limusina, donde enchufamos una radio latina, y seguimos cantando en español por la ventana.

-Estas letras son un poco vulgares –me tradujo Edward, que obviamente, sabía hablar español a la perfección.

-¿Importa? –le dije señalando el jopo que Alice había armado en mi cabeza –Estoy vestida como Gwen Stefani, la letra de la canción es solo un detalle más.

Y esperamos el amanecer en la terraza del hotel.

Al día siguiente recorrimos Central Park y el MAC, a pedido de Edward. Luego nos fuimos de compras con Alice, mientras los hombres iban a un partido de béisbol. A pesar de mi poco interés por las grandes tiendas, la ropa de marca, la tecnología de punta, o cualquier cosa que ameritara un gasto innecesario de dinero, los lugares de compra eran tan maravillosamente atractivos, que me vi seducida por las vitrinas. A Reneesme le compré un Ipod y un par de zapatos Sergio Rossi (Alice le compró tantas cosas que era vergonzoso). Yo me compré un juego de sábanas egipcias, ropa interior de Victoria's Secret y libros, muchos libros.

En la noche nos preparamos para el concierto de Pearl Jam. Edward estaba demasiado ansioso, nos comenzó a apurar, insistiendo en que toda la gente llegaba adelantada para obtener mejores posiciones, que finalmente le dimos el gusto y salimos una hora antes del previsto.

La cantidad de gente era impresionante. Se veían algunos con camisas a cuadros, como en la época de oro del grunge. Pero la mayoría de los asistentes iban con ropas normales. Nosotros (si, nosotros), íbamos como si fuéramos estrellas de rock. Jasper llevaba jeans y una chaqueta de cuero. Edward parecía un chico Indie vestido con pitillos y una polera negra. Alice parecía una chica pin up y yo, para variar, era una triste copia de Gwen Stefani.

Allá nadie nos prestó atención, menos mal. En cuanto comenzó la música, la gente parecía dejar de notar al resto. Solo existían las luces y los sonidos que provenían del escenario. Se aplastaban mutuamente buscando llegar un poco más adelante. Entre todos, estaban tan comprimidos que el tumulto te obligaba a saltar a pesar de que no quisieras.

Edward cantaba todas las canciones. El resto de nosotros, solo tarareábamos las más conocidas. Cuando fue el momento de Do the Evolution, Edward me besó como si fuéramos quinceañeros y luego, en contra de mi voluntad y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, me subió sobre sus hombros. Desde lo alto, se veía todo distinto. La gente era una gran masa eufórica y sudorosa. Eddie Vedder se comía el micrófono mientras el público coreaba su canción.

De pronto, en una de las pantallas gigantes, mi pintoresca imagen se reflejó a vista de todos. Me vi nuevamente con el jopo, sobre los hombros de alguien a quien apenas se le veía el cabello. Me tomó tan de sorpresa, que durante dos segundos, en la pantalla se mostraba cómo yo me veía a mi misma, sin moverme más de lo que Edward me obligaba con sus movimientos. Era tan snob, mi yo impactada, vestida como de pasarela, que me obligué a corear la canción, a saltar y gritar y levantar los brazos hacia el escenario, fingiendo éxtasis por Pearl Jam, para verme un poco más normal. Después Alice se encaramó sobre Jasper, y ambas nos quedamos así hasta el final del concierto.

Cinco horas después, íbamos volando a isla Esme.

Como todas las cosas que experimentaba por segunda vez, después de haberlo hecho primero como humana, la isla me pareció completamente distinta, renovada.

La casa era más grande y más hermosa que la de mis recuerdos. La playa era más tibia, la arena era más suave. Los colores, que alguna vez me habían parecido tan brillantes, ahora se reflejaban en mis ojos como espectaculares creaciones de la naturaleza.

Nos quedamos allá por dos semanas. Durante el día tomábamos sol, como Jasper había pedido. También intentamos jugar volleyball de playa, en parejas, pero era imposible. En un equipo estaba Alice, que sabía la jugada que haríamos. Y en el mío estaba Edward, que leía en la mente de los otros, la jugada que tenían planeada. Al final fue tan poco divertido, que no lo volvimos a intentar.

Cada vez que nos tendíamos sobre las toallas para recibir el baño del sol, agradecía en pensamientos a Jasper por su iniciativa. Pues sentirme liberada, brillando como un diamante, sin preocuparme de que algún humano nos viera… no había nada mejor que eso.

O bueno, tal vez sí. Disfrutar del cuerpo de Edward en la pieza blanca, la que nos habíamos auto asignado, esta vez sin el miedo de romper respaldos o destrozar almohadas, era de seguro lo mejor de todas las vacaciones.

La primera noche, cuando cerramos la puerta de la habitación y nos disponíamos a iniciar nuestra "sesión", Edward de pronto frunció el ceño con disgusto, poniendo atención a algo que yo no escuchaba.

-¿Qué sucede? –le pregunté nerviosa, pensando en que nuestras vacaciones habrían de terminar abruptamente por alguna mala noticia.

-Los puedo escuchar –me explicó señalando su cabeza y sentándose en la cama con cara de concentración, intentando bloquearlos.

Que disgusto para él hacer el amor escuchando el pensamiento de sus hermanos, mientras ellos lo hacían.

Se me ocurrió entonces que yo podía ayudar. No sabía exactamente dónde se encontraban, pero de seguro estaban dentro de la casa. Así que expandí mi escudo fuera de la habitación, dejándome a mi misma atrás. Cubrí cada rincón de la gran casona, protegiéndolos, donde fuese que estaban haciendo de las suyas, bloqueándole a Edward el accesos a sus pensamientos.

Edward levantó la vista hacia mí, sorprendido, contrariado y contento, pero aún sin creer que yo fuera capaz de cubrir un espacio tan grande.

-¿Tú hiciste eso? ¿Cómo?

-It's Evolution, Baby –le respondí con un poco de petulancia, y nunca más tuvimos ese problema durante el resto de nuestra maravillosa segunda luna de miel.

Volvimos a tiempo para organizar la recepción de Reneesme, que desembarcaba en la reserva el mismo día de su cumpleaños. Alice nos adelantó que había invitado a la manada a comer un pedazo de pastel.

Organizamos todo para unas quince personas. En realidad, eran solo cinco licántropos y Reneesme, pero mejor era prevenir que curar, pues los chicos comían mucho más de lo acostumbrado. Así que compramos el triple. Charlie y Sue Clearwater también estaban invitados.

Cuando llegaron todos a la casa ya eran las cinco de la tarde. Edward y yo salimos a recibirlos al principio del camino. A penas los divisamos, corrimos hacia ellos, como si no los hubiéramos visto en siglos. Abrazamos a Reneesme hasta ahogarla, jurándole que la habíamos echado de menos y felicitándola ciento veinte mil veces por su cuarto cumpleaños. Junto a ella, Carlisle, Esme, Rosalie, Emmet, Jacob y la manada, venían todos con caras de satisfacción, felices, un poco cansados, pero contentos. La excursión había sido un éxito.

En el living de la casa, habíamos dispuesto velas por todos lados. Había bebidas y aperitivos para los adultos, dispuestos en mesillas orilladas cerca de las paredes. En la mesa del comedor, un gran pastel con la forma de una niña montada sobre un lobo blanco se robó la atención de los invitados al principio de la fiesta.

Todos se sacaron fotos con el pastel y luego cantamos cumpleaños feliz. Mientras los humanos comían un pedazo de torta, llegó el momento de los regalos.

Obviamente, ninguno de los vampiros que habían participado en la excursión, tenían regalos para Nessie. Pero Alice, que había previsto la situación, desembolsó el container de regalos que había comprado en Nueva York, asegurando que eran encargos que había comprado en nombre de los otros.

Nessie estaba fascinada. Nunca pasó por su cabeza el gasto que Alice había hecho. Era mucho más materialista que Edward y yo. Había obtenido esa parte de su tía Rosalie.

Varias horas después, a eso de las diez de la noche, la manada, Charlie y Sue, se despidieron. Jacob se quedó con nosotros, pues le pedimos que nos contara sus impresiones sobre el paseo.

Reneesme, a pesar de lo interesada que estaba en quedarse a charlar con nosotros y con su novio, sucumbió ante el cansancio, y se fue a dormir a una de las piezas en el segundo piso de la casa.

-Fue una idea brillante –dijo Jacob en cuanto Edward nos dio la señal que esperábamos, indicándonos que Nessie ya se había dormido –De verdad, ella estaba fascinada.

-Nos pasábamos las noches en fogatas, contando leyendas Quileutes –nos contó Carlisle, que parecía tan entusiasmado como un adolescente.

-Tus historias de vampiros medievales no eran malas tampoco –admitió Jacob –Nunca pensé que lo habías pasado tan mal.

-Pero esas son historias pasadas –interrumpió Esme –lo importante es el presente. Y lo que sucede ahora, es que Nessie por fin se siente más integrada. Hizo muy buenos amigos, incluso con Leah.

-¿Con Leah? –pregunté yo incrédula –La obligaste, seguro.

-Nada –contestó Jacob. Siempre intentaba evitar dar órdenes como alfa –Todo fluyó naturalmente.

Si Leah Clearwater, con toda su amargura y resentimiento hacia cualquier cosa, había cedido a ser amiga con Reneesme, quería decir que de verdad había sido un viaje próspero para cultivar amistades.

-¿De dónde sacaste tantas cosas Alice? –preguntó Rosalie con cara de sospecha.

No era normal que compráramos tantas cosas. Además, obtener tales obsequios en Forks era imposible. Nos descubrirían, seguro.

-Qué más da. Ya lo intuyen –contestó Edward –mejor se lo decimos de una, sin más.

-¿Estás seguro Edward? –vi como Jasper le guiñaba un ojo en secreto a mi marido.

-¿Qué? ¿Qué? –Emmet puso cara de desesperación -¿Hicieron cosas divertidas en nuestra ausencia?

-No te ofusques Emmet –dijo Jasper con aire forzadamente despreocupado.

-Cazaron cocodrilos. ¡Lo sabía! Sabía que harían cosas entretenidas sin mí.

-¿Cocodrilos Emmet, en serio? –se burló Rosalie -¿En qué tienda compras un Ipod mientras cazas cocodrilos?

-¡No lo sé! Pero Australia es un lugar bizarro, por ejemplo.

-Fuimos a Nueva York –confesé con una sonrisa de oreja a oreja.

-Y a Isla Esme.

-Y a un concierto de Pearl Jam.

-Y bailamos reggaeton.

Mientras nosotros cuatro sonreíamos satisfechos por nuestras hazañas veraniegas, el resto nos miraba con la boca abierta.

Rosalie se puso de pie y nos señaló con el dedo.

-Yo… -dijo con rabia fingida -¡Ya no los quiero nada!

Explotamos en risas y nos perdonaron por habernos escapado sin ellos. Nos quedamos un buen rato conversando sobre nuestros viajes. Vimos fotos y videos, mientras que Jacob nos ponía al tanto de cada cosa que había sucedido durante la excursión.

Mi amigo licántropo estiró los brazos mientras bostezaba y me di cuenta de que eran casi las doce de la noche. Le dije que se podía ir a casa o dormir en alguna de las camas en desuso que había en el segundo piso.

Aceptó quedarse a dormir con la pobre excusa de que ya era demasiado tarde para volver a casa, cuando en realidad sabíamos que era porque le costaba un mundo mantenerse lejos de Nessie. Con Edward ya lo habíamos aceptado, Jacob pasaba más tiempo durmiendo en nuestra casa o en la de Carlisle que en la de su padre.

Se despidió de nosotros y caminó hacia la escalera. Pero no alcanzó a subir un peldaño, pues se congeló ante el sonido del timbre.

Si, sonó el timbre por primera vez en casa de Carlisle. Nunca lo habíamos escuchado antes, aunque sabíamos que existía uno. No lo necesitábamos, pues Edward podía escuchar los pensamientos de cualquier persona, humana o vampiro, que se acercara a la casa. Y si él no estaba cerca, cualquiera de nosotros escuchaba los pasos, los latidos, la respiración o las conversaciones de quién se encaminara hacia la casa. Nunca antes alguien había necesitado tocar el timbre para anunciar su llegada, pues siempre alguno de nosotros se adelantaba hacia la puerta para recibir a los invitados.

Pero ahora había sonado el timbre, y ninguno de nosotros había sentido a alguien acercándose.

La sangre se me congeló en las venas. Nadie se atrevió a moverse.